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DE NOVIEMBRE.
CONSAGRADO A HONRAR LA ANUNCIACIÓN DE MARÍA.
Rezar
la Oración inicial para todos los días:
ORACIÓN PARA
TODOS LOS DÍAS DEL MES.
¡Oh María! Durante el bello mes que os está consagrado, todo
resuena con vuestro nombre y alabanza. Vuestro Santuario resplandece con nuevo
brillo y nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde
donde presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos.
Para
honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestra
frente con guirnaldas y coronas. Mas, ¡oh María!, no
os dais por satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía
jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de
vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre, es la piedad de sus
hijos y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus
virtudes.
Sí, los
lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones. Nos
esforzaremos pues, durante el curso de este mes consagrado a vuestra gloria,
¡oh Virgen santa!, en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar
de nuestros pensamientos, deseos y miradas, aun la sombra misma del mal.
La rosa cuyo
brillo agrada a vuestros ojos, es la caridad, el amor a Dios y a nuestros
hermanos. Nos amaremos pues, los unos a los otros, como hijos de una misma
familia cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia
fraternal. En este mes bendito, procuraremos cultivar en nuestros corazones, la
humildad, modesta flor que os es tan querida y con vuestro auxilio llegaremos a
ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.
Oh María, haced producir en el
fondo de nuestros corazones, todas estas amables virtudes; que ellas broten,
florezcan y den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día, dignos hijos
de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.
CONSIDERACIÓN.
María se vio precisada a dejar la amable
soledad del templo para dar su mano de esposa a un varón santo y justo a quien
la Divina Providencia confiaba el tesoro de su virginidad. Pero ella, al
alejarse de la casa del Señor donde había visto transcurrir los más bellos años
de su vida, había dejado allí su corazón. Había entrado en el mundo, pero había
hecho de su hogar un asilo solitario
donde no llegaba el ruido del mundo. El trabajo y
la oración seguían ocupando todas las horas del día, y el perfume de sus
virtudes se conservaba siempre intacto bajo el techo de su silenciosa morada de
Nazaret.
Así discurrían felices y tranquilos los días
de la hija de Ana cuando sonó en el reloj de los tiempos la hora afortunada en
que la lluvia celestial debía dar el Justo a la tierra. Esa virgen humilde y desconocida del mundo era el objeto de las más
dulces complacencias del Señor y la mujer destinada a dar a luz al Redentor. Pero
Dios, que ha dado al hombre la libertad, la respeta; el gran misterio de la
Encarnación del Verbo no se realizaría mientras que esa mujer incomparable no
diese su consentimiento en orden a su maternidad Divina. Para solicitarlo
despréndese el arcángel Gabriel de la celeste turba que rodea el trono del Altísimo
y desciende más veloz que una saeta a la humilde estancia de María. Ella hacía en este momento la oración de la tarde y acaso
pediría al cielo que enviase pronto al Libertador de su pueblo. La
presencia del mensajero del cielo, que había penetrado a su retiro sin abrir
sus puertas, llena de turbación a María; pero su turbación se redobla al
escuchar de los labios del ángel la extraña salutación que la dirige, “Dios te salve María, llena eres
de gracia; el Señor es contigo y bendita eres entre todas las mujeres”. La adorable
trinidad le había reservado ese género desconocido de salutación para dar a
conocer a los siglos la excelsa dignidad de María; pero su humildad no le
permite reconocerse en ese inaudito elogio, porque ella ignora los tesoros de
gracia que encierra dentro de sí misma. María nada responde, porque la más
grande turbación la agita: y no sabiendo que hacer ni que decir, guarda
silencio y piensa cual será el significado de tan extraña embajada. El ángel, que conoció su turbación, le dijo
con dulzura: “No temas, María, porque has hallado
gracia delante de Dios; concebirás en tu seno y darás a luz un hijo a quien
pondrás el nombre de Jesús; él será grande y será llamado el Hijo del Altísimo;
Dios le dará el trono de su padre David; reinara eternamente sobre la casa de
Jacob y su reino no tendrá fin”. Al escuchar este inesperado anuncio, la
turbación de María crece. Ella recuerda entonces que su virginidad ha sido
sellada con un voto solemne y perpetuo, y vacila entre ser madre de Dios y
renunciar a esa cualidad tan querida de su corazón. Y en medio de esta cruel vacilación, pregunta:
“al casto amador de las almas púdicas”. ¿Cómo podrá ser esto, cuando yo
soy virgen y he prometido serlo siempre?
