Origen y excelencia de esta devoción
Apenas se hallará práctica más agradable a
Dios, más útil y meritoria que la del Vía
Crucis. Ésta, dice el Papa Benedicto
XIV, es una de las principales devociones del cristiano, y medio
eficacísimo, no sólo de honrar la pasión
y muerte del Hijo de Dios, sino también de convertir a los pecadores, enfervorizar a los
tibios y adelantar a los justos en la virtud. En ella meditamos el
doloroso camino que anduvo Jesús desde el pretorio de Pilatos hasta el monte
Calvario, donde murió por nuestra Redención. Dio principio a esta devoción la Virgen Santísima; pues, según fue revelado
a Santa Brígida, no tenía mayor
consuelo que el recorrer los pasos de aquel sagrado camino regado con la sangre
de su preciosísimo Hijo. Pronto innumerables cristianos siguieron su ejemplo,
según atestigua San Jerónimo: y así ¡cuántos
peregrinos surcaban juzgarte, vengan a tu encuentro con los mares y exponían la
vida para ganar las muchas indulgencias con que la Iglesia había enriquecido
los santos lugares de Jerusalén! Mas, viendo esta solícita Madre,
por una parte el copioso fruto que de tan pía devoción sacaban los fieles, y por
otra la imposibilidad en que muchos se hallaban de emprender viaje tan largo y
peligroso, varios Sumos Pontífices, en particular Clemente XII, Benedicto XIII y XIV y León XII, franqueando
largamente los tesoros de la Iglesia, concedieron que, visitando las Cruces
bendecidas con especial facultad del Sumo Pontífice y autorización del Prelado
diocesano, ganasen los fieles las mismas indulgencias que habían concedido a
los lugares santos de Jerusalén.
Ejercicio
preparatorio
V) Te adoramos,
Cristo y te bendecimos.
R) Porque por tu
Santa Cruz redimiste al mundo.
R) Amén.
ACTO DE CONTRICIÓN
¡Oh Dios y Redentor mío!
Vedme a vuestros pies arrepentido de todo corazón de mis pecados, porque con
ellos he ofendido a vuestra infinita bondad. Quiero morir antes que volver a
ofenderos, porque os amo sobre todas las cosas.
V) Miserere nostri, Domine.
Ten piedad de nosotros, Señor.
R) Miserere nostri.
Ten piedad.
Madre llena de aflicción,
de Jesucristo las llagas
grabad en mi corazón.
Stábat Mater dolorosa,
Juxta crucem lacrymosa,
dum pendébat Fílius.
Oración preparatoria
Por
la señal de la santa cruz, etc.
Señor mío Jesucristo, etc.
Oh amabilísimo Jesús
mío, heme aquí postrado ante tu acatamiento divino, implorando tu misericordia
en favor de tantos pecadores infelices, de las; benditas Ánimas del Purgatorio
y de la Iglesia universal. Aplícame, te ruego, los merecimientos infinitos de
tu sagrada Pasión, y concédeme los tesoros de indulgencias con que tus Vicarios
en la tierra enriquecieron la devoción del Vía Crucis. Acéptalos en
satisfacción de mis pecados y en sufragio de los difuntos a quienes tengo más
obligación.
Y tú, afligidísima Madre mía, por aquella
amargura que inundó tu corazón cuando acompañaste a tu santísimo Hijo al
Calvario, haz se penetre mi alma de los sentimientos de que estabas entonces
animada. Alcánzame del Señor vivo dolor y detestación del pecado, y valor para
que, abrazando la cruz, siga las huellas de tu amable Jesús. No me niegues esta
gracia, oh Madre mía: haz que tomando ahora parte en tu dolor logre un día
acompañar a tu Hijo en el triunfo de la gloria. Amén.
Al ir de una estación a
otra, unos cantan el Jesu, Rex mitis, o las preces de la Pasión, otros una
estrofa del Stabat Matar; pero nada mueve ni entusiasma tanto al pueblo como el
Perdón, oh Dios mío, o estas estrofas cantadas con pausa y devoción. Su autor
fue el P. Ramón García, de la Compañía de Jesús; y el estribillo común a todas
las estaciones, es el siguiente:
Llevemos animosos
las cruces abrazadas;
sigamos sus pisadas
con llanto y compasión.
