lunes, 20 de octubre de 2025

MES DE OCTUBRE CONSAGRADO A MARÍA A TRAVÉS DEL SANTO ROSARIO. DÍA 22.

 

El Tesoro del Alma en los Misterios del Santo Rosario. Por Soledad Arroyo (De la V. O. T. de Santo Domingo).

Madrid Imprenta de los hijos de Gómez Fuentenebro. Calle de Bordadores. —1909.

 

Nos el Doctor don José María Salvador y Barrera,

POR LA GRACIA DE DIOS Y DE LA SANTA SEDE APOSTÓLICA, OBISPO DE MADRID·ALCALÁ, CABALLERO GRAN CRUZ DE LA REAL Y DISTINGUIDA ORDEN DE ISABEL LA CATÓLICA, COMENDADOR DE LA DE CARLOS III, CONSEJERO DE INSTRUCCIÓN PÚBLICA, CAPELLÁN DE HONOR DE S., M., SU PREDICADOR Y DE SU CONSEJO, ETC., ETC.

   HACEMOS SABER: Que venimos en conceder y por el presente concedemos licencia para que pueda imprimirse y publicarse en esta Diócesis el libro titulado EL TESORO DEL ALMA EN LOS QUINCE MISTERIOS DEL ROSARIO, Ó EL MES DE OCTUBRE CONSAGRADO A MARÍA, Y LOS QUINCE SABADOS DEL ROSARIO, por Soledad Arroyo, mediante que de nuestra orden ha sido leído y examinado, y según la censura, nada contiene que no se halle en perfecta armonía con los dogmas y enseñanzas de la Iglesia Católica.

 

   En testimonio de lo cual, expedimos el presente, rubricado de nuestra mano, sellado con el mayor de nuestras armas, y refrendado por nuestro Secretario de Cámara y Gobierno en Madrid a 8 de Marzo de 1909. José María, Obispo de Madrid - Alcalá. Por mandado de S. E. I., el Obispo mi Señor, Dr. Luis Pérez, Secretario.

 

Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.

 

ACTO DE CONTRICIÓN.

 

   Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Criador y Redentor mío, por ser vos quien sois, y porque os amo sobre todas las cosas, a mí me pesa, pésame Señor, de todo corazón de haberos ofendido; y propongo firmemente de nunca más pecar, de apartarme de todas las ocasiones de ofenderos, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta, restituir y satisfacer, si algo debiere; y por vuestro amor perdono a todos mis enemigos; ofrezcoos mi vida, Obras y trabajos en satisfacción de todos mis pecados: así como os lo suplico, asi confío en vuestra bondad y misericordia infinita me los perdonareis por los méritos de vuestra preciosísima sangre, pasión y muerte, y me daréis gracia para enmendarme y perseverar en vuestro santo servicio hasta la muerte. Amén.



 ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS



   Reina del santísimo Rosario, dulcísima Madre de nuestras almas: aquí tenéis a vuestros hijos que, confusos y arrepentidos de sus miserias, fatigados por las tribulaciones de la vida, y confiando en vuestra maternal protección, vienen a postrarse ante vuestro altar en este mes consagrado a honraros por el supremo Jerarca de la Iglesia.


   ¡Oh Madre amorosísima! Nosotros queremos obsequiaros dedicándoos estos breves momentos con toda la efusión de nuestras almas. Acogednos bajo las alas de vuestro maternal amparo, cubridnos con vuestro manto y atraednos bondadosa a vuestro purísimo Corazón, depósito de celestiales gracias.

   Dejaos rodear de vuestros hijos, que están pendientes de vuestros labros. Hablad, Madre querida, para que oyéndoos sumisos y poniendo en práctica las santas inspiraciones que cual maternales consejos os dignéis concedernos durante este bendito mes, logremos la dicha de vivir cumpliendo con perfección la santísima voluntad de vuestro Divino Hijo, creciendo en todo momento su amor en nuestros corazones, para que logremos la dicha de alabarle con Vos eternamente en la Gloria. Amén.



DÍA VIGÉSIMO SEGUNDO —22 de octubre.

 

Primera consideración sobre el quinto: Misterio doloroso.

 

De la virtud de la obediencia.

  

   Hagamos esta consideración a la sombra del árbol de vida de la Cruz, regado con la preciosísima Sangre de nuestro Divino Redentor, que gran fruto espiritual podremos sacar, si contemplamos debidamente las sublimes lecciones y admirables ejemplos que nos ofrece el Divino Maestro, sirviéndole de cátedra esa Cruz. ¡Ojalá supiésemos comprender todas las virtudes que desde ella nos predica, y que con el fervor de esta contemplación nos lanzásemos a practicarlas con denuedo!

