jueves, 30 de marzo de 2017

LAS ORACIONES CORTAS Y REPETITIVAS: LAS “ORACIONES DEL CORAZÓN”



“El Ángel repitió tres veces esta oración, se puso de pie y dijo: orad así”. El Ángel de Fátima acababa de enseñar a los niños la oración bien conocida por todos: “DIOS MÍO YO CREO, ADORO, ESPERO Y OS AMO…”. Pero no fue todo, pues el Ángel repitió a los niños que esa CORTA oración debía ser repetida a MENUDO.

     Nuestra Señora de Fátima enseña igualmente una oración corta y repetitiva. En la aparición del 13 de julio de 1917 María recomienda a los tres niños: “DECID A MENUDO A JESÚS,(…), OH JESÚS, ES POR VUESTRO AMOR, POR LA CONVERSIÓN DE LOS PECADORES, Y EN REPARACIÓN POR LOS PECADOS COMETIDOS CONTRA EL CORAZÓN INMACULADO”.

     Debemos subrayar la importancia de esta oración repetitiva: se llama “ORACIÓN JACULATORIA”, o también, con nombre más bonito, “ORACIÓN DEL CORAZÓN”.

     La “ORACIÓN DEL CORAZÓN” es la del publicano que repetía sin cesar: “SEÑOR, TEN PIEDAD DE MÍ”. Es también la de la cananea repitiendo hasta cansar a los discípulos pero para tocar el corazón de Jesús: “JESÚS, HIJO DE DAVID, TEN PIEDAD DE MÍ”. Es aún la oración suplicante de Nuestro Señor mismo en su agonía: “PADRE MÍO, SI ES POSIBLE, PASE DE MÍ ESTE CÁLIZ…”.Y el Evangelio precisa: “SE RETIRÓ UNA VEZ MÁS, Y ORÓ POR TERCERA VEZ, DICIENDO LAS MISMAS PALABRAS”.

     El Evangelio nos enseña aquí “QUE BASTAN POCAS PALABRAS PARA BIEN ORAR, Y QUE PARA INFLAMAR EL ESPÍRITU ES BUENO ELEGIR ALGUNAS Y REPETIRLAS A MENUDO”.


LA ORACIÓN DEL CORAZÓN
ES UN LENGUAJE DE AMOR
HACIA JESÚS Y MARÍA

     “¡¡REZAD ASÍ!! LOS CORAZONES DE JESÚS Y MARÍA ESTÁN ATENTOS A LA VOZ DE NUESTRAS SÚPLICAS”. Esta clase de oración sale del corazón del hombre  para tocar directamente los corazones de Jesús y de María.
    
Y todos sabemos que los niños respondieron de una manera poco común al pedido del Ángel. Lucía dirá: “INMEDIATAMENTE DESPUÉS DE LA APARICIÓN DEL ÁNGEL COMENZAMOS A DECIR LAS ORACIONES QUE NOS HABÍA ENSEÑADO”. Decía también: “PERMANECÍAMOS LARGO TIEMPO POSTRADOS, REPITIENDO ESTAS PLEGARIAS MUCHAS VECES HASTA QUEDAR EXTENUADOS”.
     Tales oraciones van a favorecer en los niños de Fátima esos impulsos del corazón, arranques espontáneos, expresión de su amor a Jesús y María. En efecto, esas oraciones van a inflamar el corazón de los tres niños: “ME GUSTA TANTO DECIR A JESÚS QUE LO AMO. CUANDO SE LO DIGO A MENUDO—dirá Jacinta—ME PARECE QUE TENGO FUEGO EN EL PECHO, PERO UN FUEGO QUE NO QUEMA”.
     Jacinta decía también: “¡AMO TANTO A NUESTRO SEÑOR Y A NUESTRA SEÑORA QUE NO ME CANSO NUNCA DE DECIRLES QUE LOS AMO”. A veces, besando un crucifijo, Jacinta lo apretaba entre sus manos diciendo: “¡JESÚS MÍO! OS AMO Y QUIERO SUFRIR MUCHO POR AMOR A VOS”

     Jacinta decía aún a Lucía: “¡AMO TANTO AL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA! ES EL CORAZÓN DE NUESTRA MADRECITA DEL CIELO. ¿NO TE GUSTA REPETIR A MENUDO: DULCE CORAZÓN DE MARÍA, CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA? ¡A MÍ ME GUSTA TANTO, TANTO!”.


     ¿Por qué esa clase de oración, que brota del corazón, toca directamente los corazones de Jesús y de María? Porque la “ORACIÓN DEL CORAZÓN” es el signo de que el alma está en presencia de Dios. Manifiesta esa unión a Dios y el deseo de permanecer allí. Dicho de otra manera, ella es el signo de que Dios está muy presente en el corazón. Un niño deja sus juegos para venir a decir a su mamá: “TE AMO”. ¿Qué es lo que conmueve a la mamá? Ciertamente la palabra del niño. Pero su espontaneidad muestra a la mamá el lugar que ella ocupa en el corazón del niño.



LA “ORACIÓN DEL CORAZÓN”
LLEVA A LA CONTEMPLACIÓN
Y UNE A DIOS


     Si la “ORACIÓN DEL CORAZÓN” es signo de la presencia de Dios en el alma, si ella es un medio de mantenerse en su presencia, es también quien lleva al alma hasta la contemplación. Los niños de Fátima la pusieron en práctica, y su vida nos muestra hasta qué grado de meditación y de contemplación llegaron.

     Cuando Lucía preguntó a Francisco por qué no quería rezar con ella y Jacinta, él respondió: “PREFIERO REZAR SOLO, PARA PENSAR Y CONSOLAR A NUESTRO SEÑOR QUE ESTÁ TAN TRISTE”. Otra vez decía:
“¡PIENSO EN DIOS, QUE ESTÁ TAN TRISTE A CAUSA DE TANTOS PECADOS! ¡AH, SI YO PUDIERA COMPLACERLE!”.


