viernes, 29 de junio de 2018

Acerca de la “semi-aprobación” de la ley de aborto.


La ley argentina contra la vida



   Tres motivos de dolor profundo para todo católico, y para todo hombre que se precie de serlo, causados por el terrible regreso a la barbarie de los sacrificios humanos.

El jueves 24 de octubre de 1929, en la bolsa de Wall Street se iniciaba una de las peores caídas de valores del mercado bursátil, marcando así el inicio de la llamada “gran depresión” económica en los Estados Unidos. Debido a la gravedad del acontecimiento, se recordó ese día como el “Black Thursday”, el jueves negro. Lamentablemente, también Argentina acaba de tener su “jueves negro” pero con esta diferencia: no se trató, esta vez, de la desvalorización del precio del Dow Jones, del oro o del dólar, sino de una realidad mucho más aterradora. En la patria consagrada a la Virgen de Luján, los representantes del pueblo votaron a favor del sacrificio de niños inocentes, los diputados sancionaron la legalización del aborto. Si bien este proyecto requiere aún la ratificación del senado, su aprobación por el Congreso de la Nación no deja de ser un dolor inmenso para todo católico, por tres razones principales.

Un paso hacia la barbarie

Una característica común de los bárbaros fue la práctica de los sacrificios humanos. Asombra ver que casi todos los pueblos de la Antigüedad cayeron en esta práctica abominable: aztecas, babilónicos, romanos, griegos, habitantes de la India, beduinos, celtas… ofrecieron sus presos y hasta sus propios hijos a los dioses. La Sagrada Escritura misma habla varias veces del culto al dios Baal o Moloc, al cual los amonitas, los fenicios e incluso los judíos inmolaron sus propios hijos. Por ejemplo, en el 4º libro de los Reyes (cap.16), leemos que el Rey Acaz:

“Tenía veinte años cuando comenzó a reinar (…) No hizo lo recto a los ojos de Yahvé, su Dios, como lo había hecho David, su padre (…) y hasta hizo pasar a su hijo por el fuego, según las abominaciones de las gentes que Yahvé había expulsado ante los hijos de Israel”.
Varias veces, los profetas tuvieron que condenar esta práctica espantosa y fue necesario esperar la difusión del Evangelio para que desaparecieran estos cultos diabólicos.

En nuestros días, el espíritu de las tinieblas cambió su estrategia: al cuchillo de los sacerdotes aztecas, sustituyó el bisturí de los médicos; el altar de las pirámides pasó a ser el seno materno; Baal y los otros dioses sanguinarios, en cuyo nombre se ofrecían los sacrificios, dejaron lugar al derecho absoluto de la mujer sobre su propio cuerpo. Pero, en definitiva, se trata de lo mismo. El aborto es una vuelta a la barbarie.

Con vistas a defender este proyecto de ley bárbara, se presentaron dos argumentos principales:

En primer lugar, se dijo que la mujer es dueña de su cuerpo, pretendiendo que puede hacer de él lo que se le antoja. Pero no es así. El hombre no es dueño absoluto de su cuerpo. Sólo es usufructuario del mismo, como afirmaba el Papa Pío XII (alocución a un grupo de médicos del 12 de noviembre 1944):

“Al formar al hombre, Dios ha regulado cada una de sus funciones; las ha repartido entre los diversos órganos; por el hecho mismo, determinó una distinción entre las que son esenciales a la vida y las que sólo se refieren a la integridad corporal (…); al mismo tiempo, por lo tanto, fijó, prescribió y limitó el uso de cada órgano; por eso no puede dejar que el hombre regule la vida y las funciones de sus órganos según su beneplácito, de una manera contraria a los fines internos y constantes que les fueron asignados. El hombre no es el dueño, el propietario absoluto de su cuerpo; sólo es usufructuario. De esto deriva una serie de principios y normas que definen el uso y el derecho de disponer de los órganos y de los miembros del cuerpo, y que se imponen tanto al interesado como al médico que lo debe aconsejar.”


