martes, 24 de abril de 2018

MATER DIVÍNAE GRÁTIAE.





MADRE DE LA DIVINA GRACIA.


Adeamus ad thronum gratiœ- Hebr. 4.
Acerquémonos al trono de la gracia.


CONSIDERACION I.

   Representémonos a María Santísima como Madre de la Divina gracia, a manera de una hermosísima fuente rebosando por todas partes, como que según la salutación angélica, está llena de gracia, y de sí en cierto modo puede decir: en mi está toda la gracia, porque así como el mar abunda de aguas, según hemos explicado antes, así María que se deriva AMARÍ, del mar, abunda de gracias: y aun mas así como todos los ríos corren a el mar, así todas las gracias que se hallan dispersas en Ángeles y Santos, se congregan en María.


CONSIDERACION II.

   Pero ¿de dónde o en qué modo adquirió María tantas gracias? Fácil es la impuesta a tal pregunta. Conviene a saber; que así como una grande suma de dinero produce grandes réditos, por los cuales la misma suma crece siempre más y más; así María Santísima que en el principio de su vida obtuvo ya más y mayores gracias que todos los Santos, en el fin de ella y habiendo cooperado siempre a dichas gracias, fue casi infinito el aumento que logró multiplicándolas siempre por una especie de sagrada usura. Agréguese a esto que el Divino Padre a su Hija, el Divino Hijo a su Madre ¡y finalmente! El Divino Espíritu a su Esposa, siempre la han colmado de nuevas gracias.


CONSIDERACION III.

   Finalmente, de todo lo dicho hasta aquí, resulta a los hombres el mayor consuelo; pues así como una fuente llena de aguas fácilmente derrama como el mar que por la copia de ellas se difunde en grandes ríos; así María como fuente y mar de gracias nos da abundantemente sus favores. Por lo que si no nos atrevemos a suplicar al mismo Dios, imitemos a los Israelitas que de mejor gana hablaban con el Señor por medio de Moisés que por sí mismos; y según el texto citado arriba: lleguémonos al trono de la gracia, conviene a saber al trono del Señor que es María llena de gracia.


ORACIÓN.

¡Oh María! Yo hombre miserabilísimo y grandísimo pecador ya casi empiezo a desesperar por mis maldades y delitos cometidos; pero por esto mismo que empiezo a desesperar determiné arrojarme al mar; conviene a saber a ti ¡oh María! Mar dé las gracias ¡Feliz yo! si todo me sumergiere en este mar de gracias, pues mi alma por el segurísimamente saldrá nadando al puerto de la salud: ¡O María!

Madre de la Divina gracia ruega por nosotros.



P. FRANCISCO JAVIER DORNN
DEAN Y PREDICADOR DE PRIDBER
(1834).   

LA DEVOCIÓN AL CORAZÓN INMACULADO A TRAVÉS DE LOS SIGLOS.





   La devoción al Corazón Inmaculado de María no apareció súbitamente en Fátima en 1917. El mensaje de Fátima es la coronación de una piedad cuyo fundamento se encuentra en la Sagrada Escritura, que no ha dejado de desarrollarse a lo largo de la historia, y que está en el corazón de la espiritualidad católica. Esto es lo que mostrarán las líneas que siguen.

Fundamentos en la sagrada escritura

   La palabra “corazón”, que se encuentra cerca de un millar de veces en la Biblia, tiene en hebreo un sentido mucho más vasto que en francés. No significa solamente ese músculo que es un órgano vital de nuestro cuerpo, o incluso nuestra afectividad, sino que designa también nuestra inteligencia con sus facultades (memoria, razonamiento, decisiones), y, de manera más general, el alma humana en todas sus potencias.

   Veamos en primer lugar los anuncios o figuras del corazón de Nuestra Señora en el Antiguo Testamento, tales como el Espíritu Santo los hizo discernir a los Padres de la Iglesia y a los escritores eclesiásticos, y tales como San Juan Eudes los menciona en su obra sobre el Corazón de María.