     Resulta raro ver a niños elevados a tal contemplación. Los padres de Jacinta estaban intrigados. Un día, su mamá dijo a Lucía: “Pregunta a Jacinta en qué piensa cuando pasa tanto tiempo con la cabeza entre las manos, sin moverse. Yo se lo pregunto, pero ella sonríe y no me responde”. Lucía cumplió el encargo y Jacinta respondió: “PIENSO EN NUESTRO SEÑOR, Y EN NUESTRA SEÑORA, EN LOS PECADORES… ME GUSTA MUCHO PENSAR”.

     Lucía consigna otro ejemplo muy sorprendente, pues muestra el lazo directo que une la “ORACIÓN DEL CORAZÓN” con la puesta presencia de Dios en alto grado. Muestra a qué nivel de contemplación había llegado Francisco. Éste se había retirado a recitar la oración del Ángel. Su hermana y su prima lo llaman. Francisco no responde. Ellas se sorprenden, se acercan a él y le sacan de su contemplación:

“¿ORABAS A DIOS?”, pregunta Lucía.

SÍ, RESPONDE FRANCISCO. ME PUSE A DECIR LAS ORACIONES DEL ÁNGEL Y LUEGO ME OCUPÉ EN PENSAR.

¿NO HAS ESCUCHADO A TU HERMANA? Te llamó a gritos.

—NO, dice Francisco, NO ESCUCHÉ NADA”.

     Francisco no había escuchado nada. Estaba en presencia de Dios y había perdido esa facultad sensitiva. La oración de Francisco había comenzado por una oración de corazón a corazón con Dios, por esa mirada amorosa del alma. Se continuó luego por ese alto nivel de contemplación. La acción divina no encontraba ningún obstáculo en el corazón de Francisco…



LA “ORACIÓN DEL CORAZÓN”
POR EL CORAZÓN INMACULADO


     La “ORACIÓN DEL CORAZÓN” une el alma a Dios y la mantiene en su presencia. Dios es su fin último. En Fátima, María enseña esta forma de oración y, como siempre, Ella misma viene en nuestra ayuda y socorro. En efecto, el camino hacia Dios puede parecer árido y sembrado de obstáculos; el alma puede desalentarse y extraviar el camino. Fue el temor que Lucía experimentó cuando en la segunda aparición se enteró de que sus primos se irían pronto al Cielo mientras que ella quedaría sola en la tierra. María comprende su inquietud y la tranquiliza por estas palabras que nunca meditaremos bastante: “¿SUFRES MUCHO? ¡NO TE DESAMINES, YO NO TE ABANDONARÉ JAMÁS! MI CORAZÓN INMACULADO SERÁ REFUGIO Y EL CAMINO QUE TE CONDUCIRÁ A DIOS”.

     Estas palabras son muy ricas y esperanzadoras. Nos proporcionan una definición del Corazón Inmaculado. Comenzamos a comprender el secreto del Corazón de María. En el Corazón Inmaculado, reflejo de la Trinidad, encontramos: el camino que conduce a Dios, un refugio que protegerá de los peligros durante todo el viaje y la certeza de un hermoso lugar en el Cielo.

     La “ORACIÓN DEL CORAZÓN” nos mantiene en presencia de Dios por María. Ella debe estar unida a la del Corazón Doloroso e Inmaculado de María. ¿Por qué? Porque el Corazón de María está unido al Corazón de Dios. Porque los méritos de la Redención fueron igualmente adquiridos por los dolores de María en la Pasión. Porque la Inmaculada purifica nuestra oración. Porque María es Madre de Dios y alcanza todo de Él.


CONCLUSIÓN: EL ROSARIO.

     ¿Es el rosario una “ORACIÓN DEL CORAZÓN”?
El rosario es una oración estructurada, y bajo este aspecto se emparenta más bien con el oficio divino. Se lo llama precisamente “PEQUEÑO OFICIO DE NUESTRA SEÑORA”. Por eso es una oración repetitiva, pero bajo este aspecto se emparenta con la “ORACIÓN DEL CORAZÓN”. Lleva el alma a la meditación y a la contemplación de los misterios de la vida de Nuestro Señor y María. Con las enseñanzas de Fátima comprendemos la importancia de recitar fiel y cotidianamente el rosario.


“Revista de la Cruzada Cordimariana”


miércoles, 29 de marzo de 2017

ELLA Y NOSOTROS




     Una característica peculiar del pueblo argentino es, dentro de su catolicismo, la intensa devoción que ha profesado en todo tiempo y profesa actualmente a la Santísima Virgen María.

     Tal es su correspondencia hacia la excelsa Madre de Dios, que tan grandes cosas han obrado entre nosotros  y tan eficiente protección han prodigado a nuestra querida Patria durante todos los periodos de su historia.

     La Republica Argentina es, pues, una de las naciones donde el culto y devoción a la Virgen Santísima se hallan más florecientes.

     Merece, con toda justicia, el apelativo de Nación de María.

     Hija primogénita de la Madre España, la Argentina fue iniciada en la fe católica, y recibió como mejor herencia la devoción a María.

     Siendo católicos el noventa por ciento de los habitantes de América Latina, su solidaridad y unión espiritual sólo se podrá lograr y mantener bajo la protección de la Virgen María.

     LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA ES REINA Y SEÑORA DE LOS ARGENTINOS.

     La hemos coronado solemnemente en diversas imágenes, y le hemos levantado en Luján un espléndido templo: LA BASÍLICA NACIONAL,
uno de los monumentos religiosos más importantes de América; de modo que dicha ciudad ha quedado de hecho y de derecho convertida en ciudad santa de los argentinos.

¡Y qué bien sienta a María el título de Reina!
Y nosotros ¡cuán honrados de tener tal Soberana!



martes, 28 de marzo de 2017

OBSEQUIO CUARTO A NUESTRA SEÑORA



EL AYUNO


    Muchos son los devotos de María que el sábado y en la vigilia de las fiestas marianas acostumbran ofrecerle ayunar a pan y agua. Se sabe que el sábado es el día que la santa Iglesia dedica honrar a la Virgen María, porque en dicho día, dice san Bernardo, ella permaneció constante en la fe después de la muerte de su hijo. Por ello los siervos de María no omiten ofrecerle en dicho día algún obsequio particular y en especial el ayuno a pan y agua, como lo practicaban san Carlos Borromeo, el cardenal Toledo, y muchos otros. Más aún, el obispo de Bamberg, Nittard, y el P. José Arriaga, no probaban bocado el día sábado.