Por otra parte, se insistió en una situación de hecho, formulando otro argumento que podemos resumir así: «cada año, varias mujeres mueren porque realizan un aborto en la clandestinidad, sin las condiciones elementales de higiene y de seguridad. Por lo tanto, el Estado debe legalizar el aborto para proteger la salud de estas mujeres desamparadas, que tuvieron que enfrentarse con un embarazo inesperado». No será necesario insistir mucho en lo capcioso del razonamiento. Pasa por alto que el aborto es un crimen. Más aún, es un doble crimen: primero contra un inocente indefenso, asesinado en el mismo seno materno; y después un crimen contra Dios, por la violación del orden natural y de las leyes establecidas por Él en la creación. La solución para ayudar a tales mujeres en dificultad nunca consistirá en una supuesta aprobación legal, facilitándoles así la matanza del hijo y su condenación eterna, sino en que el Estado les ayude en el ejercicio de la maternidad.

Bajo estos pretextos falaces, los enemigos de la Iglesia alcanzaron una tremenda victoria. Pero, éste no es el único motivo de nuestra tristeza: esta victoria de Lucifer no sólo fue causada por sus secuaces, sino que, a su vez, fue fomentada por los mismos católicos.


La traición de los liberales


En el profeta Sofonías (cap.1) leemos:

“Palabra de Yahvé dirigida a Sofonías: Yo tenderé mi mano sobre Judá y sobre todos los moradores de Jerusalén y exterminaré de este lugar los restos de Baal (…), y a los que, postrándose ante Yahvé, juran por Moloc».


Postrarse ante Yahvé y jurar por Moloc, prender una vela a Dios y otra al demonio: tal es la actitud de aquellos que, a la vez que pretenden ser católicos, no impidieron, o apoyaron positivamente la ley del aborto.

Al respecto, tenemos que mencionar al actual Presidente de la Nación. El 26 de febrero de 2018, frente a los legisladores de Cambiemos, Mauricio Macri afirmaba: 


   “Estoy a favor de la vida, pero no se lo impongo a nadie. Hay libertad de conciencia” (…) “El tema es importantísimo, debería haber sido discutido hace mucho. Tiene que haber total libertad para opinar” (…) “Yo tengo mi posición como la puede tener cualquiera de ustedes, pero no se la impongo a nadie. Discutan mucho. Discutan todo lo necesario”.


Y el 14 de junio 2018, después de la semi-aprobación de la ley por el congreso, concluía:

“Destaco el trabajo de estos meses de diputados y de todos los argentinos que han dado un debate histórico, propio de la democracia. Hemos podido dirimir nuestras diferencias con respeto, tolerancia, escuchando al otro. Este es el camino del diálogo que va a fortalecer nuestro futuro, así que mis felicitaciones para todos, sabiendo que este debate continúa ahora en el Senado”.


Por lo menos dos diputados adoptaron una línea parecida. José Ignacio De Mendiguren decía en un Tweet del 13 de junio 2018: 


    “Soy católico, y tengo convicciones profundas sobre la vida y la ética. No estoy de acuerdo con el aborto. Nunca lo estuve ni lo estaré. Pero mis convicciones son mías, y mi responsabilidad como legislador nacional es legislar para toda la sociedad.”

Y votó a favor del aborto.



Silvia Alejandra Martínez decía a su vez el 13 de junio de 2018 (en el sitio Lavaca.org):


   “como fiel de la iglesia tengo que ir a misa, pero como representante del pueblo argentino tengo que responder a un Estado que es laico. Defiendo en el Congreso políticas públicas que pueden resolver problemas a la gente.”

Y también, votó por el aborto.


Estos tres casos muestran la típica actitud liberal, tantas veces condenada por los papas de los últimos siglos. Escuchemos por ejemplo a Pío XII, en su Alocución a un grupo de alcaldes del 22 de julio de 1956:


“Hoy en día, se encuentran hombres que quieren construir el mundo sobre la negación de Dios; otros que pretenden que Cristo debe permanecer fuera de las escuelas, de las fábricas, de los parlamentos. Y en este combate más o menos abierto, más o menos declarado, más o menos áspero, los enemigos de la Iglesia se ven a veces apoyados y ayudados por el voto y la propaganda de hombres que siguen afirmándose católicos.”