Los que hicieren
devotamente el Vía Crucis pueden conseguir:
1)
Indulgencia Plenaria cuantas veces lo hicieren.
2)
Otra Plenaria si en el mismo día, en que lo hicieron o bien dentro del mes,
realizado 10 veces el Vía Crucis, se acercaren a la Sagrada Comunión.
3)
Indulgencia de 10 años por cada una de las Estaciones si comenzando el
ejercicio, se hubiere de interrumpir por cualquier causa razonable.
Para ganar estas indulgencias se requiere
como condición indispensable la meditación de la Pasión de Nuestro Señor
Jesucristo y el trasladarse de una estación a otra, salvo el caso de que se
haga en común por todos los fieles que están en la iglesia, pues entonces basta
ponerse de pie y arrodillarse en cada estación.
Conviene advertir que el rezar en cada una de
las Estaciones el Adoramos te, Christe, etc., los Padre nuestros y Avemarías
con el Miserere nostri, Dómine, etc., es tan sólo piadosa y laudable costumbre,
pero no es necesario para ganar las Indulgencias, para lo cual basta meditar en
la Pasión de Jesús.
Los que, por enfermedad u otra causa, se hallaren
impedidos de recorrer las estaciones del Vía Crucis, pueden ganar las
Indulgencias rezando 14 Padre nuestros, Avemarías y Gloria, junto con la meditación
de la Pasión; además, otros 5 Padre nuestros, Avemarías y Gloria, a las Llagas
de Jesús; y uno según la intención del Sumo Pontífice, teniendo entre las manos
un Crucifijo bendecido por un sacerdote que tenga la facultad de aplicar dichas
Indulgencias. Si no pudieren rezar todos los Pater, Ave y Gloria prescriptos
para la Indulgencia plenaria ganarán una parcial de 10 años por cada Pater, Ave
y Gloria. Los enfermos que no puedan hacer el Vía Crucis en la forma ordinaria
ni en la arriba indicada lucran las mismas indulgencias con tal que con afecto
y ánimo contrito besen o contemplen el Crucifijo bendecido para este fin, que
les fuera mostrado por el sacerdote u otra persona y recen si pueden alguna
breve oración o jaculatoria en memoria de la Pasión y Muerte de Nuestro Señor
Jesucristo. (Clemente XIV, Audiencia 26
de Enero de 1773; S. C. Indulg. 16 de Septiembre de 1859; S. Penit. Apost. 25
de Marzo de 1931, 20 de Octubre de 1931 y 18 de Marzo de 1932).
PRIMERA ESTACIÓN
Jesús condenado a muerte
V) Idoramus te, Christe, et benedicimus tibi.
Te
adoramos, Señor, y bendecimos.
R) Quia per sanctam Crucera tuarn redemisti mundum.
R)
Porque con tu santa cruz redimiste al mundo.
¿Lo ves, alma cristiana?
Está el inicuo juez sentado en el tribunal, y a sus pies el Hijo
de Dios, Juez de vivos y muertos, lleno de confusión, las manos atadas como un
facineroso, oyendo la más ignominiosa sentencia. ¡Oh Jesús mío amantísimo!
¡Vos, Autor de la vida condenado a muerte! ¡Vos, la inocencia y santidad
infinitas, condenado a morir en un infame patíbulo, como el más insigne
malhechor! ¡Ay! ¡Qué amor tan grande el vuestro, y qué ingratitud tan
monstruosa la mía, pues os condeno de nuevo a la muerte cada día. ¿Y por qué?
¡Por un sucio deleite. . . por un mezquino interés. . . por un qué dirán!
Perdonadme, dulcísimo
Jesús mío; y por esa inicua sentencia, no permitáis que sea yo un día condenado
a la muerte eterna, que merecerían mis pecados.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria Patri.
V) Miserere nostri, Domine.
Ten piedad de nosotros,
Señor.
R) Miserere nostri.
Piedad, Señor, piedad.
V)
Fidelium, animoe per misericordiam Dei requiescant in pace.
Que las almas de los fieles difuntos por la misericordia de
Dios descansen en paz.
V)
Ten, Señor, piedad
R)
Amén.
Por mí, Señor, inclinas
El cuello a la
sentencia;
Que a tanto la clemencia
Pudo llegar de Dios.
