“LA SOLEDAD DE MARIA”
Cristo había muerto. Murió cuando quiso y como quiso,
conforme había dicho poco tiempo antes, después de una de las cuatro intentonas
de darle muerte tumultuosamente, de la que salió: “Ninguno me quita la
vida si yo no quiero; yo la entrego. Tengo poder de entregarla y tengo poder de
retomarla”, y a san Pedro, en el Huerto:
“¿Crees que puedo pedir a mi Padre siete legiones
de ángeles que me libren de estos? Vuelve tu espada a su vaina”. Y mostró su poder
haciendo que los ruines captores cayeran dos veces al suelo al solo sonido de
su voz.
Los cuatro evangelistas
notan que la última palabra fue arrojada por Cristo “con una grande voz”, como quien está en posesión de todas sus fuerzas. Entregó así su
vida; para retomarla.
Como al conjuro de ese gran grito, tembló la
tierra, se partieron las piedras, se rasgó de arriba abajo el velo del templo y
saltaron las lápidas de muchos sepulcros. La gente bajó del monte despavorida,
y huyeron; los primeros probablemente los que habían sido más insolentes. El jefe de la Guardia Romana dijo: “Realmente este hombre
era Hijo de Dios”.
José de Arimatea y
Nicodemus, dos discípulos ocultos de Cristo, se presentaron audazmente a Pilato
y le pidieron el cuerpo del Señor. Pilatos se extrañó que hubiese muerto tan pronto. Los judíos por su parte se hicieron presentes también a
decirle: “Has puesto allí ‘Rey de los
Judíos’. NO ES Rey de los Judíos. EL DIJO que era Rey de los Judíos”. Pilatos se negó a cambiar el
letrero: “Lo que he escrito, queda
escrito”. Y ciertamente Dios lo
quiso: que la verdadera causa de la muerte de Jesús, y no las causas
calumniosas, quedase allí grabada. Le dieron muerte porque no quisieron
recibirlo por lo que Él era. La vida de Cristo fue tal, que los judíos, o
bien tenían que aceptarlo como el Mesías, o bien tenían que darle muerte. Lo
mismo que hoy día, por lo demás: o bien hay que decir que ha sido el mayor
criminal que ha sido en el mundo, o bien que ha sido el Hijo de Dios.
No hay término medio posible, sí uno
quiere atenerse a la lógica de los hechos. Para poder decir que fue un gran
moralista o un gran poeta algo perturbado, hay que cambiar o tergiversar los
hechos —como hacen no pocos “racionalistas
bíblicos” actuales que para poder
decir eso negando su Divinidad, mutilan, tergiversan, y hacen mangas y capirotes
con la tela de los Evangelios; a los cuales pretenden “estudiar científicamente”.
Los dos nobles judíos descolgaron
cuidadosamente el cadáver de Cristo y lo entregaron a la Madre. Aquí comienza
la
“soledad de María” que el pueblo cristiano
contempla en la noche del Viernes Santo. Había perdido todo, como
si hubiera perdido su vida misma: su pena era grande como el mar y nadie la
podía compartir: estaba más allá de las palabras. Miguel Ángel hizo en su juventud “la
Pietà”, que es probablemente la mejor escultura que existe:
la Virgen está allí apesadumbrada, silenciosa
y serena. El
poeta Gerardo Diego escribió sobre ella estas líneas:
‘‘He aquí helados,
cristalinos
En el maternal regazo
Muertos ya para el abrazo
Aquellos miembros
divinos.
Fríos cierzos asesinos
Helaron todas las flores
Oh madre mía, no llores.
Cómo lloraba María.
La llaman desde ese día
La Virgen de los
Dolores”.
La Virgen podía contar todos sus huesos; los
resabios de las escenas terribles que había presenciado surgían en ella en
oleadas a la vista de todas las heridas. “Lo hemos visto como un
leproso, no había en él dignidad ni hermosura, como un herido de Dios y
humillado”, había
dicho el Profeta. Y la maldad de los hombres
atormentaba a María tanto como el aspecto lastimoso de su Primogénito; porque
todos los hombres se habían convertido en sus hijos segundos.
