INTRODUCCIÓN.
Génesis y significación de
esta fiesta.
La devoción a la Sagrada
Familia, practicada desde muy antiguo en la iglesia, se extendió principalmente
a partir del siglo XVIII. Se
la vió entonces propagarse por Italia, sobre todo en la diócesis de Bolonia, en
Bélgica, en Francia, en el Canadá. En el seno de la Congregación del Santísimo
Redentor existía una cofradía muy floreciente. Pero León
XIII dio nuevo impulso
a esta devoción introduciéndola en su plan de renovación social. Preocupado por
los peligros que hoy día corren la fe y la civilización cristianas, y deseoso
de apaciguar las luchas de clases; nada le pareció tan propio para preservar a
la religión, para calmar las iras y devolvernos la paz social como honrar
nuevamente las costumbres de la Sagrada Familia, y proponer
los ejemplos de este interior modesto y divino a la imitación de todos; pero
principalmente de los humildes y de los pobres. Con esta mira, resolvió
el Papa transformar en Asociación universal, con Estatutos propios, la piadosa
reunión de las familias cristianas, que el P. FRANCOZ, de la Compañía de Jesús, había fundado en Lyón en 1861. EI
decreto de la Congregación de Ritos de 14 de junio de 1893 ordenó,
que la fiesta titular de la Asociación se celebrase el 3er domingo después de
la Epifanía (Antes se celebraba en Montreal una fiesta a
la Sagrada Familia el segundo domingo después de Pascua. Por su parte, los
Padres Redentoristas festejaban a la Sagrada Familia el segundo domingo de
julio).
Esta festividad
glorifica el misterio de la vida oculta del Salvador y llama nuestra atención
sobre las virtudes domésticas que florecieron en Jesús y a su alrededor durante
casi treinta años de su existencia. No está toda ella dedicada a María; pero
grande es la parte que en ella cabe a la Reina de los cielos y Reina de este hogar.
Hemos creído, pues, deber colocar esta solemnidad en el cuadro de las
fiestas de la Virgen.
Plan de la meditación.
Para corresponder al pensamiento social que
ha presidido a la institución misma de esta solemnidad, opondremos en dos
puntos sucesivos el interior de Nazaret, modelo
de familias cristianas, a la familia sin Dios, para
buscar en el tercer punto los medios de restaurar
el espírita cristiano en las familias.
MEDITACIÓN
«Par Christi exultet in
cordibus vestris» (Coloss. III, 15).
“¡Que la paz de Cristo se
desborde en vuestros corazones!”
1. ER PRELUDIO.
—Imaginemos la casa de Nazaret con el taller de San José.
2. o PRELUDIO.
—Pidamos la grada de
penetrar la dicha íntima de esta vida oculta, cuyas virtudes queremos
reproducir en nosotros.
La familia de Nazaret.
—AI traspasar el umbral de esta bendita
mansión, siéntese uno como sobrecogido por la atmósfera deliciosamente
pacificadora que la embalsama.
La fisonomía de sus habitantes refleja la verdadera felicidad, de la cual gozan
en una condición honrada pero modesta. Aunque todas
las virtudes sean común herencia de los tres miembros de esta Familia, San José representa la actividad, el trabajo; la Virgen Santísima, la
pureza; Jesús, la humildad. Jesús es un Dios que se baja;
María,
la criatura que se eleva por encima de la tierra; José, el hombre que llena contento los deberes de su estado, el vir justus, varón justo del Evangelio. Estrecha
alianza del abatimiento con la pureza y el trabajo ordenado, que se unen para
completarse. EI abatimiento pone el principio de la perfección sobrenatural; y
nos dispone a ser poseídos de la grada; la pureza simboliza todo
perfeccionamiento personal, es el vuelo del alma por encima de las cosas de acá
abajo; la actividad es la fuente de la prosperidad material sabiamente
progresiva.
—Entre Jesús, María y José reina una dulce
intimidad. Conformes
sobre el deber presente y el fin a que les conduce, en
Nazaret se manda sin orgullo, se obedece sin repugnancia: no hay tiranía ni
esclavitud.
Esta escena deliciosa y de todos los días se
desarrolla en una mansión en que todo es orden y limpieza.
—Gustemos largo tiempo de
la suavidad de este tranquilo espectáculo. Pidamos ser admitidos en un albergue
tan santamente agradable.
—Esforcémonos por realizar
este ideal en nuestra familia. Procuremos una estrecha unión de pensamientos y
afectos, seamos prudentes en el mandar, generosos en el obedecer. Hagámonos
inscribir en la Asociación (Dirigirse al señor Cura de su
parroquia.); observemos sus Estatutos, principalmente el que prescribe la oración
en común.
—Conservemos
individualmente la gran lección de modestia y humildad que nos ha sido dada. Este
Jesús que se humilla es quien ha dicho: «Tomad sobre vosotros mi yugo y hallaréis
descanso para vuestras almas»
(Mateo
2, 29);
el descanso y la dicha son el premio de la humildad.
La familia sin Dios.