Oye el pregón, oh Madre,
Llevado por el viento,
Y al doloroso acento
Ven del Amado en pos.
Llevemos, animosos
las cruces abrazadas;
sigamos sus pisadas
con llanto y compasión.
SEGUNDA
ESTACIÓN
Sale Jesús con la cruz a
cuestas
Adoramus te, Christe, etc., (como en la primera estación).
¡Y queréis, inocentísimo
Jesús mío, llevar Vos mismo cual otro Isaac, el instrumento del suplicio!
¡Estáis exhausto de fuerzas! ¡Vuestras espaldas y hombros están doloridos y
rasgados por los azotes! ¡La cruz es larga y pesada! ¡Y cuánto no acrecientan todavía
su peso mis iniquidades y las de todo el mundo!. . . Sin embargo, la aceptáis,
y besándola la abrazáis y lleváis con inefable ternura por mi amor.
¿Y aborrecerás, tú,
pecador, la ligera cruz que Dios, te envía? ¿Querrás tú ir al cielo por los
deleites y regalos, yendo allá el inocentísimo Jesús por el dolorosísimo camino
de la cruz?. . .
Reconozco mi engaño,
Salvador mío; enviadme penas y tribulaciones, que resuelto estoy a sufrirlas
con resignación y alegría, por amor de un Dios que tanto padeció por mí.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria Patri.
V)
Miserere nostri, Domine.
Ten piedad de nosotros,
Señor.
R)
Miserere nostri.
Piedad, Señor, piedad.
V)
Fidelium, animoe per misericordiam Dei requiescant in pace.
Que las almas de los fieles difuntos por la misericordia de
Dios descansen en paz.
V)
Ten, Señor, piedad
R)
Amén.
Esconde, justo Padre,
La espada de tu ira.
Y al monte humilde mira
Subir el dulce Bien.
Y tú, Señora, gime
Cual tórtola inocente;
Que tú gemir clemente
Le amansará también.
Llevemos, animosos
las cruces abrazadas;
sigamos sus
pisadas
con llanto y compasión..
TERCERA ESTACIÓN
Jesús cae por primera vez
Adoramus te, Christe, etc.
No extraño, dulce Jesús mío, que sucumbáis
rendido al enorme peso de la cruz. Lo que me pasma y hace llorar a los Ángeles
de paz es la bárbara fiereza con que os tratan esos sayones inhumanos. Si cae
un vil jumento se le tiene compasión, lo ayudan a levantarse. Pero cae el Rey
de los cielos y tierra, el que sostiene la admirable fábrica del universo, y
lejos de moverse a compasión, le insultan con horribles blasfemias, le
maltratan y acocean con diabólico furor. . .
¿Y qué hacíais, en qué
pensabais entonces, dulce Jesús mío?. . . En
ti pensaba, pecador, por ti sufría con infinita paciencia y alegría. Tú habías
merecido los oprobios y tormentos más horribles; y yo para librarte de ellos he
querido pasar por este espantoso suplicio. ¿No estás todavía satisfecho?. . .
¿Quieres aún maltratarme con nuevas ofensas? Aquí me tienes; descarga tú
también fieros golpes sobre mí.
No, Jesús mío, no; antes
morir que volver a ofenderos.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria Patri.
V)
Miserere nostri, Domine.
Ten piedad de
nosotros, Señor.
R)
Miserere nostri.
Piedad, Señor,
piedad.
V)
Fidelium, animoe per misericordiam Dei requiescant in pace.
Que las almas de los
fieles difuntos por la misericordia de Dios descansen en paz.
V)
Ten, Señor, piedad
R)
Amén.
Oh, pecador ingrato,
Ante tu Dios maltratado,
Ven a llorar herido
De contrición aquí.
Levántame a tus brazos
¡Oh bondadoso Padre!
Ve de la tierna Madre
Llanto correr por mí.
Llevemos, etc.
CUARTA ESTACIÓN
Jesús encuentra a su
Santísima Madre
Adoramus te, Christe, etc.