Y en otra alocución del 2 de junio de 1948 a militantes católicos detallará su pensamiento:

“nuestra obra de rescate debe extenderse también a los demasiado numerosos extraviados, quienes, a la vez que son –o por lo menos, piensan ser– unidos a nuestros hijos devotos en el ámbito de la fe, se separan de ellos para seguir movimientos que tienden positivamente a laicizar y descristianizar toda la vida privada y pública. Si bien se les podría aplicar la divina palabra: Padre, perdónales, no saben lo que hacen, no cambiaría para nada el carácter objetivamente pernicioso de su conducta. Se forman una doble conciencia en la medida que, mientras pretenden permanecer miembros de la comunidad cristiana, militan, al mismo tiempo, como tropas auxiliares en el bando de los negadores de Dios. Ahora bien, esta duplicidad o desdoblamiento tiende a hacer de ellos, tarde o temprano, un tumor en el mismo seno de la cristiandad. Nos recuerdan a quienes San Pablo mencionaba «llorando», y que también a Nosotros nos sacan lágrimas, porque se portan como enemigos de la cruz de Cristo, inimicos crucis Christi”.


Enemigos de la cruz de Cristo: tales son los católicos liberales que traicionan al Salvador y a su Reino en la sociedad.

Pero mayor tristeza, quizás, generó para nosotros la actitud, o más bien, el silencio de los que deberían defender incansablemente los derechos de Dios y la moral pública.


El silencio de los pastores


Lamentablemente, la voz de los Pastores de la Iglesia no se escuchó, o se escuchó con una suavidad poco compatible con la gravedad de los hechos. Las dos declaraciones de la Conferencia Episcopal Argentina relativas a la ley del aborto brillan por su inconsistencia. De Dios y de sus derechos, no se habla. El nombre de Jesús no se menciona. Los únicos argumentos invocados en contra del aborto son los derechos del hombre y la dignidad de la persona humana. No se invita a la lucha sino al diálogo. ¡Qué contraste abismal con las palabras de los santos en los siglos pasados! ¿Qué hubieran dicho, en la misma situación, San Atanasio, San Agustín, San Ambrosio, San Juan Crisóstomo, San Francisco de Sales, San Pío V, San Alfonso de Ligorio o San Pío X? Ciertamente, no hubieran sido palabras tan blandas, porque consideraban que, para todo pastor, es un deber grave el oponerse fuertemente al poder público cuando se aparta de la moral católica, cuando los derechos de Dios están en peligro, cuando se intenta destronar a Cristo Rey.

¿Cómo llegamos a este espíritu pacifista? ¿Cómo se pudo anteponer el diálogo con los lobos a la lucha por Dios y su rebaño? La causa se debe buscar en el Concilio Vaticano II, que fomentó la reconciliación con el espíritu del mundo y el liberalismo. Como exponía Mons. Lefebvre en su obra maestra “Le destronaron”, el Concilio promovió la alianza con los enemigos de la Iglesia para alcanzar una reconciliación. Citemos dos ejemplos para ilustrar esta triste realidad.

El 13 de junio del presente año, la ONU envió a la Cancillería del gobierno argentino una Carta:

“Para felicitar a su legislatura por su consideración de un proyecto de ley que despenaliza la interrupción del embarazo en las primeras catorce semanas, y para instar a que aprueben dicho proyecto”.
Este apoyo al aborto por parte de la Organización de las Naciones Unidas no es ninguna novedad, puesto que, desde su creación, viene fomentando una sociedad sin Cristo, fundada sobre los supuestos derechos del hombre, en la cual se apoya la regulación de los nacimientos por medio del aborto y de la contracepción. Pero, sabiendo esto, ¿cómo explicar que los últimos papas hayan visitado la Sede de la ONU y hayan sido aplaudidos en ella?

Un ejemplo más reciente todavía fue la participación del Cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado del Vaticano, a la reunión del Club Bilderberg, que se llevó a cabo del 7 al 10 de junio pasado. Esta reunión anual, fundada en 1954 por el economista judío y masón Joseph Retinger con el apoyo del clan Rockefeller, es uno de los principales órganos de difusión de las pautas mundialistas y anticristianas. Recordemos de paso que la fundación Rockefeller es uno de los grandes promotores del “planning familiar” en el mundo, es decir de la contracepción y del aborto. ¿Será posible que un cardenal, mano derecha del Papa, sea recibido y aceptado en esas asambleas? Al Salvador, lo solían echar de las sinagogas…

