miércoles, 31 de mayo de 2017

REZO DEL SANTO ROSARIO DEL DÍA




HOY DÍA MIÉRCOLES REZAMOS LOS MISTERIOS GLORIOSOS.

INTENCIONES:

·        Pedimos a Nuestra Señora muchísimas bendiciones en este día.     
·        Por el amor de María Santísima.
·        Por la conversión de los pecadores.
·        Por nuestra propia conversión.
·        En reparación de las injurias cometidas contra el Inmaculado Corazón de María.
·        En reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias conque Nuestro Señor es contantemente ofendido.
·        Por todas aquellas personas que cuidan enfermos, para que nuestra Madre Santísima les acompañe siempre.
·        Por los enfermos, para que nuestra Reina del Cielo, le alivie un poco la cruz que les toca llevar.
·        Por los países, que sufren el flagelo de la injusticia y la violencia.
·        Por la ENVIDIA que es grande y pesada.
·        Por muchas familias Católicas y Marianas.
·        Por nuestros Sacerdotes.         
       
-Señor, danos Sacerdotes.
    -Señor, danos santos Sacerdotes.
-Señor, danos muchos santos Sacerdotes.
         -Señor, danos muchas santas vocaciones religiosa.

·        Por nosotros y nuestros pedidos personales….


Rezamos el Pésame, el Credo, las tres Ave María, el Gloria.


MISTERIOS GLORIOSOS


1-                La Resurrección en gloria de Nuestro Señor Jesucristo. — FRUTO: La Fe.

2-                La Ascensión de Nuestro Señor Jesucristo a los Cielos. — FRUTO: La Esperanza y el deseo del Cielo.



3-                La Venida del Espíritu Santo sobre María Santísima y los Apóstoles. — FRUTO: La Caridad y los Dones del Espíritu Santo.

4-                La Asunción de María Santísima en cuerpo y alma al cielo. —FRUTO: La gracia de una buena muerte.



5-                La Coronación de María Santísima como Reina y Señora de todo lo creado. — FRUTO: La verdadera devoción a la Santísima Virgen.




LETANÍAS DE LA SANTÍSIMA VIRGEN

SANTO DOMINGO Y LA VIRGEN MARÍA



Se puede afirmar que ese grito de amor: ¡Es necesario que Ella reine! era la divisa de este gran santo. Extender el culto de María y ganar corazones a su dulce Reina era el fin de su existencia.

Desde su más tierna infancia escogió a María por Madre y la tomó por modelo de todas sus acciones. Se acostumbró a vivir en la intimidad de su cariñosa Madre y puso en la consecución de la vida de unión su tranquilidad resignada y el celo ardiente que en él admiramos.

Desconfiando de sí mismo, sin embargo se reconoció elegido para apóstol de María y como tal todo lo esperaba de su protección. Su nombre bendito no se caía de los labios del santo y al pronunciarlo o pensar en su celestial Madre se derretía en amorosas lágrimas y era arrebatado en dulce éxtasis. Daba comienzo a todas sus obras con la invocación: « ¡Permitid que os alabe, oh Virgen, santa! ¡Dadme fortaleza contra vuestros enemigos!»

Esta vida de intimidad produjo en su alma ardoroso celo por hacer a los demás partícipes de sus convicciones personales. ¡Es necesario que Ella reine!, exclamaba con transportes de entusiasmo sagrado. Es necesario que Ella reine primero para establecer por su medio el reinado de su Hijo. Y para realizar esta aspiración nunca predicaba sin hablar algo de su divina Reina, ni daba comienzo a sermón alguno sin rogarle antes que bendijese su palabra. A él se atribuye la costumbre, tan antigua, de terminar los predicadores el exordio con el Avemaria.

En los comienzos de su predicación el resultado no correspondía al trabajo; los herejes, a cuya conversión se había consagrado, seguían sordos a sus apremiantes exhortaciones y, a pesar de los prodigios de fe y de penitencia, el santo derramaba frecuentes e inconsolables lágrimas al ver la esterilidad de su apostolado.

Permitió el Señor estos primeros fracasos porque intentaba revelar al mundo el poder de su santa Madre y los frutos admirables que su devoción produce.

Cierto día en que el santo se quejaba confiadamente a la Santísima Virgen y la conjuraba a que bendijese sus trabajos, fue arrebatado en éxtasis. María se le mostró hermosa y radiante y le mandó que cesase ya en su inconsolable llanto. «Aquí tienes mi Rosario —le dijo—: predícalo en todas partes; él será eficaz remedio para todos los males». Tomó el santo el Rosario con piadosa avidez y comenzó a predicar por doquiera esta devoción. Nada es capaz de contener su celo en propagarlo, y bien pronto el éxito más impensado corona sus esfuerzos. Los herejes se convierten en masa...