Qué
sentiste, oh angustiada Señora, a ver aquel trágico espectáculo! ¡El pregonero
publicando con lúgubre trompeta la sentencia fatal! ¡Una multitud inmensa que
se agrupa, profiriendo injurias y blasfemias contra Jesús! ¡Los soldados y
sayones en dos filas, y en medio de dos malhechores!... ¡ay! ¿Le conoces, oh
Madre amantísima? ¿Es ése tu Hijo benditísimo? ¿Es ése el más hermoso de los
hijos de los hombres, la beldad de los cielos y la alegría de los Ángeles?
¿Aquel Hijo de Dios que con tanto regocijo nació en Belén? ¡Ay! ¿Dónde están
ahora los Reyes y Pastores que entonces le adoraban? ¿Qué se han hecho los
Espíritus celestiales que entonaban entonces himnos de alabanza? ¡Ay! ¡Qué
trocado está! ¡Sus ojos inundados de lágrimas y sangre, coronada de espinas su
cabeza; todo Él hecho una llaga! ¡Oh María, afligida entre todas; las mujeres!
¡Oh Madre, la más desolada de todas las madres! ¡Oh Hijo, maltratado sobre
todos los hijos de Adán!
¡Oh Jesús! ¡Oh María! perdonad a este
ingrato, a este pecador, a este monstruo, causa de tanta amargura.
Padre
muestro Ave María y Gloria Patri.
Miserere
nostri, etc. …
Cercadla, Serafines,
No acabe en desaliento.
No muera en el tormento
La Rosa virginal.
¡Oh acero riguroso!
Deja su pecho amante
Vuélvete a mí cortante,
Que soy el criminal.
Llevemos, etc.
QUINTA ESTACIÓN
Jesús ayudado por el
Cireneo
Adoramus te, Christe, etc.
Temiendo los judíos no se les
muera Jesús antes de llegar al Calvario, no por aliviarle, sino por el deseo
que tienen de crucificarle, buscan quien le ayuda a llevar la cruz, y no la
encuentran. Había entonces en Jerusalén tantos millares de hombres, y sólo
Simón Cireneo acepta este favor, y aun por fuerza. ¡Y así te desamparan, oh
Jesús mío! ¿No fueron cinco mil los hombres que alimentaste por cinco panes en
el desierto? ¿No son innumerables los ciegos, paralíticos, y enfermos que
sanaste? ¡Y nadie quiere llevar tu cruz! ¡Y ella, no obstante, nos predica la
latitud de tu misericordia, la longitud de tu justicia, la sublimidad de tu
poder y lo profundo de tu sabiduría infinita! ¡Oh misterio incomprensible!
Muchos admiran tus prodigios y tu doctrina; más pocos gustan de padecer
contigo.
Teman, pues, los enemigos de la cruz, oyendo a Cristo que
dice: El que no lleva su cruz y viene en pos de mí, no puede ser mi discípulo.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria Patri.
Miserere
nostri, etc.
Toma la cruz preciosa,
Me está el deber
clamando;
Tan generoso, cuando
Delante va el Señor.
Voy a seguir constante
Las huellas de mi Dueño;
Manténgame el empeño,
Señora, tu favor.
Llevemos, etc.
SEXTA ESTACIÓN
La Verónica enjuga el
rostro de Jesús
Adoramus te, Christe, etc.
¡Qué valor el de esta
piadosa mujer! Ve aquel rostro divino a quien desean contemplar los Ángeles,
cubiertos de polvo, afeado con salivas, denegrido con sangre; y movida de
compasión, se quita la toca, atropella por todo, y acercándose al Salvador, le
enjuga su rostro desfigurado. ¡Ay¡ ¡cómo confunde esta mujer fuerte la cobardía
de tantos cristianos, que por vano temor del qué dirán, no se atreven a obrar
bien! ¡Oh, dichosa Verónica, y cómo premia el Señor tu denuedo, dejando su
rostro Santísimo estampado en tres pliegues de esa afortunada toca!
¿Quieres tú, cristiano, que Dios imprima en
tu alma una perfecta imagen de sus virtudes? Huella, pues, generoso el respeto
humano, como la Verónica; haz con fervor, haz a menudo el Vía Cruz; y no dudes
que Jesús grabará en tu alma un fiel
traslado de sus virtudes y viéndote el Eterno Padre semejante al divino Modelo
de predestinados, te admitirá en el cielo.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria Patri.