Ella sabía que había de
resucitar; pero eso no suprimía su
pena, que era presentemente demasiado grande. Una aflicción muy grande llena y
domina el alma, y no deja lugar para otro sentimiento. Tenemos experiencia de eso o
incluso puede que lo hayamos pasado. ¿Acaso una madre que ha visto morir a su hijo cesa en su lloro
por pensar que él ahora está en el cielo? El consuelo futuro se
hace como lejano, como inexistente; y la pena presente lo cubre todo. Hombres
que sufren depresión síquica profunda que dura un día, la experiencia que
tienen de que dura solo un día y que mañana estarán bien, no los alivia en
nada; les parece que nunca saldrán dese estado, que nunca han estado en otro, y
recuerdan tan solo todos los males pasados y todos los que han de venir. Será una especie de locura, si ustedes
quieren; pero así es con el alma humana.
“Cristo ‘bajó a los infiernos’ dice
el Credo: palabra misteriosa que no
está en los Evangelios. El alma de Cristo fue al lugar donde estaban las almas
de los muertos, que el Evangelio llama ‘el seno de Abrahán’, y libertó las almas de
todos los justos que allí esperaban la Redención, desde nuestros primeros
padres Adán y Eva, hasta el ladrón arrepentido que había muerto a su lado en la
Cruz. Si bajó
también al infierno de los condenados, alivió sus penas y aterró a los
demonios, algunos santos Padres lo suponen — no lo sabemos”.
Anochecía, y los que
acompañaban a la Virgen le dijeron había que sepultar a Cristo. Se formó una pequeña procesión llevando en una sábana el
Sacramento del cuerpo exánime del Dios Hombre, hacia la falda del monte donde
José de Arimatea poseía un sepulcro nuevo, no usado: una gruta cerrada con una
gran lápida circular, en cuyo interior había un hoyo cuadrangular del tamaño de
un cuerpo de hombre. Vertieron sobre el cuerpo apresuradamente algunos perfumes
y bálsamos que por caso tenían; y volvieron a rodar la piedra. La Virgen se quedó con sus recuerdos; y probablemente
tuvo que ocuparse de recoger las ovejas perdidas, los Apóstoles que volvían al
Cenáculo derrotados y desconcertados; pues no tenían la fe de María; como se ve
en el hecho de que aún después de resucitado Cristo, a lo primero no hacían más
que descreer todo lo que les contaban. Empezó María Santísima a ejercitar su
nueva Maternidad.
Esto pasó hace 19 siglos
y medio, casi 2.000 años, y está ahora presente a nuestros ojos, arrancando
todavía lágrimas. Esta “tragedia del Calvario” es el suceso más
recordado de la Historia, el único suceso que permanece vivo. Hirió al tiempo
del hombre en el centro y lo partió en dos partes; llenó con sus ecos todos las
Continentes; y permanecerá como el rumor eterno de las olas del mar hasta que “no haya más Tiempo”, como dijo el Ángel del Apocalipsis. Y más allá todavía.
EL DIA DE LA PASION
La luz filtrada, de la Virgen pura
miró la melancólica cabeza
que en ella se volvió luz de ternura,
de esperanza, de paz y de tristeza.
Y alrededor, en círculo inefable,
más bien que luz, junto a sus sienes
bellas,
compusieron un flanco incomparable
la sombra, el sol, la luna y las
estrellas.
Brillaba así del tiempo en la gran hora
de frente maternal fulgor querido,
mezcla de luz de una naciente aurora
y reflejo de un sol desvanecido.
Sol de la augusta redención del mundo
alumbró los misterios de aquel día
un brillo extraño, virginal, profundo,
que un ángel lo llamó luz de María.
Rodeado de esta luz inmaculada
el “Consumatum
est”. Cristo murmura,
y ve ante sí tendiendo una mirada,
la soledad, el odio y la amargura.
Bendice con su vista el mundo entero,
le da un beso mental, suspira y muere;
el verdadero amor, si es verdadero,
besa al morir la mano que le hiere.
RAMON DE CAMPOAMOR
(Español
- Siglo XIX)
PENULTIMA ESTACION
¿Quién fue el escultor que
pudo
dar morbidez al marfil?
