lunes, 5 de junio de 2017

MARÍA AMADA DE LA IGLESIA MILITANTE



LOS ENEMIGOS DE LA VIRGEN.



     Las palabras de la Virgen a su prima Santa Isabel: «Todas las generaciones me llamarán bienaventurada», se han cumplido exactamente. María vive en la Iglesia. Desde el ocaso a la aurora, de septentrión al mediodía, acuden nuevos hijos a cobijarse bajo su manto salvador: no hay uno solo de cuantos sirven a Jesucristo que no la ame é invoque; porque todos saben muy bien que esta es la voluntad de Dios, y no honra al Hijo quien no respeta a la Madre.


    La Iglesia docente, maestra infalible de la verdad, ha compuesto en su honor bellísimas plegarias, que exhalan el fragante aroma de los cielos, y ha recogido en las Letanías y en la Salve, que es el himno de la esperanza, los títulos más gloriosos de la Madre de Dios, consoladora de los afligidos, auxilio de los cristianos. Tres veces al día resuenan las campanas desde las altas torres de los templos convidando a los fieles con su vibrante voz a saludar a la Reina de los cielos y a repetir la enhorabuena del ángel. Durante el año no deja pasar mes alguno sin dedicarle algún día, destinado especialmente a celebrar sus misterios; conságrale el mes más poético de todos, el mes de las flores, y cada semana el día en que se terminan las tareas y precede al descanso dominical, el día alegre del sábado. ¿Quién es capaz de contar los templos y altares que ha erigido en su honor? ¿Las Asociaciones, Órdenes y familias religiosas y comunidades que ha puesto bajo su tutela? ¿Las fiestas y advocaciones con que la honra? ¿La presteza y confianza con que acude a su valioso patrocinio, como quien sabe que María es la capitana de los ejércitos de Dios, la torre de David, de la cual penden innumerables escudos, el terror del infierno y la debeladora de todas las herejías?



     Y ¿qué decir del pueblo cristiano? Poderosos y desvalidos, ricos y pobres, sabios e ignorantes, ¿no acuden a María como a su protectora y amparo? ¿No la han aclamado naciones enteras por su Reina y patrona? ¿No aparece su imagen en muchos escudos y blasones nobiliarios? ¿Cuántas obras, desde el volumen en folio hasta la volante hoja de papel, no se han escrito y escriben diariamente explicando sus prerrogativas y difundiendo sus alabanzas? ¿Con qué expresiones de cariño no la saludan? ¿Qué gozo no reciben de considerar sus grandezas? ¿A qué arranques piadosos no los arrebata el afecto? ¡Cómo trocaran con ella su condición, si ellos frieran inmortales y María mortal, si ellos ricos y María pobre! Si Dios les propusiese (lo que es absurdo) ser madre de Dios, no lo quisieran ser ellos para que lo fuese María... ¿Y las artes? ¡Ah, las artes!dice un piadoso sacerdote y apologista católico—«desde el Dante, que en su poema coloca a María en la región superior del paraíso, alegrando con su sonrisa a los coros celestiales, hasta las coplas populares que con tan agraciados conceptos la han festejado, ¿qué lira clásica o popular no ha vibrado por María? Desde las informes pinturas de las catacumbas, desde las toscas esculturas bizantinas hasta la inspiración de Rafael y de Murillo, el pintor de la célebre Concepción, ¿qué pinceles y buriles no han trabajado con amor en la dulce tarea de reproducir su hermosísima figura? Desde las magníficas catedrales de las ciudades hasta las humildes capillas de las aldeas, desde los suntuosos monasterios hasta las modestas ermitas, que esbeltas coronan las colinas, o se esconden misteriosas entre la frondosa espesura de los valles, ¿qué templos no han resonado con sus alabanzas? Desde las sublimes estancias del Stabat de Rossini hasta el poético Dulcísima Virgen de nuestros Mayos, ¿qué genio de la música no se ha inspirado en sus glorias o en sus dolores?».



     Además, ¿qué edad, qué condición o estado de la vida no se ha consagrado a la Reina del cielo y dulce Madre de los hombres? A los pocos días de haber nacido, son en muchas partes llevados en brazos los tiernecitos niños al templo y puestos en la peana del altar de la Reina de los Ángeles, para que los tome por suyos y les dispense desde la infancia su decidida protección. De muchos se puede decir que maman con la leche la piedad y devoción a María; y cuando más tarde, desarrollado ya el uso de la razón sienten el primer despertar a rugir de las pasiones, a ella corren presurosos en demanda de auxilio y fortaleza. ¡De qué dulces escenas son mudos testigos las paredes del templo y el frío mármol de los altares dedicados a María! ¡Cuántas lágrimas han visto correr! ¡Qué votos se han hecho ante sus aras! ¡Y cuántos también han salido de allí, vistiendo el santo escapulario, para lanzarse a la inmensidad de los mares y desafiar las tormentas, volar al campo de batalla en defensa de la religión y de la patria!


