El 19 de septiembre de
1846, en La Salette, en los Alpes franceses, la Santísima Virgen se le apareció
a dos pastorcitos, Maximino Giraud, que contaba a la sazón 9 años y remplazaba
a un pastor de Pierre Selme que se hallaba enfermo, y Melania Calvat, de 14
años de edad.
Los dos niños eran ignorantes y provenientes de familias muy pobres de Corps,
una aldea cercana. Pocos días antes, no se conocían. A ellos fue que la Reina
de los Cielos escogió para desbordar Su Corazón doloroso y «anunciar una gran noticia».
A mediados de septiembre, un campesino de
los Ablandins, Pedro Selme, tiene a su pastor enfermo. Desciende al pueblo de
Corps, a la casa de su amigo, el carretero Giraud, y le dice: «Préstame a tu
Maximino por algunos días…». «¿Memín, pastor?
¡Es muy descuidado para eso…»!
Discuten, transigen… y el 14 de septiembre
tenemos al joven Maximino en los Ablandins. El 17, ve a Melania en la aldea. El
18, van a guardar sus rebaños en los terrenos comunales, en el monte Le
Planeau. Por la tarde, Maximino busca entablar conversación. Melania se muestra
remisa. Descubren, no obstante, un punto común: los
dos son de Corps. Quedan en volver juntos al mismo lugar al día
siguiente.
Así pues, el sábado 19 de septiembre de
1846, temprano, los dos niños cruzan las pendientes del monte, cada uno
llevando sus cuatro vacas. Maximino, además, su cabra y su perro Loulou. El sol
resplandece sobre los pastos. A mitad de la jornada, el Ángelus suena allá
abajo en el campanario de la iglesia de la aldea. Entonces los pastores conducen
sus vacas a “La fuente de las bestias”, una
pequeña represa que forma el arroyuelo que baja por la quebrada del Seiza.
Después las llevan hacia una pradera llamada “Le
Chômoir”, en las laderas del monte Gargas. Hace calor, las bestias se
ponen a rumiar.
Maximino y Melania suben un pequeño valle
hasta “La fuente de los hombres”. Junto a la
fuente toman su frugal comida: pan con un trozo de
queso de la región. Otros pequeños pastores que “guardan”
más abajo se les unen y charlan entre ellos. Después de su partida, Maximino y
Melania cruzan el arroyo y descienden unos pasos hasta dos bancos de piedras
apiladas, cerca de la hondonada seca de una fuente agotada: “La pequeña fuente”. Melania pone su pequeño talego
en el suelo, y Maximino su blusa y merienda sobre una piedra.
Contrariamente a su costumbre, los dos niños
se tumban sobre la hierba… y se duermen. Hace buen tiempo al sol de este fin de
verano, no hay una nube en el cielo. Al rumor del arroyo se añade además la
calma y el silencio de la montaña. Pasa el tiempo…
¡Bruscamente, Melania se despierta y sacude
a Maximino!
«¡Mémin, Mémin,
rápido, vamos a ver nuestras vacas... ¡No sé dónde están!».
Rápidamente suben la pendiente opuesta al Gargas. Al volverse, perciben todo el
pastizal: sus vacas están allá, rumiando plácidamente.
Los dos pastores se tranquilizan. Melania comienza a descender. A media
pendiente, se queda inmóvil y asustada, deja caer su garrote: «¡Mémin, ven a ver,
allá, una claridad!».
Cerca de la pequeña fuente, sobre uno de los bancos de piedra… un globo de fuego: «Es como si el sol se hubiera caído allí». Pero el sol continúa brillando en un cielo sin nubes. Maximino acude gritando: «¿Dónde está? ¿Dónde está?». Melania señala con el dedo hacia el fondo del barranco donde ellos habían estado durmiendo. Maximino se acerca a ella, paralizada de miedo, y le dice: «¡Vamos, coge tu garrote! Yo tengo el mío y le daré un buen golpe si nos hace algo». La claridad se mueve, gira sobre sí misma. Les faltan palabras a los dos niños para indicar la impresión de vida que irradia este globo de fuego.
En él una mujer
aparece, sentada, la cara oculta entre sus manos, los codos apoyados sobre las
rodillas, en una actitud de profunda tristeza.
Fragmento de roca donde la Virgen se sentó al comienzo de su aparición.
La Bella Señora se levanta. Ellos no han dicho una sola palabra. Ella les habla en francés: «¡Acercaos, hijos míos, no tengáis miedo, estoy aquí para contaros una gran noticia!». Entonces, descienden hacia ella. La miran, ella no cesa de llorar: «Parecía una madre a quien sus hijos habían pegado y se había refugiado en la montaña para llorar».
la Bella Señora es de gran estatura y toda
de luz. Está vestida como las mujeres de la región: vestido largo, un gran
delantal a la cintura, pañuelo cruzado y anudado en la espalda, gorra de
campesina. Rosas coronan su cabeza, bordean su pañuelo y adornan sus zapatos.