 

   Pero entre todas estas virtudes de que nos da ejemplo, vamos a fijarnos solamente en la virtud de la obediencia. Sí; Jesús obedece. Ese Dios Omnipotente que sostiene con su dedo la inmensa bóveda del firmamento, obedece. ¡Qué confusión para el vil gusanillo que no quiere obedecer a Dios en la persona de sus superiores! Pero lo que más asombra es considerar a quién obedece. Esta lección sí que debemos meditarla atentamente, si por desgracia juzgamos que la obediencia obliga sólo en relación con la virtud y la prudencia de nuestros superiores. Jesús obedece, pero no a hombres prudentes, sabios y caritativos, sino que obedece a inicuos jueces, a sentencias formuladas contra toda justicia y a inhumanos verdugos que se burlan ferozmente de la inocente Víctima que van a sacrificar. ¿Y en qué obedece? ¿Pensará Jesús si es demasiado penosa la obediencia, o si está dictada por la prudencia o la caridad? No Obedece sin examen, presentando sus pies y manos sacratísimos para que viles clavos les traspasen cruelísimamente, y ni una queja, ni una repulsa, ni una objeción siquiera, se escapa de sus divinos labios al escuchar las órdenes inhumanas de aquellos soeces verdugos, a quienes obedece el Supremo Hacedor con la mayor sumisión y mansedumbre. ¡Ah! ¡Cuán sublime ejemplo y soberano remedio para nuestro orgullo nos ofrece, en esta admirabilísima obediencia, nuestro Divino Redentor!

 

   Es la virtud de la obediencia la que, por decirlo así, avalora todas nuestras obras, y reduce todos nuestros deberes a no solo, que es obedecer; según en el Diálogo de Santa Catalina lo manifestó el Señor a la Santa, diciendo de esta virtud: “¡Oh cuán dulce y gloriosa es la virtud de la obediencia, por la cual existen todas las demás virtudes, pues nace de la caridad! Sobre ella está fundada la piedra de la santa fe; y es como una reina majestuosa. El que la posee tiene todos los bienes, y no experimentará mal alguno. Todos sus días son colmados de paz y reposo, y no llegan a él las olas irritadas del mar tempestuoso del mundo. El centro de su alma es inexpugnable a la pasión del odio, aun cuando se le injurie, porque quiere obedecer y sabe que está ordenado el perdón. No siente amargura cuando no son satisfechos todos sus deseos, porque la obediencia hace que no desee realmente más que a Mí, que puedo, sé y quiero satisfacer todos sus deseos. Se ha apartado de todas las alegrías mundanas, y encuentra en todas las cosas una dichosa paz. Nadie puede entrar en la vida eterna sin la obediencia; pues ella es la llave que abre la puerta del Paraíso, cerrada por la desobediencia de Adán”.

 

   Bien podremos comprender por lo dicho la necesidad y excelencia de la virtud de la obediencia; pero no olvidemos que nuestra obediencia ha de ser inspirada en motivos sobrenaturales, y que no debemos fijarnos nunca en la personalidad de los superiores, sino en su autoridad, que se deriva de la del mismo Dios, a quien obedecemos en ellos. Por lo tanto, poco importa para obedecer que sean, o nos parezcan, más o menos virtuosos y prudentes; lo que interesa es obedecer con rendimiento de juicio y prontitud en cuanto nos manden, no siendo pecado. Nada perjudicará tampoco a nuestra obediencia que esto sea más o menos acertado, pues, aunque ellos erraran en lo que nos mandan, nosotros siempre acertaremos obedeciendo, pudiendo ser más meritoria la obediencia a medida que sea menos prudente el mandato; y muchas veces se ha servido el Señor, para perfeccionar esta virtud, de superiores poco idóneos y prudentes.

 

   No dejaremos de recordar aquí el consejo que Santa Teresa da a las personas que quieran seguir camino de perfección en el mundo, diciéndolas, que deben sujetarse por completo a la obediencia de un buen director. Consejo importantísimo, en verdad, pues siguiéndole se camina rápida y seguramente a la perfección. Pero este sacrificio de la propia voluntad ha de hacerse generosa y completamente, entregándose sin reserva en manos de la obediencia, cueste lo que cueste, y renunciando para siempre a la propia voluntad; y de este modo practicaremos con gran mérito la obediencia, según se lee en el citado Diálogo de Santa Catalina: «Hay personas —dijo el Señor a la Santa que no están incorporadas a una Orden religiosa, y que sin embargo están en la barca de la perfección. Estas son las que observan los consejos sin ser religiosos, y que renuncian real y espiritualmente las riquezas y pompas del mundo, guardan la castidad, sea en el estado de virginidad, sea en el perfume de la continencia, y observan la obediencia sometiéndose a una persona, a la cual se esfuerzan en obedecer perfectamente hasta la muerte. Si tú me preguntas quién tiene más mérito, si los que obedecen de este modo, o los que están en una Orden, te responderé que el mérito de la obediencia no se mide por los actos, por el lugar, o por la persona, que puede ser buena o mala, seglar o religiosa. El mérito de la obediencia está en el amor del que obedece, y este amor es la medida de la recompensa”.

 

EJEMPLO


   El Beato Fr. Gabriel de Ancona, siendo Guardián de una casa de la Observancia, había mandado a un novicio que todos los días rezase una parte del Rosario a la Santísima Virgen antes de comer; el cual un día, por ocupaciones de la obediencia, se olvidó de rezarla. El Guardián, inspirado por Dios, preguntó al novicio si la había rezado aquel día, y como le respondiese que no, le reprendió muy ásperamente y le mandó levantar de la mesa, y que luego se fuese a rezarla. El novicio obedeció, arrodillándose ante el altar mayor. De allí a poco, mandó el Guardián al que servía la mesa, que fuese a mirar lo que hacía el novicio, y acechándole por la puerta, vio un ángel sobre la cabeza del novicio, que devotamente oraba, el cual ponía diez rosas y un lirio de oro en un hilo, y embebido en esta visión y consolación, no se acordó de volver a dar respuesta al Guardián, el cual envió otro de los que servían, y después otro; y viendo que ninguno volvía, fué él mismo con todos los frailes, y vieron aquella angélica aparición. Cuando el novicio terminó, el ángel ató el hilo, e hizo una guirnalda de rosas y lirios, la puso sobre la cabeza del novicio, y desapareció. De esta aparición quedó una maravillosa señal; que en el lugar donde el novicio hacía oración, se sintió por algunos años muy suave olor a rosas y lirios. El novicio perseveró en su devoción y no mucho tiempo después, pasó de ésta a la otra; vida.