No. Los Pastores no deben dialogar con los lobos sino condenarlos públicamente. ¡Quisiéramos encontrar en la voz de los Príncipes actuales de la Iglesia el vigor de sus antecesores para defender la Iglesia y la salvación de las almas! Escuchemos a Pío IX, en su encíclica “Qui pluribus” del 9 de noviembre de 1846, dirigida a los obispos de la época:

“Venerables hermanos, (…) Sabéis que os está reservada la lucha, no ignorando con cuántas heridas se injuria la santa Esposa de Cristo Jesús, y con cuánta saña los enemigos la atacan.(…) Esforzaos en defender y conservar con diligencia pastoral la fe católica, y no dejéis de instruir en ella a todos, de confirmar a los dudosos, rebatir a los que contradicen; robustecer a los enfermos en la fe, no disimulando nunca nada ni permitiendo que se viole en lo más mínimo la puridad de esa misma fe. Con no menor firmeza fomentad en todos, la unión con la Iglesia Católica, fuera de la cual no hay salvación (…) Con igual constancia procurad guardar las leyes santísimas de la Iglesia, con las cuales florecen y tienen vida la virtud, la piedad y la Religión. Y como es gran piedad exponer a la luz del día los escondrijos de los impíos y vencer en ellos al mismo diablo a quien sirven, os rogamos que con todo empeño pongáis de manifiesto sus insidias, errores, engaños, maquinaciones, ante el pueblo fiel, le impidáis leer libros perniciosos, y le exhortéis con asiduidad a que, huyendo de la compañía de los impíos y sus sectas como de la serpiente, evite con sumo cuidado todo aquello que vaya contra la fe, la Religión, y la integridad de costumbres.”
Dios quiera podamos escuchar nuevamente tales acentos en la Iglesia católica.


Tomar la armadura de Dios


Verdaderamente y por todas estas razones, nuestro dolor es inmenso. Pero tampoco debemos caer en el desánimo. A modo de conclusión, citemos unas palabras de San Pablo alentando a los Efesios en el buen combate (Ef. 6, 13):

“no es nuestra lucha contra la sangre y la carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus del mal, que habitan en los espacios celestes. Tomad, pues, la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo y, alcanzando una completa victoria, os mantengáis firmes. Estad, pues, alerta, ceñidos vuestros lomos con la verdad, revestida la coraza de la justicia, y calzados los pies, prontos para anunciar el Evangelio de la paz. Abrazad en todo momento el escudo de la fe, conque podáis hacer inútiles los encendidos dardos del maligno. Tomad el yelmo de la salud y la espada del Espíritu, que es la palabra de Dios, con toda suerte de oraciones y plegarias, orando en todo tiempo con fervor y siempre en continuas súplicas por todos los santos”.

De estas palabras debemos recordar que el combate de los cristianos por el Reino de Dios es esencialmente sobrenatural, es decir que se inserta en la lucha iniciada desde la creación entre Jesús y Lucifer, entre el Cielo y el infierno. Por lo cual, las armas de los cristianos deben ser esencialmente sobrenaturales: hay que tomar la armadura de Dios, que es la santidad cristiana. Toda acción política auténticamente católica supone la búsqueda de la santidad personal y familiar. Luchar sin contar con la ayuda de Dios, sin su gracia, apoyándose únicamente en medios naturales o en las herramientas que fomenta la misma democracia (como las marchas, por ejemplo), no alcanzará un resultado real y profundo. El demonio sólo teme a los Santos. Tal debe ser la principal acción política de los católicos hoy en día: la santidad personal, el sacrificio de la familia numerosa, el apoyo a la escuela verdaderamente católica, la vida parroquial en torno a la Eucaristía. Sólo así se trabajará eficazmente a la restauración del Reino de Cristo y de María en la Patria.

R.P. Jean-Michel Gomis

Adaptación a modo de artículo del sermón predicado en Martínez, Buenos Aires, el 17 de junio de 2018


IV° domingo después de Pentecostés

jueves, 28 de junio de 2018

LA DESPENALIZACIÓN DEL ABORTO.



CRIMEN QUE CLAMA VENGANZA AL CIELO.


   El libro de Daniel, al contarnos el episodio de la casta Susana, en que dos jueces inicuos, viejos verdes, pretendieron condenar a muerte a una mujer inocente, para disimular la pasión que a ellos los encendía y vengarse de quien no había querido ceder a ella, dice de los mismos:


«En aquel año fueron elegidos jueces del pueblo dos ancianos de aquellos de quienes dijo el Señor que la iniquidad había salido en Babilonia de los ancianos que eran jueces, los cuales parecía que gobernaban al pueblo» (Dan. 13 5).


