El dejo con que el Salvador del mundo acabó la vida y se despidió de sus
discípulos, antes que entrase en la conquista de su Pasión, fue lavarles Él mismo los pies con sus propias manos y
ordenarles el Santísimo Sacramento del Altar y predicarles un sermón lleno de
toda la suavidad, doctrina y consolación que podía ser.
Porque tal gracia y tal despedida como esta pertenecía a la suavidad y
caridad grandes de este Señor.
Pues el primero de estos misterios escribe el Evangelista San Juan
diciendo: «Que
antes del día de la Pascua, sabiendo Jesús que era llegada la hora en que había
de pasar de este mundo al Padre, habiendo Él amado a los suyos que tenía en el
mundo, en el fin señaladamente los amó.
Y hecha la cena, como el demonio hubiese ya
puesto en el corazón de Judas que le vendiese, sabiendo Él que todas las cosas
había puesto el Padre en sus manos y que había venido de Dios, y volvía a Dios,
se levantó de la cena y quitó sus vestiduras, y tomando un lienzo, se ciñó con
él, y echó agua en un baño, y comenzó a lavar los pies de sus discípulos y
limpiarlos con el lienzo con que estaba ceñido.» Hasta aquí
son palabras del Evangelista San Juan.
Pues como haya muchas cosas señaladas que considerar en este hecho tan
notable, la primera que luego se nos ofrece es este ejemplo de humildad
inestimable del Hijo de Dios, cuyas grandezas comenzó el Evangelista a contar
al principio de este Evangelio, para que más claro se viese la grandeza de esta
humildad, comparada con tan grande majestad.
Como si dijera: Este Señor, que sabía todas
las cosas; Este, que era Hijo de Dios y que de Él había venido y a Él se
volvía; Éste, en cuyas manos el padre había puesto todas las cosas, el cielo,
la tierra, el infierno, la vida, la muerte, los Ángeles, los hombres y los
demonios, y, finalmente, todas las cosas; Éste, tan grande en la majestad, fue
tan grande en la humildad que ni la grandeza de su poder le hizo despreciar
este oficio, ni la presencia de la muerte olvidarse de este regalo, ni la
alteza de su majestad dejar de abatirse a este tan humilde servicio, que es uno
de los más bajos que suelen hacer los siervos. Y así como tal se desnudó y
ciñó, y echó agua en una bacía, y Él con sus propias manos, con aquellas manos
que criaron los cielos, con aquellas en que el Padre había puesto todas las
cosas, comenzó a lavar los pies de unos pobres pescadores y (lo que más
es) los pies del peor de todos los hombres: que
eran los de aquel traidor que le tenía vendido.
¡Oh inmensa bondad! ¡Oh suprema caridad! ¡Oh
humildad inefable del Hijo de Dios!
¿Quién no quedará atónito cuando vea al
Criador del mundo, la gloria de los Ángeles, el Rey de los Cielos y el Señor de
todo lo criado postrado a los pies de los pescadores, y más de Judas?
No se contentó con bajar del Cielo y hacerse hombre, sino descendió más bajo, como dice el Apóstol, a deshacerse y humillarse de tal manera que, estando en forma
de Dios, tomase no sólo forma de hombre, sino también de siervo, haciendo el
oficio propio de los siervos.
Se maravillaba el Fariseo que convidó a Cristo, de ver que se dejase
tocar los pies de una mujer pecadora, pareciéndole ser esto cosa indigna de la
dignidad de un Profeta.
Pues si por tan indigna cosa tienes, oh Fariseo, que un Profeta deje
tocar sus pies de una mujer pecadora, ¿qué hicieras
si creyeras que este Señor era Dios y que con todo eso dejaba tocar sus pies de
esa pecadora?
Y si esto te pusiera grande admiración, dime, te ruego, ¿qué hicieras si, creyendo que este Señor era Dios, como
lo era, vieras que no sólo dejaba tocar sus pies de pecadoras, sino que Él
mismo, postrado en tierra, lavaba los pies de los pescadores?