Miserere
nostri, etc.
Tu imagen, Padre mío,
Ensangrentada y viva,
Mi corazón reciba,
Sellada con la fe.
¡Oh Reina! de tu mano
Imprímela en mi alma,
Y a la gloriosa palma
Contigo subiré.
-Llevemos, etc.
SÉPTIMA ESTACIÓN
Jesús cae por segunda vez
Adoramus te, Christe, etc.
Sí; Jesús cae por segunda vez
con la cruz; nuevas injurias y golpes, nueva crueldad de parte de los judíos;
nuevos dolores y tormentos, nuevos rasgos de amor de parte de Jesús. Parece que
el infierno desahogara contra Él todo su furor; mas ¿qué hará el Señor? ¿Dejará
la empresa comenzada? ¿Hará como nosotros, que a una ligera contradicción
abandonamos el camino de la virtud? No, no; bien podrán decirle: Si eres Hijo
de Dios, baja de la Cruz; por lo mismo que lo es, allí permanecerá hasta morir.
¿Y cuándo, Señor, imitaré
vuestra heroica constancia? ¡Ah! no siendo coronado, si no el que peleando
legítimamente persevere hasta el fin, ¿de qué me serviría abrazar la virtud y
llevar la cruz solamente algún día? Cueste, pues, lo que cueste, quiero, con vuestra gracia divina,
amaros y serviros hasta morir.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria Patri.
Miserere
nostri, etc.
Yace el divino Dueño
Segunda vez postrado:
Detesta ya el pecado,
Deshecho en contrición.
Oh Virgen, pide amante
Que borre tanta ofensa
Misericordia inmensa,
Pródiga de perdón.
Llevemos, etc.
OCTAVA ESTACIÓN
Jesús consuela a las
mujeres
Adoramus te, Christe, etc.
¡Qué caridad tan ardiente! ¡Olvidando sus
atrocísimos dolores, sólo se acuerda de nuestras penas el amante Jesús! Hijas
de Jerusalén, dice a las piadosas mujeres que le seguían llorando: no
lloréis mi suerte; llorad más bien sobre vosotras y sobre vuestros hijos.
Pero, ¿puede haber objeto más
digno de llanto que la pasión y muerte del Hijo de Dios?. . . Sí, cristiano; hay cosa más digna de lágrimas, y de
lágrimas eternas; y es el pecado. Pues el pecado es la única causa de la pasión
y muerte tan ignominiosa; él es el origen y el colmo de todos los males; mal
terrible, el único mal, mal infinito de Dios y de la criatura. ¡Y no obstante
tú pecas con tanta facilidad! ¡Y te confiesas con tanta frialdad! ¡Y recaes tan
a menudo en el pecado! ¡Y pasas tranquilo días, meses y hasta la vida entera en
el pecado!
Padre
nuestro, Ave María y Gloria Patri.
Miserere
nostri, etc.
Matronas doloridas,
Que al Justo lamentáis,
¿Por qué, si os
lastimáis,
La causa no llorar?
Y pues la cruz le dimos.
Todos los delincuentes,
Broten los ojos fuentes
De angustia y de pesar.
Llevemos, etc.
NOVENA ESTACIÓN
Jesús cae por tercera vez
Adoramus te, Christe, etc.
¿Qué es esto, Jesús mío? ¡Vos, resplandor de
la gloria del Padre, consuelo de los Mártires, hermosura y alegría del cielo,
Vos, caído en tierra, primera, segunda y tercera vez! ¿No sois Vos la fortaleza
de Dios? . . .
“¿Y qué, hijo mío, no has
pecado tú más de dos o tres veces? ¿No recaes cada día, innumerables veces en
el pecado? ¿Por qué esa perpetua inconstancia en mi servicio? Hoy formas
generosos propósitos, y mañana están ya olvidados; ahora me entregas el
corazón, y un instante después ya no suspiras sino por pasatiempos y liviandades.
¡Ay! yo caigo por segunda y tercera vez para expiar tus continuas recaídas;
caigo para alzarte a ti de la tibieza; caigo, para que, temerario, no te expongas
de nuevo al peligro de recaer en pecado; caigo, en fin, para que no caigas tú jamás
en el abismo del infierno”.
