La Inmaculada Concepción
y el plan de Dios
P.
José María Mestre Roc
Celebramos hoy la fiesta
de la Inmaculada Concepción, esto es, el privilegio que la Virgen María recibe,
en el momento mismo de su concepción en el seno de su madre Santa Ana, de verse
libre del pecado original. Este dogma celebra,
pues, la primera victoria total contra el pecado, porque significa exención de
todo poderío del pecado y del demonio sobre esta alma bienaventurada de María;
victoria de Cristo, único Salvador del género humano, pues la Inmaculada
Concepción es concedida a María en previsión de los méritos de Cristo en su
Pasión y muerte.
Dos puntos me gustaría considerar con motivo
de esta fiesta:
• el primero, el aspecto
combativo y actual de este dogma;
• el segundo, cómo por
este dogma se nos revela el gran plan de Dios, de redimir al género humano por
un Hombre y una Mujer.
1º Aspecto combativo y actual
de la Inmaculada Concepción.
En 1917 la Francmasonería festejó en Roma su
segundo centenario de existencia. Por todas partes aparecían banderas y
pancartas que representaban al Arcángel San Miguel vencido y derribado por
Lucifer; y en la misma plaza de San Pedro se podía escuchar el siguiente
eslogan: «
¡Satán reinará en el Vaticano, y el Papa formará parte de su cuerpo de
guardia!».
El entonces hermano Maximiliano Kolbe, franciscano
conventual polaco, era entonces estudiante de teología en la Gregoriana de
Roma. Ante estas demostraciones de audacia del enemigo, se pregunta:
« ¿Por qué los católicos tienen que ser tan
pusilánimes en defender su fe, cuando los enemigos son tan audaces en atacarla?
¿No poseemos nosotros armas más eficaces que ellos, el Cielo y la Inmaculada?».
Y meditando en las
Sagradas Escrituras y en los Santos Padres, inspirándose en los escritos de los
santos marianos, especialmente de San Luis María de Montfort; considerando el
dogma de la Inmaculada y las apariciones de Nuestra Señora de Lourdes, y la
extensión práctica de todas estas verdades, llega a esta conclusión: «La Virgen Inmaculada, victoriosa contra todas las herejías, no
cederá ante su enemigo que levanta cabeza; si encuentra servidores fieles,
dóciles a sus órdenes, logrará nuevas victorias, mucho mayores de lo que
podríamos imaginar…».
Y funda así, el 16 de
octubre de 1917, tan sólo tres días después del milagro de Fátima, la Milicia de la
Inmaculada. El emblema de esta nueva milicia será la Medalla Milagrosa. Su exigencia, la consagración total a la
Inmaculada Madre de Dios, para vivir prácticamente esta consagración. Su fin, arrancar a
las masas de las garras de Satán y pedir a la Inmaculada la conversión de los
enemigos de la Iglesia, especialmente los francmasones.
Si San
Maximiliano Kolbe da a su Milicia
el nombre de Milicia
de la Inmaculada, es también, y hay
que saberlo, porque la definición del dogma de la Inmaculada Concepción en 1854 por Pío IX revistió un aspecto
combativo que los enemigos de la Iglesia supieron discernir enseguida, y que
nosotros no debemos olvidar. En efecto, en 1854
están en plena circulación todos los principios del Contrato Social de
Rousseau, que deberían llevar al establecimiento universal de esta gran mentira
que es la democracia y de los derechos de los hombres. ¿Cuál es el cimiento de todas estas fábulas, de todas estas mentiras en
que de tan buena gana cree el hombre moderno? Uno solo: el dogma de la inmaculada concepción… del hombre. Se postula que el hombre es bueno por naturaleza,
que el hombre nace bueno, y que es la sociedad la que lo corrompe. Sin esta
verdad de base, todo el sistema social revolucionario se derrumba.