La vacilación de María persevera hasta que
el ángel le manifiesta la manera inefable como se obrara el misterio: “El Espíritu Santo vendrá sobre ti, y la virtud del Altísimo te cubrirá con
su sombra”.
La virginidad queda salvada y solo se le exige el sacrificio de su humildad,
pero la humildad de corazón no está reñida con la grandeza, y María exclama: “He
aquí la esclava del Señor, hágase en mi según tu palabra”. El ángel se
retira entonces para dar lugar a la realización del augusto misterio.
¡Oh virtud preciosa de la humildad! Porque María
enamorada de ti, te había escogido para ser la joya más preciada de su corazón.
Dios escogió su seno para tomar en él la naturaleza humana. Sí, el Dios que
abate a los soberbios y engrandece a los humildes, no podía llegar a la tierra
sino en alas de la humildad.
La humildad devuelve a Dios la gloria que la
soberbia le usurpa, y se complace en reconocerlo a Él solo como digno de honor
y de alabanza, sin dejar a los hombres más que el derecho de bendecir la mano
generosa que los provee de numerosos dones si haberlos merecido. Ella despierta
la gratitud más ardiente en el corazón humano hacia el dador de todo bien, no permitiéndole
que, poseído de una falsa suficiencia se crea desligado de todo deber para con
Dios. Mientras el humilde todo lo atribuye a Dios, el soberbio
se lo atribuye todo a sí mismo; mientras el uno lo bendice y lo ama, el otro lo
olvida y lo desconoce. Por eso la humildad es tan querida de Dios; por eso la
regala con sus más grandes recompensas, y por eso la exalta, la engrandece y la
hace depositaria de sus más ricos dones.
En el
corazón humilde mora la paz, porque no siente el aguijón de las grandezas, de
los honores y del fausto, y se contenta con lo que el Señor le da. No creyéndose
acreedor a nada, se satisface con poco, y aun de ese poco se juzga indigno,
dando por ello a Dios gracias infinitas y perpetuas alabanzas. Seamos humildes,
si queremos que Dios nos ame; hagámonos humildes para ser verdaderamente
grandes.
EJEMPLO
MARÍA, ASIENTO DE LA SABIDURÍA.
Conocido en los
anales de la ciencia el insigne doctor de la Iglesia, San Alberto Magno, religioso de la
Orden de los Predicadores. Este esclarecido varón, que ha ilustrado con su sabiduría las
ciencias teológicas y filosóficas, recién tomo el hábito de Santo Domingo,
estuvo a punto de abandonar su vocación a causa de su poca capacidad para el
estudio. Confuso al ver que sus condiscípulos de filosofía lo dejaban muy atrás
en el aprovechamiento en esta difícil ciencia, a pesar de su empeñosa
diligencia, llego a creer que debía adoptar otro género de vida. Pero su devoción a la Santísima Virgen, a quien había fervorosamente
invocado en solicitud de luces para su mente, lo salvó.
Una noche, mientras dormía, pareció que
colocaba una escalera en los muros del convento para fugarse, y que al tiempo
de trepar en ella, vio en lo alto de la muralla cuatro señoras venerables entre
las cuales una aventajaba las demás en hermosura y majestad. Le pareció que ésta
le impedía subir y que en vano intentó hacerlo por tres veces, hasta que una de ellas le preguntó cuál era el motivo que
inducía a tomar aquella resolución; a
lo que Alberto contestó: “Porque
veo que mis compañeros hacen grandes progresos en la filosofía al paso que yo
me aplico inútilmente”. Entonces la Señora que le hizo la pregunta, le dijo: “He aquí a la Reina del cielo,
Asiento de la Sabiduría, dirígete a Ella y conseguirás lo que deseas”.
Alberto, dirigiéndose a la Señora, le
suplico que le diese entendimiento para progresar en el aprendizaje de las
ciencias. María oyó benignamente su súplica, y le aseguró que conseguiría lo
que deseaba, añadiéndole: “Pero
para que sepas que obtendrás esta gracia por mi intercesión, llegara un día en
que estés enseñando públicamente olvidarás repentinamente todo lo que sepas”.
