Hacer la Oración Para antes de comenzar la devota práctica del mes en honor de San José.
DÍA 6
San José, semejante a María.
Hagámosle otro que sea
semejante a él.
Gén. II, 18.
Habiendo sido San José elegido por Dios
para ser el protector y el casto esposo de la más pura de las vírgenes, ¿podremos dejar de creer que fue adornado
con todas las. gracias y privilegios que debían hacerlo digno de un título tan
glorioso? ¿Qué padre no elige para la hija que ama tiernamente, el esposo más
virtuoso y perfecto que pueda hallar?... Ahora bien; ¿hubo jamás hija alguna más amada por el Padre celestial
que la Santísima Virgen, destinada desde toda la eternidad a ser Madre de su
único Hijo?...
Dios, cuyas obras llegan a su término fuerte y dulcemente, debía
preparar para María un esposo que mereciera gozar de una unión tan íntima con
la madre de su Unigénito. El cielo, fecundo en milagros, había reunido en aquella
augusta Virgen todas las gracias y todas las virtudes. Era María más bella que
la luna, más resplandeciente que el sol, más formidable contra el príncipe de
las tinieblas que una armada en orden de batalla. Toda pura a los ojos del que
es la pureza misma, María veía a sus pies a todas las criaturas del cielo y de
la tierra, y sólo Dios, cuya fiel imagen era, la superaba en gracia y santidad.
Por eso, cuando
Dios, al principio del mundo, creó de lanada, con su poder infinito, esa
multitud de seres, cuya excelencia era a sus ojos digna de admiración, y coronó
su obra maravillosa creando al primer hombre, no halló nada sobre la tierra que
pudiera compararse a Adán: Adæ vero non inveniebatur adiutor similis eius. A tantas maravillas debió añadir un nuevo milagro,
y dar a Adán un apoyo que fuera igual a él: Faciamus ei adiutorium simile sibi.
Y creó la primera mujer, que quiso sacar del costado de Adán, para que,
siendo de su misma naturaleza, pudiera servirle de compañera. ¿No es, pues, lógico pensar que, habiendo dado José a
María para ayudarla y servirla, lo haya hecho a José semejante a Ella,
enriqueciéndolo con todos sus dones y dotándolo con gracias especiales, a fin
de que, siendo en cierto modo la fiel imagen de las perfecciones de una Esposa
santa, fuese digno de serle dado por compañero?...
Dios Nuestro Señor
dijo un día a Santa Teresa estas admirables palabras, que leemos en su Vida: «Sabe, hija mía, que, si
Yo no hubiera creado el mundo, lo crearía para ti sola». ¿No creeremos, después de esto, que Dios,
como piensan muchos célebres doctores, creó a José con todas las perfecciones
expresamente para María, a quien amaba más que a todos los ángeles y santos juntos?
. . . Me parece
ver a las tres adorables Personas de la Santísima Trinidad reunidas en consejo,
diciendo: «Hagamos
para María un auxilio semejante a Ella», que sea digno de vivir y tener parte en los divinos
oficios a que está destinada esta Virgen incomparable, en la que el Omnipotente
ha obrado maravillas tan grandes, y a quien el Espíritu Santo eligió por Esposa
fidelísima: Faciamus ei adiutorium simile sibi. Y
sobre esta semejanza y esta unión de Jesús con María podemos fundar todas las
grandezas de nuestro Santo Patriarca. Que, si el Sabio asegura que Dios, para
recompensar la virtud y la piedad de un hombre de bien, le prepara y le da una
mujer prudente y virtuosa: Mulier
bona, pars bona, dabitur viro pro factis bonis (Ecl, XXVI, 3), ¡qué méritos, qué tesoros de gracias no deberá poseer San
José, habiendo recibido del cielo, en premio de su virtud, la más prudente, la
más perfecta de todas las criaturas salidas de las manos de Dios! . . .
¿Cómo
podremos hacernos una idea exacta de la pureza, de la humildad incomparable de
José por las oraciones de María, quien en el templo pedía a Dios con fervor los
medios más eficaces para llegar a la perfección que Él tenía derecho de
exigirle, después de haberla colmado de tantas gracias y bendiciones? . . .
Es
indudable que la augusta Madre de Dios, que no es aventajada en méritos por
nadie más que por su divino Hijo, era mil veces más santa que José; ¿y por qué no habremos de decir que nuestro Santo
Patriarca, destinado a ser el esposo de María y padre adoptivo de Jesús, era
mil veces más santo que todos los demás bienaventurados? . . . Dios —
dice San Gregorio
Nacianceno— reunió
en José, como en un sol, todo lo que los demás santos juntos tienen de luz y de
esplendor: In
Joseph omnium sanctorum lumina collocavit.
San Juan Crisóstomo, a
su vez, dice que queriendo
Dios dar un esposo a la Madre de su Unigénito, buscó largo tiempo entre todos
aquellos venerables patriarcas de la antigüedad, para encontrar uno que fuera
digno de este título. Vio la fe firme y constante de Abraham, la pureza del
alma de Isaac, la paciencia longánime de Jacob, la santidad y dulzura de David;
pero sólo José atrajo sus miradas, y fue el único hallado digno de un grado tan
eminente: Invenit
tándem Joseph, cuius meritum pertransire non potuit.
