viernes, 2 de junio de 2017

MARÍA AMADA DE LA IGLESIA PACIENTE O PURGANTE


  
   Como ama el caminante, que muere de sed, al bienhechor que le ofrece un vaso de agua cristalina, y quien perece de hambre al que le convida a un banquete espléndido y regalado; como el desterrado, lejos de su patria y de su familia, besa amoroso la mano que le levanta el destierro y le restituye su esposa, hijos y bienes, o como el aherrojado entre cadenas, en la lobreguez de un calabozo, no puede menos de mirar con cariño al que le da la amada libertad y le encumbra, como Faraón a José, a la cima de los honores y apogeo del poderío, así, pero no así, sino muchísimo más aman las pobrecitas almas del purgatorio a su dulce Madre y libertadora, la Reina de los cielos.



     ¡Ah! aquellas buenas almas que están en el lugar de la expiación padecen hambre y sed devoradoras, son hijas queridísimas de Dios y viven desterradas muy lejos de su patria y de sus hermanos, los ángeles y bienaventurados, y quizá apartadas también de aquellos mismos a quienes dieron el ser de naturaleza y a quienes, por afecto, entregaron su corazón; arrastran pesadísimas cadenas en oscurísima cárcel, privadas de aire y de luz, ¿cómo no han de amar a María, que con frecuencia las visita, refrigera sus ardores, mitiga su sed, las consuela con la esperanza, acorta el plazo de su destierro y rompe las puertas de diamante o allana los muros de bronce que las detienen en su horrendo cautiverio? ¿Quién sino María envía sus ángeles, portadores de buena nueva, que vierten cada día sobre aquel remolino de llamas el cáliz de bendición que toman de manos del sacerdote, cuando inmola la divina víctima en el altar? ¿Quién sino María esparce sobre el duro pavimento de aquella cárcel mal oliente las fragantes rosas de Jericó, que los devotos del rosario le ofrecen, cuando rezan el salterio mariano y repiten ciento cincuenta veces la angélica salutación?





     Aman a María las benditas almas del purgatorio, porque saben que María las ama; porque, interesándose por su rescate, mueve a los hijos que tiene en el mundo a que ofrezcan sufragios y apliquen indulgencias en favor de estos desvalidos encarcelados; porque, no contenta con esto, baja ella misma en las fiestas principales, y deja poco menos que vacía aquella región tenebrosa.

Bien sabido es lo que prometió la misma Virgen al Papa Juan XXII, a quien, apareciéndosele, mandó decir a todos los que llevasen su escapulario del Carmen, que el sábado inmediato al día de la muerte de cada uno saldrían libres de las penas del purgatorio. Y así fué declarado por el Sumo Pontífice en la bula que a este fin expidió, confirmada por sus sucesores Alejandro V, Clemente VII, Pío V, Gregorio XIII y Paulo V, el cual, en una suya dada el año de 1612, dice:
                           «Que el pueblo cristiano puede piadosamente creer que la santísima Virgen con su continua intercesión, méritos y protección especial, ayudará después de la muerte, y principalmente el día del sábado (que la Iglesia le consagra) las almas de los hermanos de las cofradías del Carmen que hayan salido de este mundo en gracia de Dios, habiendo vestido su escapulario, guardado castidad conforme al estado de cada uno, y rezado el Oficio parvo de la misma Virgen, o que, de no haber podido, hayan observado a lo menos los ayunos de la Iglesia y abstenídose los miércoles de comer carne, menos el día de Navidad». Y en el oficio de la misma fiesta del Carmen se dice que, «según la piadosa creencia de los fieles, la Virgen, con afecto de Madre, consuela y saca muy pronto de aquella penosa cárcel a los que estuvieron agregados a su cofradía».



Pues siendo esto así, ¿cómo no han de amar, y mucho, las almas del purgatorio a su dulcísima Madre é insigne bienhechora?



Por el


P. VICENTE AGUSTÍ

De La COMPAÑÍA De JESÚS.




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