miércoles, 31 de mayo de 2017

¡ES NECESARIO QUE MARÍA REINE!


Sublime y noble divisa: ¡Es necesario que María reine!

Tenemos necesidad de una divisa como la tenemos de un ideal.

Una divisa es un pensamiento corto e incisivo que encierra un programa completo de vida y hace vibrar todos los sentimientos del alma.

¡Dios lo quiere!, gritaban los cruzados, y esta frase era para ellos el resumen de las inflamadas arengas de un Pedro Ermitaño y de un San Bernardo. Y al sonido entusiasta y generoso de este grito, mil veces repetido, como electrizados, lo abandonaban todo y se lanzaban a la conquista del Sepulcro de Jesucristo.

¡0 padecer o morir!, exclamaba Santa Teresa, y en este grito seráfico se confundían todas las aspiraciones y todos los anhelos de su alma abrasada de amor y de generosidad.

¡Dios mío y todas mis cosas!, repetía aquel otro serafín de la tierra, San Francisco de Asís, y con los ojos fijos en su Salvador paciente, pobre y desnudo, este heroico amante de la pobreza, contra toda humana prudencia, corre en pos de su Maestro crucificado.

¡Padecer y ser despreciado por Vos!, decía el extático San Juan de la Cruz respondiendo a la pregunta del Salvador sobre qué recompensa deseaba por los trabajos a gloria suya emprendidos.

Podemos hacer desfilar ante nosotros todos los santos. Cada uno tuvo su divisa, cada uno se aficionó a algún punto determinado de nuestros augustos misterios, se apasionó por él y consagró su vida a cristalizarlo en realidades prácticas o, más bien, a transformarse en su propia divisa.

¿Y no tendremos nosotros, piadosos hijos de María, nuestra peculiar divisa? ¿No existirá una frase que resumiendo nuestras convicciones, nuestros anhelos, nuestro ideal y nuestro amor, haga vibrar todas las fibras de nuestro ser?

Si aún no la tienes, búscala, escógela, adopta alguna; luego esfuérzate en realizar su significado.

No pocas almas generosas han adoptado ésta: ¡Es necesario que Ella reine!

Profundicemos un poco estas breves y enérgicas palabras.

 Es necesario. No es el deseo del veleidoso que querría y se pregunta con ansiedad: ¿Lo podré? ¿No será demasiado difícil? ¿Cómo lo voy a conseguir?

No, no; nada de cálculos humanos. Es necesario. Ignoro aún el cómo; pero sé que ante una voluntad decidida todo cede y todo se doblega.

Cuando uno tiene el valor de decir Yo quiero, conseguirá su fin, porque un «quiero» resuelto es de un poder tal que no conoce semejante.

En nuestros días son raros, muy raros, los que poseen tal voluntad; pero los que están dotados de ella son dueños de la tierra y constituyen la raza de los dominadores.


¿Qué es un santo?


Es un hombre como nosotros pero dotado de una voluntad enérgica que dice:


Yo seré santo cueste lo que cueste.


¿Qué habré de luchar, de sacrificarme? No importa; lucharé, me sacrificaré.

Tendré que sobreponerme al mundo;

tendré que vencer al demonio;

tendré que dominar mi naturaleza.

No importa.

Me sobrepondré al mundo.

Venceré al demonio.

Dominaré mi naturaleza.

¿Y esto es posible? Sí, lo es, exclama el santo. Sé que de mi natural soy débil, sin fuerzas, sin valor, sin resistencia y sin constancia. No importa; con esta nada lo alcanzaré todo, no yo, sino la gracia de Dios. Lo alcanzaré, porque la gracia todo lo puede y la pediré hasta que la consiga.

Dios nuestro Señor no me la negará.

Esta es el alma de un santo. Un alma así quiero yo poner al servicio de María, y por eso me atrevo a decir: Es necesario.


¿Qué es necesario? ¡Que Ella reine!


Pero ¿qué puedo yo, pobre y miserable criatura, para realizar el reinado de María, reinado sobre las inteligencias, sobre los corazones y sobre las almas? ¿Qué puedo? No lo ignoro, no puedo nada; pero lo repito:


¡Es necesario que Ella reine!


Por mí mismo no puedo nada; pero trabajo por Dios y para Dios, y Dios todo lo puede.

Nada puedo por mí y, por consiguiente, todo será obra de la gracia. Dios trabajará por mí y en mí.

Ninguna necesidad tiene Dios de mis talentos, de mis fuerzas ni de mis palabras para llevar a cabo sus obras. Sólo pide mi voluntad, mis esfuerzos y mi amor.

Aquí estoy, Dios mío; pongo a vuestra disposición:

mi voluntad, empleadla;

mis esfuerzos, bendecidlos;

mi corazón, inflamadlo;

mi alma, santificadla.

Lo pongo a vuestra disposición para servicio de María:

de María, mi Madre;

de María, vuestra Madre;

de María, Reina del cielo y de la tierra.

En el cielo Ella es Reina indiscutible y como tal honrada, servida y glorificada. Aquí, en la tierra, su reinado no está aun suficientemente dilatado; muchas almas no le pertenecen, muy pocas en número se dejan penetrar completamente e impregnar hasta el fondo del corazón por su dominio maternal.

Pues bien, Dios mío; a pesar de mi miseria, vengo a ofrecerme a Vos para trabajar en la dilatación de ese reinado.

Me entrego a Vos en cuerpo y alma para apóstol de María, porque:


¡Es necesario que Ella reine!


Mi alma vivirá sólo de este deseo.

Mi corazón no latirá sino a impulsos de este amor.

Mi entendimiento, mi memoria, mi voluntad, todo, todo cuanto soy y puedo, estará al servicio de esta causa.

Para hacer reinar a María, yo seré

su apóstol, con el ejemplo;

su heraldo, con la palabra;

su soldado, con la pluma.



¡En todas partes y siempre!,



hasta mi último suspiro, gritaré:



¡Es necesario que Ella reine!



Y no dormiré en paz el sueño si sobre mi tumba no se puede grabar como epitafio:


¡¡¡ELLA REINA!!!






“Espíritu de la vida de intimidad con la Santísima Virgen”

R.P. Lombaerde — Misionero de la Sagrada Familia.




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