En su frente una luz brilla como una diadema. Sobre sus hombros pesa una gran
cadena. Una cadena más fina sostiene sobre su pecho un crucifijo deslumbrante,
con un martillo a un lado y al otro unas tenazas.
«Ha llorado durante todo el tiempo que nos ha hablado». Juntos, o separados, los dos niños repiten las mismas
palabras con ligeras variantes que no afectan al sentido. Y esto, cualesquiera
que sean sus interlocutores: peregrinos o simples curiosos, personalidades
civiles o eclesiásticas, investigadores o periodistas. Que sean favorables,
lleven buenas intenciones o no, he aquí lo que ellos nos han trasmitido:
«Acercaos, hijos míos, no tengáis miedo,
estoy aquí para contaros una gran noticia».
«La escuchamos, no pensamos en nada».
«Si mi pueblo no quiere someterse, me veo obligada a
dejar caer el brazo de mi Hijo. Es tan fuerte y tan pesado que no puedo
sostenerlo más. ¡Hace tanto tiempo que sufro
por vosotros! Si quiero que mi Hijo no os
abandone, estoy encargada de rogarte sin cesar por vosotros, y vosotros no
hacéis caso. Por más que recéis, por más que hagáis, jamás podréis recompensar
el dolor que he asumido por vosotros. Os he dado seis días para trabajar; me he
reservado el séptimo, ¡y no se quiere conceder! Esto es lo que hace tan pesado
el brazo de mi Hijo. Y también los que conducen los carros no saben jurar sin
poner en medio el nombre de mi Hijo. Son las dos cosas que hacen tan pesado el
brazo de mi Hijo. Si la cosecha se pierde, sólo es por vuestra culpa. Os lo
hice ver el año pasado con las patatas, ¡y
no hicisteis caso! Al contrario, cuando las
encontrabais estropeadas, jurabais, metiendo en medio el nombre de mi Hijo. Van
a seguir pudriéndose, y este año, por Navidad, no habrá más». La palabra “pommes de terre” (patatas, en el
francés parisino) intriga a Melania. En el dialecto de la región se
dice de otra forma (“là truffà”). La palabra “pommes” evoca
para ella el fruto del manzano. Ella se vuelve a Maximino para pedirle una
explicación. Pero la Señora se adelanta: «¿No comprendéis, hijos míos? Os lo voy a decir de otra
manera». La Bella Señora repite en el dialecto de Corps desde “si la cosecha
se pierde...” (Si la recolta se gasta nei rien qué per
vous aoutres. Vous laiéou fa véire l'an passa per là truffà), y ya prosigue todo su mensaje en
este dialecto: «Si
tenéis trigo, no debéis sembrarlo. Todo lo que sembréis, lo comerán los bichos,
y lo que salga se quedará en polvo cuando se trille. Vendrá una gran hambre.
Antes de que llegue el hambre, a los niños menores de siete años les dará un
temblor y morirán en los brazos de las personas que los tengan. Los demás harán
penitencia por el hambre. Las nueces saldrán vanas, las uvas se pudrirán»
(Si ava de bla, foou pas lou
semena… Si vous avez du blé, il ne faut pas le semer. Tout ce que vous sèmerez,
les bêtes le mangeront, et ce qui viendra tombera en poussière quand vous le
battrez).
De repente, aunque la Bella Señora continúa
hablando, sólo Maximino la oye, Melania la ve mover los labios, pero no oye
nada. Unos
instantes más tarde sucede lo contrario: Melania puede escucharla,
mientras que Maximino no oye nada, y se entretiene haciendo girar su sombrero
en una punta de su cayado mientras que con el otro extremo lanzaba pequeñas
piedras. «¡Ninguna tocó los pies de la Bella
Señora!»,
dirá algunos días más tarde. «Ella me contó algo diciéndome: “No
dirás esto ni esto”. Después no entendí nada, y durante este tiempo,
yo me entretenía».
Así la
Bella Señora habló en secreto a Maximino y luego a Melania, y de nuevo los dos
juntos escuchan sus palabras:
«Si se
convierten, las piedras y las rocas se cambiarán en montones de trigo y las
patatas se encontrarán sembradas por las tierras. ¿Hacéis bien vuestra oración, hijos míos?».
«No muy bien, Señora», responden los dos niños.
«¡Ah! Hijos míos, hay que hacerla bien, por la noche y por la
mañana. Cuando no podáis más, rezad al menos un padrenuestro y un avemaría,
pero cuando podáis, rezad más. Durante el verano no van a misa más que unas
ancianas. Los demás trabajan el domingo, todo el verano. En invierno, cuando no
saben qué hacer; no van a misa más que para burlarse de la religión. En
Cuaresma van a la carnicería como perros. ¿No
habéis visto trigo estropeado, hijos míos?».