(Martínez de la Parra.)

 

SANTOS Y REYES DEVOTOS DEL ROSARIO

 

   San Luis Gonzaga fué tan devoto del Santísimo Rosario, que confesaba deber su vocación religiosa a esta devoción. (Revista del Rosario)

 

   Fernando I de Aragón fundó la orden de caballeros de las Azucenas, que llevaban como blasón la imágen de la Virgen bajo la advocación del Rosario; y a los cuales impuso la obligación de rezarle todos los días(P. Alvarez.)


ELOGIOS PONTIFICIOS DEL ROSARIO


Al Rosario se debe la salud de los fieles. (Clemente VIII.)


OBSEQUIO

 

   El obsequio a la Santísima Virgen para este día, y lo mismo para todos los del mes será redoblar en cada uno de ellos el fervor en la recitación del Santo Rosario, y la atención en la meditación de sus misterios. También se podrá ofrecer a la Santísima Virgen como obsequio, los actos de piedad que inspire a cada uno su devoción.

 

 

SÚPLICAS Á LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.

 

 

   Os saludamos, Virgen Santísima, Hija de Dios Padre, bendiciendo a Dios, que os preservó de toda mancha en vuestra Inmaculada Concepción. Por tan excelsa prerrogativa os rogamos nos concedáis pureza de alma y cuerpo, y que nuestras conciencias estén siempre libres, no sólo del pecado mortal, sino también de toda voluntaria falta é imperfección. (Avemaría).

 

   Os saludamos, Virgen Santísima, Madre de Dios Hijo, bendiciendo a Dios, que os concedió el privilegio de unir la virginidad a la maternidad divina. Por tan singular beneficio os rogamos que nos concedáis la gracia de vivir cumpliendo nuestras respectivas obligaciones, sin apartarnos nunca de la presencia de Dios, dirigiendo a su gloria y ofreciendo, por su amor hasta nuestro más leve movimiento, santificando, así todas nuestras obras. (Avemaría).

 

   Os saludamos, Virgen santísima, Esposa de Dios Espíritu Santo, bendiciendo a Dios por la gracia que os concedió en vuestra Asunción, glorificándoos en alma y cuerpo. Por tan portentosa gracia os rogamos nos alcancéis la de una muerte preciosa a los ojos del Señor y que nos consoléis bondadosa en aquellos supremos momentos, para que, confiados en vuestro poderoso auxilio, resistamos a los combates del enemigo y muramos dulcemente reclinados en vuestros amantes brazos. (Avemaría).

 

 

ORACIÓN FINAL

 

 

   ¡Oh Virgen Santísima del Rosario, Madre de Dios, Reina del cielo, consuelo del mundo y terror del infierno! ¡Oh encanto suavísimo de nuestras almas, refugio en nuestras necesidades, consuelo en nuestras penas, desalientos y pruebas! A Vos llegamos con filial confianza para depositar en vuestro tiernísimo Corazón todas nuestras necesidades, deseos, temores, tribulaciones y empresas. Vos, Madre mía, lo conocéis todo y omnipotente por gracia, podéis remediarnos. Vos nos amáis, Madre querida, y queréis todo nuestro bien. ¡Ah y cuán consolador es saber que no hay dolor para el que no nos ofrezcáis alivio, ni situación para la que no haya misericordia en vuestro amante Corazón! Por esto nos arrojamos confiadamente en vuestros brazos, esperando vuestro amparo maternal. Somos vuestros hijos, aunque indignos por nuestras miserias y por la ingratitud con qué hemos correspondido a vuestros maternales. favores. Pero una vez más, perdonadnos, oíd nuestras súplicas y despachadlas favorablemente. Haced, Madre querida, que no olvidemos las saludables enseñanzas que se desprenden de la consideración de los misterios del santo Rosario, ni las inspiraciones que durante ella nos habéis concedido, para que, imitándoos como buenos hijos, durante el destierro de la vida, merezcamos la dicha de vivir con Vos en las alegrías de la patria bienaventurada, alabando y bendiciendo al Señor por los siglos de los siglos. Amén.


domingo, 19 de octubre de 2025

MES DE OCTUBRE CONSAGRADO A MARÍA A TRAVÉS DEL SANTO ROSARIO. DÍA 21.

 

 

El Tesoro del Alma en los Misterios del Santo Rosario. Por Soledad Arroyo (De la V. O. T. de Santo Domingo).

Madrid Imprenta de los hijos de Gómez Fuentenebro. Calle de Bordadores. —1909.

 

Nos el Doctor don José María Salvador y Barrera,

POR LA GRACIA DE DIOS Y DE LA SANTA SEDE APOSTÓLICA, OBISPO DE MADRID·ALCALÁ, CABALLERO GRAN CRUZ DE LA REAL Y DISTINGUIDA ORDEN DE ISABEL LA CATÓLICA, COMENDADOR DE LA DE CARLOS III, CONSEJERO DE INSTRUCCIÓN PÚBLICA, CAPELLÁN DE HONOR DE S., M., SU PREDICADOR Y DE SU CONSEJO, ETC., ETC.