   En el Antiguo Testamento Se puede citar el salmo 44, que la Iglesia hace recitar a los sacerdotes y religiosos en los maitines del miércoles. Ese salmo, que significa ante todo las bodas místicas de Israel con su Dios, ha sido aplicado por la Tradición a la santa Iglesia y también a la santa Virgen María:

    — el Rey (Nuestro Señor) está prendado de su belleza: concupiscet Rex decorem tuum (v. 12);
    — toda su gloria está en el interior, en su alma: omnis gloria ejus ab intus (v.13);
    — los pueblos la alabarán eternamente: populi confitebuntur tibi in aeternum (v. 18);

   Destaquemos también estas palabras del Eclesiástico (24, 24) introducidas en la liturgia: Ego Mater pulchrae dillectionis et timoris et agnitionis et sanctae spei (Yo soy la Madre del amor hermoso, y del temor, y de la sabiduría y de la santa esperanza).

   Y no hay que olvidar el Cantar de los cantares, que san Juan Eudes llama “El libro del corazón virginal y de los celestes amores de la Madre del amor hermoso. Es un libro enteramente lleno de divinas sentencias que nos anuncian que ese corazón incomparable está completamente abrasado de amor hacia Dios y completamente lleno de caridad hacia nosotros”. El santo comenta nueve de sus sentencias, aplicándolas a la Virgen María.





En el Nuevo Testamento

   Las primeras menciones explícitas del Corazón de María se encuentran en el Evangelio de san Lucas:

   — una primera vez después del pasaje de la adoración de los pastores: “María autem conservabat omnia verba haec, conferens in corde suo”: María conservaba todas estas cosas –o todos estos recuerdos- meditándolas en su corazón (Lc 2, 19);
   — una segunda vez después del hallazgo de Jesús en el Templo: “Mater ejus conservabat omnia verba haec in corde suo”: Su Madre conservaba todas estas cosas en su corazón (Lc 2, 51).

   El padre Marc Trémeau O.P., en Le mystère du rosaire, hace interesantes observaciones a propósito de estos dos versículos. Advierte ante todo que verba viene del hebreo dabar, que significa a la vez “palabra” y “cosa”: la santa Virgen no se acuerda solamente de lo que ha escuchado, sino también de todos los hechos de los que ha sido testigo. La palabra conferens, si se recurre a los verbos hebreos HGH y SYH que son el substrato semítico, es de muy rica significación: quiere decir a la vez murmurar, repetir, rememorar, meditar, interesarse, reflexionar. El abate Fillion dice acertadamente a este respecto: “Admirable reflexión, que nos lleva a leer en lo más íntimo del corazón de María. Ella comparaba lo que veía y escuchaba con las anteriores revelaciones que había recibido, y adoraba las maravillas del plan divino”. Esos dos versículos de san Lucas, por tanto, ya nos introducen profundamente en el Corazón de María.

   El corazón significa, en el lenguaje bíblico, el alma humana en todas sus facultades. Cada vez que el texto sagrado habla del alma de María, lo que dice puede ser en consecuencia aplicado a su corazón. Para conocer mejor el corazón de María, cabe entonces señalar todas las menciones de su alma en la Sagrada Escritura.

   Mencionemos, siempre en San Lucas:

   — la palabra del ángel en la Anunciación: “Ave gratia plena, Dominus tecum”: Salve llena de gracia, el Señor es contigo (Lc 1, 18). Aquí se ve la plenitud de gracia de la Virgen María. Es su Corazón Inmaculado.
   — la respuesta de Nuestra Señora: “Quomodo fiet istud, quoniam virum non cognosco? (…) Ecce ancilla domini, fiat mihi secundum verbum tuum”: ¿Cómo será eso, pues no conozco varón? (…) Yo soy la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra (Lc 1, 34-38). Aquí tenemos la virginidad del Corazón de María y la plena sumisión de la Madre de Dios a la voluntad de su creador.
   — el episodio de la Visitación: “Abiit in montana cum festinatione. (…) Ecce enim ut factaest vox salutationis tuae in auribus meis, exsultavit in Gaudio infans in utero meo”: Ella (Nuestra Señora) partió apresuradamente hacia la montaña. (...) Pues desde el mismo instante en que tu saludo sonó en mis oídos, el hijo saltó de gozo en mi seno (Lc 1, 39-44). Aquí está la caridad del Corazón de María y su mediación.
   — el Magnificat (LC 1, 46-55), que es, según la expresión de San Juan Eudes, el “cántico del Corazón de la Santísima Virgen”, nos revela su profunda humildad.
   — las palabras del anciano Simeón cuando la presentación del Niño Jesús en el Templo: “Et tuam ipsius animam doloris gladius pertransibit”: Una espada de dolor traspasará tu alma (Lc 2, 35). Es el Corazón Doloroso de la Corredentora.


