miércoles, 14 de octubre de 2020

MES DE OCTUBRE CONSAGRADO A MARÍA A TRAVÉS DEL SANTO ROSARIO. DÍA 1º.



DÍA PRIMERO—1º de octubre.

 

 

—Hecha la señal de la cruz, y rezado con arrepentimiento el Acto de Contrición, se empezará con la siguiente…

 

 

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS

   Reina del santísimo Rosario, dulcísima Madre de nuestras almas: aquí tenéis a vuestros hijos que, confusos y arrepentidos de sus miserias, fatigados por las tribulaciones de la vida, y confiando en vuestra maternal protección, vienen a postrarse ante vuestro altar en este mes consagrado a honraros por el supremo Jerarca de la Iglesia.

 

 

   ¡Oh Madre amorosísima! Nosotros queremos obsequiaros dedicándoos estos breves momentos con toda la efusión de nuestras almas. Acogednos bajo las alas de vuestro maternal amparo, cubridnos con vuestro manto y atraednos bondadosa a vuestro purísimo Corazón, depósito de celestiales gracias.

 

 

   Dejaos rodear de vuestros hijos, que están pendientes de vuestros labros. Hablad, Madre querida, para que oyéndoos sumisos y poniendo en práctica las santas inspiraciones que cual maternales consejos os dignéis concedernos durante este bendito mes, logremos la dicha de vivir cumpliendo con perfección la santísima voluntad de vuestro Divino Hijo, creciendo en todo momento su amor en nuestros corazones, para que logremos la dicha de alabarle con Vos eternamente en la Gloria. Amén.

 

 

 

Primera consideración sobre el primer Misterio gozoso.

 

 

De la virtud de la humildad.

 

 

   Vamos a dar comienzo a las consideraciones que hemos de hacer sobre las virtudes en los misterios del santísimo Rosario, hablando de la virtud de la humildad, pues que ella es base y cimiento del edificio espiritual de la perfección, que con las demás virtudes hemos de levantar en nuestras almas. Con la verdadera humildad puede decirse que vienen como consecuencia todas las demás virtudes, y que sin humildad toda virtud es ilusoria; y esto parece significarnos aquel pasaje que se lee en la vida de Santa María Magdalena de Pazzis, que dice: «Queriendo un día Jesús darle inteligencia de los divinos secretos, le plugo instruirla por sí mismo, y entre otras palabras, la dijo: «En el infierno hay muchas» Vírgenes, pero no hay ningún alma humilde.»

 

 

   Pues bien; en la contemplación del primer Misterio gozoso, encontraremos sublimes ejemplos, elocuentísimas lecciones que nos impulsen al amor de tan necesaria virtud, «Por los hombres, —dice el P. Tesnière—, Dios se hace hombre; por nosotros, miserables, el Altísimo se humilla; por nosotros, criaturas, el Creador es creado; por nosotros, débiles e indigentes, el Todopoderoso conoció y se sometió a la indigencia. Por nosotros, hijos ingratos, extraviados y rebeldes, el Hijo primogénito ha sacrificado su felicidad y su gloria. Por nosotros, pecadores y perdidos para siempre, el Santo de los santos se ha entregado a los suplicios y a la muerte.»

 

 

   ¡Qué estupendo anonadamiento el del Divino Verbo, descendiendo del cielo a tomar nuestra humana naturaleza en el seno purísimo de la Santísima Virgen! Adoren nuestras almas en el silencio de la admiración tan profundo misterio, y fijemos después nuestra atención en esa humildísima Virgen, que ha de ser nuestro modelo y celestial Maestra en todas las virtudes, y que parece darnos ejemplo, de una manera especial, de esta principalísima de la humildad. ¡Ah! Es tanta la necesidad que de ella tenemos y tanta la dificultad que ofrece a nuestra miseria su práctica, que debemos de bendecir al Señor, al contemplar a la Santísima Virgen, Reina de todos los Santos, ofreciéndonos un ejemplo de vida tan oculta; retirada y humilde, que no se perciben en ella ni aun esas demostraciones de celestial grandeza que el Omnipotente hace brillar a veces en la vida de sus siervos; pues la Santísima Virgen, que gozó de las prerrogativas y dones que a, todos ellos concediera, y que en perfección, gracia y santidad se eleva a inconmensurable altura sobre todos los ángeles y santos, se presenta a nuestra vista sin dar muestra alguna de tan excelsa, grandeza, estando siempre ocultos los eminentes dones que posee y la gloria que la circunda. Por esto observaremos que está siempre al lado de su Divino Hijo en la humillación y en el dolor.