   HACEMOS SABER: Que venimos en conceder y por el presente concedemos licencia para que pueda imprimirse y publicarse en esta Diócesis el libro titulado EL TESORO DEL ALMA EN LOS QUINCE MISTERIOS DEL ROSARIO, Ó EL MES DE OCTUBRE CONSAGRADO A MARÍA, Y LOS QUINCE SABADOS DEL ROSARIO, por Soledad Arroyo, mediante que de nuestra orden ha sido leído y examinado, y según la censura, nada contiene que no se halle en perfecta armonía con los dogmas y enseñanzas de la Iglesia Católica.

 

   En testimonio de lo cual, expedimos el presente, rubricado de nuestra mano, sellado con el mayor de nuestras armas, y refrendado por nuestro Secretario de Cámara y Gobierno en Madrid a 8 de Marzo de 1909. José María, Obispo de Madrid - Alcalá. Por mandado de S. E. I., el Obispo mi Señor, Dr. Luis Pérez, Secretario.

 

Por la señal de la Santa Cruz, de nuestros enemigos, líbranos Señor Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.

 

ACTO DE CONTRICIÓN.

 

   Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Criador y Redentor mío, por ser vos quien sois, y porque os amo sobre todas las cosas, a mí me pesa, pésame Señor, de todo corazón de haberos ofendido; y propongo firmemente de nunca más pecar, de apartarme de todas las ocasiones de ofenderos, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta, restituir y satisfacer, si algo debiere; y por vuestro amor perdono a todos mis enemigos; ofrezcoos mi vida, Obras y trabajos en satisfacción de todos mis pecados: así como os lo suplico, asi confío en vuestra bondad y misericordia infinita me los perdonareis por los méritos de vuestra preciosísima sangre, pasión y muerte, y me daréis gracia para enmendarme y perseverar en vuestro santo servicio hasta la muerte. Amén.



ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS



   Reina del santísimo Rosario, dulcísima Madre de nuestras almas: aquí tenéis a vuestros hijos que, confusos y arrepentidos de sus miserias, fatigados por las tribulaciones de la vida, y confiando en vuestra maternal protección, vienen a postrarse ante vuestro altar en este mes consagrado a honraros por el supremo Jerarca de la Iglesia.


   ¡Oh Madre amorosísima! Nosotros queremos obsequiaros dedicándoos estos breves momentos con toda la efusión de nuestras almas. Acogednos bajo las alas de vuestro maternal amparo, cubridnos con vuestro manto y atraednos bondadosa a vuestro purísimo Corazón, depósito de celestiales gracias.

   Dejaos rodear de vuestros hijos, que están pendientes de vuestros labros. Hablad, Madre querida, para que oyéndoos sumisos y poniendo en práctica las santas inspiraciones que cual maternales consejos os dignéis concedernos durante este bendito mes, logremos la dicha de vivir cumpliendo con perfección la santísima voluntad de vuestro Divino Hijo, creciendo en todo momento su amor en nuestros corazones, para que logremos la dicha de alabarle con Vos eternamente en la Gloria. Amén.

DÍA VIGÉSIMO PRIMERO — 21 de octubre.

 

Segunda consideración sobre el cuarto Misterio doloroso.

 

Del amor a la propia cruz.

 

   Siguiendo las reflexiones que la meditación del cuarto Misterio doloroso nos sugiere sobre la necesidad de llevar la cruz, a ejemplo de nuestro Divino Maestro, hemos de considerar hoy lo provechosa que es a nuestra alma la cruz que pesa sobre cada uno de nosotros, y cuánto debemos amarla; pues gran engaño sería desear los bienes de otras cruces y estimar poco la nuestra, en la que únicamente está para nosotros todo bien. Oigamos sino de los labios, de nuestro Divino Maestro cuál es la cruz que debe santificarnos. ¡Ah! No dijo el Señor que el que quisiese seguirle y ser su discípulo, tomase la cruz que más provechosa le pareciera, o aquella a que sintiese más inclinación. No; no nos dejó derecho de elegir en este punto; terminantes son sus palabras, y no dan lugar a duda: «El que quiera venir en pos de mí, tome su cruz y sígame». Su cruz, sí, su propia cruz, no la cruz que desea, la cruz que sueña, sino aquella que la divina Providencia le ha deparado: y ésta por penosa, intolerable e infructuosa que nos parezca, y aunque se nos figure casi invencible la repugnancia y resistencia que nuestra naturaleza opone para abrazarla. No hay escape; cargados con esta cruz, con la nuestra, es como hemos de seguir al Salvador y santificarnos.