Considerando San Bernardo que la semejanza es el
alma de las uniones bien ordenadas, saca en consecuencia que era necesario que
José fuera, como su Esposa, purísimo en castidad, profundísimo en humildad,
elevadísimo en la contemplación y ardentísimo en la caridad. Cuando Dios quiso
dar una compañera al primer hombre, se la dio semejante en la naturaleza, en la
gracia y en la perfección, y cuando quiso dar un esposo a la Madre de su Hijo
divino, lo escogió semejante a Ella en gracia y santidad.
Por lo tanto, cuando consideramos atentamente las sublimes
prerrogativas y las admirables virtudes de José, vemos que ningún santo tuvo
como él tanta parte en los privilegios de los méritos que enaltecieron a María
por sobre todos los santos.
María
está figurada en las mujeres más ilustres del Antiguo Testamento, y la autoridad que José debía ejercer en la casa de Dios,
la hallamos figurada en la elevación del hijo de Jacob, tan célebre por su
castidad, al cargo de primer ministro en la corte de Faraón. Aquel salvó a Egipto
con su providencia, y José cooperó eficazmente a la redención del mundo y a la
salvación de todos los hombres, conservando con sus cuidados al mismo Salvador.
José es el único santo del Nuevo y del Antiguo Testamento que compartió con
María la gloria de ser figurado y anunciado mucho tiempo antes de su
nacimiento. Se diría, si ello fuera posible, que Dios ensayó su creación en la
persona de esos ilustres patriarcas que antecedieron al Mesías: Cogitabat
homo futurus, Y así fue José, como María, predestinado desde toda la eternidad a
cooperar al gran misterio de la Encarnación del Verbo. Ambos fueron
descendientes de reyes, de profetas y de todo lo que de más noble había en la
antigua Ley.
María,
exenta de la mancha original, fue inmaculada desde su concepción, y José fue
santificado en el seno de su madre (Gersón declaró en presencia de los Padres del Concilio de
Constanza, que justificadamente podía creerse que el glorioso Patriarca fue
santificado antes de su nacimiento; y esta aserción la probaba el célebre
canciller con un antiguo documento hallado en Jerusalén. La divina providencia
no estuvo menos atenta a formar el padre adoptivo de Jesús, de lo que hubo de
estarlo en el caso del precursor y profeta, San Juan Bautista). María fue
bendita entre todas las mujeres, por haber sido la primera que enarboló el
estandarte de la virginidad.
José
fue elegido entre todos los hombres, en razón de su pureza, para ser esposo de
la más pura de las vírgenes, y fue el primero que, respondiendo a la invitación
de su casta Esposa, se unió a Dios con lazos indisolubles (San Agustín parangona la virtud de José con la que adornaba a la
Virgen Santísima: Habet Joseph cum María coniuge
comunem virginitatem. San Pedro Damiano afirma que la perpetua
virginidad de José es una firme creencia de la Iglesia: Ecclesia fides. Y Santo Tomás enseña que
María, antes de su matrimonio, fue informada por un ángel de que, como Ella
misma, José había hecho voto de observar perpetua castidad).
La
humildad de María se turbó oyendo de labios del arcángel Gabriel, que había
sido elegida para ser la Madre de Dios: Turbata est... Et ait ei:
Ne tímeas, María; y el
ángel también se ve obligado a tranquilizar a José, el cual, considerando su nada,
no podía consentir en ser el esposo de la Madre de Dios y el padre adoptivo del
Verbo encarnado: Joseph, fili David, noli
timere. María dio la vida a Jesucristo, y lo
alimentó con su leche virginal; José, con el sudor de su frente y con sus
trabajos le proporcionó el alimento para sostener en el Salvador la Sangre
preciosa que derramó por nosotros sobre la Cruz: Et formata Dei sine te, de
tuis crescunt membra laboribus (Himno). Ambos tuvieron la suerte
feliz de cuidar del único Hijo de Dios, y de convivir con El durante treinta
años en la unión más íntima. Después de morir de amor, como María más tarde,
José tuvo la gracia de resucitar con Jesucristo, y subir con El al cielo el día
de su Ascensión gloriosa.
Nosotros invocamos a María como a la más clemente y más poderosa de
todas las criaturas; y la clemencia y la potencia de San José fueron figuradas
en el hijo de Jacob, el cual perdonó a sus hermanos, no obstante, la crueldad
con que lo habían tratado, y fue el más poderoso de todo el reino de Faraón. La
Iglesia llama a María, Espejo
de justicia, y el Espíritu Santo da a José el
nombre de Justo
por excelencia.
