martes, 13 de noviembre de 2018

MES DE MARÍA INMACULADA. (II)




   Es esta una institución en que la piedad encuentra un alimento saludable y un atractivo encantador. No contenta la Iglesia con haber establecido en honor de María numerosas solemnidades durante el año, destinadas a celebrar cada uno de sus triunfos y cada uno de sus excelsas prerrogativas, no satisfecha con haber dedicado uno de los días de la semana y las más bellas horas del día, ha acogido con aprecio la idea de consagrar a su culto el más hermoso de los meses del año.

   Para celebrar el mes de María, se aguarda que la naturaleza, despertando de su largo sueño, se presente en toda su belleza y galanura. Entre nosotros el Mes de María viene a coronar el año. Cuando la primavera ha devuelto a la tierra sus ricos atavíos, cuando los valles están vestidos de flores, cuando las mieses doran los campos, cuando los árboles comienzan a madurar sus frutos, la Iglesia parece decir a sus hijos: “La naturaleza ha despertado y las flores esmaltan las praderas; despertad también vosotros para que vuestros corazones, reanimados como la naturaleza, germinen flores que el tiempo no marchite, para llevarlas en homenaje a la que es con propiedad la flor más galana de los campos y el lirio más puro de los valles”.  

   Entonces la imagen de María se levanta en un trono de flores y circundada de luces así en el suntuoso templo de las grandes ciudades y en el modesto santuario de la aldea, como en la alcoba del rico y en el humilde lugar del obrero, dejándose escuchar en torno de su altar canticos melodiosos, débil remedo del himno sin fin que los ángeles entonan en su honor en lo más alto de los cielos.

   Durante este Mes de bendiciones todos corren presurosos a donde los llama el amor maternal. El anciano y el niño, el rico y el pobre, el sabio y el ignorante, la madre y la doncella, el magistrado y el guerrero, todos van a contar sus necesidades a la mejor de las madres y a ponerse bajo la protección de la más poderosa de las reinas. En esta época aparece en toda su intensidad el amor que el mundo católico profesa a María. Mil voces suplicantes se elevan hacia ella en solicitud de consuelos y esperanzas. Todo el que devora algún dolor en el secreto de su alma, todo el que humedece su pan con lágrimas, vuelve a ella sus miradas suplicantes, seguro de encontrar en su seno de madre un remedio para sus dolencias y para sus lágrimas una mano  cariñosa que las enjuague.

   EL MES DE MARÍA es la síntesis de todas las devociones que tienen por objeto el culto de la Reina del cielo, el compendio que recuerda todas sus grandezas y una escuela fecunda en provechosas lecciones para la perfección moral. Durante esta serie de bellos días, los predicadores del Evangelio y las piadosas lecturas nos hablan de sus virtudes y nos cuentan cada día una página de su historia, estimulándonos a amarla y a imitarla.  


Presbítero Don Rodolfo Vergara Antúnez.
  

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