   ¿Qué nos parece demasiado dura esta necesidad absoluta de tener que renunciar a aportar de nosotros esa cruz, esas circunstancias, esos sufrimientos, sean cuales fueren, de que tanto anhela verse libre nuestro corazón? No temamos; pues no hay cruz ninguna, por muchas que sean sus asperezas, en la que no haya depositado la Divina Providencia celestial bálsamo para alivio de las heridas que estas asperezas causan; y este bálsamo consolador brotará de nuestra cruz si con generosidad la abrazamos y la estrechamos con efusión contra nuestro corazón. Preguntemos si no a aquellas almas dichosas que abrazaron con amor su cruz, y veremos en sus respuestas cuán embriagadas se encontraban con este celestial bálsamo, cuando en sublime arrobamiento exclamaban, diciendo: «O padecer o morir» con Santa Teresa·, o «padecer y no morir» con Santa Magdalena de Pazzis. Verdad que esto es ya el heroísmo del amor, la locura de la cruz; pero ¿por qué no tratar de conformarnos, en cuanto con la divina gracia nos sea posible, a estos sublimes ejemplos? Resolvámonos para comenzar este camino a mirar con menos prevención a esta propia cruz, considerándola como regalo amoroso de nuestro Divino Salvador, y meditando los bienes que a nuestra alma proporciona. Tomémosla con amor, tal cual el Señor nos la presenta, y no queramos juzgar del peso que tendrá más adelante, que es un engaño del enemigo hacernos creer que más tarde nos será insoportable el peso de nuestra cruz; y a veces como las fuerzas que tenemos son las necesarias para el momento y queremos tenerlas Para sufrir todo lo que a nuestra imaginación se presenta, tememos sucumbir. No pensemos, pues, más que en el momento presente; en él pidamos fuerzas al Señor, y cierto que nos concederá las necesarias para sostener en él esa cruz salvadora que nos ha de llevar al Cielo. Procuremos, en fin, amar nuestra cruz, por amor al Señor que nos la impone; y si de nuestro corazón, cargado con su cruz, se escapan amorosas jaculatorias, dirigidas al Corazón amantísimo que cargó con la enorme cruz de nuestros pecados, su amor nos sugerirá medios para que lleguemos a amarla.

   Una persona que llevaba su cruz con gran violencia, logró mirarla con más amor mediante una práctica muy sencilla. Después que al levantarse ofrecía sus obras al Señor, se postraba en tierra pidiendo la impusiese la cruz que en aquel día hubiese de llevar, y al besarla, se proponía abrazar aquella cruz que recibía de manos del Señor, y amarla por amor suyo. Esta o análogas prácticas, y sobre todo una firme voluntad de abandonarnos completamente a la divina voluntad, nos llevará a amar nuestra propia cruz; y si abrazándola con generosidad seguimos a nuestro Divino Maestro, seremos verdaderamente sus discípulos, y por consiguiente amados de su dulcísimo Corazón en el triste calvario de esta vida, mientras llega el momento de penetrar con esta bendita llave de la cruz, en las eternas mansiones de la gloria.


     ¡Oh Jesús mío! Dejad que nos acerquemos a Vos con las piadosas mujeres que os acompañaban por las calles de Jerusalén. Ya lloramos también sobre nosotros, como a ellas las dijerais, y lloramos, Señor, al ver con cuánto amor y mansedumbre lleváis vuestra Cruz, y reconocer la flojedad é imperfección con que nosotros llevamos las nuestras. Bien comprendemos ahora que no se puede ser vuestro discípulo sin llevar la cruz, pues cruz y sufrimiento fué vuestra santísima vida. Nosotros os, contemplamos, Señor, pobre en Belén, desterrado en Egipto, en trabajo, sumisión y silencio en Nazaret, penitente y tentado en el desierto, fatigado y sin albergue en vuestra vida pública, con terrible angustia y mortal sudor en el Huerto, vendido por uno de vuestros discípulos, negado por otro, abandonado de casi todos; calumniado, tratado como loco, pospuesto a un criminal, condenado por jueces y sacerdotes, vilipendiado por el pueblo, maniatado, atormentado cruelísimamente, abofeteado, azotado, coronado de espinas, conducido al suplicio, llevando públicamente el patíbulo en que debíais morir á son de pregón; y, por último, Jesús mío, os vemos morir en la Cruz, pendiente de tres clavos, rodeado de verdugos y malhechores y abandonado de vuestro Eterno Padre, en angustia suprema. ¿Y podremos llamarnos vuestros discípulos, es decir, imitadores de vuestra vida, en la posible proporción, huyendo del sufrimiento y procurando el descanso? ¡Qué desatinados somos, Señor! Mas Vos, que sabéis cuán grande es nuestra miseria y tanto nos amáis, podéis darnos luz para que conozcamos que a Vos sólo se llega por la cruz, y fuerzas también para que, abrazándola estrechamente, vivamos y muramos en ella por vuestro amor.

 

EJEMPLO


   En X; capital del Mediodía de España, una señora Terciaria lloraba angustiada y sin consuelo el desvarío religioso de su marido. Más de veinte años hacía que éste no se confesaba. Constante y habitualmente apartado de Dios, había cerrado las puertas de su alma a todos los llamamientos y benéficas inspiraciones de la gracia. En vano su devota esposa le reconvenía cariñosamente, mostrándole su ingratitud para con Dios; en vano, cual ángel bueno trataba de atraerle al buen camino; en vano, postrada en el Santuario, suplicaba la conversión de su esposo. Este, frío, indiferente, empedernido, seguía impasible el sendero de la perdición y de la desventura eterna.