Eso mismo está pasando en nuestras patrias. El pasado 13 de junio de 2018 fue aprobado en la Argentina, en la Cámara de Diputados de la Nación, el proyecto de ley de despenalización del aborto. Ya el pasado 25 de mayo lo había sido en Irlanda, por el 65% de los votos, y en Chile el mes de septiembre de 2017. La iniquidad sale de aquellos mismos que tienen por cargo gobernar al pueblo dándole leyes; los inocentes, en este caso los niños por nacer, se ven condenados a muerte por aquellos mismos que debían velar por su vida, y ello en aras a intereses sórdidos, a pasiones inconfesadas.

Ante el caos de ideas y de argumentos que sobre el tema del aborto se han exhibido, hace falta hacer una puntualización clarificadora, que presente la realidad tal cual es. Intentémoslo con algunas reflexiones.


1º El aborto, crimen que clama venganza al cielo.


Pareciera, por el amplio «debate» que tuvo lugar antes de la aprobación parcial del proyecto de ley del aborto, que el aborto es un tema «opinable», y que no se sabe a ciencia cierta qué se está haciendo al practicar un aborto: si se está librando a la madre de un quiste o de una enfermedad, si se está suprimiendo o no una vida humana, si el niño en el seno materno es o no un verdadero ser humano, si la madre tiene derecho o no a interrumpir un «embarazo no deseado»… ¡Qué triste, y qué culpable, tener tanta ciencia para carecer de tanto sentido común! Pero es que, una vez que uno se deja enredar con la ideología de los «derechos humanos», todo es posible.

Dejemos, pues, de lado toda esa panoplia de argumentos bobalicones, y vayamos derechito al verdadero argumento, de todos olvidado: la ley de Dios. ¿Qué dice ella? Que el niño en el seno materno es un verdadero ser humano, y que por lo tanto el aborto es un asesinato puro y simple, prohibido expresamente por el quinto mandamiento del Decálogo: «No matarás», o más exactamente: «No asesinarás», esto es: «No darás muerte al inocente». Por lo tanto, es Dios, Dios mismo, quien viene en defensa del niño por nacer; y contra esta ley, nada valen las leyes humanas.


Eufemísticamente se llama al aborto, para librarlo de toda connotación criminal, «interrupción voluntaria del embarazo». En realidad, su verdadero nombre es «asesinato voluntario en el seno materno», tanto más grave cuanto que el niño es un ser a la vez inocente y sumamente indefenso, cuya vida depende del cuidado y protección de los padres y de las leyes humanas. Y así:

Una sociedad justa debería juzgar y condenar a los partidarios del aborto, y a los promotores de su despenalización, como a verdaderos criminales, reos del delito de «incitación al homicidio». 

La mujer que muere por abortar, sentimos mucho decirlo, tiene su merecida pena, sufriendo en sí la misma sentencia que ella impone a su hijo inocente. Sostener que ella tiene derecho a salvar su vida, cuando se está entregando a un acto criminal, es lo mismo que decir que un ladrón tiene derecho a salvar su pellejo y su botín después de asesinar a su víctima para robarle. Hagamos, pues, una ley para protegerlo.


Pero no para ahí la cosa. Si la ley divina protege la vida humana, no es sólo por un «derecho a la vida» natural, ni por una simple «dignidad humana», sino para garantizarle al niño, a través de los padres y de las leyes, el acceso al bautismo, y por él a la vida eterna, que es el fin para el que Dios ha creado a todos y cada uno de los hombres. Privar al niño de la vida en el seno materno significa condenarlo para siempre a carecer de la visión de Dios: crimen inmensamente mayor al de privarle de la vida natural, que a la vida eterna se ordena.


«Apartaos de mí, malditos –dirá el Señor el día del juicio, a quienes se han hecho reos de ese crimen y no se han arrepentido debidamente de él–; porque estaba necesitado de vuestra ayuda, de vuestra protección, de vuestras leyes, y no sólo no me asististeis, sino que me quitasteis la vida». Si ya merecerán la muerte eterna quienes no practicaron con el prójimo la más elemental caridad, ¿qué pena merecerán por toda la eternidad quienes se hayan hecho reos ante Dios de haberle quitado hijos y almas capaces de la bienaventuranza?