   Se puede decir que los dos primeros capítulos del Evangelio según San Lucas contienen en substancia toda la teología de la devoción al Corazón Inmaculado de María.
   San Juan, al relatar la tercera palabra de Nuestro Señor en la cruz (Ecce Mater tua, he ahí a tu madre, Jn 19, 27), agrega la maternidad espiritual del Corazón de María.


   De lo que acabamos de ver, se puede ya concluir que:

   — el Corazón de María es ante todo el corazón físico, corporal, de la Santísima Virgen, cuya dignidad procede del hecho de estar animado por el alma incomparable de la Santísima Virgen que lo hace latir de amor por Dios y por nosotros;
   — más profundamente, el Corazón de María representa lo que San Juan Eudes llamará su corazón espiritual, es decir, toda la vida interior de Nuestra Señora, y especialmente su vida de unión con la Santa Trinidad y con su divino Hijo. La Santísima Virgen fue la primera en participar del amor del Corazón de Jesús, Ella es el modelo de la perfecta devoción al Sagrado Corazón.



La devoción al Corazón de María en los Padres de la Iglesia

   Estamos obligados a limitarnos. Citaremos a San Agustín, San León Magno, San Juan Damasceno y San Bernardo.


San Agustín

   El texto de San Agustín habitualmente citado a propósito del Corazón de María se encuentra en su tratado de la virginidad, en el capítulo tres:
    “A quien le decía: ‘Bienaventurado el seno que te llevó’, Cristo mismo le respondió: ‘Bienaventurados más bien los que escuchan la palabra de Dios y la practican’ (Lc 11, 27-28). A fin de cuentas, a sus hermanos, es decir, a sus prójimos según la carne, que no creyeron en él, ¿de qué les sirvió ese parentesco? Del mismo modo, el vínculo maternal no habría servido de nada a María si ella no hubiera sido más bienaventurada por llevar a Cristo en su corazón que en su carne”.

   San Agustín nos enseña aquí que es sobre todo el Corazón de María el que ha concebido a Nuestro Señor, en la medida en que su alma ha correspondido perfectamente al designio de Dios sobre ella, y así ha permitido al Verbo de Dios encarnarse en su cuerpo. Comentando todavía a San Lucas (1, 45), escribe asimismo:
   “La Virgen María, creyendo, creyó en Él (Nuestro Señor); creyendo, lo concibió. (…) Totalmente llena de fe, ella concibió a Cristo en su espíritu antes de concebirlo en su seno. Yo soy, dijo, la esclava del Señor”.

SAN AGUSTÍN Y LA VIRGEN MARÍA


San León Magno

   El papa San León retoma la misma idea en uno de sus célebres sermones sobre la natividad de Nuestro Señor, apoyándose sobre el mismo pasaje de San Lucas (1,45):

   “De la raza de David es elegida una Virgen de sangre real que, llamada a llevar un retoño sagrado, concebirá en su espíritu antes que en su cuerpo esa divina y humana descendencia”.



San Juan Damasceno

   San Juan Damasceno, por su parte, celebra la pureza del Corazón de María:

   “Tu corazón es de una pureza sin mancha: no vive más que de la contemplación y del amor de Dios”. Además, ve en la hoguera de Babilonia una figura del corazón de Nuestra Señora: “¿No era a ti a quien esa hoguera representaba? Y el fuego ardiente y refrescante del que estaba llena, ¿no es la imagen del amor ardiente con que tu corazón estaba completamente abrasado?”.






sábado, 21 de abril de 2018

“LA VERDADERA HISTORIA DE FÁTIMA”





Una narración completa de las Apariciones de Fátima. 