 

 

   En efecto, en el pesebre de Belén, donde contemplamos a un Dios Niño que quiere nacer en un pobre establo, rodeando dos animales su humildísima cuna, vemos a la Santísima Virgen, sosteniendo en sus brazos al Divino Infante, y participando de aquel desamparo y pobreza. Cuando nuestro Divino Salvador en su Sagrada Pasión fué insultado y hecho el escarnio y befa de la plebe, la Santísima Virgen sale a su encuentro en la calle de la Amargura, a compartir los insultos, burlas y humillaciones con su amado Jesús; y si por último le contemplamos expirando en un infame patíbulo, en medio de dos malhechores, allí está también su Santísima Madre, inmóvil al pie de la Cruz, participando de la ignominia de aquella afrentosa muerte, y absorbiendo amarguras y tormentos inexplicables en su purísimo Corazón.

 

 

   Pero en vano buscaremos a la Santísima Virgen cerca de su Divino Hijo en esos momentos en los que su divinidad parecía brillar instantáneamente, pues no nos dice el Evangelio que estuviese con Jesús cuando las multitudes, entusiasmadas por su predicación y por los prodigios que obraba, querían aclamarle Rey; ni con los discípulos que contemplaron la manifestación de su gloria en el Tabor; ni con el Bautista a las márgenes del Jordán, cuando se abrió el cielo y se oyó aquella voz soberana que descubría la gloria del Salvador, ni que presenciara tampoco su triunfante entrada por las calles de Jerusalén.

 

 

   ¡Oh Madre mía! ¡Sólo te vemos cerca de tu Divino Hijo en la humillación y en el dolor! ¡Qué hermoso ejemplo! Bien podemos decir que tu Inmaculado Corazón es modelo de los corazones verdaderamente generosos que no quieren otra cosa que los sufrimientos por amor a, Jesús, y dechado perfectísimo de humildad. Haz, Madre querida, que, ya que hemos contemplado los ejemplos que nos das de ésta hermosa virtud, tan rara desgraciadamente, como necesaria, la practiquemos imitándote en las humillaciones, para que un día alabemos a Dios contigo en la exaltación de la Bienaventuranza.

 

 

 

EJEMPLO

 

 

   La institución de la festividad de Nuestra Señora del Rosario tuvo su origen en el glorioso triunfo de las huestes cristianas en Lepanto.

 

 

   El Papa San Pío V congregó a los príncipes cristianos en una santa confederación y liga contra las fuerzas del gran turco Selim Solimán, en el año de 1571. Para conseguir la victoria, quiso que el pueblo cristiano se preparase con oraciones, y muy principalmente con la del Santo Rosario, para lo cual aprobó y confirmó todas las indulgencias y gracias con que sus predecesores habían enriquecido a la cofradía, concediendo para en adelante otras nuevas, y recomendó el rezo del santo Rosario para implorar de este modo el patrocinio de la Santísima Virgen. Esta bondadosa Madre escuchó los ruegos que sus hijos la dirigían por medio de la devoción que tanto ama, concediendo una milagrosa victoria, haciendo que el viento cambiase, contra lo que era natural, a favor de los cristianos, é infundiendo el desaliento en la escuadra de los turcos; habiendo confesado algunos de ellos haber visto ángeles con espadas desnudas sobre nuestras galeras. Por esto en la sala real del Vaticano se pintó a San Pedro y San Pablo, y un ejército de ángeles que por la armada de la Liga peleaban contra el poder del infierno, y se acuñaron medallas con la misma alegoría. Mientras tenía lugar este memorable triunfo, el Papa se ocupaba en Roma de un trabajo importante con varios Prelados. De repente les impone silencio con un signo de la mano, se levanta bruscamente, se dirige a una ventana, la abre y permanece asomado a ella algunos minutos, en profunda contemplación. Estaba absorto mirando el cielo y en su semblante se dejaba ver una gran emoción. Después volvióse a los Prelados, y exclamó: “No hablemos ahora de ningún asunto; corramos a la iglesia a dar gracias a Dios; nuestro ejército ha triunfado.” Todos los que estaban presentes se fijaron en el día y la hora en que tuvo esta visión el Papa; era el 7 de Octubre, a las cinco de la tarde, del día y la hora precisamente en que triunfaba la Cruz en el golfo de Lepanto.