    Las gracias señaladas que la Madre de Dios ha dispensado a quienes le ha brindado este obsequio pueden leerse en el P. Auriemma. Recordemos solamente la misericordia excepcional que concedió a un jefe de bandidos. Gracias a esta devoción, él mereció permanecer vivo, a pesar de haber sido decapitado hallándose en desgracia delante de Dios, con el fin de que pudiera confesarse antes de morir. Luego de confesarse declaró que la Santísima Virgen, gracias al ayuno que le había ofrecido, lo había conservado vivo. Luego expiró.


    No será nada costosa esta práctica para quien pretende ser devoto especial de María, sobre todo si ya ha merecido el infierno. Por mi parte, afirmo que difícilmente se condena quien practica esta devoción. No en el sentido que si llega a morir en pecado mortal la Virgen tenga que librarlo del infierno milagrosamente, como a ese bandido, pues, tales prodigios de la misericordia divina, suceden muy raras veces, y sería locura esperar de ellos la salvación eterna, sino que quienes obsequien con esta práctica a la Madre de Dios, recibirán de ella fácilmente la perseverancia en la gracia divina y una santa muerte. Todos los miembros de nuestra humilde congregación, que pueden hacerlo, ayunan el sábado a pan y agua en honor de María. He dicho que pueden hacerlo, porque si alguno se halla impedido por falta de salud, puede contentarse el sábado con un solo plato o con el ayuno ordinario, o abstenerse de frutas u otros manjares gratos al paladar.


    Los sábado hay que hacer obsequios especiales a Nuestra Señora, tales como comulgar, oír la Santa Misa, visitar alguna imagen suya, llevar cilicio y otros semejantes. Procuren los fieles devotos de María en la víspera de las sietes fiestas marianas ofrecerle el ayuno a pan y agua o de la mejor manera que puedan. 



“LAS GLORIAS DE MARÍA”
San Alfonso María de Ligorio.



OBSEQUIO TERCERO A NUESTRA SEÑORA


EL ROSARIO Y EL OFICIO


    Se sabe que la devoción al santo Rosario le fue revelado a Santo Domingo por la Madre de Dios misma, cuando hallándose afligido y quejándose con Nuestra Señora de los herejes albigenses, que hacían entonces terrible daño a la Iglesia, le dijo la Virgen: “Este terreno será siempre estéril, mientras no caiga lluvia en él”. Comprendió entonces Santo Domingo que esa lluvia era la devoción del Rosario, que él debía propagar públicamente. Así lo hizo predicando el Rosario por todas partes, de manera que todos los católicos abrazaron esta devoción; hoy día no existe devoción más universal y practicada por los fieles en cualquier estado que la del santísimo Rosario. ¿Qué no han hecho los herejes modernos, como Calvino, Bucero y otros, para desacreditar la devoción del Rosario? Pero todos conocen el bien inmenso que esta noble devoción ha aportado al mundo. ¡Cuántos, por medio de ella han sido liberados del pecado!, ¡Cuántos, guiados hacia la santidad!, ¡Cuántos tuvieron buena muerte y se han salvado! Léanse tantos y tantos libros que tratan de esta materia.

    Basta saber que esta devoción ha sido aprobada por la santa Iglesia y que los soberanos Pontífices la han enriquecido con indulgencias.

    Para ganar las indulgencias concedidas a la recitación del Rosario, es preciso, al mismo tiempo, contemplar los misterios que se hallan transcritos en diferentes libros. Y aun cuando alguien no lo sepa, le basta con que contemple algunos de los misterios de la pasión de Jesucristo, como la flagelación, la muerte, etc. Además, hay que recitar el Rosario con devoción. Adviértase al respecto lo que la Virgen misma le dijo a santa Eulalia, a saber, que le agradaban más cinco decenas recitadas con calma y devoción, que quince de carrera y sin devoción. Por ello es conveniente recitar el Rosario de rodillas, delante de alguna imagen de la Virgen, y al comenzar cada decena hacer un acto de amor a Jesús y María, pidiéndoles alguna gracia. Adviértase también que es más provechoso recitar el Rosario acompañado de otros, que rezarlo solo.

    Acerca del oficio de Nuestra Señora, la Iglesia ha concedido muchas indulgencias quien lo recita. Y la Santísima Virgen ha patentizado cuánto le agrada esta devoción, como puede verse consultando al P. Auriemma.

    Mucho agradan a María LAS LETANÍAS, el himno AVE MARIS STELLA, que mandó a santa Brígida recitar cada día, y más aún, el cántico del MAGNÍFICAT, porque con éste la alabamos con las mismas palabras con que ella alabó a Dios.


“LAS GLORIAS DE MARÍA”

San Alfonso María de Ligorio.


PRESTARSE A MARÍA



Entre amigos que viven juntos y unidos en alma y corazón suele existir cierta relación, que es, a la vez, muestra, sostén y alimento del mutuo cariño: es la de prestarse diversos objetos que en determinado momento necesita el uno y no los tiene a mano, y el otro se siente feliz en podérselos dejar: ya sea un libro o cualquier otra cosa.

     Y nosotros, que vivimos siempre junto a la dulcísima Virgen la santa vida de intimidad, ¿no podríamos prestarle alguna cosa?

     ¡Agradable y dulce pensamiento: PRESTAR A MARÍA! Quizá no tengamos nada que pueda ser de utilidad a nuestra dulce Madre, pero tenemos a lo menos “nuestra propia persona”.

     ¿Y no podríamos PRESTARNOS A MARÍA? Prestarnos con todo lo que hay en nosotros: manos, labios, pies, inteligencia, voluntad y corazón. En todas estas cosas se ocultan grandes tesoros, tesoros que prestados a María producirán en las manos de esta Virgen poderosa insospechadas maravillas.