Estos pacíficos triunfos inflamaron su celo de tal suerte que el santo no admitía descanso y eran sus resultados tan brillantes que en una sola provincia de Italia, la Lombardía, convirtió por el Rosario a cien mil herejes.

Así pudo decirnos San Vicente Ferrer que de Santo Domingo se sirvió la Santísima Virgen para salvar y alegrar el mundo.





“Espíritu de la vida de intimidad con la Santísima Virgen”

R.P. Lombaerde — Misionero de la Sagrada Familia.




¡ES NECESARIO QUE MARÍA REINE!


Sublime y noble divisa: ¡Es necesario que María reine!

Tenemos necesidad de una divisa como la tenemos de un ideal.

Una divisa es un pensamiento corto e incisivo que encierra un programa completo de vida y hace vibrar todos los sentimientos del alma.

¡Dios lo quiere!, gritaban los cruzados, y esta frase era para ellos el resumen de las inflamadas arengas de un Pedro Ermitaño y de un San Bernardo. Y al sonido entusiasta y generoso de este grito, mil veces repetido, como electrizados, lo abandonaban todo y se lanzaban a la conquista del Sepulcro de Jesucristo.

¡0 padecer o morir!, exclamaba Santa Teresa, y en este grito seráfico se confundían todas las aspiraciones y todos los anhelos de su alma abrasada de amor y de generosidad.

¡Dios mío y todas mis cosas!, repetía aquel otro serafín de la tierra, San Francisco de Asís, y con los ojos fijos en su Salvador paciente, pobre y desnudo, este heroico amante de la pobreza, contra toda humana prudencia, corre en pos de su Maestro crucificado.

¡Padecer y ser despreciado por Vos!, decía el extático San Juan de la Cruz respondiendo a la pregunta del Salvador sobre qué recompensa deseaba por los trabajos a gloria suya emprendidos.

Podemos hacer desfilar ante nosotros todos los santos. Cada uno tuvo su divisa, cada uno se aficionó a algún punto determinado de nuestros augustos misterios, se apasionó por él y consagró su vida a cristalizarlo en realidades prácticas o, más bien, a transformarse en su propia divisa.

¿Y no tendremos nosotros, piadosos hijos de María, nuestra peculiar divisa? ¿No existirá una frase que resumiendo nuestras convicciones, nuestros anhelos, nuestro ideal y nuestro amor, haga vibrar todas las fibras de nuestro ser?

Si aún no la tienes, búscala, escógela, adopta alguna; luego esfuérzate en realizar su significado.

No pocas almas generosas han adoptado ésta: ¡Es necesario que Ella reine!

Profundicemos un poco estas breves y enérgicas palabras.

 Es necesario. No es el deseo del veleidoso que querría y se pregunta con ansiedad: ¿Lo podré? ¿No será demasiado difícil? ¿Cómo lo voy a conseguir?

No, no; nada de cálculos humanos. Es necesario. Ignoro aún el cómo; pero sé que ante una voluntad decidida todo cede y todo se doblega.

Cuando uno tiene el valor de decir Yo quiero, conseguirá su fin, porque un «quiero» resuelto es de un poder tal que no conoce semejante.

En nuestros días son raros, muy raros, los que poseen tal voluntad; pero los que están dotados de ella son dueños de la tierra y constituyen la raza de los dominadores.


¿Qué es un santo?


Es un hombre como nosotros pero dotado de una voluntad enérgica que dice:


Yo seré santo cueste lo que cueste.


¿Qué habré de luchar, de sacrificarme? No importa; lucharé, me sacrificaré.

Tendré que sobreponerme al mundo;

tendré que vencer al demonio;

tendré que dominar mi naturaleza.

No importa.

Me sobrepondré al mundo.

Venceré al demonio.

Dominaré mi naturaleza.

¿Y esto es posible? Sí, lo es, exclama el santo. Sé que de mi natural soy débil, sin fuerzas, sin valor, sin resistencia y sin constancia. No importa; con esta nada lo alcanzaré todo, no yo, sino la gracia de Dios. Lo alcanzaré, porque la gracia todo lo puede y la pediré hasta que la consiga.

Dios nuestro Señor no me la negará.

