El
bienaventurado apóstol y evangelista san Mateo, que por otro nombre se llamó
Leví, fue Galileo de nación y de la ciudad de Cana.
Era publicano y arrendador de las rentas
imperiales que se cogían de los tributos que pagaban los judíos, que era oficio
odioso entre ellos, y así les llamaban con el nombre de pecadores.
Estando pues un día Mateo sentado en la casa o aduana, pasó el Señor, y puso en
él los ojos de su clemencia, y le dijo:
«Sígueme»:
y luego se levantó san Mateo tocado de
Dios, y dejando el trato, dineros, casa y familia, le siguió. Le cobró
tanto amor, que le hizo un convite en su casa al cual hizo venir a otros
publícanos y pecadores para que, atraídos de la dulzura y conversación del
Señor, también le conociesen y amasen. Esto
escribe en su Evangelio divino el mismo san Mateo, el cual se llama
humildemente a sí mismo «Mateo el publicano», mientras los otros
evangelistas le llaman con el nombre de Leví, para disimular la afrenta del
oficio que ejercitaba antes de su vocación. Después de la subida del Salvador
al cielo y la venida del Espíritu Santo, cupo a san Mateo la misión de Etiopía,
y se llevó consigo el Evangelio que había escrito en lengua hebrea o siriaca
para los judíos. Llegado a Etiopía el santo apóstol, se dice que entró en la
ciudad de Nadaber, donde fue hospedado por aquel eunuco de la reina Candace, a
quien bautizó san Felipe. Allí encontró dos magos que con sus malas artes
pervertían al pueblo, más el santo apóstol les confundió con la virtud de
Jesucristo, y resucitó a un hijo del rey Egipo, que los magos no habían podido
resucitar. Con este prodigio se convirtieron el rey y la reina y sus hijos a la
fe del Señor y gran parte del pueblo, siguiendo su ejemplo, se bautizó. Tenía
el rey una hija llamada Ifigenia, la cual oyendo alabar al santo apóstol el
estado virginal, se determinó con su parecer, de consagrarse a Dios en compañía
de otras doncellas que se le juntaron con el mismo propósito; mas habiendo
muerto el rey Egipo, y apoderándose del reino un hermano suyo llamado Hirtaco,
quiso éste casarse con Ifigenia, y que san Mateo se lo persuadiese: pero el
santo apóstol se resistió: por lo cual el rey se enojó de manera, que mandó sus
ministros a la iglesia donde el santo estaba diciendo misa para que le diesen
la muerte; y así acabada la misa, fue el santo apóstol alanceado, quedando el
altar del divino sacrificio rociado con su sangre. Con este martirio acabó su
carrera apostólica, después de haber padecido muchos trabajos, obrado grandes
milagros, edificado templos, ordenado sacerdotes y ganado para Jesucristo
muchas almas en aquella remota provincia de Etiopía.
Reflexión: En la vocación
de san Mateo al apostolado, mostró el Señor sus entrañas de misericordia para
darnos gran confianza que no desechará a cualquier pecador, por malo que haya
sido y viniere a él; y para que entendamos que aunque no viniere y le cerrare
la puerta, llamará a ella y si le abriere, entrara en su corazón y le perdonará
sus pecados. Y juntamente nos propone el sagrado Evangelio la presteza con que
san Mateo obedeció al Señor, para que la imitemos, y obedezcamos a la divina
vocación, dando de mano si es menester a todas las cosas de la tierra y a todas
las riquezas, gustos y vanidades del siglo, para ser verdaderos discípulos de
Jesucristo, Señor nuestro.
Oración:
Asístenos, Señor, por los méritos de tu apóstol y evangelista, el
bienaventurado Mateo, para alcanzar por su intercesión lo que no podemos
conseguir por nuestras débiles fuerzas. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.
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