     ¡Oh María! Vedme aquí, a Vos me presto. Os presto cada uno de los miembros de mi cuerpo y de las facultades de mi alma para hacer en favor de los que amáis lo que hacíais cuando en otro tiempo morabais sobre la tierra.

     Os presto MIS MANOS. Dignaos serviros de ella para socorrer a cuantos necesiten auxilio. Vos seréis quien dé, alivie y guíe por mis manos, y yo no seré sino el esclavo que dé, alivie y guíe con estas manos prestadas a Vos.

     Os presto MIS LABIOS. Empleadlos para consolar, dirigir, aconsejar, animar, alegrar y, sobre todo, para enseñar a rezar. Vos seréis quien haga todas estas cosas por mis labios, y yo seguiré siendo el esclavo que obre por Vos y bajo vuestra dirección.

     Os presto MIS PIES. Están, bondadosa Madre mía, a vuestra disposición, para llevar a todos vuestra caridad, vuestra sonrisa, vuestra lágrimas. Os lo presto para que por ellos podáis Vos correr en seguimiento de la oveja que se extravía o está atribulada. Os lo presto para llevar hasta las más remotas extremidades del mundo, si fuera necesario, las riquezas de vuestro Corazón, a una con el nombre de vuestro divino Hijo.

     Os presto MI ENTENDIMIENTO. Tomadlo y empleadlo en eliminar, instruir y hablar de Vos y con vos; y yo, pobre esclavito, no permitiré introducirse en este entendimiento más que lo que de Vos venga, a Vos lleve y os pueda servir en realidad para hacer amar más a Jesús.

     Os presto MI VOLUNTAD. Es débil, llena de flaquezas e inclinada al mal, pero no importa; así y todo os la presto también, convencido de que Vos sabréis sacar partido de ella para gloria de Jesús.

     Os presto, sobre todo, MI CORAZÓN. Vos queréis continuar viviendo entre nosotros amando, compadeciendo y enjugando lágrimas. Y para amar de este modo y para hacer más sensible vuestro amor, tenéis necesidad aquí en la tierra de corazones.

     Pues bien, aquí está el mío, yo os lo presto. Infundid en él vuestra bondad, vuestra ternura y vuestro espíritu de sacrificio, para que pueda derramar en cuantas almas  trate algo de vuestra amabilidad y de vuestro amor de Madre.

     ¡Oh María! A Vos me presto POR ENTERO: cuerpo, alma, facultades y bienes materiales de toda clase. Tomadlo todo y servíos de ello según vuestro mayor agrado, para socorrer las necesidades ajenas, auxiliar a mis prójimos, aliviar al pobre, acallar las quejas de los malvados; para haceros conocer a Vos misma y a Jesús por Vos, a los débiles, a los pequeños y a los niños, que nunca oyeron hablar de vuestras grandezas inefables.

     Sea yo, oh Madre de gracia, como la fuente colocada al lado de la carrera, siempre a disposición del transeúnte que quiera en ella refrigerar la sed; como el árbol situado al borde del camino, que de nadie es y a todos pertenece, y que a todas horas ofrece al pasajero sus ramas doblegadas al peso de los frutos, a Vos PRESTADOS para sus semejantes.

     Estoy, por consiguiente, PRESTADO a Vos enteramente, oh dulce Madre mía. Haced, os ruego, que desaparezca yo ofuscado por el brillo de vuestros resplandores…, y aparezcáis Vos sola. Vos sola seáis amadas y Vos sola recibáis el agradecimiento por mis acciones.

     Que no es debido honor alguno al esclavo…, y el fin del instrumento ¿no es, acaso, desaparecer?

¡Que suceda así entre nosotros!
¡A Vos el honor y la gloria!
¡A mí el trabajo y el olvido!


“Espíritu de la Vida de Intimidad
con la Santísima Virgen María”
R. P. Lombaerde –Misionero de la Sagrada Familia-



lunes, 27 de marzo de 2017

JACINTA MARTO (III parte final) Una vida breve, santa y llena de enseñanzas para la salvación de nuestras almas.


LOS ULTIMOS DIAS DE JACINTA Y SU MUERTE –– Vamos a exponer brevemente y en partes la vida y muerte de Jacinta Marto. (Tomado del libro “Apariciones de la Santísima Virgen en Fátima” por el Padre Leonardo Ruskovic O.F.M. Año 1946)

   Llegó Jacinta a Lisboa acompañada de su madre; aquí comenzarán para su espíritu las más dolorosas pruebas, y aquí también recibirá eterna recompensa de manos del Eterno Juez a sus heroicas virtudes.

   En el hospital en donde debía ser internada no encontraron alojamiento, por hallarse el nosocomio repleto de enfermos. La Providencia acudió en su auxilio, y por especial excepción fué recibida en un asilo de huérfanas llamado Orfanato de Nossa Senhora dos Milagros (rúa da Estrela 17).

   En este asilo se encontraba como en su propio hogar; para ella fué “La casa de Nuestra Señora de Fátima”, y a la madre superiora, a quien llamaba “madrina” y en quien había depositado toda confianza, la apreciaba en gran manera.

   La Reverenda Madre Superiora. Sor María Godinho, al recibir a Jacinta en el Asilo la consideró especial bendición del cielo y muy pronto pudo cerciorarse de su acertado criterio, pues Jacinta era verdadero modelo de inocencia y modestia y un vivo ejemplo de obediencia y paciencia, no menos que de piedad; virtudes éstas que mucho contribuyeron al adelanto espiritual de aquel establecimiento. Aconsejaba a sus compañeras a la práctica de la obediencia y a dominar sus caprichos, repudiar las mentiras y sufrir todas las contrariedades por amor de Dios para obtener el cielo.

   Su alegría por vivir junto a Jesús, bajo el mismo techo, le proporcionaba tal inmensa alegría, que olvidaba las crueles dolencias que la martirizaban; mientras se albergó en la Casa de Nuestra Señora de Fátima, acompañaba a Jesús en su soledad del sagrario con frecuentes visitas eucarísticas y lo recibía casi diariamente en su inocente corazón.

   A medida que su enfermedad cobraba mayores progresos, sus dolores también se intensificaban más y más; la bondadosa Madre de los Afligidos no dejó de sostenerla y animarla en las dolorosas pruebas con frecuentes y consoladoras apariciones.