Los resultados demostraron que aquella visión
no había sido un sueño fantástico; porque desde aquel día hizo Alberto tan rápidos
progresos en las ciencias que maravillaba a todos por su talento y sabiduría. Resolvía
con admirable claridad las cuestiones más difíciles de la Teología y Filosofía;
y bien pronto llego a ser insigne maestro de estas ciencias y lumbrera de su
siglo.
Y para que nada faltase al cumplimiento de
la predilección hecha por su soberana protectora, tres años ante de su muerte,
estando enseñando en Colonia, perdió en un momento la memoria, de tal suerte
que no conservó ni rastros del inmenso caudal de ciencia con que había asombrado
al mundo.
Entonces, lleno de emoción, refirió a sus discípulos
lo que sucedió en otro tiempo, manifestándoles que toda esa ciencia que le mereció
el título de Magno, era una dadiva generosa de la que es justamente llamada
Asiento de la Sabiduría.
Este prodigio
nos señala a todos el camino por donde debemos buscar la verdadera sabiduría,
que consiste en el temor de Dios, en el conocimiento de nuestros deberes y en
la práctica de la virtud. Acudamos a María en nuestras dudas, en los negocios
importantes, en las grandes resoluciones de la vida para que ella nos guíe.
JACULATORIA
Por tu Anunciación gloriosa
otórganos, Virgen pura,
tu protección generosa.
ORACIÓN
Bendita
seáis una y mil veces, María, porque en vos reside la plenitud de la gracia, de la santidad y de
la justicia. Bendita seáis una y mil veces, porque
al Dios altísimo se dignó morar en vuestro seno como en un santuario de
inestimable precio. Bendita seáis, María, porque
el Espíritu Santo se dignó escogeros por esposa y regalaros con la abundancia
de sus dones. Bendita seáis entre todas las
mujeres, porque fuisteis elegida entre todas las hijas de Eva para ser
la corredentora del linaje humano y la celestial dispensadora de todas las
gracias alcanzadas al precio de la sangre de vuestro Hijo.
Nosotros nos gozamos, dulce Madre, de
vuestros gozos y nos complacemos en vuestra gloria, y celebramos ardientemente
vuestro poder incomparable, porque los gozos, la gloria y el poder de una Madre
son prendas queridas para los hijos. ¡Cuán grato
nos es contemplaros tan amada y favorecida de Dios, ensalzada por el mensajero
del cielo y saludada en nombre del Verbo con salutaciones que jamás escucho
humana criatura! Despues de haber sido objeto de tan honrosas manifestaciones,
¿qué podremos deciros nosotros, qué alabanzas
dignas de vuestra gloria podrán articular nuestros torpes labios, sino repetir
una y mil veces las palabras con que el ángel ensalzó vuestra dignidad? Y
al considerar, ¡oh
María! que el principio de tanta grandeza fue la humildad profunda bajo
cuyo velo procurásteis ocultar vuestras virtudes, no podemos menos de suplicaros
que os dignéis enseñarnos a practicar esa virtud, tan amada de Dios. A vuestra imitación,
no queremos otras grandezas que las de la virtud, ni otra gloria que la gloria
de Dios, ni otros honores que los del cielo, para que sirviéndoos en la tierra
humildemente, logremos un día ser grandes y felices en el cielo. Amén.
Rezar la oración final para todos los días:
ORACIÓN FINAL
PARA TODOS LOS DÍAS
¡Oh María, Madre de Jesús nuestro Salvador y nuestra buena Madre!, nosotros
venimos a ofreceros con estos obsequios que colocamos a vuestros pies, nuestros
corazones deseosos de seros agradables y a solicitar de vuestra bondad, un
nuevo ardor en vuestro santo servicio.
Dignaos presentarnos a vuestro Divino Hijo, que en vista de sus méritos
y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la
virtud. Que haga lucir con nuevo esplendor la luz de la fe, sobre los
infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que
vuelvan hacia Él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará
su corazón y el vuestro.
Que confunda a los enemigos de su Iglesia y que en fin, encienda por
todas partes el fuego de su ardiente caridad; que nos colme de alegría en medio
de las tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.
PRACTICAS ESPIRITUALES
1—Ejercitarse en la virtud de la humildad, ejecutando
actos que mortifiquen nuestro amor propio.
2—Saludar tres veces en el día con cinco Avemarías a
la Santísima Virgen, felicitándole por haber sido escogida para Madre del Verbo
encarnado.
3—Por amor a María no comer ni beber fuera de las
horas acostumbradas.
Presbítero
Vergara Antúnez.
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