Esta es el alma de un santo. Un alma así quiero yo poner al servicio de María, y por eso me atrevo a decir: Es necesario.


¿Qué es necesario? ¡Que Ella reine!


Pero ¿qué puedo yo, pobre y miserable criatura, para realizar el reinado de María, reinado sobre las inteligencias, sobre los corazones y sobre las almas? ¿Qué puedo? No lo ignoro, no puedo nada; pero lo repito:


¡Es necesario que Ella reine!


Por mí mismo no puedo nada; pero trabajo por Dios y para Dios, y Dios todo lo puede.

Nada puedo por mí y, por consiguiente, todo será obra de la gracia. Dios trabajará por mí y en mí.

Ninguna necesidad tiene Dios de mis talentos, de mis fuerzas ni de mis palabras para llevar a cabo sus obras. Sólo pide mi voluntad, mis esfuerzos y mi amor.

Aquí estoy, Dios mío; pongo a vuestra disposición:

mi voluntad, empleadla;

mis esfuerzos, bendecidlos;

mi corazón, inflamadlo;

mi alma, santificadla.

Lo pongo a vuestra disposición para servicio de María:

de María, mi Madre;

de María, vuestra Madre;

de María, Reina del cielo y de la tierra.

En el cielo Ella es Reina indiscutible y como tal honrada, servida y glorificada. Aquí, en la tierra, su reinado no está aun suficientemente dilatado; muchas almas no le pertenecen, muy pocas en número se dejan penetrar completamente e impregnar hasta el fondo del corazón por su dominio maternal.

Pues bien, Dios mío; a pesar de mi miseria, vengo a ofrecerme a Vos para trabajar en la dilatación de ese reinado.

Me entrego a Vos en cuerpo y alma para apóstol de María, porque:


¡Es necesario que Ella reine!


Mi alma vivirá sólo de este deseo.

Mi corazón no latirá sino a impulsos de este amor.

Mi entendimiento, mi memoria, mi voluntad, todo, todo cuanto soy y puedo, estará al servicio de esta causa.

Para hacer reinar a María, yo seré

su apóstol, con el ejemplo;

su heraldo, con la palabra;

su soldado, con la pluma.



¡En todas partes y siempre!,



hasta mi último suspiro, gritaré:



¡Es necesario que Ella reine!



Y no dormiré en paz el sueño si sobre mi tumba no se puede grabar como epitafio:


¡¡¡ELLA REINA!!!






“Espíritu de la vida de intimidad con la Santísima Virgen”

R.P. Lombaerde — Misionero de la Sagrada Familia.




martes, 30 de mayo de 2017

HOY DÍA MARTES REZAMOS LOS “MISTERIOS DOLOROSOS”.


INTENCIONES:

·        Pedimos a Nuestra Señora muchísimas bendiciones en este día.     
·        Por el amor de María Santísima.
·        Por la conversión de los pecadores.
·        Por nuestra propia conversión.
·        En reparación de las injurias cometidas contra el Inmaculado Corazón de María.
·        En reparación de los ultrajes, sacrilegios e indiferencias conque Nuestro Señor es constantemente ofendido.
·        Por todas aquellas personas que cuidan enfermos, para que nuestra Madre Santísima les acompañe siempre.
·        Por los enfermos, para que nuestra Reina del Cielo, le alivie un poco la cruz que les toca llevar.
·        Por los países, que sufren el flagelo de la injusticia y la violencia.
·        Por la ENVIDIA que es grande y pesada.
·        Por muchas familias Católicas y Marianas.
·        Por nuestros Sacerdotes.                
-Señor, danos Sacerdotes.
    -Señor, danos santos Sacerdotes.
-Señor, danos muchos santos Sacerdotes.
         -Señor, danos muchas santas vocaciones religiosa.
·        Por nosotros y nuestros pedidos personales….


Rezamos el Pésame, el Credo, las tres Ave María, el Gloria.




MISTERIOS DOLOROSOS


1-                La Agonía de Nuestro Señor en el huerto de Getsemaní. — FRUTO: La contrición por nuestros pecados.

2-                La flagelación de Jesús atado en la columna. — FRUTO: La mortificación del cuerpo y el espíritu de penitencia.


3-                La Coronación de espinas. — FRUTO: La mortificación del orgullo y del amor propio.

4-                Jesús lleva la Cruz a cuestas. — FRUTO: La paciencia en las dificultades.