Invocamos
a María como a Reina de los confesores, y José tuvo la gloria de ser el primer justo
perseguido en la Iglesia naciente. Proclamamos a María, Reina de los profetas, y José
conoció todos los secretos del Altísimo y los grandes misterios de la Redención (El docto y piadoso padre Suárez cree que San José excedía en gracia y en dignidad al mismo San
Juan Bautista y a los Apóstoles, «porque — dice él— más
grande honor alcanza al padre nutricio y al custodio de Jesús, que a su
precursor y a sus apóstoles» (Suárez, ÍÍI, 29, 5, 1). «San José es
ciertamente un gran santo — afirma San Francisco de
Sales—. Él
no es solamente un patriarca, sino el jefe de todos los patriarcas; no es
simplemente un confesor, sino mucho más que todos los confesores, porque en su
confesión está incluida la dignidad de los obispos, la generosidad de los
mártires y de todos los otros santos. Con razón, pues, se compara al Santo
Patriarca con la palma, reina de las plantas»).
María
es la Reina de los ángeles, y José —
dice el Sabio Cornelio a
Lápide— merece
ser colocado más entre los ángeles que entre los hombres: Fuit ipse ángelus potius
quam homo. Si José no fue inferior a los ángeles, y se hizo su igual por su incorruptible pureza, más lo fue por los
privilegios conquistados con su incomparable santidad. José fue, en cierto modo,
igual, si no superior a los ángeles del primer orden, custodiando al Niño Dios
confiado a sus cuidados; igual a los
arcángeles, trasmitiendo
a María las órdenes que recibía del cielo; igual a las potestades, manifestando a los egipcios la omnipotencia del Verbo
encarnado, que aterró a los ídolos; igual a los principados y dominaciones, porque mandaba al Rey y a la Reina de los cielos; igual a los tronos, porque él mismo servía de
trono al Niño Jesús cuando le tenía en sus brazos; igual a los querubines, pues había penetrado los más profundos misterios de la
sabiduría encarnada; igual a los
serafines, porque
se levantaba en las alas del amor a la más alta contemplación, para descansar
en el seno del Maestro divino, a quien los bienaventurados jamás se cansan de
contemplar.
En una palabra, ¿a cuál de los serafines
comunicó Dios la paternidad divina? ¿A cuál de ellos dijo alguna vez: Tú eres
mi padre?... José fue juzgado por sobre todos los espíritus
celestiales, digno de un nombre que Dios no hubiera podido dar a nadie. En
vista de una tan sublime dignidad reservada a José, ¿qué sentimientos
tendrían hacia él los espíritus celestiales? . . . No de envidia, que de ello no son capaces,
no; pero sí debía de haber entre ellos algo así como una porfía, una santa
emulación, para mostrar cada uno el mayor respeto y amor hacia un Padre tan querido
por Dios (A Jesús se debe el
culto de latría; a María, el de
hiperdulía y a José, el de dulía en el más alto grado» (C. a Lapide, in Mat. I)).
¡Cuán
grande debió de ser la humildad de San José, para merecer semejante favor, y
cuánto debió de acrecer después de recibida esta distinción! ¡Dios mío, con qué
complacencia habréis mirado a aquel que, estando en el colmo de la grandeza, no
salía de su anonadamiento! ¡Cuán vanos e injustos somos cuando nos envanecemos
por los dones de Dios, cuando nos adueñamos de ellos como cosa propia, cuando
por ellos queremos ser preferidos a los demás! . . .
¡Qué
pocas son las almas que, a imitación de San José refieren a Dios todos los
bienes que de Él recibieron, y que no buscan la perfección sino por la gloria
de Dios!... No olvidemos que, en
la mente de Dios, el amor y la práctica de una virtud están por sobre los
favores del cielo, aun los más insignes y de las dignidades más sublimes. Para seguir los ejemplos
de San José, debemos prestar siempre mayor atención a los menores actos de
virtud, que no a los dones celestiales; pues que no son aquellos dones, sino
las virtudes, cuyo ejercicio tanto cuesta a la naturaleza, las que glorifican a
Dios, y a la vez nos santifican.
MÁXIMAS DE VIDA INTERIOR
Todo
aquello que no nos hace más humildes y más desinteresados, es malo, y hay que
considerarlo como sospechoso y evitarlo (P. Groa).
La
viña plantada entre los olivos, produce uva oleosa; y un alma que frecuenta
gente virtuosa, no puede menos que participar de sus buenas cualidades (San Francisco de Sales).
Todas
las gracias de Dios nos son distribuidas por María (S. Bernardo).
AFECTOS
Oh Verbo encarnado, os ruego por la
intercesión de San José, queráis usar de todo el poder de
vuestra gracia para extirpar mi orgullo y mi amor propio. Nunca seré nada a
vuestros ojos, en tanto que me ame a mí mismo. Si prevéis que por vuestros
dones yo había de ensoberbecerme, no me los concedáis, apartadlos de mí.
Prefiero ser miserable y privado de todo bien espiritual, con tal de ser
humilde.
Oh glorioso San José, obtenedme la gracia de seguir, como vos, las huellas de
vuestra augusta Esposa, a fin de que me sea dado practicar las virtudes que os
han hecho digno de estar unido con Ella en el cielo para siempre. Así sea.
PRACTICA
Agradecer a Dios por las gracias concedidas a San José
por los méritos de María.
GLORIAS Y VIRTUDES
DE SAN JOSÉ.
R . P. H U G U E T
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