Contada por el Padre  John de Marchi, I.M.C. 



Capítulo XI: Francisco conduce el camino



    Lo que a menudo pasan por alto aquellos que ahora leen acerca de Fátima es que, a lo largo de muchos años, no se dio nada a conocer acerca del contenido de las revelaciones descritas en las páginas anteriores. Los tres pastorcitos comunicaban apenas la petición urgente de oración y penitencia, y la promesa de un milagro. Después de la primera aparición de Nuestra Señora, se prometieron uno al otro mantenerla en sigilo por miedo de ser ridiculizados. Pero porque el Mensaje de Fátima fue destinado por Nuestra Señora no sólo a los niños sino a todo el mundo, Dios se sirvió del entusiasmo de Jacinta para darlo a conocer al mundo. Sin embargo, después de la segunda aparición, la del 13 de junio, su discreción era de un carácter diferente. Como Lucía escribe en sus memorias, “He aquí…a lo que nos referíamos (antes de la aparición del 13 de julio) cuando decíamos que Nuestra Señora nos había revelado (la reparación al Inmaculado Corazón). Nuestra Señora no nos mandó aún, esta vez, guardar el secreto (esta revelación); pero sentíamos que Dios nos movía a eso”. (Memorias, 8 de diciembre de 1941). La inclinación de los pastorcitos de guardarla en secreto fue confirmada por Nuestra Señora cuando en 13 de julio les decía lo que Lucía llamó y lo que se conoce como el Secreto propio. Sólo después de muchos años se daba a conocer por Lucía parte alguna de la sustancia de esta revelación secreta; y hasta la fecha hay palabras importantes habladas por Nuestra Señora que permanecen sin divulgarse.


   Después de la última aparición del 13 de octubre de 1917, los tres pastorcitos intentaron volver a su vida rutinaria y normal; Francisco y Jacinta esperando el día en el que María Santísima viniese para llevarlos al Cielo; Lucía, dentro de poco, para empezar su trabajo de difundir la devoción y el amor del Inmaculado Corazón de María. Sin embargo, de ahora en adelante eran niños señalados, tanto por los hombres como por Dios. La gente se apresuraba a verlos y hablarles. Los pobres y los ricos, y hasta sacerdotes venían a indagar por milésima vez con todo tipo de preguntas. Pero las respuestas que daban eran siempre las mismas. La inocencia, seriedad y simplicidad de los tres eran prueba sólida de su honestidad total en la mente tanto de eruditos como de analfabetos. Verlos era creer en ellos.


   Francisco siempre atestiguaba que no había oído hablar a Nuestra Señora, pero que La había visto y que Su belleza radiante le cegaba los ojos. Jacinta sabía algo más, pero confesaba ingenuamente que a veces no oía bien a la Virgen, que muchas cosas las había ya olvidado, y que los fieles debían preguntar a Lucía si querían saber cómo habían sucedido. Lucía repetía mil veces la misma historia, cada vez con las mismas palabras; pero a menudo la gente pretendía hacerle revelar el secreto de las revelaciones. Y era entonces cuando Lucía y Jacinta se mantenían calladas, a veces hasta el punto de mostrarse como si fuesen mal educadas. Cuando venían sacerdotes y trataban de arrancarles el secreto, los niños se quedaban terriblemente confundidos y tristes. No querían ser descorteces con los representantes de Nuestro Señor, no obstante, se sentían obligados a guardar el secreto.


   La Virgen Santísima les ayudó en su dilema. El Rvdo. Faustino Ferreira, párroco de la aldea vecina y decano del distrito, se reunió con ellos durante una de sus visitas oficiales, y de ahora en adelante, cuántas veces venía a Fátima, no dejaba de hablar con ellos. Los pastorcitos estaban muy atraídos por este sacerdote porque se sentían libres de indagarle con todas las preguntas que quisiesen. Lo amaban por sus maneras amables, y con lealtad seguían sus consejos. Nunca estaba demasiado ocupado para atenderlos, y los tranquilizaba acerca de todo. Se daba cuenta muy bien de que no era tanto sus palabras las que les influenciaba, sino la Madre de Dios. Era Ella la artista, moldeando mansa y firmemente sus almas según el modelo de Su Primogénito, el Niño Jesús.