5-                La Crucifixión y Muerte de Nuestro Señor. — FRUTO: El don de uno mismo para la obra de la Redención.



lunes, 29 de mayo de 2017

NOVENA EN HONOR Y GLORIA DEL ESPÍRITU SANTO



Acto de contrición, ofrecimiento, himno y oración. (Para todos los días).

Creo en Dios Padre, mi Creador; creo en Dios Hijo, mi Redentor; creo en Dios Espíritu Santo, mi Salvador: tres personas distintas y un solo Dios, verdadero: en Él espero como verdad infalible en sus promesas; a Él amo como a la suma bondad, más que a todas las cosas y criaturas y me pesa de todo corazón de haberle ofendido; no sólo por ser tan bueno, sino también por su justicia, y por el temor del infierno y de perder el cielo. Así ofrezco a mi Dios todo cuanto en mi vida hiciere y padeciere en satisfacción de mis culpas. A Vos, oh Espíritu Santo, dispensador de todas las gracias, una os pido ahora en particular, que es: la de hacer como debo y quiero esta santa Novena, que a honra y gloria vuestra dedico, a la de la Agustísima Trinidad y de vuestra divina Esposa, la Inmaculada Virgen María, y pido en ella el aumento de vuestro culto; por la intención del Romano Pontífice, por su salud y prosperidad y por la de los demás Obispos, sacerdotes y fieles; por el triunfo de la fe católica, conversión de los infieles herejes y pecadores; por la salud de los enfermos, redención de los cautivos, alivio de las almas del purgatorio y por el bien espiritual y temporal de todos mis deudos, bienhechores, amigos y enemigos; por la prosperidad y acierto de los gobernantes y por todos los demás fines que pide la Santa Iglesia. Amén.





HIMNO SAGRADO (para todos los días).


Venid, ¡oh Santo Espíritu!


y desde el cielo enviadnos,
con su fulgor espléndido
un rayo abrasador.


¡Oh Padre de los míseros!
dispensador de bienes,
venid, y vuestras ráfagas
den luz al corazón.


Consolador magnánimo,
del alma dulce huésped,
sed Vos el refrigerio
que calme nuestro afán.


En las fatigas horridas
Vos sois nuestro descanso,
templáis las estaciones
y el llanto mitigáis.


¡Oh luz del cielo fúlgida!
llenad los corazones
de vuestros fieles siervos
con vivo resplandor.


Sin Vos ni somos átomos,
el hombre es ser impuro,
y nada en él existe
si no viene de Vos.


Regad todo lo árido,
purificad las manchas
y aquello que está enfermo,
sanad, Señor, sanad.


Doblad todo lo rígido,
calor dad a los hielos,
y lo que está desviado
dignaos enderezar.


A vuestros fieles súbditos,
que en vos tienen confianza,
el sacro septenario
de vuestros dones dad.


De la virtud el mérito,
de la salud la gracia,
de Vos tengamos todos,
y el goce perennal.
Amén. ¡Aleluya!


Venid, Espíritu Santo, llenad los corazones de vuestro amor.
Enviad, ¡oh Señor, vuestro Espíritu y renovaréis la faz de la tierra.






ORACIÓN:

¡Oh Dios, que habéis iluminado é instruido el corazón de los fieles con la luz del Espíritu Santo, haced, Señor, que en el mismo Espíritu sepamos siempre apreciar el bien y ser llenos de vuestros consuelos divinos, por Cristo Nuestro Señor. Amén.


CONSIDERACIÓN PARA EL PRIMER DÍA


 Venid, Padre de los pobres.


PUNTO PRIMERO.


Considera, alma piadosa, la tierna expresión de Padre con la que hoy invocamos a Dios Espíritu Santo. No hay atributo, dice un gran santo, que mejor corresponda a la bondad de Dios, que el llamarle Padre. Por eso, al dictarnos nuestro divino Maestro, la oración dominical, que es la más sublime que conocemos, comenzó  por la palabra Padre, diciendo: PADRE NUESTRO QUE ESTAS EN LOS CIELOS, etc. etc. Así también, cuando Jesús, salud y vida nuestra, nos quiso dar a comprender la suma bondad y misericordia de Dios para con él pecador arrepentido, nos trazó la parábola del Hijo Pródigo. “¡Padre!”, le dijo aquél: “pequé delante del cielo y contra ti” y al instante le abrazó su padre, le vistió de gala y le dispuso un convite. ¡Ah! cuántos favores alcanzaría yo del Espíritu Santo, si lo invocara con fervor, con afecto de hijo y con un “¡pequé de corazón!”


PUNTO SEGUNDO.