   Conversaba un día con la Madre Superiora, quien se encontraba junto al lecho de la enferma, cuando ésta le dijo:

   —Madre, retírese de ahí, porque ese lugar vendrá en seguida a ocuparlo Nuestra Señora,

   Y mientras hablaba así, tenía los ojos fijos hacia el lugar donde esperaba la visión.

   Expondremos aquí algunas de las numerosas instrucciones que la Virgen Santísima se dignaba comunicar a Jacinta, y que ella revelaba fielmente a su “Madrina”, la Madre Superiora.

   “EL PECADO QUE LLEVA MAS ALMAS AL INFIERNO ES EL PECADO CARNAL; POR ESO ES NECESARIO DEJAR EL LUJO, NO OBSTINARSÉ EN EL PECADO COMO HASTA AHORA; ES NECESARIO HACER MUCHA PENITENCIA.”

   En otra ocasión le decía la Madre de Dios: “NO PUEDO TOLERAR UNAS MODAS QUE TANTO OFENDEN A DIOS NUESTRO SEÑOR. LAS PERSONAS QUE SIRVEN A DIOS NO DEBEN SEGUIR LAS MODAS. LAS GUERRAS SON SEÑALES DE CASTIGOS DEL MUNDO”.


   Jacinta decía muy afligida a la Madre Superiora: —Nuestra Señora ya no puede sostener el brazo vengador de su Amado Hijo, que lo extiende para castigar al mundo. Es menester hacer penitencia; si los hombres se corrigen, Nuestro Señor salvará al mundo; pero si no se enmendaran, vendrá el castigo”

   También cuenta Jacinta que mientras la Virgen le dirigía aquellas palabras, mostraba un semblante tan triste y afligido, que a ella se le desgarraba el alma de puro dolor; por eso, al recordar aquella visión, solía exclamar con honda tristeza:

   — ¡Cómo me aflige el dolor de Nuestra Señora ¡Ah!... Si los hombres supiesen lo que es la eternidad, ¿qué no harían para corregirse? ¡Ay de aquellos que persiguen la religión!... Si el gobierno dejara libre a la Iglesia y diera libertad a la santa religión, sería bendecido.

   Dirigiéndose a la Superiora le decía:

   —Madrina, rece mucho por los pecadores; rece mucho por los sacerdotes; rece mucho por los religiosos; rece mucho por los gobiernos. Los sacerdotes deben ocuparse de su ministerio eclesiástico. Los sacerdotes tienen que ser castos. La desobediencia de los sacerdotes y de los religiosos a sus superiores ofende mucho a Dios.

   Y en tono más vehemente decía a la Superiora:

   —No ame las riquezas. Huya del lujo. Sea muy amiga de la santa pobreza y del silencio. Tenga mucha caridad con los malos. No hable mal de nadie y evite al murmurador. Tenga mucha paciencia, porque la paciencia nos lleva al cielo. La mortificación y los sacrificios son muy agradables a Dios Nuestro Señor. Con mucho gusto me haría religiosa, pero más me gusta ir al cielo. Para ser religiosa es menester ser muy limpia y casta de alma y de cuerpo.

   — ¿Y sabes tú— le preguntó la Reverenda Madre Superiora—, lo que significa ser casta?

   —Ser limpia de cuerpo — contestó Jacinta— quiere decir guardar la castidad; ser limpia de alma es cuidarse de no pecar: no mirar cosas deshonestas; no robar ni mentir jamás, sino decir siempre la verdad, aunque nos cueste un sacrificio.

   — ¿Quién te enseñó estas cosas? — le preguntó la Superiora.

   Ella humildemente contestó:

   —Nuestra Señora me ha enseñado.

   Y verdaderamente, no cabe dudar que tal sabiduría fuese celestial e infusa en una niña que no había recibido sino conocimientos muy superficiales de la doctrina cristiana y jamás hubiera oído hablar de mística perfección.

   Dios, en premio de sus virtudes, la había adornado del don de profecía. Tres hechos bastarán para evidenciarlo:

   Recibió un día la visita de su madre. La Madre Superiora preguntó a ésta si le agradaría que sus hijas Florinda y Teresa se hicieran religiosas.

   —¡Dios me libre!  —contestó ella muy enfática —.
   Jacinta no había oído esta conversación. Pasados unos días manifestó confidencialmente a la Madre Superiora:

   —Mucho agradaría a Nuestra Señora que mis hermanas se hicieran religiosas, pero como mi madre no está conforme, la Virgen se las llevará a las dos, dentro de muy poco tiempo, al Paraíso.

    Apenas habían transcurrido varios meses, cuando desconsolada lloraba la madre la muerte de sus dos hijas.      

   Tiempo hacía que la Reverenda Madre abrigaba deseo de ir a Fatima.

   —Usted irá — le dijo Jacinta—, pero será después de mi muerte.

   Y los hechos confirmaron la veracidad de estas palabras. Acompañando los mortales restos de Jacinta a Vila Nova de Ourem cumplió su anhelo de visitar a Fátima.

   Había terminado un sacerdote de pronunciar una conferencia en la capilla del Asilo; preguntó la Superiora a Jacinta si le habían agradado las palabras del ministro de Dios. Después de un breve silencio contestó:

   — No me gusta.

   — ¿No has oído cómo habla bien? —siguió interrogándole la Superiora.

   — Sí, habla, pero... a Nuestra Señora no le gusta.

   — ¡Es tan bueno y habla como un ángel! — afirmó otra vez la Superiora.

   — Sí habla..., pero él no es buen sacerdote.

   La Religiosa la amonestó dulcemente, que de nadie debería juzgarse mal y menos de los sacerdotes.

   Jacinta nada contestó. No pasó mucho tiempo, y aquel triste sacerdote apostató con grave escándalo de los fieles.

   En el Asilo recibía la atención médica de dos distinguidos facultativos, quienes le dispensaban mucha delicadeza y cristiana caridad. Uno de éstos le rogó que intercediera mucho por él en el cielo ante el trono de la Santísima Virgen. Jacinta prometió cumplir su deseo, y mirándole con ternura, le dijo:
   —Usted, doctor, irá al cielo.