   Nuestra Señora había comunicado a Francisco, a través de Lucía, que lo llevaría al Cielo pronto, pero que debería rezar muchos Rosarios. Nunca se olvidaba de estas palabras y como San Doménico, llegó a ser un verdadero apóstol del Rosario. No le interesaba ninguna cosa en la vida sino cumplir esta petición de Nuestra Señora del Rosario. Cierto día, dos señoras bondadosas se entretuvieron con él en su casa, preguntándole sobre la carrera que desearía abrazar cuando fuese hombre.

   ¿“Quiere ser carpintero”?
   “No señora”.
   ¿“Quieres ser militar”?
   “No señora”.
    “Y doctor, ¿no te gustaría”?
   “Tampoco”.
   “Ya sé yo lo que te gustaría ser… ¡Ser sacerdote! ¡Decir misa! ¡Predicar en la Iglesia!
   ¡Confesar a la gente! ¿No”?
   “No, señora, tampoco quiero ser sacerdote”.
   ¿“Entonces qué quieres ser”?
   ¡“No quiero ser nada”! ¡Quiero morirme e ir al Cielo”!
  
El padre de Francisco que estaba presente en el interrogatorio, lo comentaba así:
   “Este ¡sí, que es el deseo verdadero de su corazón”!
   Francisco, en aquel entonces, solía estar separado de Lucía y de Jacinta después de llegar a los pastos. Cada vez más parecía querer meditar en todo lo que Nuestra Señora les había dicho. “Me gusta mucho – decía después – ver al Ángel y aún más a Nuestra Señora, pero lo que más me gusta es ver a Nuestro Señor en aquella luz que la Virgen nos puso en el corazón. Gusto mucho de Dios, pero Él está muy triste a causa de tantos pecados. No debemos cometer ni el más pequeño pecado”.

miércoles, 18 de abril de 2018

El ROSAL DE NUESTRA SEÑORA: SEGUNDO MISTERIO GLORIOSO




“LA ASCENSION DEL SEÑOR”


   Nuestro Señor se apareció a sus discípulos durante 40 días, “instruyéndolos en las cosas del Reino de Dios”, dice el Evangelio. Los Evangelistas narran 10 apariciones de Jesucristo; pero dicen expresamente que hubo además otras.
   Cristo se aparecía amoroso y amable, sin ningún cambio en su modo de ser. Apareció primero de todo, en el mismo instante de resucitar, a su Santísima Madre María; pues aunque el Evangelio no lo dice, el Evangelio supone que tenemos entendimiento — dice enérgicamente san Ignacio de Loyola. 


   Se aparecía para consolar y alegrar a sus amigos; pero cada vez hizo algo importante: instituyó el Sacramento de la Penitencia el mismo Domingo de Pascua al atardecer; explicó el sentido de las profecías a los discípulos de Emaús; perdonó y restauró el crédito a san Pedro, confirmándolo como jefe de la Iglesia junto al lago de libertades; y finalmente antes de Su Ascensión, promulgó solemnemente la misión de la Iglesia, nombrando expresamente las tres personas de la Santísima Trinidad: “Id y enseñad a todas las gentes; bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo: el que creyere y fuere bautizado será salvo; el que no creyere, será condenado”.