  Agotados ya por la esposa casi todos los ingeniosos medios de atracción, se la ocurrió, por verdadera inspiración, tentar el último recurso, obligar a su marido con repetidas instancias a que rezase diariamente el Santo Rosario: ¡Primer prodigio de la maravillosa eficacia del Rosario de María! El caballero, esquivo a toda devoción, accedió a los reiterados ruegos de su esposa y empezó el rezo diario del Rosario. Tres meses continuó rezándole, y antes de terminar el cuarto, la Emperatriz de los cielos, refugio de pecadores, oyendo los ruegos de aquel que la invocaba con su oración favorita, completó la obra maravillosa de la gracia, con moviendo el corazón de aquel pecador. El último día del mes de Octubre hacía éste confesión general, Y al día siguiente comulgaba fervorosamente, recibiendo a continuación la sagrada librea de Terciario Dominico. Lázaro había salido del sepulcro por mediación de la Virgen Santísima del Rosario.

(Revista del Rosario.)

 

SANTOS Y REYES DEVOTOS DEL ROSARIO

 

   San Bernardino de Sena fué uno de los Santos de la Orden Franciscana que más se distinguió por su amor a la Virgen; y su devoción al Rosario, juntamente con la del Dulcísimo Nombre de Jesús, le alcanzaron glorioso triunfo en el cielo. (Revista del Rosario.)

 

   Carlos V de Alemania y I de España, interrumpido en sus devociones, respondió más de una vez: “Después de acabar mi Rosario me ocuparé de los negocios”. (Lectura Dominical)

 

ELOGlOS  PONTlFICIOS DEL ROSARIO

 

   Con el rezo del Rosario, é inflamados con la meditación de sus Misterios, comenzaron los fieles a transformarse en otros hombres, al propio tiempo que comenzaron también á disiparse las tinieblas de la herejía y a brillar la luz de la fe, fundándose al efecto Cofradías en diversas partes del mundo. (León X).



OBSEQUIO

 

   El obsequio a la Santísima Virgen para este día, y lo mismo para todos los del mes será redoblar en cada uno de ellos el fervor en la recitación del Santo Rosario, y la atención en la meditación de sus misterios. También se podrá ofrecer a la Santísima Virgen como obsequio, los actos de piedad que inspire a cada uno su devoción.

 

 

SÚPLICAS Á LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.

 

 

   Os saludamos, Virgen Santísima, Hija de Dios Padre, bendiciendo a Dios, que os preservó de toda mancha en vuestra Inmaculada Concepción. Por tan excelsa prerrogativa os rogamos nos concedáis pureza de alma y cuerpo, y que nuestras conciencias estén siempre libres, no sólo del pecado mortal, sino también de toda voluntaria falta é imperfección. (Avemaría).

 

   Os saludamos, Virgen Santísima, Madre de Dios Hijo, bendiciendo a Dios, que os concedió el privilegio de unir la virginidad a la maternidad divina. Por tan singular beneficio os rogamos que nos concedáis la gracia de vivir cumpliendo nuestras respectivas obligaciones, sin apartarnos nunca de la presencia de Dios, dirigiendo a su gloria y ofreciendo, por su amor hasta nuestro más leve movimiento, santificando, así todas nuestras obras. (Avemaría).

 

   Os saludamos, Virgen santísima, Esposa de Dios Espíritu Santo, bendiciendo a Dios por la gracia que os concedió en vuestra Asunción, glorificándoos en alma y cuerpo. Por tan portentosa gracia os rogamos nos alcancéis la de una muerte preciosa a los ojos del Señor y que nos consoléis bondadosa en aquellos supremos momentos, para que, confiados en vuestro poderoso auxilio, resistamos a los combates del enemigo y muramos dulcemente reclinados en vuestros amantes brazos. (Avemaría).

 

 

ORACIÓN FINAL

 

 

   ¡Oh Virgen Santísima del Rosario, Madre de Dios, Reina del cielo, consuelo del mundo y terror del infierno! ¡Oh encanto suavísimo de nuestras almas, refugio en nuestras necesidades, consuelo en nuestras penas, desalientos y pruebas! A Vos llegamos con filial confianza para depositar en vuestro tiernísimo Corazón todas nuestras necesidades, deseos, temores, tribulaciones y empresas. Vos, Madre mía, lo conocéis todo y omnipotente por gracia, podéis remediarnos. Vos nos amáis, Madre querida, y queréis todo nuestro bien. ¡Ah y cuán consolador es saber que no hay dolor para el que no nos ofrezcáis alivio, ni situación para la que no haya misericordia en vuestro amante Corazón! Por esto nos arrojamos confiadamente en vuestros brazos, esperando vuestro amparo maternal. Somos vuestros hijos, aunque indignos por nuestras miserias y por la ingratitud con qué hemos correspondido a vuestros maternales. favores. Pero una vez más, perdonadnos, oíd nuestras súplicas y despachadlas favorablemente. Haced, Madre querida, que no olvidemos las saludables enseñanzas que se desprenden de la consideración de los misterios del santo Rosario, ni las inspiraciones que durante ella nos habéis concedido, para que, imitándoos como buenos hijos, durante el destierro de la vida, merezcamos la dicha de vivir con Vos en las alegrías de la patria bienaventurada, alabando y bendiciendo al Señor por los siglos de los siglos. Amén.

MES DE OCTUBRE CONSAGRADO A LA DEVOCIÓN DEL SANTÍSIMO ROSARIO. DÍA 19.

 


Por el Presbítero Ildefonso Portillo, Cura y Vicario Foráneo de Guanajuato.

León 1901.

Tip. Guadalupana de Camilo Segura.