«No, Señora», responden.
Entonces ella se dirige a Maximino: «Pero tú, mi
pequeño, tienes que haberlo visto una vez, en Coin, con tu padre. El dueño del
campo dijo a tu padre que fuera a ver su trigo estropeado. Y fuisteis allá,
tomasteis dos o tres espigas de trigo en vuestras manos las frotasteis, y todo
se quedó en polvo. Después, al regresar; como a media hora de Corps, tu padre
te dio un pedazo de pan, diciéndote: “¡Toma,
hijo mío, come todavía pan este año que no sé quién lo comerá al año que viene
si el trigo sigue así!”».
Maximino responde: «Ah
sí, es verdad, Señora, ahora me acuerdo, lo había olvidado».
Y la Bella Señora concluye, no
en el dialecto, sino en francés: «Bien, hijos míos,
hacedlo saber a todo mi pueblo».
El 19 de septiembre de 1851, Mons. Filiberto
de Bruillard, Obispo de Grenoble, publica finalmente su “carta pastoral”. He aquí el párrafo esencial:
«Juzgamos que la aparición de
la Santísima Virgen a dos pastores, el 19 de septiembre de 1846, en una montaña
de la cadena de los Alpes, situada en la parroquia de La Salette, del
arciprestazgo de Corps, contiene en sí todas las características de la verdad,
y que los fieles tienen fundamento para creerla indudable y cierta».
La resonancia de esta carta pastoral es
considerable. Numerosos obispos la hacen leer en las parroquias de sus
diócesis. La prensa se hace eco en favor o en contra. Es traducida a numerosas
lenguas y aparece notoriamente en el Osservatore
Romano de 4 de junio de 1852. Cartas de felicitación afluyen al Obispo de
Grenoble.
La experiencia y el sentido pastoral de
Filiberto de Bruillard no se detienen aquí. El 1 de mayo de 1852, publica una
nueva carta pastoral anunciando la construcción de un santuario sobre la montaña
de La Salette y la creación de un cuerpo de misioneros diocesanos que él
denomina “Misioneros
de Nuestra Señora de La Salette”. Y
añade: «La Santa Virgen se apareció en La Salette
para el universo entero, ¿quién puede dudarlo?».
El futuro iba a confirmar y sobrepasar estas expectativas, el relevo
estaba asegurado, se puede decir que Maximino y
Melania han cumplido su misión.
El Santuario de Nuestra
Señora de La Salette está situado en plena montaña, a 1800 mts. de altitud en
los Alpes franceses. De la atención del Santuario y su hospedería es
responsable la Asociación de Peregrinos de La Salette por encargo de la
diócesis de Grenoble. Los Misioneros y las Hermanas de Nuestra Señora de La
Salette aseguran la animación y el funcionamiento, ayudados por capellanes,
sacerdotes religiosos o diocesanos, religiosas, laicos asociados y por
empleados asalariados y voluntarios.
El 24 de agosto de 1852, Su
Santidad Pío IX, concedió que fuera privilegiado el Altar Mayor del templo de
La Salette; el 7 de septiembre fundó la Asociación de Nuestra Señora
Reconciliadora de La Salette. La Hermandad Misionera de La Salette, los
SALETINOS, cuyos frutos fueron y son muy provechosos para la Iglesia y para las
Misiones. León XIII elevó el santuario al rango de Basílica y decretó la
coronación canónica de “Nuestra Señora de La Salette”,
efectuada por el Cardenal de París, el día 21 de Agosto de 1879. Nuestra
Señora reveló en La Salette dos secretos, uno a Melania y otro a Maximino. El
secreto dado a Melania constituye lo que comúnmente se conoce como “el
Secreto de la Salette”. Un extracto del mismo fué publicado en 1879
por Melania, con imprimátur del Obispo de Lecce, Italia. En 1922 se dio a
conocer el texto completo, con Licencia del Rvdo. Padre Alberto Lepidi O.P.,
Maestro del Sagrado Palacio y Asistente Perpetuo de la Congregación del Santo
Oficio; y el 22 de Febrero de 1943 le fué concedida Misa propia a esta
advocación.
ORACIÓN
Oh Señor Jesucristo, que por tu Preciosa Sangre
reconciliaste al mundo con Dios Padre, y te dignaste constituir a tu Santísima
Madre Reconciliadora de los pecadores: concédenos te suplicamos, que,
por la piadosa intercesión de la misma Bienaventurada Virgen María, conseguir
el perdón de nuestros pecados. Tú que vives y reinas por los siglos de los
siglos. Amén.
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