Considera luego, cómo la Santa Madre Iglesia invoca al Espíritu Santo con el título de PADRE DE LOS POBRES. Y en efecto: Dios Espíritu Santo es el Padre de los pobres pecadores: pobres de méritos, pobres de virtudes y miserables como yo. Pero mía es en verdad la culpa. Dios Espíritu Santo me había enriquecido con sus siete dones cuando recibí el Santo Bautismo, la Confirmación y otros sacramentos que me administró la Iglesia; mas todo lo he perdido por el pecado, me he desterrado a tierra extraña y entre enemigos, que me han despojado dejándome más andrajoso, pobre y miserable, que lo que otro tiempo, al Hijo Prodigo.


PUNTO TERCERO.


Considera, en tercer lugar, cómo el Espíritu Santo es la síntesis del amor divino, puesto que procede del amor mutuo entre Dios Padre y Dios Hijo. Así es que no hay amor comparable con el amor del Espíritu Santo para con sus devotos, ya justos, ya pecadores arrepentidos: procura, pues, corresponderle de igual modo, volviendo amor por amor que es el lema de los que deverás se aman y corrígete por amor suyo, hasta de las faltas más leves.


ORACIÓN:

¡Oh Dios Espíritu Santo, el más rico y bondadoso padre del hijo más ingrato y necesitado: yo soy aquel hijo sin entrañas, que desprecié vuestros dones y malversé la gracia que de Vos recibí en el Santo Bautismo. Yo desprecié vuestras caricias, desoí vuestras inspiraciones, me afilié en el bando de vuestros contrarios, y me he hecho indigno de vuestro amor. Pero vuelvo arrepentido, y aquí me tenéis a vuestros pies implorando el perdón de todas mis culpas. ¡Perdonadme, Padre mío! y derramad sobre mí la luz de vuestros dones para que conozca mis yerros, haga penitencia y no me aparte jamás de Vos. Amen.

ü Se rezarán aquí tres Padrenuestros y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces Santo, Santo, Santo y divino Espíritu, Dios Inmortal.

ü Y se responderá: Líbranos siempre de todo mal.


ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA.

¡Oh dulcísima María, Esposa del Espíritu Santo; Hija del Padre y Madre del Hijo, Reina soberana de los ángeles y de los hombres, que siendo concebida en gracia y enriquecida con los dones de vuestro divino esposo, concebisteis a nuestro Redentor Jesucristo; os suplicamos que nos alcancéis el don de Sabiduría y el santo temor de Dios para que nunca le ofendamos, nos arrepintamos de nuestras culpas y le sirvamos fielmente hasta la hora postrera. Amén.

ü Se reza una Salve, tres Avemarías y Gloria.

ü Jaculatoria:
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!





SEGUNDO DÍA.


Acto de contrición, ofrecimiento, himno y oración como el primer día.


 Venid, Dispensador de dones.



PUNTO PRIMERO.


Considera, cristiano carísimo, como el Espíritu Santo, compadecido de la caída de nuestros primeros padres y de las miserias ocasionadas por ella a todo el género humano, coopera eficazmente a la creación de la segunda Eva, madre y guía de los mortales, que ha vencido a la serpiente; le aplastó su cabeza, y confundió el poder y astucia del ángel de las tinieblas. Pondérese aquí el don de tan inmenso valor que ese divino Espíritu nos prepara, y cuán grande sea la dicha de los hijos de la nueva Eva y los poderosos motivos que a todo cristiano obligan a tributar gracias, culto y homenaje a la tercera persona dé la Trinidad Beatísima.



PUNTO SEGUNDO.


 A  considerar la magnitud del beneficio que recibimos conviene también ponderar la suma bondad y grandeza de aquel de quien se recibe los motivos que le mueven a concederlo. Así el Espíritu Santo es la misma grandeza de Dios, la bondad por excelencia e igual en todo al Padre y al Hijo, de quienes procede según la fe. Y siendo Dios Trino, todo candad, según el apóstol San Juan, ésta se derrama sobre nosotros por el mismo divino Espíritu, según nos dice San Basilio: TODO CUÁNTO POSEEN LAS CRIATURAS DEL CIELO Y DE LA TIERRA EN EL ORDEN NATURAL Y DE LA GRACIA LES VIENE DEL ESPÍRITU SANTO. Altísimo don de Dios, lo titula la Santa Madre Iglesia. Y así como Él procede del Padre y del Hijo por amor, por el mismo atributo derrama sobre nosotros, el divino Espíritu, todas las gracias que recibimos, comenzando por enviarnos a la segunda Eva, María Santísima amparo, consuelo y Madre de todos nosotros.