   Cristo aparecía a los suyos amable, risueño y hasta un poco juguetón. A la Magdalena apareció disfrazado, o sea, no con su aspecto habitual, la misma madrugada del domingo. Ella vagaba desconsolada por el jardín junto al sepulcro después que con las otras santas mujeres habían visto el sepulcro vacío y dos jóvenes vestidos de blanco que les dijeron:
   —“No busquéis a Jesús entre los muertos. Ha resucitado. Id a avisar a sus discípulos”.
   Se le apareció Cristo y ella creyó era el jardinero y le dijo: —“Si tú lo has sacado, dime dónde lo has puesto”.
   Jesús le dijo: —“María”.
   Ella lo reconoció y dijo: “Rabbonì”, que significa “Maestro mío”, y se echó a sus pies, con un gesto habitual en ella, que la hace reconocible en todo el Evangelio, aunque no esté su nombre a veces; como la “adúltera” del Templo o la “pecadora” de la cena en casa de Simón Leproso, o la María de la casa de Betania; según creemos.
   Cristo le dijo entonces una palabra que en nuestras Biblias traducidas suena ininteligible: “No me toques; porque todavía no he subido al Padre”. 


    Esto no tiene atadero. Pero es que la lengua latina no tiene (ni menos la castellana) un tiempo de verbo que los griegos llaman  “imperativo aoristo activo”. En el original griego del Evangelio, la frase de Cristo significa: “NO SIGAS tocándome es decir, besándome los pies, ‘ya basta; porque todavía, no subo al Padre, nos veremos otra vez, no es la última vez’”, para que no eternizara la escena, como suelen las mujeres; y fuera a cumplir su encargo de avisarle a Pedro, “y a mis hermanos”, dice Cristo; conforme a lo que había dicho antes de su Pasión; “ Ya no os llamaré siervos, sino amigos”.



   A los dos discípulos de Emaús apareció en aspecto de peregrino para dejarlos se desahogaran a sus anchas; en la ribera del mar de Tiberíades no lo reconocieron tampoco, hasta que sucedió la Segunda Pesca Milagrosa, y san Juan exclamó: “Es el Señor”, con lo cual san Pedro se ciñó los pantalones cortos que tenía para pescar e impetuosamente se echó a nadar; y viéndolo Jesús bracear, le predijo más tarde, luego que hubieron comido, la muerte de cruz que un día habría de sufrir “para glorificar al Señor”. Esta fue la penúltima visita de Cristo, que san Juan narra extensa y pintorescamente.



   La última fue el día de la Ascensión, en que caminó con ellos de Jerusalén al Monte de los Olivos, juntándose más y más discípulos en el camino, de modo que llegados a la cumbre había allí 500 personas, como nos anoticia san Pablo. Iba Jesús con su Santísima Madre al lado dándole las últimas instrucciones: que esperaran en Jerusalén la venida del Espíritu Santo y que después habían de ser sus testigos hasta los confines del mundo.
   Le preguntaron “¿Si será entonces que vas a restaurar el Reino de Israel?”
   Cristo en vez de reprenderlos por esa cabezuda idea de un triunfo mundanal de los judíos, les respondió mansamente; sin negar que el Reino Triunfante llegaría un día:
   “No os toca a vosotros saber los tiempos y momentos que el Padre reservó a su potestad. A vosotros os toca recibir al Espíritu de Dios y ser testigos míos en Jerusalén, en Judea y en todas las partes del mundo”.
   Después de lo cual les entregó el Mandato Magno Misionero:
    “Id y enseñad a todas las gentes”; los bendijo y comenzó a elevarse lentamente en el aire hasta que una nube-resplandeciente, lo ocultó a sus ojos. Y como ellos quedaran con los ojos fijos en aquel lugar del cielo, vieron de golpe dos personajes vestidos de nube que les dijeron:
   “Varones de Galilea ¿qué estáis allí mirando sin cesar al cielo? Sabed que este mismo Jesús que habéis visto subir al cielo, así algún día igualmente bajará del cielo”.


    “Esta última palabra de la Revelación de Cristo es muy importante: El Retorno de Cristo o la Segunda Venida está anunciada al principio, al medio y al fin del Evangelio y repetida muchas veces y de muchas maneras. Es una verdad de fe, como la Eucaristía o la Resurrección, está en el Credo. Sin esta verdad, la Revelación queda incompleta, la Redención del hombre queda trunca, las Profecías quedan muchas sin cumplir. Hoy día hay muchos hombres, algunos muy afamados, que dicen: ‘El Cristianismo ha fracasado, miren como está el mundo’. La respuesta sencilla es ésta: ‘Eso está por verse; el mundo todavía no ha acabado’. Cristo volverá otra vez, no ya a padecer y morir, sino a juzgar y reinar: sin eso su triunfo sobre el mal sería incompleto y el demonio podría decir: ‘Me habrán vencido en el otro mundo, pero en este mundo he vencido yo’. Si este mundo hubiese de durar millares y millares de años tal como está ahora, yo les concedería que el Cristianismo ha fracasado”. Pero eso no sucederá. El fundador del Cristianismo volverá; y volverá relativamente “pronto”: así lo dijo El mismo.

