LOS ENEMIGOS DE LA VIRGEN.
Las palabras de la Virgen a su prima Santa
Isabel: «Todas las generaciones me llamarán bienaventurada», se han cumplido
exactamente. María vive en la Iglesia.
Desde el ocaso a la aurora, de septentrión al mediodía, acuden nuevos hijos a
cobijarse bajo su manto salvador: no hay uno solo de cuantos sirven a
Jesucristo que no la ame é invoque; porque todos saben muy bien que esta es la
voluntad de Dios, y no
honra al Hijo quien no respeta a la Madre.
La Iglesia docente, maestra infalible de la
verdad, ha compuesto en su honor bellísimas plegarias, que exhalan el fragante
aroma de los cielos, y ha recogido en las Letanías y en la Salve, que es el
himno de la esperanza, los títulos más gloriosos de la Madre de Dios,
consoladora de los afligidos, auxilio de los cristianos. Tres veces al día
resuenan las campanas desde las altas torres de los templos convidando a los
fieles con su vibrante voz a saludar a la Reina de los cielos y a repetir la
enhorabuena del ángel. Durante el año no deja pasar mes alguno sin dedicarle
algún día, destinado especialmente a celebrar sus misterios; conságrale el mes
más poético de todos, el mes de las flores, y cada semana el día en que se
terminan las tareas y precede al descanso dominical, el día alegre del sábado. ¿Quién es capaz de contar los templos y altares que
ha erigido en su honor? ¿Las Asociaciones, Órdenes y familias religiosas y comunidades que
ha puesto bajo su tutela? ¿Las fiestas y advocaciones con que la honra? ¿La
presteza y confianza con que acude a su valioso patrocinio, como quien sabe que
María es la capitana de los ejércitos de Dios, la torre de David, de la cual penden
innumerables escudos, el terror del infierno y la debeladora de todas las herejías?
Y
¿qué decir del pueblo cristiano? Poderosos
y desvalidos, ricos y pobres, sabios e ignorantes, ¿no acuden a María como a su protectora y amparo? ¿No la han
aclamado naciones enteras por su Reina y patrona? ¿No aparece
su imagen en muchos escudos y blasones nobiliarios? ¿Cuántas obras, desde el volumen en folio hasta la
volante hoja de papel, no se han escrito y escriben diariamente explicando sus
prerrogativas y difundiendo sus alabanzas? ¿Con qué expresiones de cariño no la saludan? ¿Qué gozo no reciben de considerar sus grandezas? ¿A qué arranques piadosos no los arrebata el afecto?
¡Cómo trocaran con ella su condición, si ellos frieran inmortales y María mortal, si ellos ricos y María pobre! Si Dios les propusiese
(lo que es absurdo) ser madre de
Dios, no lo quisieran ser ellos para que lo fuese María... ¿Y las
artes? ¡Ah, las artes!—dice un piadoso sacerdote y apologista
católico—«desde el
Dante, que en su poema coloca a María en la región superior del paraíso, alegrando con su sonrisa a los coros
celestiales, hasta las coplas populares que con tan agraciados conceptos la han
festejado, ¿qué lira clásica o popular no ha vibrado por María? Desde las informes pinturas de las catacumbas,
desde las toscas esculturas bizantinas hasta la inspiración de Rafael y de Murillo, el pintor de la célebre Concepción, ¿qué pinceles y buriles no han trabajado con amor
en la dulce tarea de reproducir su hermosísima figura? Desde las magníficas catedrales de las ciudades hasta las
humildes capillas de las aldeas, desde los suntuosos monasterios hasta las
modestas ermitas, que esbeltas coronan las colinas, o se esconden misteriosas entre
la frondosa espesura de los valles, ¿qué templos no han resonado con sus alabanzas? Desde las sublimes estancias del Stabat de
Rossini hasta el poético Dulcísima Virgen de nuestros Mayos, ¿qué genio de la música no se ha inspirado en sus glorias o en
sus dolores?».
Además, ¿qué edad, qué condición o estado de la vida no se ha consagrado a la
Reina del cielo y dulce Madre de los hombres? A los pocos días
de haber nacido, son en muchas partes llevados en brazos los tiernecitos niños al
templo y puestos en la peana del altar de la Reina de los Ángeles, para que los
tome por suyos y les dispense desde la infancia su decidida protección. De
muchos se puede decir que maman con la leche la piedad y devoción a María; y
cuando más tarde, desarrollado ya el uso de la razón sienten el primer
despertar a rugir de las pasiones, a ella corren presurosos en demanda de
auxilio y fortaleza. ¡De qué dulces escenas son mudos testigos las paredes
del templo y el frío mármol de los altares dedicados a María! ¡Cuántas lágrimas han visto correr! ¡Qué votos se han hecho ante sus aras! ¡Y cuántos también han salido de allí, vistiendo el santo escapulario, para
lanzarse a la inmensidad de los mares y desafiar las tormentas, volar al campo
de batalla en defensa de la religión y de la patria!