PUNTO TERCERO


Considera, lector carísimo, cómo y de qué manera el Espíritu vivificador, riega y fecundiza los campos yermos y estériles de nuestras almas, restaurándolas a la vida de la gracia por medio de los Santos Sacramentos, y las convierte en vergeles divinos y templos de sí mismo. Pondera como esos siete dones, de que nos habla Isaías, han fecundado toda la tierra a manera de caudalosos ríos, como aquellos que regaban el Paraíso, durante la inocencia de nuestros primeros padres. ¿Cuántas almas subieron al cielo, que en este mundo practicaron virtudes de todo género, desde los patriarcas y profetas de la antigua ley hasta los mártires, vírgenes y confesores de la ley de gracia? Lee y relee las crónicas de los justos, la vida de los santos y los triunfos de los mártires en toda la redondez del globo, para que más y más comprendas el influjo del divino Espíritu, lo ames, le sirvas y le veneres como Dios dispensador de todos los dones.


ORACIÓN:


¡Oh Dios Espíritu Santo: fuente de todas las gracias y centro del amor divino! Mil veces me confundo al considerar mi extremada miseria, necedad y tibieza. Siendo Vos tan rico y generoso, yo me olvido de Vos y perezco en la inercia, tedio y pobreza de las virtudes. ¡Ah! cuán diferente, Dios mío, fué la conducta de los santos y santas que escalaron el Paraíso, siendo de la misma naturaleza que yo, y quizá tuvieron que vencer mayores obstáculos para salvarse. No, divino Espíritu, no permitáis que, se pierda mi alma. Concededme, os ruego, la gracia de vuestros dones; y un amor eterno hacia Vos y hacia vuestra divina Esposa, la Virgen María, para que, valido de vuestro divino auxilio, os sirva como los santos y os vea y posea eternamente. Amén.


ü Se rezarán aquí tres Padrenuestros y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces Santo, Santo, Santo y divino Espíritu, Dios Inmortal.


ü Y se responderá: Líbranos siempre de todo mal.





ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA


Sacratísima Virgen y Madre mía María: yo, la más vil, ingrata y necia de todas las criaturas, quiero en este día hacer un pacto con Vos. Desde que el Espíritu Santo os eligió para ser el terror del infierno, segunda Eva y Madre del género humano, creo firmemente que Vos sois la Reina más poderosa del Universo y la abogada más portentosa de los mortales. Quiero pues, de hoy en adelante, ser vuestro en el tiempo y en la eternidad: y que Vos seáis mi Madre, mi Reina y Soberana, después de Dios. Os lego así mi alma, vida y corazón, únicas prendas que poseo. Alcanzadme de Vuestro divino Esposo la gracia que necesito para cumpliros mis promesas y seros fiel hasta la muerte. Amén.

ü Se reza una Salve, tres Avemarías y Gloria.

ü Jaculatoria:
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!





TERCER DÍA


ACTO DE CONTRICIÓN COMO EL PRIMER DÍA.


Venid luz de los corazones.



PUNTO PRIMERO.


Considera, alma mía, como el divino Espíritu es luz de los corazones. Él es quien, con los rayos de celestial luz ilumina no sólo nuestra vida sensible, como al pueblo hebreo a la salida de Egipto: sino que ilumina principalmente, la vista del alma, de nuestro entendimiento oscurecido por el pecado. ¿Qué sería del género humano, que, tan a menudo, rodeado de la densa noche de nuestras pasiones, navega entre las encrespadas olas del piélago proceloso de nuestra vida, sembrado de escollos, si no fuera por la mística luz del Espíritu Santo, que nos guía y advierte los peligros? Seguro, nos pasaría lo que al Apóstol San Pablo, cuando perseguía a los fieles de Cristo, por el camino de Damasco; o lo que a San Agustín cuando pecador; nos precipitaríamos a mil abismos que nos preparan el mundo, el demonio, y la carne. ¡Considera cuan distinta fué la conducta de los santos, iluminados con la luz del Espíritu Santo! Y ¿quién, en toda la creación, será tan sabio como lo fueron ellos?


PUNTO SEGUNDO.