El llmo. Sr. Dr. Atenógenes Silva, Dignísimo Arzobispo de Michoacán, se ha dignado conceder ochenta días de indulgencias a todos los fieles cristianos de su provincia por la práctica de las oraciones y meditaciones correspondientes a cada uno de los días de este mes, consagrado a la devoción del Santísimo Rosario.

 

 

Visto el dictamen favorable del Sr. Promotor fiscal, Pbro. D. Marino de J. Correa, concedemos Nuestra licencia para que, el Sr. Cura de Guanajuato D. Ildefonso Portillo imprima y publique el manuscrito intitulado «Mes de Octubre consagrado a la devoción del Santísimo Rosario,» con calidad de que no vea la luz pública, sin que previamente sea cotejado el impreso con el original por el mismo Sr. Censor. Lo decretó y firmó el llmo. Sr. Obispo. M. F. El Obispo.

Ángel Martínez. (Srio)

 

Por la señal  de la Santa Cruz, de nuestros  enemigos, líbranos Señor  Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.

 

ACTO DE CONTRICIÓN.

 

   Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Criador y Redentor mío, por ser vos quien sois, y porque os amo sobre todas las cosas, a mí me pesa, pésame Señor, de todo corazón de haberos ofendido; y propongo firmemente de nunca más pecar, de apartarme de todas las ocasiones de ofenderos, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta, restituir y satisfacer, si algo debiere; y por vuestro amor perdono a todos mis enemigos; ofrezcoos mi vida, Obras y trabajos en satisfacción de todos mis pecados: así como os lo suplico, asi confío en vuestra bondad y misericordia infinita me los perdonareis por los méritos de vuestra preciosísima sangre, pasión y muerte, y me daréis gracia para enmendarme y perseverar en vuestro santo servicio hasta la muerte. Amén.

 

 

ORACIÓN PREPARATORIA



   Señor mío Jesucristo, mi padre y sumo bien a quien amo con todo mi corazón y de lo íntimo de mi alma te pido humildemente que ostentes en mi favor tus misericordias, perdonando mis pecados y dándome tu gracia para meditar con fruto los sagrados misterios que se nos proponen en el Rosario, y de esta meditación se inflame mi corazón en tu divino amor, procurando imitar las virtudes que resplandecen en ellos; logrando la enmienda de mi vida y la sujeción de todas mis inclinaciones a tus adorables mandamientos, como lo espero de tu clemencia paternal.

   Convierte tu alma al Señor.

   Vuelve alma mía hacia tu centro y no pierdas estos momentos que tu Dios te concede para obrar tu salvación. El pasado ya no existe; el futuro es incierto, y el presente no dura más que un momento, y este presente se te concede para que medites en las finezas del amor de tu Dios, te inclines á El y ganes la eternidad. Tres pensamientos deben ocuparte ¡oh alma mía! Dios te ve: Dios te oye: Dios está cerca de tí.


   Dios te ve. ¡Ah, Señor! ¿qué veis? Un ser muy débil, miserable y enteramente indigno de ponerse ante tus ojos. ¡Ay! que tus miradas, al menos, no se muestren ofendidas de mi ligereza y flojedad.


   Dios te oye. ¿Qué oyes Dios mío? el lenguaje de una pobre criatura aquejada por mil y mil pesares que no sabe cómo decirlos.


   Dios está cerca de tí. Si te hallases en presencia de un rey de la tierra ¿cuál sería tu respeto y prudencia? Estás delante de Dios, presente en las aras: el Rey por quien los reyes ocupan sus tronos, el Rey de los reyes. ¿Tendrás bastante osadía para mostrarte ligero y distraído?


   Espíritu Santo, á tí toca el derramar las luces para aclarar la inteligencia, encender el amor en el corazón, y el espíritu de piedad en el alma entera. Dame, Señor la abundancia de tus dones, a fin de que sea menos indigno de acercarme a un Dios que me llama hacia sí. Permíteme, ¡oh Señor! que mi atención se fije en los puntos que voy a meditar.

 


ORACIÓN



   Os adoro, Dios mío, con todo el afecto de mi alma y os pido gracia para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas al servicio y alabanza de vuestra divina Majestad.

   Hablaré a mi Señor, siendo yo polvo y ceniza.

19 OCTUBRE.

 

MEDITACIÓN

 

SOBRE EL MISTERIO DE LA CRUZ A CUESTAS.

 

PUNTO 1

 