Pues
bien, Pío IX lo tira al piso por su definición dogmática. Pues al definir
la Inmaculada Concepción de María, no hace más que asentar la siguiente verdad:
que la
inmunidad del pecado original, lejos de ser una ley general para todos los
hombres, es al contrario el privilegio único y exclusivo de una sola creatura,
que es la Santísima Virgen María. Y que, por lo tanto, para los demás
hombres sigue vigente el pecado original, con todas las consecuencias que ello
implica: la
necesidad de un Redentor, al que deben someterse todos los hombres; la necesidad
de la autoridad, de la gracia, de los sacramentos, de la Iglesia, de la
educación, de la familia, del orden social cristiano en definitiva, concebido y
construido especialmente para curar a hombres que nacen en pecado original… La
necesidad, pues, de todo lo que los revolucionarios pretendían negar…
2º El plan de Dios en la
economía de la Redención.
Pero si profundizamos un poco más, veremos
que el dogma de la Inmaculada Concepción, especialmente celebrado en el
Adviento, al comienzo de la celebración de los misterios de Cristo, nos revela
poderosamente el plan de Dios en la obra de nuestra Redención. En efecto, nos
presenta, antes que a Cristo, el Nuevo Adán, a María en toda la plenitud de su
santidad, como Nueva Eva. La escena del Evangelio es, a este propósito, muy
sugestiva.
Dios ha querido que el género humano fuera
propagado según la carne por un hombre y por una mujer. Y también ha querido
que, en el orden sobrenatural, fuera restaurado por un Hombre y por una Mujer.
Esto es, la obra de la Redención es
concebida al modo de una venganza divina, como nos lo enseñan unánimemente los
Santos Padres.
El plan de Satán fue el de perder al hombre,
y con él a toda sus descendencia, a través de la mujer, escudándose en ella,
disimulándose detrás de ella. Eva tuvo así, en el orden de la caída, un papel
de introducción, de preparación y de colaboración.
El plan de Dios será
salvar a la humanidad a través de un Hombre, un Nuevo Adán, pero con la
colaboración de una Mujer, una Nueva Eva. El Nuevo Adán es Cristo, y la Nueva
Eva es María. María tiene así, en el orden de la redención y por voluntad
divina, un papel de introducción (encarnación),
de preparación (Caná) y de colaboración (en todos los misterios de
Cristo, pero especialmente en el Calvario).
Para cumplir convenientemente esta misión, que era de
lucha y de victoria contra el diablo, era necesario que María no tuviese nada
que ver con él, que fuese Inmaculada: Inmaculada para ser digna
Madre del Redentor; Inmaculada para poder ser Corredentora del género humano;
Inmaculada para ser asociada en la obra de santificación del Redentor en toda
su línea.
Conclusión.
Ya lo vemos, el dogma de
la Inmaculada Concepción nos muestra, ya en esbozo y en preparación, a la
Santísima Virgen metida de lleno en la obra de la Redención, de la que Ella
misma es el primer fruto, y el más acabado. Y por lo tanto, nos muestra a la
Santísima Virgen metida de lleno en la Iglesia Católica, en nuestra propia vida
espiritual, en la vida de nuestras familias y de nuestras sociedades.
Dios ha guardado el buen vino hasta el
final. La visión grandiosa del papel de María, y la intervención extraordinaria
de la Virgen Santísima en la obra de la Redención, que se ha de hacer mucho más
visible hacia el fin de los tiempos, es una gracia que Dios ha reservado para
el final, para el momento en que la Iglesia, como grano de mostaza, haya
crecido ya muchísimo, y con ella el conocimiento, el amor, la honra y el
servicio a la Santísima Madre de Dios.
Por eso, ofrezcámonos hoy a la Santísima
Virgen, entreguémonos totalmente a Ella. Vivimos tiempos muy peligrosos, los tiempos
en que el demonio anda totalmente desatado; pero esos tiempos han de ser
también, y forzosamente, los de la Inmaculada que le aplasta la Cabeza. Y
también nosotros somos llamados a tomar parte de las enemistades de la Mujer
contra la Serpiente, y de su victoria contra el demonio: a condición, sin
embargo, de ser plena y voluntariamente la descendencia de María.
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