   El otro doctor se encomendó a sí mismo y a su hija a las oraciones de la enferma: ésta respondió: —También usted, doctor, irá al cielo: primeramente su hija, y después, le seguirá usted.

   Todas estas profecías tuvieron más tarde exacto cumplimiento.

   Jacinta fué trasladada del Asilo al Hospital de D. Estefanía. Allí quedó sola, aislada, desconocida de todos. La Reverenda Madre Superiora solía visitarla, y era entonces el único momento de consuelo, y alivio. Tendida en su camilla, sufriendo continuos dolores, recordaba a los suyos y en especial manera a su prima y compañera Lucía, y diariamente la encomendaba en sus oraciones. A causa de la distancia no podía comunicarle sus confidencias; por eso le dirigió el siguiente mensaje: “Nuestra Señora de nuevo me ha visitado y me dijo qué día moriré. Tú quédate siempre buena'’.

   Mucho afligía a nuestra enferma el ateísmo e incredulidad de los médicos. ¡Ah!. ... ¡si los pobres supieran lo que les aguarda!, repetía con frecuencia.

   Ofuscado por una época de tantos progresos modernos y bajo el influjo de una ilimitada libertad, el gobierno portugués, ateo en su creencia, coartaba por todos los medios la moral cristiana. Los incrédulos, para lograr más fácilmente sus diabólicos intentos, propagaron y difundieron la indecente moda femenina en la seguridad de que perdiendo la mujer el bello tesoro del pudor quedaban rotas las vallas a todos los vicios y franca difusión a todas las corrupciones. Y diariamente estamos contemplando que bajo el pretexto de modernas exigencias sociales, la inmoralidad en los vestidos va triunfando en numerosas conciencias cristianas, ofuscadas por el ambiente ateo y pagano en que vivimos.

   Jacinta, al contemplar a las enfermeras del hospital con exigua modestia en sus atavíos, solía dirigirles. Esta advertencia: “¿Para qué os sirve vuestra inmoral vestidura?... Si supierais lo que es la eternidad, no os vestirías tan indecentemente”. Jacinta no podía borrar de su memoria el tétrico y dantesco cuadro del infierno que viera en Cova de Iria, como tampoco las palabras que les dirigiera la Santísima Virgen al abrirles las ígneas portadas del averno: “La mayoría de las almas que se condenan en el infierno, se condenan por el pecado carnal. Por eso es necesario que el mundo se aleje de la vida deliciosa y sensual. No debe insensibilizarse en el pecado sino hacer penitencia de ellos”.

   La enfermedad es un duro crisol que purifica a las almas, dejándolas expeditas de todos, los afectos terrenos. El último período de la vida de nuestra enferma no era sino una continua y amorosa unión con Dios. La idea de estar alejada de sus padres y hermanos ya no llevaba nostalgia a su espíritu, pues Dios llenaba todos sus anhelos. “La vida es breve — solía exclamar—y pronto nos encontraremos todos en la región de la eternidad”

    El 10 de febrero de 1920 fué sometida a una intervención quirúrgica; por su extrema debilidad no pudo ser cloroformizada. Sufriendo los terribles dolores de la operación, no brotó de sus labios queja alguna, excepto los naturales y angustiosos suspiros. “¡Jesús mío — repetía con frecuencia en medio de sus dolores— sea todo por tu amor y por la conversión de los pecadores! Acepta este sacrificio por la salvación de muchos de ellos”.

   Tres días antes de su muerte recibió la visita de la Reverenda Madre Superiora del Asilo, y entonces Jacinta le manifestó: “De nuevo me visitó Nuestra Señora y me dijo que dentro de poco vendría a buscarme y que no tendré más dolores”. Y desde aquel momento dejaron de martirizarla los terribles sufrimientos y se borraron de su rostro los vestigios del dolor.

   El 20 de febrero, a las 16 horas, sintió apoderarse de sus fuerzas extrema debilidad y pidió la presencia de un sacerdote para que le administrara los últimos auxilios de la religión. Después de recibir la absolución sacramental, expresó al ministro de Dios su vivo deseo de recibir por viático a Jesús-Eucaristía.

   El sacerdote prometió que lo traería a la mañana siguiente, pues los síntomas, si bien graves, no acusaban un próximo desenlace. Insistió en sus deseos la pequeña enferma, pero no fué atendida; así lo había dispuesto Dios, exigiendo de ella un último y doloroso sacrificio, que ofreció resignada por la conversión de los pecadores.

   Había sonado por fin para Jacinta la hora de librarse de esta miserable envoltura humana y volar presurosa hacia las mansiones celestiales. Cuando el reloj del tiempo señalaba las 23 y 30 horas, comenzaban para Jacinta las horas infinitas de la eternidad. Como se lo prometiera, la Reina de los Cielos, rodeada de innúmeros espíritus angélicos, descendió de su magnífico trono de gloria a recibir en su Inmaculada Mano la inocente alma de Jacinta Marto. Expiraba en suma paz, asistida únicamente por la gentil enfermera Aurora Gómez, a quien llamara con especial cariño “mi Aurorita”.

   Había cumplido heroicamente la admirable y difícil misión que le encomendara la Madre de Dios en Cova de Iria, 34 meses y 18 días atrás. A ella como a los otros dos videntes, les había pedido la, Santísima, Virgen voluntarios sacrificios practicados por amor de Dios, en reparación de las ofensas cometida diariamente; contra el Inmaculado Corazón de María, por la conversión de los pecadores, por el Santo Padre, por las benditas almas del Purgatorio, especialmente por las más abandonadas. Y asistida de la gracia de Dios, Jacinta, con inmensa caridad, generosamente se había inmolado en el ara dolorosa del sacrificio; ahora podía exclamar con la misma seguridad del Apóstol: “He luchado en buena batalla y he llegado al fin. Ahora espero la recompensa que me dará el Justo Juez”.     