Al pie de los altares de María ha bendecido
el ministro de Dios a los que se unían con el indisoluble vínculo del santo
matrimonio, y ha implorado para los contrayentes las bendiciones del cielo y la
prosperidad y dicha de la tierra. Al pie de estos mismos altares han rogado
cien veces las madres y esposas por sus hijos o maridos ausentes; y las alhajas
y devotos publican a la faz del mundo que han sido escuchados los ruegos de los
que imploraron la vuelta o la salud de las personas queridas.
¿Qué resta, pues, sino que perseveremos en nuestra
constante y filial devoción a María santísima, que crezcamos cada día más en ella, y que nuestro amor y devoción reúnan los caracteres de veracidad y solidez que
nos hagan acreedores a las promesas y gracias otorgadas en favor de los
verdaderos devotos de María? ¿Qué resta sino que, no contentos con amarla y venerarla
nosotros, procuremos también que otros la amen y veneren, sin hacer caso
de las insulsas diatribas de unos, de la supina ignorancia de otros, ni del
odio inveterado que los enemigos de María le profesan?
¡Ah! ¡Los enemigos de María! ¡También esta Reina de bondad y Madre dulcísima de misericordia los tiene! ¡También hay quien arroja envenenadas flechas contra
la augusta Señora, de cuyo seno brotó la clemencia!
De los enemigos de María unos lo son por ignorancia, otros por
malicia. Por
ignorancia, porque no conocen a la Virgen, ni saben qué clase de culto le tributa la Iglesia. Hablan
de lo que ignoran. Creen falsamente que los católicos adoramos a María como a diosa o poco menos; lo cual es un
absurdo groserísimo que ningún buen católico ha soñado. Veneramos, sí, y honramos con devoto afecto a María, como a la criatura más pura y perfecta que ha salido de las manos
de Dios, como al súbdito más leal y obediente a su Rey, y a quien el
mismo Rey y Dios ha honrado y ennoblecido sobre todas las criaturas y ha
querido también que fuese más que todos honrada y venerada.
Ni la honra y veneración que tributamos a
la Madre, eclipsa o menoscaba la adoración que se debe al Hijo, ni el amor a
María es desamor a Jesús. ¿Desdora, acaso, al rey de la tierra quien para
obtener una gracia se vale de la intercesión de la madre o de la esposa del rey? ¿O sirve
menos al monarca el vasallo leal que por su orden está al servicio del príncipe heredero? ¿No
ceden en honra de Jesucristo las oraciones que la Iglesia dirige a María? ¿Quién más amante de Jesús que los amantes de la Virgen?
Que hablen las historias
de los santos. Desafiamos a los enemigos de María que
presenten tantos y tan esclarecidos amadores de Cristo, que hayan llevado su
amor hasta el heroísmo, como lo han llevado los amantes verdaderos de nuestra
Señora. ¿Qué han de presentar? Nunca
amará al Hijo quien se precia de aborrecer y deshonrar a la Madre. En este
punto la máxima católica es “ad
Jesum per Mariam: a Jesús por medio de María”.
Pero
otros enemigos tiene María, a quienes no mueve la ignorancia, sino la malicia y
aversión
que les inspira el infierno. Odia Lucifer a la Madre, porque aborrece también al Hijo; y
envuelve en su odio común a entrambos, porque quebrantaron ellos su cabeza y
van de día en día repoblando los tronos del Empíreo, que él y los suyos dejaron
vacíos. Seis mil años han pasado, y hoy como el primer día se revuelve feroz
contra el misterio de un Dios hecho hombre y de una Virgen sin mancilla, que lo
concibe y da a luz.
Y ese odio de sesenta
siglos contra el augusto misterio que levanta al hombre en la persona de
Jesucristo sobre la naturaleza angélica, aparece hoy vivo y ardiente en las herejías modernas, como apareció en las antiguas; porque en el fondo de todos los
errores y herejías referentes a Jesucristo que ha habido en el
mundo, se encuentra el odio de la antigua serpiente contra el dogma de la
maternidad divina. Estas herejías no son sino rugidos de Lucifer, herido a la
vez por la planta virginal de María y el báculo de la cruz, Y eso es también en resumidas cuentas, si bien lo
consideramos, el moderno satanismo. ¿Y quién no ve por ahí la trascendental importancia de ser devotos
de María?
Redoblemos, pues, nuestro fervor en el culto y servicio de
nuestra Señora.
Es uno de los más eficaces medios de combatir los errores de nuestros días
y alcanzar brillantes victorias.
Por el…
P.
VICENTE AGUSTÍ
De
La COMPAÑÍA De JESÚS.
No hay comentarios:
Publicar un comentario