     Al pie de los altares de María ha bendecido el ministro de Dios a los que se unían con el indisoluble vínculo del santo matrimonio, y ha implorado para los contrayentes las bendiciones del cielo y la prosperidad y dicha de la tierra. Al pie de estos mismos altares han rogado cien veces las madres y esposas por sus hijos o maridos ausentes; y las alhajas y devotos publican a la faz del mundo que han sido escuchados los ruegos de los que imploraron la vuelta o la salud de las personas queridas.


     ¿Qué resta, pues, sino que perseveremos en nuestra constante y filial devoción a María santísima, que crezcamos cada día más en ella, y que nuestro amor y devoción reúnan los caracteres de veracidad y solidez que nos hagan acreedores a las promesas y gracias otorgadas en favor de los verdaderos devotos de María? ¿Qué resta sino que, no contentos con amarla y venerarla nosotros, procuremos también que otros la amen y veneren, sin hacer caso de las insulsas diatribas de unos, de la supina ignorancia de otros, ni del odio inveterado que los enemigos de María le profesan?


     ¡Ah! ¡Los enemigos de María! ¡También esta Reina de bondad y Madre dulcísima de misericordia los tiene! ¡También hay quien arroja envenenadas flechas contra la augusta Señora, de cuyo seno brotó la clemencia! De los enemigos de María unos lo son por ignorancia, otros por malicia. Por ignorancia, porque no conocen a la Virgen, ni saben qué clase de culto le tributa la Iglesia. Hablan de lo que ignoran. Creen falsamente que los católicos adoramos a María como a diosa o poco menos; lo cual es un absurdo groserísimo que ningún buen católico ha soñado. Veneramos, sí, y honramos con devoto afecto a María, como a la criatura más pura y perfecta que ha salido de las manos de Dios, como al súbdito más leal y obediente a su Rey, y a quien el mismo Rey y Dios ha honrado y ennoblecido sobre todas las criaturas y ha querido también que fuese más que todos honrada y venerada.




     Ni la honra y veneración que tributamos a la Madre, eclipsa o menoscaba la adoración que se debe al Hijo, ni el amor a María es desamor a Jesús. ¿Desdora, acaso, al rey de la tierra quien para obtener una gracia se vale de la intercesión de la madre o de la esposa del rey? ¿O sirve menos al monarca el vasallo leal que por su orden está al servicio del príncipe heredero? ¿No ceden en honra de Jesucristo las oraciones que la Iglesia dirige a María? ¿Quién más amante de Jesús que los amantes de la Virgen? Que hablen las historias de los santos. Desafiamos a los enemigos de María que presenten tantos y tan esclarecidos amadores de Cristo, que hayan llevado su amor hasta el heroísmo, como lo han llevado los amantes verdaderos de nuestra Señora. ¿Qué han de presentar? Nunca amará al Hijo quien se precia de aborrecer y deshonrar a la Madre. En este punto la máxima católica es ad Jesum per Mariam: a Jesús por medio de María.



     Pero otros enemigos tiene María, a quienes no mueve la ignorancia, sino la malicia y aversión que les inspira el infierno. Odia Lucifer a la Madre, porque aborrece también al Hijo; y envuelve en su odio común a entrambos, porque quebrantaron ellos su cabeza y van de día en día repoblando los tronos del Empíreo, que él y los suyos dejaron vacíos. Seis mil años han pasado, y hoy como el primer día se revuelve feroz contra el misterio de un Dios hecho hombre y de una Virgen sin mancilla, que lo concibe y da a luz.



     Y ese odio de sesenta siglos contra el augusto misterio que levanta al hombre en la persona de Jesucristo sobre la naturaleza angélica, aparece hoy vivo y ardiente en las herejías modernas, como apareció en las antiguas; porque en el fondo de todos los errores y herejías referentes a Jesucristo que ha habido en el mundo, se encuentra el odio de la antigua serpiente contra el dogma de la maternidad divina. Estas herejías no son sino rugidos de Lucifer, herido a la vez por la planta virginal de María y el báculo de la cruz, Y eso es también en resumidas cuentas, si bien lo consideramos, el moderno satanismo. ¿Y quién no ve por ahí la trascendental importancia de ser devotos de María?



     Redoblemos, pues, nuestro fervor en el culto y servicio de nuestra Señora. Es uno de los más eficaces medios de combatir los errores de nuestros días y alcanzar brillantes victorias.





Por el

P. VICENTE AGUSTÍ

De La COMPAÑÍA De JESÚS.




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