¿Cuánto mayor es cosa Dios que un Profeta? Y ¿cuánto mayor lavar Él los pies ajenos que dejarse tocar
los suyos propios?
Pues ¿cuánto más atónito y pasmado quedaras
si esto vieras y lo creyeras? Creo cierto que los mismos Ángeles
quedaron espantados y maravillados de esta tan extraña humildad.
«Quitóse, dice el Evangelista, las vestiduras»,
etc.
¡Oh ingratitud y miseria del linaje humano! Dios
quita todos los impedimentos para servir al hombre; pues ¿por qué no los quitará el hombre para servir a Dios? Si
el Cielo así se inclina a la tierra, ¿por qué no se
inclinará la tierra al Cielo? Si el abismo de la misericordia así se
inclina al de la miseria, ¿por qué no se inclinará
el de la miseria al de la misma misericordia?
Él mismo fue el que se ciñó y el que echó agua
en el baño, y el que lavó los pies de los discípulos; para que por aquí entiendan
los amadores de la virtud y los que tienen cargo de almas que no han de cometer
a otros los oficios de piedad, sino ellos por sí mismos han de poner las manos
en todo. Porque si el hombre desea el
galardón en sí, y no en otro, por sí mismo ha de hacer las obras de virtud y no
por otro.
Mira también cuán a propósito vino este acto cuando el Señor lo hizo.
Porque comenzaron entonces los discípulos a disputar cuál de ellos era el
mayor, la cual disputa habían ya otra vez tenido entre sí; y no se curó con la
amonestación que el Señor entonces les hizo de palabra, y por esto acudió ahora
a curarla con otra medicina más eficaz, que es con la obra, haciendo entre
ellos y para ellos esta obra de tanta humildad, además de las que tenía hechas
y de las que le quedaban por hacer.
Porque sabía muy bien este Señor la
necesidad que los hombres tienen de esta virtud y la repugnancia grande que por
su parte hay para ella; y por esto acudió a curarla con esta tan fuerte
medicina.
Mas no sólo nos dejó aquí ejemplo de
humildad, sino también de caridad; porque lavar los pies no sólo es servicio,
sino también regalo, el cual hizo el Salvador a los pies de sus amigos víspera
del día que habían de ser enclavados y lavados con sangre los suyos; para que
veas cuán dura es la caridad para sí y cuán blanda para los otros.
Pues este ejemplo de caridad y humildad deja el Señor en su testamento
por manda a todos los suyos, encomendándoles en aquella hora postrimera que se
tratasen ellos entre sí como Él los había tratado, y se hiciesen aquellos
regalos y beneficios que Él entonces les había hecho.
Pues ¿qué otra ley, qué otro mandamiento se
pudiera esperar de aquel pecho tan lleno de caridad y misericordia, más propio
que éste? ¿Qué otro mandamiento dejara un padre a la hora de su muerte a hijos
que mucho amase, sino que se amasen ellos entre sí e hiciesen para consigo lo
que Él hacía con ellos?
Éste fue el mandamiento que el Santo José dio a sus hermanos cuando los
envió a su padre, diciendo «No
tengáis pasiones en el camino; caminad en paz y no os hagáis mal unos a otros».
Mandamiento fue éste de verdadero hermano
que de verdad amaba a sus hermanos y deseaba su bien.
Pues para mostrar el Señor este mismo amor para
con los hombres, pone aquí este mandamiento, que por excelencia se llama el
mandamiento, en el cual nos mandó la cosa que más convenía para nuestra paz,
para nuestro bien y para nuestro regalo; tanto, que si este mandamiento se
guardase en el mundo, sin duda vivirían en él los hombres como en un paraíso.
Donde
advertirás también cuáles sean los mandamientos que nos manda Dios nuestro Señor. Porque tales son y tan
provechosos para los hombres que, si bien se considera, más debemos nos a Él
por las cosas que nos manda que Él ha nos por la guarda de lo que manda, pues
aun quitando, aparte del galardón del Cielo, ninguna cosa se nos podía mandar
en este mundo que fuese más para nuestro provecho.
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