2º El aborto, señal de la apostasía de una sociedad.


Los tres países que últimamente despenalizaron el aborto, o están procediendo a despenalizarlo, eran de supuesta tradición católica. Decimos de supuesta, pues cuando en un país entra en vigor la despenalización del aborto, ese país ha dejado de ser católico y ha vuelto a ser pagano. Un país es católico cuando se rige por las leyes de Dios y de la Iglesia; pero deja de serlo cuando desprecia la ley de Dios y aprueba acciones que van directamente contra ella. Y la despenalización del aborto supone que nuestros países desprecian la ley divina en su principio, en su aplicación y en sus consecuencias.


• En su principio: ya el solo hecho de discutir la despenalización del aborto es un pecado contra la ley de Dios, pues significa replantearse si está bien o no matar al niño inocente. La democracia aparece entonces como una institución netamente anticristiana, y lo mismo la Constitución salida de ella, que si bien dice proteger la vida desde la concepción, permite debatir y aprobar cosas que su misma letra condena. 

• En su aplicación: erigir como una ley la despenalización del aborto significa declarar que la ley de Dios ya no pinta para nada al momento de sancionar una acción, la cual ya no es juzgada buena o mala por su conformidad con la ley divina, sino en conformidad con la voluntad del pueblo o de los legisladores, erigidos como norma suprema del derecho. Lo cual es la suma iniquidad.

• En sus consecuencias: una vez que el aborto queda despenalizado, la ley obliga al país y a todas sus instituciones a hacerse cómplice de dicho crimen: los hospitales y clínicas, tanto públicas como privadas, deben asegurar los abortos, y se convierten así en lugares homicidas; los médicos, si quieren conservar sus puestos, han de consentir en matar vidas humanas, y se convierten en asesinos; las enfermeras han de ser formadas para ayudar en los abortos; las escuelas mismas han de asegurar la educación sexual que explique a los niños los métodos abortivos en vigor; los padres de familia ya no pueden oponerse a que sus hijas aborten, ni los maridos a que lo hagan sus esposas; la justicia debe penalizar a los médicos que se nieguen a matar vidas humanas.


El hecho de que países otrora católicos desechen tan alevosamente la ley divina es muestra de todo un proceso de apostasía, llevado a cabo por el Misterio (hoy triunfante) de Iniquidad, y del derrumbe de toda una civilización cristiana; todo ello preparado progresivamente por toda una serie de concomitantes, que dieron comienzo a esta apostasía.


• El aborto supone ya destruida la familia. En una familia bien formada, se tienen hijos y se protege la vida. El aborto se da sobre todo en los juntorios con derecho a divorcio. El aborto implica, por lo general, el divorcio promovido y practicado a gran escala.

• El aborto supone la destrucción de la moral. El aborto, se dice, es un derecho de la mujer frente al embarazo no deseado. Lo cual supone la práctica indiscriminada del amor libre o de la infidelidad conyugal, la promoción social de la pornografía y de la sexualidad, la infancia y la juventud expuestas a la violencia de las pasiones más infames.

• El aborto supone el suicidio de una sociedad. Dios concedió al hombre la bendición de la fecundidad, necesaria para que una sociedad perdure. En ese sentido, el aborto viene a ser la autodestrucción de un pueblo, rematando así la esterilidad voluntaria procurada mediante toda una serie de métodos anticonceptivos, promovidos también a gran escala como manera de regular la natalidad. ¿De quién será la tierra, de quién será la sociedad? De quienes aceptan tener hijos; y en Europa, de los musulmanes.


3º El aborto, patente cuño diabólico en una nación.


Terminemos diciendo que no hay señal más inequívoca de la presencia del demonio en una sociedad, e incluso de la posesión de una sociedad por el demonio, que el aborto. Nuestro Señor declaró que «el demonio es homicida desde el principio» (Jn. 8 44), y siempre, en todos los tiempos, reclamó sacrificios humanos en los lugares en que imperaba. Detrás de la ley del aborto, que es un sacrificio masivo de niños inocentes, no puede haber otro que el demonio con todo su odio, manipulando como marionetas a los que hoy en día ejercen de legisladores en nuestras sociedades.