   Considera a Jesucristo llevando sobre sus hombros sangrientos y lacerados la cruz; cae bajo su peso, y le dan bofetadas, palos y puntapiés para que se levante; pero le faltan las fuerzas. Estas caídas misteriosas nos enseñan, dice el gran Padre San Agustín, a postrarnos a los pies de Jesucristo, a sacrificarle nuestro miserable orgullo, a humillarnos, haciéndonos enfermos ante esta Divinidad que se hizo voluntariamente enferma, y obligar a ese Dios poderoso en su abatimiento a que nos alargue una mano compasiva para levantarnos. ¡Oh caída prodigiosa! Oh desfallecimiento milagroso del Salvador, pues mirándolo los judíos caer por tierra y temiendo muriese en el camino y quedasen frustrados sus depravados deseos de verle clavado en la cruz, cuando ¡oh decretos admirables de la Providencia! en aquel momento se presenta un hombre de Cyrene, llamado Simón, que volvía del campo y pasaba casualmente por aquel camino en donde permanecía la Santa Víctima, el cual viéndolo los judíos le obligaron a que ayudara a llevar la cruz a nuestro divino Redentor, a pesar de sus repugnancias. Mirad en la persona del Cireneo a muchos cristianos que están animados de los mismos sentimientos, pues se avergüenzan de llevar la cruz de Jesucristo. Cosa sorprendente, exclama San Cirilo, el Hijo de Dios no se avergüenza de cargar la cruz que habíamos merecido, y nosotros, desventurados, é ingratos nos ruborizamos de llevar la cruz que Jesucristo santificó. ¿Nosotros rehusamos sufrir las molestias más leves por amor a Jesucristo? Desgraciados de nosotros sí de tal manera obramos. No nos avergoncemos en llevar tan soberana prenda: el Señor la ama mucho y debe ser amada y solicitada de todas sus criaturas: por ella fuimos redimidos y por ella hemos de conseguir nuestra salvación eterna. Abrasémonos de la Cruz como se abrazó el Cireneo a pesar de sus repugnancias: ya el Señor la santificó al tomarla. No, no temamos el grito que del mundo puede levantarse, pues para él se convertirá en eterna confusión. Acordémonos de lo que dice el Apóstol San Pablo: «Desgraciados de aquellos que, por no desagradar al mundo, no se atreven a aparecer como cristianos y se conducen como enemigos declarados de la cruz de Jesucristo.» No permita el Señor que nos gloriemos en otra cosa sino en la Cruz de Jesucristo.

 

PUNTO 2

 

   Vuélvete alma mía a tu Salvador que prosigue su trabajoso camino, bañando la tierra con la sangre que corría de las llagas oprimidas con el tórculo o viga de la pesada Cruz.  ¡Oh sangre de Dios vivo, sangre de infinito valor! ¡Como estáis mesclada con el lodo de las calles, y pisadas de vilísimos pies! ¡Oh ángeles del cielo! ¿Cómo no bajáis a la tierra a recoger esta preciosísima sangre? ¿Cómo no ayudáis a llevar la pesada Cruz, intolerable a las desmayadas fuerzas de vuestro desalentado Rey? ¿Cómo no oponéis vuestras santas bendiciones y alabanzas a las blasfemias con que le maldicen los judíos? ¿Cómo sufrís que el Señor que está en el cielo, en medio de las dos divinas Personas, rodeado de celestiales jerarquías, esté en la tierra entre malhechores, y en medio de ellos coronado de espinas, como Rey de los más facinerosos? Sí bien mayor sin duda fué el sentimiento, al encontrarse con su divina Madre. ¡Oh dolorosísimo encuentro! La Madre Santísima, luego que tuvo la funesta noticia, corrió a ver a su Hijo, dándole el amor las fuerzas y aliento, que le quitaba el dolor. Veía por el camino las gotas de la sangre, que le sirvieron de guía para conducirse al Calvario, donde se encontró con su Hijo, y se miraron los dos cara a cara. ¡Oh Dios, con qué pasmo y dolor de ambos! Callaban las lenguas, más, hablaban los corazones; y con la lastimosa vista de los ojos se traspasaban recíprocamente las almas atormentadas. Decía con los afectos del corazón el Hijo: ¿Para qué venís aquí, Madre mía, a aumentar mi dolor? Bien conozco que mi pasión es la vuestra, pero también vuestro dolor es mío. Yo con esta cabeza coronada de espinas traspaso vuestro corazón: vos con vuestro corazón anegado con tantos afanes, me dobláis las penas. Volved ¡oh Madre mía! a vuestro retiro, que no conviene a vuestra pureza esta compañía de ladrones y verdugos. ¡Volved!, ¡oh purísima paloma! al arca de vuestro albergue, hasta que cesen las aguas de este diluvio, porque aquí no hallaréis donde descanse vuestro pie. Más, a esto respondía el corazón de la Madre: ¡Oh mi queridísimo Hijo! ¿por qué me mandáis que yo me retire de vos? ¿Dónde puedo hallar conforte, sino en vuestra presencia? Vuestra vida es mi vida, sean, pues mías vuestras penas: permitid que mis lágrimas acompañen a vuestra sangre; quiero ser crucificada con vos y morir con vuestra muerte. Vivir sin vos me será más duro y amargo que el morir; y el morir con vos me será premio de haberos dado la vida. Estos sentimientos se repetirían allá en sus corazones la Madre y el Hijo, y con tan dolorosos afectos proseguían el camino, hasta llegar al lugar del sacrificio.



ORACIÓN PARA DESPUES DE LA MEDITACIÓN

 


   Gracias te doy, Señor, porque te dignaste recibir en tu presencia a la más pobre y más débil de tus criaturas. Me prosterno a tus pies para pedirte perdón de mis distracciones y de mi indolencia. Confío ¡Dios mío! a tu bondad las buenas resoluciones que me has inspirado: solo tú puedes hacerlas eficaces con tu concurso poderosísimo: no me las niegues.

   ¡Oh María! la más tierna de las madres. Ven también en mi ayuda y no me abandones; alcánzame la gracia de permanecer fiel a tus promesas y de poder cumplir exactamente las resoluciones que he tomado, a las plantas de mi Dios.

   ¡Oh Ángel bondadoso de mi guarda! suplicóte que me recuerdes mis resoluciones y ayúdame a seguirlas fielmente. Amén.

 

En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...