   Cumpliendo el expreso deseo de la difunta, su cuerpo fué amortajado en alba vestidura con una faja azul que ceñía su cintura. Engalanada con esta vestidura habíase acercado un día a recibir por primera vez en su pecho al Cordero Inmaculado.

   La capilla de Nuestra Señora de los Ángeles guardó transitoriamente sus mortales despojos; Jacinta descansaba ahora a la sombra del Santuario de la Santísima Virgen, a quien ella tanto había amado y venerado.

   Veloz como el aura corrió la noticia del fallecimiento por todo Portugal, y como obedeciendo a un solo impulso, desfilaron ante el féretro en interminable caravana hombres de toda condición social. Todos anhelaban poseer una reliquia, más estando prohibido cortar algo de su vestidura, satisfacían sus deseos haciendo tocar sobre el venerado cuerpo cuántos objetos tenían a su alcance, pañuelos, medallas, rosarios, etc.

   Tres días y medio quedó expuesto el cuerpo difunto a la pública veneración y ante un inmenso gentío que iba cobrando proporciones cada vez más gigantescas. La expresión angelical de la que fuera mártir del amor divino obraba en los corazones cual poderoso y secreto imán.

   El señor Antonio Rebelo de Almeida, encargado de custodiar el venerando cuerpo, nos describe así su impresión: “Me parecía más bien ver ante mis ojos un ángel que un despojo del ser humano. Su cuerpo mortal parecía vivo. Sus labios, así como todo su rostro, eran semejantes a las más hermosas rosas. El agradable olor que exhalaban sus miembros no puede explicarse naturalmente; superaba a la fragancia de las más exquisitas flores. Muchas personas acudieron a venerarla y todos se retiraban llevando en sus almas la impresión de haber contemplado a una santa”.

   El notable especialista doctor Enrique Lisboa hace notar particularmente el aromático perfume que exhaló constantemente el cuerpo difunto todo el tiempo que permaneció insepulto, habiendo Jacinta fallecido de una pleuresía purulenta.

  El 24 de febrero, a las 11 horas, era llevada procesionalmente a la estación ferroviaria Rosario, desde donde en triunfal apoteosis debía seguir hasta Vila Nova de Ourem y ser depositada en el suntuoso mausoleo de la familia del barón de Alvaiázere.

   Esta piadosa conducta del barón en dar tan magnífica posada a los restos venerandos de Jacinta, evitando así la profanación de los anticlericales., fué para él y para toda su familia jalón bendito de innumerables gracias de parte del Altísimo. Los miembros de esta ilustre familia se encontraban atacados de los mortíferos microbios de la tuberculosis; cuatro hermanos del barón habían caído víctimas de esta enfermedad, y desde aquel momento en que Jacinta, podíamos decir, entró a formar parte integrante de la familia, el terrible flagelo abandonó su dominio, vencido por el hálito protector del “Ángel de la Guarda”, como solía llamarla el piadoso barón de Alvaiázere a Jacinta.

   En este suntuoso mausoleo quedó el cuerpo de Jacinta hasta el 12 de septiembre de 1935, fecha en que por decreto del obispo diocesano fué trasladado a Fátima, acompañado de un grandioso cortejo. “Con lágrimas en los ojos — escribe el piadoso barón — vimos retirar del mausoleo la  bendita reliquia, por cuya intercesión habíamos conseguido tantas gracias celestiales”.

   Antes de emprender la triunfal marcha, abrieron el féretro en la parte de la cabecera y encontraron su rostro incorrupto, mostrando la plácida expresión del que disfruta de un tranquilo sueño. Cerraron nuevamente el venerado féretro en presencia de las autoridades eclesiásticas y civiles, e iniciaron la marcha hacia el nuevo destino.

   En Cova de Iria, lugar de las benditas apariciones, se detuvo el cortejo, cantaron el oficio de difuntos y celebraron una Misa.
   Llegaron por fin a Fátima, en cuyo cementerio, que se encuentra junto a la misma Iglesia Parroquial, el obispo diocesano, Mons. José Alves Correara da Silva, había ordenado construir un mausoleo para los dos videntes: Francisco y Jacinta Marto. El mausoleo, en sus líneas arquitectónicas, es de sobria sencillez, distinguiéndose entre los demás por su nítida blancura. En su portada leemos el siguiente epitafio: “Aquí yacen los mortales restos de Francisco y Jacinta, favorecidos con la augusta presencia de la Reina de los Cielos”.

   El 20 de febrero de 1944, aniversario de la muerte de la inocente pastorcita Jacinta, fué bendecida una placa conmemorativa en el Hospital Estefanía, el cual lleva el siguiente epitafio:

   “El 20 de febrero de 1920, A las 23.80 horas, falleció en este Hospital, Jacinta Marto,
Todavía no cumplidos 10 años de su vida. Es una de los tres videntes, A los que se apareció en “Fatima La Bienaventurada Virgen María.”



“FINAL DE LA PUBLICACIÓN DE JACINTA”


JACINTA MARTO (IIda. parte) Una vida breve, santa y llena de enseñanzas para la salvación de nuestras almas



JACINTA EN EL HOSPITAL –– Vamos a exponer brevemente y en partes la vida y muerte de Jacinta Marto. (Tomado del libro “Apariciones de la Santísima Virgen en Fátima” por el Padre Leonardo Ruskovic O.F.M. Año 1946)

   La enfermedad continuaba su acción destructora en el cuerpo de Jacinta; sus padres, alarmados, resolvieron llevarla al hospital de Vila Nova de Ourem. Este pueblo, como ya dijimos al principio de esta historia, es de origen medioeval. Muy cerca se encuentra C’astel, el último y bien patente vestigio musulmán.

   Vila Nova es ya bien conocida por nuestros pastores; allí pasaron tres días de duro encarcelamiento, abandonados de todos, hasta de sus mismos padres.

   Muy penoso parecía a los padres de Jacinta comunicar a su pequeña esta resolución, ignorando ellos que la enferma esperaba ya de antemano, con tranquila resignación, este deseo de la voluntad Divina; sus padres quedaron admirados viendo con cuánta serenidad y calma recibía de sus labios la triste noticia.      