Los legisladores que aprueban dicha ley, y el gobernante que la consiente, si es que no la impone, bajo presiones internacionales, actúa de hecho como Faraón, figura del demonio, en los tiempos de Moisés: viendo su territorio ocupado por un pueblo numeroso, obligó a sus súbditos a esclavizarlo primero, y a arrojar luego en el Nilo a todos sus varones recién nacidos. No sólo el Faraón se convirtió en homicida de inocentes, sino que obligó a todos los habitantes de Egipto a ser cómplices suyos en esta acción criminal. Actúan también como el rey Herodes, que para dar muerte al Dios infante, mandó matar en toda la comarca de Belén a todos los niños menores de dos años. Los mismos intereses terrenos que llevaron a este crudelísimo rey a una masacre de inocentes, arrancados del seno de sus madres, lleva ahora a los gobernantes, por un sórdido lucro, y por intereses inconfesados, a aprobar lo que no es otra cosa que un asesinato legalizado de los inocentes. Pero el principal instigador de todo esto, el que inspiró estas actitudes homicidas en Faraón y en Herodes, es el diablo.


Conclusión.


Lucifer, nuevo Caín, vuelve a convertirse, mediante la ley del aborto, en el Fuerte armado del Evangelio. ¿Quién será capaz de arrancar de las garras de esta ley criminal a los pobres niños a los que, tanto él como su descendencia homicida, tienen sentenciados en casi todos los países del mundo? Al igual que Abel, el clamor de esa sangre inocente sube hasta Dios, sin que sepamos nosotros de qué manera será vengada por el justo Juez.


El castigo de este crimen ha de ser tan severo como el de Faraón y todo Egipto. Por haber arrojado los niños al Nilo, debió este pueblo sufrir la plaga de ver sus aguas convertidas en sangre humana. Por haber matado a los varones hebreos, debió sufrir la pesadumbre de encontrar muerto al primogénito de cada familia. Por haberse hecho cómplice de la malicia de Faraón, debió sufrir la destrucción más espantosa en su economía, en sus cosechas, en sus ganados, completamente arruinados por las plagas, y ver luego su propio ejército anegado en las aguas del Mar Rojo.


El único remedio ante un mal tan grande está en nuestras familias:

familias católicas, bien constituidas, y temerosas de la ley de Dios;

familias numerosas, con todos los hijos con que el Señor tenga a bien bendecirlas;

familias virtuosas, que encaminen aquí a sus miembros a la virtud y santidad, para hacerlos entrar un día en la visión de Dios en el cielo.


HOJITAS DE FE.
Vigilad, orad, resistid. – Defensa de la fe.
Seminario Internacional Nuestra Señora Corredentora
Moreno, Pcia. De Buenos Aires.

miércoles, 27 de junio de 2018

NUESTRA SEÑORA DEL PERPETUO SOCORRO —27 de junio.




Breve reseña acerca de la Imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro. 


   
   Cuenta la tradición romana del Siglo XVI que la milagrosa Imagen de Nuestra Señora del Perpetuo Socorro fue llevada a Roma por un piadoso mercader que desde la isla de Creta navegaba hacia las costas de Italia.

   Apenas había dejado el puerto de Creta, cuando una furiosa tempestad amenazó sumergir el buque en el fondo del mar. Entonces el buen mercader sacó la Imagen de María y exhortó a los pasajeros a encomendarse a Ella. No bien comenzaron a invocarla, se calmó el mar y llegaron felizmente al puerto romano.

   Pasó el mercader a Roma con intención de continuar su viaje, pero dispuso la Divina Providencia que allí muriese, para que tan rico tesoro quedase en la capital del mundo católico y se hiciese fuente inagotable de extraordinarios prodigios.

   El mercader, antes de morir, dejó a un amigo la augusta Imagen, a condición de que la hiciese exponer en una Iglesia; pero quedó oculto el cuadro en casa del huésped, porque su mujer se obstinó en no permitir que lo llevasen. Calló el buen hombre, por no disgustar a su consorte; pero no guardó silencio la Madre de Dios, la cual había querido permaneciese en Roma esta su efigie, no para beneficio de una sola familia, sino para socorro de las necesidades de todo el pueblo.