Pondera luego, cuan grandes desatinos cometen los hombres sin la luz divina, y atenidos sólo a la razón, viciada ésta y ciega por las pasiones sin freno. Causa espanto ver, como unos deifican la misma razón humana, otros a la naturaleza insensible, a los ídolos, al mismo Satanás; otros dudan de todo, se desesperan, pierden el juicio o se dan la muerte con el tósigo o con un dardo mortal. ¡Jesús bendito! a qué abismo de horrores se precipita el desgraciado, que fía en su vana sabiduría y sin la luz sobrenatural. ¡Qué tempestad tan desecha de males infinitos se le espera al infeliz, que así vive y así muere! Esa vana presunción, esa obstinación y soberbia, son a menudo, pecados enormes contra el Espíritu Santo, que, sin un previo y eficaz arrepentimiento, no se perdonan en esta ni en la otra vida, como dice San Marcos en su Evangelio.


PUNTO TERCERO.

Considera en tercer lugar, cuál sea la eficacia de la luz del Espíritu Santo y los maravillosos efectos que su divino influjo causa como en los doce Apóstoles; que, siendo hombres tan rudos y tan tardíos en entender el lenguaje de Jesucristo, tan pronto como les tocó un rayo divino del Espíritu Santo alcanzaron el don de lenguas y de sabiduría en tan alto grado, que parecieron oráculos de la Deidad, y admiraban al mundo con su elocuencia prodigiosa, y exponiendo el sentido de las Santas Escrituras con tal facilidad y acierto que confundían a los sabios de la Sinagoga y a los filósofos de aquel tiempo. Pondera bien el cambio tan asombroso que experimentaron ellos; antes tan rudos; ahora tan elocuentes; antes tan cobardes; ahora tan esforzados; antes tan tibios y débiles en la fe; ahora desafían a los tiranos y sellan con el martirio las verdades que predican por todo el mundo. Pídele pues, al divino Paráclito, que derrame sobre tu alma un rayo de luz celestial.


ORACIÓN:


¡Oh divina luz de los corazones y médico sapientísimo de nuestras almas!  Derramad sobre mí un rayo de esa luz celestial y en el acto alcanzaré la verdadera sabiduría, adquiriré la virtud de la fortaleza en los trabajos y la constancia en el bien obrar; hollaré los respetos humanos, emprenderé impávido la senda de mi salvación, cueste lo que costare, y triunfaré de los engaños y sutilezas de la humana sabiduría para alcanzar la de los santos y santas que moran en el cielo. Amén.


ü Se rezarán aquí tres Padrenuestros y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces Santo, Santo, Santo y divino Espíritu, Dios Inmortal.

ü Y se responderá: Líbranos siempre de todo mal.



ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA.


¡Virgen Santísima, tierna madre mía, refugio de pecadores arrepentidos y trono de la sabiduría! alcanzadme de vuestro divino Esposo un rayo de aquella luz que ilumina, fortalece y da la gracia para el bien obrar. Pedíselo Vos, madre mía. Judit venturosa, Raquel hermosa, divina Esther; y lo lograré de seguro. Yo, rodeado de tosquedad, rudeza y miseria no sé cómo ni lo que debo pedir; siendo Vos la única y predilecta Esposa del divino Asuero lograréis cuanto quisiereis en favor mío. Ea pues, mostrad que sois mi madre, que así os lo pide vuestro hijo. Amén.

ü Se reza una Salve, tres Avemarías y Gloria.

ü Jaculatoria:
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!





CUARTO DÍA


ACTO DE CONTRICIÓN COMO EL PRIMER DÍA.



¡Oh! consolador óptimo.


PUNTO PRIMERO.

Considera, alma devota del divino Espíritu, como en Él hallamos nuestro mayor consuelo. Cuando perdemos la paz del espíritu, bien porque carecemos de alguna virtud cardinal, o porque nos domina alguno de los vicios capitales, turbada nuestra alma por negra pesadumbre, busca consuelo y no lo halla. Lo busca en los pasatiempos mundanos en la falsa amistad, en las tertulias y frivolidades, pasadas las cuales se queda ella aún más perpleja y desolada, o tal vez, más lejos de Dios. Nuestras inquietudes nacen también, a veces, de nuestra poca fe y desmayamos luego cuando Dios nos prueba, privándonos por algún tiempo de aquello que más anhela nuestro amor sensible; así como privó a Job de sus hijos y salud corporal; a Tobías de la vista y á Abrahán de su hijo Isaac. Mas la fe de aquellos patriarcas, no sólo les consoló luego, sino que aquella pasajera vicisitud se convirtió en mayor gozo y alegría y les atrajo del cielo mayor número de mejores bienes.


PUNTO SEGUNDO.