   De todos se despidió, especialmente de Lucía, a quien en esta ocasión le refirió todo lo que la Santísima Virgen le había manifestado cuando se le apareció durante su enfermedad.

   —Pregunté a Nuestra Señora — dijo Jacinta— si tú también irías a Vila Nova, y me dijo que no; eso fué para mí lo más penoso. Me advirtió que me acompañaría mi madre al hospital, y allí me quedaría sola.

   Después de un momento de silencio, Jacinta añadió:

   — ¡Ah, si tú fueras conmigo!... Me cuesta separarme de ti. En el hospital estaré sin ninguna compañía. ¡Cuánto sufriré allí!

   Bien conocía la pequeña enferma por qué iba al hospital; así lo manifestó a su prima cuando le dijo:

   —Nuestra Señora quiere que vaya al hospital, no para curarme, sino para sufrir allí por amor de Dios y por la conversión de los pecadores.

   Y estas proféticas palabras que le comunicara la Madre de Dios cumpliéronse al pie de la letra.

   Cuando su madre la visitó por primera vez, no manifestaba otro anhelo que el de ver a su prima Lucía.

   En la segunda visita llegó la señora Olimpia, acompañada de Lucía; cuando se vieron las dos inseparables compañeras, se abrazaron tiernamente y recordaron los lejanos días de inocente alegría. Los momentos transcurrieron veloces y cuando se despidieron, mucho tenían aún que decirse mutuamente. A cuantos preguntaban a Lucía por la salud de Jacinta, respondía:

   —La encontré como siempre, muy alegre. Su único deseo es sufrir por amor de Dios, en honor del Inmaculado Corazón de María y por la conversión de los pecadores. Sólo en eso piensa y de eso habla; es su único y mayor anhelo.

   Después de dos largos meses de permanencia en el hospital, Jacinta regresó nuevamente a su casa sin la menor muestra de alivio. Al contrario, se le manifestó una gran herida a modo de úlcera y que era necesario curarla con mucho dolor de la paciente. Nueva penitencia que la bondadosa y paternal mano de Dios la enviaba y ella aceptaba con entera resignación. No era para ella menos dolorosa cruz las continuas y multiplicadas visitas que afluían ahora más numerosas, al saberse la noticia de su grave enfermedad; a todas recibía con plácido semblante, ofreciendo a Dios sus interiores sufrimientos, por la conversión de los pecadores y en sufragio de las benditas almas del Purgatorio. Mucho le complacía la visita de los pequeñuelos; con ellos pasaba dulces momentos, enseñándoles los rudimentos de la doctrina cristiana; les hacía rezar el santo rosario y les aconsejaba no ofender a Dios Nuestro Señor para no caer en el infierno..., y los pequeñuelos se encontraban felices en la amable compañía de la bondadosa paciente.

   Nunca olvidaba a su ya difunto hermano Francisco.

   — ¡Ah, si pudiera verlo!... —repetía con frecuencia.

   Su prima la consolaba, diciéndole:

   —Ya pronto le verás; ya no te falta mucho para ir al cielo; en cambio, yo. . .

   —Pediré mucho para que pronto vayas al cielo— decía Jacinta —; es Nuestra Señora la que desea que aún continúes viviendo en la tierra.

   Visitó un día Lucía al señor párroco de Olival, quien, como hemos dicho, se interesaba mucho por el adelanto espiritual de los pastorcitos; al saber que Jacinta se encontraba muy enferma y tan sumamente debilitada que no podía rezar de rodillas sus oraciones, le ordenó que las recitara en su mismo lecho de dolor. Al oír Jacinta el mensaje, contestó:

   — ¿Y Nuestra Señora se quedará conforme con tal oración?

   Lucía le contestó que era voluntad de Dios el cumplimiento de los mandatos de sus ministros.

   Jacinta manifestaba confidencialmente a Lucía lo siguiente:

   — ¡Si supieras cuánto gozo todas las veces que digo a Jesús que le amo!; siento en mi interior como si tuviera fuego.

   Muy resignada le dijo un día a Lucía:

   —De nuevo vi a la hermosa Señora y me dijo que me llevarían nuevamente al hospital, en Lisboa, y que allí sufriré mucho y moriré sin verte... Pero me animó mucho a sufrir todo por amor de Dios y que Ella misma me llevaría al Paraíso—, y concluyó entre lágrimas:

   —Nunca más te veré; .allá no irás a visitarme...

   No habían pasado varios días de este doloroso coloquio, cuando se presentó en Aljustrel un especialista, el doctor Enrique Lisboa, y diagnosticando a nuestra enferma declaró que era necesario llevarla a la capital, Lisboa, y allí operarla, asegurando a sus padres que recobraría la salud.

   Al pensar Jacinta en su pronta y para siempre ausencia, no podía evitar que furtivas lágrimas asomaran sus ojos. Y la encontró un día Lucía abrazando tiernamente a una imagen de la Virgen y diciendo:
   — ¡Oh, querida Madre Celestial!... ¿moriré tan lejos de mis padres y de Lucía?. . .

   ¡Cuanto más se acercaba la muerte, tanto más se acrecentaba en ella el deseo vehemente de salvar pecadores!

   — ¿Qué harás en el cielo? — le preguntó Lucía.

   —Amaré mucho a Jesús y al Inmaculado Corazón de María. Rezaré por los pecadores y por el Santo Padre.

   Y terminó rogando a su prima que no revelase a nadie todo cuanto la Santísima Virgen le había manifestado.

   Llegó el día fijado para partir hacia Lisboa. Momentos amargos y dolorosos fueron para nuestra enferma aquellos en que dirigía el último adiós a los seres queridos, de quienes ahora la distancia la alejaba y la muerte más tarde se encargaría de sellar con su gélido hálito esta separación. Difícil es a la palabra interpretar fielmente los sentimientos que unen a dos almas que vibraron y latieron al unísono bajo el impulso de un mismo y santo ideal. ¿Qué podremos decir de los últimos instantes que transcurrieron para Jacinta y Lucía?... Dejemos respetuosos correr las lágrimas que brotaron de ambos corazones, que ellas, en su mudo lenguaje, nos hablarán con más elocuencia.



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