¿Quién apuró su buril
en el prodigio desnudo?
Yo, Madre mía, fui el rudo
artífice, fui el profano
que modelé con mí mano
ese triunfo de la muerte
sobre el cual tu piedad
vierte
cálidas perlas en vano
GERARDO DIEGO
(Español
- Siglo XX)
STABAT MATER
Stabat Mater doloroso
Luxta crucem lacrimosa
dum pendebat Filiús.
Estaba la Dolorosa
junto al leño de la Cruz.
¡Qué alta palabra de luz!
¡Qué manera tan graciosa
de enseñarnos la preciosa
lección del callar
doliente!
Tronaba el cielo
rugiente.
La tierra se estremecía.
Bramaba el agua…María
estaba sencillamente.
JOSE MARIA PEMAN
(Español
- Siglo XX)
MADRE DOLOROSA
Tú, Virgen de los Dolores
Conciencia del Universo,
Da a mi doloroso verso
La eternidad de las fiares,
Sueños del último amor;
Dormir sin pena ni gloria
Es la nada sin historia;
La conciencia es el dolor.
El que no pena no siente
El que no siente no vive
Y al no vivir no concibe
Cosa que al hacerle frente
Le haga de nada ser cosa
Y se pierde en la hondonada
Del no ser, que no es, es nada,
Virgen Todopoderosa.
MIGUEL DE UNAMUNO
(Español
- Siglo XX).
MEDITACION DE LA SOLEDAD DE MARIA
Composición
de lugar
Palidecidas las rosas
de tus labios
angustiados;
mustios los lirios
morados
de tus mejillas llorosas;
recordando las gozosas
horas idas de Belén,
sin consuelo ya y sin
bien
que sus soledades
llene...
¡Miradla por donde viene,
hijas de Jerusalén!
Meditación
Virgen de la Soledad:
rendido de gozos vanos,
en las rosas de tus manos
se ha muerto mi voluntad.
Cruzadas con humildad
en tu pecho sin aliento,
la mañana del portento,
tus manos fueron. Señora,
la primer cruz redentora:
la cruz del sometimiento.
Como tú te sometiste,
someterme yo quería:
para ir haciendo mi vía
con sol claro o noche
triste.
Ejemplo santo nos diste
cuando, en la tarde
deicida,
tu soledad dolorida
por los senderos
mostrabas:
tocas de luto llevabas,
ojos de paloma herida.
La fruta de nuestro bien
fue de tu llanto regada:
refugio fueron y almohada
tus rodillas, de su sien.
Otra vez, como en Belén,
tu falda cuna le hacía,
y sobre El tu amor volvía
a las angustias
primeras...
Señora: si tú quisieras
contigo lo lloraría.
Coloquio
Por tu dolor sin testigo,
por tu llanto sin
piedades,
Maestra de soledades,
enséñame a estar contigo.
Que al quedarte Tú
conmigo,
partido ya de tu vera
el Hijo que en la madera
de la Santa Cruz dejaste,
yo sé que en Ti lo
encontraste
de una segunda manera.
En mi alma, Madre, lavada
de las bajas suciedades,
a fuerza de soledades,
le estoy haciendo morada.
Prendida tengo y colgada
ya mi cámara de flores.
Y a husmear por tos
alcores
por si llega el peregrino
he soltado en mi camino
mis cinco perros mejores.
Quiero yo que el alma
mía,
tenga, de sí vaciada,
su soledad preparada
para la gran compañía.
Con nueva paz y alegría
quiero, por amor, tener
la vida muerta al placer
y muerta al mundo, de
suerte
que cuando venga la
muerte
le quede poco que hacer.
Oración
final
Pero en tanto que El
asoma,
Señora, por las cañadas,
— ¡por tus tocas
enlutadas
y tus ojos de paloma! —
recibe mi angustia y toma
en tus manos mi ansiedad.
Y séame, por piedad,
Señora del mayor duelo,
tu soledad sin consuelo
consuelo en mi soledad.
JOSE MARIA PEMAN
(Español
• Siglo XX)
P. LEONARDO CASTELLANI.
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