 

 





 

SANTOS Y REYES DEVOTOS DEL ROSARIO

 

 





   Santo Domingo de Guzmán instituyó la devoción del Rosario por revelación de la Santísima Virgen, y con él renovó el espíritu de oración que parecía haberse extinguido casi por completo entre los cristianos. Más de cien mil herejes e innumerables pecadores se convirtieron mediante la maravillosa eficacia de tan hermosa devoción, que Santo Domingo recomendaba a toda clase de personas, explicando sus misterios con unción y sencillez admirables. (P. Morán.)

 

 



   San Luis, rey de Francia, acostumbraba a rezar todos los días una parte del Santo Rosario, arrodillándose y levantándose a cada Avemaría. (P. Alvarez.)

 

 

 

ELOGIOS PONTIFICIOS DEL ROSARIO.


 

Al Rosario se debe el acrecentamiento de los cristianos. (Urbano VIII.)

 

 

OBSEQUIO

 

 

   El obsequio a la Santísima Virgen para este día, y lo mismo para todos los del mes será redoblar en cada uno de ellos el fervor en la recitación del Santo Rosario, y la atención en la meditación de sus misterios. También se podrá ofrecer a la Santísima Virgen como obsequio, los actos de piedad que inspire a cada uno su devoción.

 

 



 

SÚPLICAS Á LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.

 

 

   Os saludamos, Virgen Santísima, Hija de Dios Padre, bendiciendo a Dios, que os preservó de toda mancha en vuestra Inmaculada Concepción. Por tan excelsa prerrogativa os rogamos nos concedáis pureza de alma y cuerpo, y que nuestras conciencias estén siempre libres, no sólo del pecado mortal, sino también de toda voluntaria falta é imperfección. (Avemaría).

 

 

   Os saludamos, Virgen Santísima, Madre de Dios Hijo, bendiciendo a Dios, que os concedió el privilegio de unir la virginidad a la maternidad divina. Por tan singular beneficio os rogamos que nos concedáis la gracia de vivir cumpliendo nuestras respectivas obligaciones, sin apartarnos nunca de la presencia de Dios, dirigiendo a su gloria y ofreciendo, por su amor hasta nuestro más leve movimiento, santificando, así todas nuestras obras. (Avemaría).

 

 

   Os saludamos, Virgen santísima, Esposa de Dios Espíritu Santo, bendiciendo a Dios por la gracia que os concedió en vuestra Asunción, glorificándoos en alma y cuerpo. Por tan portentosa gracia os rogamos nos alcancéis la de una muerte preciosa a los ojos del Señor y que nos consoléis bondadosa en aquellos supremos momentos, para que, confiados en vuestro poderoso auxilio, resistamos a los combates del enemigo y muramos dulcemente reclinados en vuestros amantes brazos. (Avemaría).

 

 

ORACIÓN FINAL

 

 

   ¡Oh Virgen Santísima del Rosario, Madre de Dios, Reina del cielo, consuelo del mundo y terror del infierno! ¡Oh encanto suavísimo de nuestras almas, refugio en nuestras necesidades, consuelo en nuestras penas, desalientos y pruebas! A Vos llegamos con filial confianza para depositar en vuestro tiernísimo Corazón todas nuestras necesidades, deseos, temores, tribulaciones y empresas. Vos, Madre mía, lo conocéis todo y omnipotente por gracia, podéis remediarnos. Vos nos amáis, Madre querida, y queréis todo nuestro bien. ¡Ah y cuán consolador es saber que no hay dolor para el que no nos ofrezcáis alivio, ni situación para la que no haya misericordia en vuestro amante Corazón! Por esto nos arrojamos confiadamente en vuestros brazos, esperando vuestro amparo maternal. Somos vuestros hijos, aunque indignos por nuestras miserias y por la ingratitud con qué hemos correspondido a vuestros maternales. favores. Pero una vez más, perdonadnos, oíd nuestras súplicas y despachadlas favorablemente. Haced, Madre querida, que no olvidemos las saludables enseñanzas que se desprenden de la consideración de los misterios del santo Rosario, ni las inspiraciones que durante ella nos habéis concedido, para que, imitándoos como buenos hijos, durante el destierro de la vida, merezcamos la dicha de vivir con Vos en las alegrías de la patria bienaventurada, alabando y bendiciendo al Señor por los siglos de los siglos. Amén.

 

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