   La Santísima Virgen María se le apareció en sueños por tres veces, y le declaró que si no cumplía la palabra dada al difunto mercader vendría sobre el gravísimo castigo. Contó el romano lo sucedido a su esposa, y como obtuviese una contestación desagradable, calló y dejó de obedecer a la Virgen Santísima. Mas poco después enfermó gravemente y en breve murió.

   No por esto se movió la desaconsejada viuda a cumplir la voluntad del testador y las reiteradas instancias de María, cuando una inocente niña, la menor de la casa, corrió un día a arrojarse a los brazos de su madre, diciéndole: ¡Ay mamá! He visto a una Señora, y me ha dicho: “Ve al instante a tu madre y a tu abuelo, y diles que Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, quiere ser expuesta en una Iglesia”. Conmovida la madre al oír estas palabras, determinó hacer lo que le mandaban; pero otra mujer con insensatas blasfemias, le aconsejó que guardase la Imagen.

   Apenas acabó de hablar esta infeliz, cuando se sintió atacada de agudos dolores, y conociendo que Dios justamente la castigaba, pidió a voces perdón a la Virgen, la cual, como propio de su amor maternal, escuchó sus preces, y con solo tocar su imagen le devolvió la salud.

   Se resolvió entonces la viuda a cumplir la voluntad de María, pero ignoraba cual fuera el lugar, por la Virgen escogido, donde quería ser colocada. La complaciente Señora se apareció de nuevo a la niña y le dijo estas palabras: “Quiero estar entre mi querida Iglesia de Santa María la Mayor y la de mi amado hijo adoptivo San Juan de Letrán”.

   Sabedora la madre de la voluntad de María llamó a los Agustinos, que custodiaban la Iglesia de San Mateo en Merulana y les cedió la Imagen, célebre desde aquel momento por tantos prodigios. La traslación se hizo con gran concurso del pueblo, el 27 de Marzo de l499. Al ser conducida la venerada efigie a la Iglesia de San Mateo, la tocó una persona que tenía paralizado un brazo, y recobró al instante la salud. 


   Este fue el primer milagro y el comienzo de las muchas gracias que Dios obró por su mediación en los trescientos años que estuvo expuesta en aquella Iglesia, destruida después por el ejército de Napoleón que tomó Roma.

   Cerca de sesenta años permaneció la Santa Imagen oculta en un oratorio privado; más la Virgen Santísima, que había reservado para estos nuestros tiempos su maravilloso descubrimiento, inspiró al Soberano Pontífice Pío IX ordenar que Nuestra Señora del Perpetuo Socorro volviese a ser venerada entre las Basílicas Lateranenses y Liberiana y se expusiese en la Iglesia de la Congregación del Santísimo Redentor, sobre el Esquilino.


   Desde entonces la devoción a la Imagen milagrosa se enseñoreó de la ciudad de Roma. Los pobres, los enfermos, los desgraciados, acudían en tropel al trono de María para impetrar socorro en sus necesidades, recompensando la Santísima Virgen esta filial confianza con numerosos milagros.

   Un año después la Santidad de Pío IX mandó coronar la Virgen con corona de oro, como se acostumbra hacer con las imágenes más veneradas. El 23 de Mayo de 1871 se fundó canónicamente en honor de esta Imagen una Cofradía, que fue elevada a Archicofradía el 31 de Marzo de 1876 por la Santidad de Pío IX, quien la enriqueció con muchos privilegios e indulgencias.


   Su festividad se ha fijado por San Pío X el 27 de Junio, pudiéndose celebrar varias o a lo menos una Misa el domingo precedente a la Natividad de San Juan Bautista.

   La devoción y el culto a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro se han extendido por el mundo entero con rapidez admirable. En Italia, Francia, Inglaterra, Bélgica, en España y en América hay más de seiscientos Santuarios donde la Virgen del Perpetuo Socorro es objeto de la más tierna devoción y todas partes la Reina del Cielo se ha dignado justificar con innumerables favores su magnífico título de Madre del Perpetuo Socorro.


   Recurramos, pues, con fe a la Santísima Virgen, honrémosla y procuremos que también sea honrada por nuestros hermanos. A este fin Su Santidad el Papa Pío IX, que profesaba una tierna devoción a Nuestra Señora del Perpetuo Socorro, concedió trescientos días de indulgencia por cada vez que se visite la augusta Imagen, e Indulgencia plenaria cada año para el día en que se celebre su fiesta.

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