Isaías llama Espíritus a los dones del divino Consolador: y Santo Tomás les titula, soplo de siete formas, que mueve y atrae todas las virtudes. De la misma manera se expresa San Antonio cuando dice: el espíritu de temor echa al de soberbia; el de piedad al de envidia; el de ciencia al de ira; el de consejo al de codicia; el de fortaleza vence al de pereza: el de inteligencia modera la gula y el de sabiduría refrena la lujuria. Considera, bien, cristiano, cómo estos espíritus viciosos, son, comúnmente, la causa de nuestro tedio, de nuestros remordimientos y de las congojas de nuestras pobrecitas almas; y que sólo hallamos consuelo y socorro invocando fervorosamente a los espíritus del bien, que son los dones del Espíritu Santo, el que nos conforta, en Él lo podemos todo, como nos dice el Apóstol San Pablo. Y ¿quién pasó tantas tribulaciones por mar y tierra como ese santo que así nos habla?


PUNTO TERCERO.


Considera, en tercer lugar, cuan a menudo nos confundimos, los hijos de Eva, al obstinarnos en seguir el impulso de la propia voluntad. La voz del divino Espíritu y el ángel de nuestra guarda nos amonestan interiormente a fin de que nos abstengamos de gustar las frutas prohibidas, esto es: los goces ilícitos, el rencor, la murmuración, el orgullo, la vanidad y la vanagloria; mas nosotros no cesamos de mirarlas, dando oídos al tentador y acallando la voz de la conciencia: resultado, que comemos aquellas frutas y participamos de ellas a los demás, pero pronto experimentamos la desnudez de la gracia, quedamos turbados, tristes y pesarosos. Muy diferente es, por cierto, la norma de las almas justas y que temen a Dios: renuncian, desde luego, la voluntad propia; se miran como inferiores a los demás, cierran las puertas a los sentidos y moderan los ímpetus de las pasiones, invocando la presencia de Dios y la Gracia del Espíritu Santo. ¿Por qué, pues, no he de hacer lo mismo que las almas buenas, que me sirven de ejemplo y viven en paz aún en medio de las borrascas?


ORACIÓN:


¡Oh Espíritu consolador! heme aquí, triste y desconsolada mi alma. Busco la paz entre las criaturas y no la hallo, entre las diversiones de los mundanos y bienes terrenos y tampoco la alcanzo, porque veo que todo pasa como la sombra y que todo lo he de dejar. ¡Ah, cuan necio soy, triste de mí, y falto de entendimiento! Pero, Señor, os diré con San Pablo ¿qué queréis que yo haga, tan falto de virtudes como ciego del alma? El bien que quiero hacer no lo hago, ni evito el mal que evitar quisiera porque mi propia voluntad me desvía de la senda que vos, Señor, me habéis trazado y sigo por otra llena de escollos y precipicios y por donde los espíritus del mal me asaltan a cada paso. ¿Quién, pues, me abrirá los ojos, me dará la gracia y la paz en mi alma? ¡Vos, oh Espíritu consolador! Vos podéis concederme ese gran beneficio. Hacedlo, pues, así os lo ruego por intercesión de vuestra divina Esposa: iluminad mi entendimiento, guiad mi alma para que yo haga siempre vuestra divina voluntad y no la mía y así hallaré la paz. Amén.

ü Se rezarán aquí tres Padrenuestros y Avemarías, en honor de la Santísima Trinidad, y tres veces Santo, Santo, Santo y divino Espíritu, Dios Inmortal.

ü Y se responderá: Líbranos siempre de todo mal.



ORACIÓN A MARÍA SANTÍSIMA.


¡Virgen, Madre y Reina mía! Miradme a vuestras plantas como el hijo más triste y desconsolado; obstinado en hacer mi propia voluntad y terco en mis caprichos, he perdido la paz de mi alma y no hallo tranquilidad. A Vos acudo, que sois el consuelo del afligido. Alcanzad me de vuestro divino Esposo la gracia de los siete dones, en particular el de entendimiento, con que yo sepa vencer mi propia voluntad y ajustarla a la divina. Así en algo os deseo imitar a Vos, y hallaré la paz y el consuelo del divino Espíritu consolador, y de que tanto necesito. Amén.

ü Se reza una Salve, tres Avemarías y Gloria.

ü Jaculatoria:
V-— ¡Oh María concebida sin pecado!
R. —Rogad por nosotros que recurrimos a Vos!





QUINTO DÍA.


ACTO DE CONTRICIÓN COMO EL PRIMER DÍA.
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