A este tipo de familia cristiana la
incredulidad moderna, más y más atrevida cada día, tiende a oponerle otro
ideal.
—Suprime a Dios,
y con Dios la razón misma de la humildad. EI hombre que no es guiado por
una mano suave y omnipotente a la vez y que convierte en bien la prueba y el
sufrimiento, es víctima de un hado contrario: ha de bregar a codazos para
hacerse lugar y sobrepujar a sus adversarias. ¡La lucha, lucha dura y sin tregua en lugar
del dulce contento!
—Ninguna
subordinación ni de la mujer al marido, ni del hijo al padre, sino pretensiones
igualitarias, cada vez más radicales, emanando de personas yuxtapuestas.
—No se hable de resignación ni de sacrificios;
hay que gozar, y la
pasión tiene derecho a que se la oiga. Mas por esto mismo ¡sobre qué terreno tan
movedizo se funda la unión!
—EI odio al
rico, la envidia hacia los más dichosos, la inquietud y turbación, han
reemplazado a la satisfacción y a la paz.
—No más humildad; la
base de la familia es el orgullo.
Por fortuna, las costumbres resisten todavía
a estos principios disolventes. Aun en la fría atmósfera de donde se ausentó la
fe, la fuerza de las costumbres cristianas y la voz misma de la naturaleza
hablan todavía más alto que estas insanias. ¿Pero qué sería de la familia si este ideal impío y
sensual llegase a prevalecer?
—EI hombre
soberbio inspira antipatía. ¿Es dichoso? ¿A quién aprovecha esa aspiración al
progreso impaciente y febril? No al hombre agitado y descontento a
quien atormenta un deseo insaciable. ¿A la posteridad? ¿No es indefinido el progreso? ¿Por
qué, si es éste el ideal, no había de devorar a nuestros descendientes la misma
inquietud febril? ¿Este descanso, no hallado en miles de años, qué probabilidad
hay de hallarlo jamás? ¡Pobres Sísifos los
miembros de las familias anticristianas, condenados a hacer rodar la piedra, cada
vez con mayor fatiga, por la enhiesta pendiente, sin llegar jamás a la cumbre!
—Comprendamos
esta verdad tan importante: el orgullo es
incompatible con la dicha.
La restauración dei espíritu
cristiano en las familias.
Una caridad compasiva debe interesarnos en
el restablecimiento del espíritu cristiano en las familias.
—Preguntémonos en primer lugar ¿Por qué los hombres
entran en tan gran número por el camino opuesto al espíritu cristiano y a la
verdadera felicidad?
—EI orgullo tiene
ya, de sí mismo, un falso aire de grandeza, que constituye una seducción
para el hombre.
—Una virtud
aparente hace murmurar de la verdadera. La verdadera virtud, que sabe
combinar la calma con un valor sencillo y unos esfuerzos industriosos,
satisface el apremio imperioso que la humanidad experimenta de andar y
adelantar siempre. Pero muchos disfrazan con
apariencias de virtud su pereza o su incapacidad. Esta inercia de
ciertas personas que pasan por virtuosas causa escándalo y proporciona
argumentos a la impiedad.
—Según la intención del
Señor, el espíritu cristiano ha de reinar, no sólo en los pobres, sino también en
los ricos, cuyo
ejemplo debería ejercer bienhechora influencia social: toda superioridad es
ordenada por Dios a enseñar el bien. ¡Más ay! que,
en lugar de la modestia cristiana, una fastuosa opulencia, que pretende a las
veces aliarse con la religión, ofende frecuentemente por su aire altanero,
cuando no se convierte en opresora abusando de la mansedumbre forzada o resignada
del pobre. De esta tiranía nacen prejuicios demasiado fáciles de explotar por
los enemigos de Ia paz.
—Prácticamente. —Debemos
fijar nuestras miradas, no solamente en los deberes del pobre, sino en nuestros
propios deberes. Seamos cristianos de
espíritu y de corazón, si queremos hacer cristianos.
—Empleemos nuestra influencia en combatir el
doble escándalo de una infame pereza y de una orgullosa altanería que fingen
religión y piedad. Trabajemos por juntar en nosotros y en los que nos rodean el
valor cristiano con una cristiana humildad. Inculquemos a los buenos una santa
é industriosa energía; velemos por conquistar para la religión inteligencias
despiertas y corazones nobles. Prediquemos por todos los medios que estén a
nuestro alcance, así a los ricos como a los pobres, sus obligaciones, y nunca
nos hagamos cómplices de una interesada explotación.
COLOQUIO
Nuestro coloquio sea una oración
dirigida sucesivamente a los tres santos personajes que componen la Sagrada
Familia, a
fin de obtener para nosotros mismos una humildad llena de nobleza, y para la
sociedad gracias de pacificación.
¡Jesús, María, José, iluminadnos, socorrednos,
salvadnos! Así sea.
(Doscientos días de indulgencia, una
vez al dia).
“MEDITACIONES
SOBRE LA
SANTÍSIMA VIRGEN”
por e!
R. P. A.
Vermeersch, S. J.
Profesor de
Teología (1911)
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