Nacida
en Alecon (Francia), entró a los quince años en el Carmelo de Lisieux, con
permiso especial del Papa León XIII. De su vida en el
convento nos dan una clara idea estas palabras de una maestra suya “No hizo nada
extraordinario, pero todo lo hizo extraordinariamente”. Su amor de
Dios producía en ella un gran amor al prójimo, dándole a entender que la vida debe
ser un continuo sacrificio por las almas. Desde su encierro pudo ejercer un
fecundo apostolado por medio de la oración
y la penitencia, mereciendo ser proclamada, juntamente con San Francisco
Javier, Patrona de las misiones católicas. Por la práctica de las que llamaba “pequeñas
virtudes”—la sencillez, la humildad, la alegría y el abandono completo
en las manos de Dios—, logro realizar el modelo de las almas que van a Dios
por el camino de la infancia espiritual, que ella canto en bellos versos y
expuso en su autobiografía, intitulada “Historia de un alma”.
Murió el 30 de septiembre de 1897, a los 24 años de edad. Fue canonizada
el 17 de marzo de 1925.
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