   “El fin del mundo no será el fin del mundo: será el fin de este mundo, lleno de abrojos y espinas. Dios tiene prometido a los suyos OTRO mundo, no solamente en el cielo, sino también aquí en la tierra”.

EN LA ASCENSION


¿Y dejas Pastor santo,
tu grey en este valle hondo, oscuro,
con soledad y llanto,
y tú, rompiendo el puro
aire, te vas al inmortal seguro?

Los antes bienhadados,
y los ágora tristes y afligidos,
a tus pechos criados,
de Ti desposeídos,
¿a dó convertirán ya sus sentidos?

¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro la hermosura,
que no les sea enojos?
Quién oyó tu dulzura
¿qué no tendrá por sordo y desventura?

Aqueste mar turbado
¿quién le pondrá ya freno? ¿Quién concierto
al viento fiero, airado?
Estando tú encubierto,
¿qué norte guiará la nave al puerto?

¡Ay! nube envidiosa,
aun de este breve gozo ¿qué te aquejas?
¿Dó vuelas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobres y cuán ciegos, ay, nos dejas!

FRAY LUIS DE LEON
(Siglo XVI)


A NUESTRA SEÑORA DE LOS BUENOS AIRES


Virgen que das el puerto de tus brazos
Virgen que das el puerto de tus ojos
tanto a la embarcación hecha pedazos
como a la voluntad hecha despojos;

que con tu nombre calmas las pasiones
y los desordenados movimientos
los movimientos de los corazones
y las pasiones de los elementos;

que con el nombre con que das la calma
diste comienzo a la ciudad querida
puesto que dar el nombre es dar el alma
puesto que dar el alma es dar la vida;

Virgen que favoreces nuestras cosas
con tus imploraciones insistentes
porque tus manos misericordiosas
cuando se juntan son omnipotentes;

Virgen que con tus manos aseguras
Virgen que con tus ojos iluminas
los derroteros y las singladuras
de las generaciones argentinas;

Nuestra Señora de los Buenos Aires
antes de que aparezca el Anticristo
pídele a Dios que funde a Buenos Aires
por vez tercera, pero en Jesucristo;

para que cuando caigan las estrellas
y la luna se apague con el viento,
y de la luz del sol no queden huellas
ni en la memoria ni en el firmamento;

para que cuando en forma decisiva
la Palabra de Dios nos interrogue;
para que cuando el rio de agua viva
nos apague la sed o nos ahogue;

para que cuando suene la trompeta
sobre la confusión de las campanas
y el demonio se quite la careta
y aparezca el Ladrón en las ventanas;

para que cuando vuelvan del olvido
todos los que disfrutan de sosiego
y este renacimiento prometido
sea para la luz o para el fuego;

para que cuando el río de la Plata
pueda llamarse el río de la Sangre,
y convertido en una catarata
el cielo moribundo se desangre;

para que cuando cese la discordia
para que cuando cese la codicia
para que cuando la Misericordia
dé paso finalmente a la Justicia;

para que cuando el tiempo se resuelva
en un hoy sin ayer y sin mañana
y el espacio de ahora se disuelva
en una dimensión ultramundana;

para que cuando todo esté marchito
las mujeres, los niños y los hombres
que nacieron aquí tengan escrito
en las frentes el nombre de los nombres;

y para que la bienaventurada
ciudad de Buenos Aires sobreviva
convertida en la parte más pablada
de la Jerusalén definitiva.

FRANCISCO LUIS BERNARDEZ
(Argentino - Siglo XX)                         



P. LEONARDO CASTELLANI

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