Gracias, Dios mío, por tan inefable bondad;
y por esta tan dolorosa caída, dadme fuerza, os suplico, para que me levante
por fin del pecado, y camine firme y constante en vuestro sano servicio.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria Patri.
Miserere
nostri, etc.
Al suelo derribado
Tercera vez el Fuerte
Nos alza de la muerte
A la inmortal salud.
Mortales, ¿qué otro
exceso
Pedimos de clemencia?
No más indiferencia,
No más ingratitud.
Llevemos, etc
DÉCIMA ESTACIÓN
Jesús despojado de sus
vestiduras
Adoramus te, Christe, etc.
Cuando te curan una herida, por
fino que sea el lienzo que la envuelve, y por cuidado que tenga la más cariñosa
madre, ¿qué dolor no sientes al despegarse la tela de la carne viva? ¿Cuál
sería, pues, el tormento de Jesús al quitarle las vestiduras? Como había
derramado tanta sangre, estaban pegadas a un cuerpo llagado; vienen los
verdugos y las arrancan con tanta fiereza, que llevan tras sí la corona, y
hasta pedazos de carne que se le habían pegado. . . ¿Y en qué pensabais, oh
purísimo Jesús, al veros desnudo delante de tanta muchedumbre?
“En ti pensaba, pecador; en los
pecados impuros que sin escrúpulos cometes; por ello ofrecía yo al Eterno Padre
esta confusión y suplicio tan atroz. Sabía cuánto te costaría deshacerte de
aquel mal hábito, privarte de aquel placer, romper con aquella amistad
criminal; por eso permití en mi cuerpo inocentísimo tan horrible carnicería”.
¡Oh inmensa caridad la tuya! ¡Oh negra
ingratitud la mía! Nunca más, Señor, renovar esas llagas con desenfrenada
licencia; nunca más pecar.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria Patri.
Miserere
nostri, etc.
Tú bañas, Rey de Gloria,
Los cielos en dulzura;
¿Quién te afligió,
Hermosura,
Dándote amarga hiel?
Retorno a tal fineza
La gratitud pedía;
Cese ya, Madre mía,
De ser mí pecho infiel.
Llevemos, etc.
UNDÉCIMA ESTACIÓN
Jesús clavado en la cruz
Adoramus te, Christe, etc.
¿Quién de nosotros tendría valor para sufrir
que le atravesasen pies y manos con gruesos clavos? ¿Quién tendría ánimo para
ver así atormentado a su mayor enemigo? Pues este atroz tormento padece Jesús por
nuestro amor. Ya le tienden sobre el lecho del dolor, ya enclavan aquella mano
omnipotente que había formado los cielos y la tierra; ya brota un raudal de
sangre; más esto es poco. Encogido el cuerpo con el frío y los tormentos, no
llegaban la otra mano ni los pies a los agujeros hechos de antemano en la cruz;
los atan, pues, con cordeles, y tiran con inhumana crueldad, desencajando de su
lugar aquellos huesos santísimos. ¡Qué dolor! ¡Qué tormento!
Todo
lo contempla su Madre amantísima; ningún alivio, ni una gota de agua puede dar
a su Hijo; ¿y vive todavía?
¿Y no
muero yo de dolor, siendo mis pecados la causa de tanto tormento?
Padre
nuestro, Ave María y Gloria Patri.
Miserere
nostri, etc.
El manantial divino
De sangre está
corriendo;
Ven, pecador, gimiendo,
Ven a lavarte aquí.
Misericordia imploro
Al pie del leño santo:
Virgen, mi ruego y
llanto
Acepte Dios por ti.
Llevemos, etc.
DUODÉCIMA ESTACIÓN
Jesús muriendo en la cruz
Adoramus te, Christe, etc.
Contempla, cristiano, a esos dos
malhechores crucificados con el Señor. ¡Qué maldades no habría hecho el buen
ladrón! Sin embargo, dice a Jesús: “Acuérdate de mí cuando estuvieres en
tu reino”; y al instante oye: “Hoy estarás conmigo en el Paraíso”. ¡Qué bondad la de Dios!
¡Cuán pronto, pecador, recobrarías la gracia y amistad divina, si quisieses
arrepentirte de veras!
Pero si dejas tu conversión para
la muerte, ¡ay! teme no te suceda lo que al mal ladrón. ¿Qué hombre tuvo jamás
mejor ocasión para convertirse? Dios derramaba su Sangre por él; tenía a sus
pies a la abogada de pecados, María Santísima; a su lado estaba Jesucristo, el
sacerdote más celoso del mundo, para ayudarle a bien morir; oye la exhortación
de su compañero; ve toda la naturaleza estremecida; y sin embargo, muere como
ha vivido; continúa blasfemando, y se condena eternamente.
¡Ay! no permitas, Jesús mío, que sordo a tus
inspiraciones divinas, deje yo mi conversión para la muerte.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria Patri.
Miserere
nostri, etc.
Muere la vida nuestra
Pendiente del madero:
¿Y yo, cómo no muero
De amor, o de dolor?
¡Ay! casi no respira
La triste Madre yerta.
Del cielo abrir la
puerta
Bien puedes ya, Señor.
Llevemos, etc.
DECIMOTERCERA ESTACIÓN
Jesús muerto en brazos de
su Madre
Adoramus te, Christe, etc.
¡Ay!
¡Adonde iré, oh afligida Madre mía! Tu Hijo ha muerto, y mis pecados son los
verdugos que le enclavaron en cruz y le dieron muerte inhumana. ¡Ay, infeliz de
mí! Yo he apagado la luz de tus ojos, y acabado la alegría de tu corazón. Sí,
yo desfiguré ese rostro hermosísimo, yo taladré esos pies y manos que sostienen
el firmamento, yo traspasé esta augusta cabeza, y abrí esas llagas; yo descoyunté
y despedacé ese inocentísimo cuerpo, que tienes en tus brazos. ¡Ay! Reo de tan
horrendo deicidio, ¿a dónde iré? ¿Dónde me ocultaré? Pero por monstruosa que
sea mi ingratitud, tú eres mi Madre y yo soy tu hijo. Jesús acaba de transferir
en mí los derechos que tenía a tu amor. Me arrojo, pues, en tus brazos con la
más viva confianza. No me desprecies, oh dulce refugio de pecadores arrepentidos;
mírame con ojos de bondad, y ampárame ahora y en el trance de la muerte.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria Patri.
Miserere
nostri, etc.
Dispón, Señora, el pecho
Para mayor tormenta;
La víctima sangrienta
Viene a tus brazos ya.
Con su preciosa Sangre
Juntas materno llanto:
¿Quién, Madre, tu
quebranto
Sin lágrimas verá?
Llevemos, etc.
DECIMOCUARTA ESTACIÓN
Jesús
puesto en el sepulcro
Adoramus te, Christe, etc.
Contempla, alma cristiana, como
José de Arimatea y Nicodemo, postrados a los pies de María, le piden el dulce
objeto de sus caricias, y ungiéndole con preciosos aromas le amortajan y ponen
en un nuevo sepulcro de piedra. ¡Ah! ¡Cuál sería el dolor de la Virgen! Sin
duda: grande era corno el mar su amargura cuando vio a su Hijo ensangrentado,
enclavado y expirado en un patíbulo infame; pero a lo menos le veía; tal vez le
abrazaba y lavaba con sus lágrimas. Mas ahora, oh angustiada Señora, una losa
te priva de este último consuelo. ¡Oh sepulcro afortunado! ya que encierras el
adorado cuerpo del Hijo y el purísimo corazón de la Madre, guarda también con
esas prendas riquísimas mi pobre corazón. Sea éste, Dios mío, el sepulcro donde
descanséis; sean los puros afectos de mi alma los lienzos que os envuelvan, y
los aromas, que os recreen. En fin, muera yo al mundo, a sus pompas y
vanidades, para que viviendo según el espíritu de Jesús resucite y triunfe
glorioso con Él por siglos infinitos.
Padre
nuestro, Ave María y Gloria Patri.
Miserere
nostri, etc.
Al Rey de las virtudes
Pesada losa encierra
Pero feliz la tierra
Ya canta salvación.
Sufre, un momento,
Madre,
La ausencia del Amado:
Pronto, de ti abrazado
Tendrásle al corazón.
Llevemos, etc.
A N C O R A
DE
S A L V A C I O N
Por el
R. P. JOSÉ MACH, S. J.
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