martes, 26 de noviembre de 2024

HISTORIA DE LA MEDALLA MILAGROSA.

 


   El 27 de noviembre se celebra la fiesta de la Medalla Milagrosa, que debía ser para los pobres humanos una fuente perpetua de gracias físicas y morales, materiales y espirituales. Todo el mundo conoce esta Medalla, pero a menudo se ignora la riqueza de las apariciones que enmarcan la revelación en que la Virgen la entregó a Santa Catalina Labouré, y su contenido doctrinal. Expliquémoslas brevemente.

 

Santa Catalina Labouré.




   Catalina nació el 2 de mayo de 1806 en el pueblito de Fain-lès-Moutiers, en Borgoña (Francia), y era la novena hija de una familia que contaría con once. Sus padres, Pedro Labouré y Luisa Magdalena Gontard, propietarios de la granja que ellos mismos trabajaban, eran profundamente cristianos. Formaron a su numerosa familia en el temor y amor de Dios.

 

Por desgracia, la señora de Labouré murió en 1815, cuando Catalina no tenía más que nueve años. Huérfana de su madre terrenal, la niña se buscó otra madre en la Santísima Virgen. En efecto, poco tiempo después, una criada de la granja la sorprendió subida sobre la mesa, con la estatua de María que había tomado de la chimenea, a la que estrechaba entre sus brazos.

A los doce años su padre le confió el cuidado de la casa, y a partir de los catorce, pese a sus trabajos agotadores, Catalina empezó a ayudar los viernes y sábados en el Hospicio de Moutiers Saint-Jean, distante tres kilómetros.

 

   Desde su primera comunión había oído el llamado de Dios y soñaba con la vida religiosa. Sentía dudas, sin embargo, sobre qué comunidad elegir. Un sueño la ayudó a orientarse.

 

Se vio en Fain, rezando sola según su costumbre en la capilla de la Santísima Virgen, cuando de repente vio salir de sacristía a un venerable sacerdote, al que no conocía, revestido para celebrar la Misa. El sacerdote, que detenía en ella su mirada cada vez que se volvía para el Dominus vobiscum, al acabar le hizo señas de que lo siguiera a la sacristía; pero Catalina, asustada, salió de la iglesia, y pasó por casa de una amiga para visitar a una persona enferma. Apenas hubo entrado, vio tras de sí al venerable sacerdote, que la había seguido, el cual le dijo: «Está bien curar a los enfermos. Tú ahora huyes de mí, pero un día vendrás a mí. Dios tiene planes sobre ti, no lo olvides».

 

¿Quién era ese sacerdote? ¿Qué querían decir sus palabras? El misterio no tardaría en revelarse. Algún tiempo después Catalina tuvo la oportunidad de visitar la Casa de las Hijas de la Caridad en Châtillon-sur-Seine. Al entrar en el locutorio, su mirada se detuvo en un cuadro adosado a la pared. «¡Ese –exclamó– es el sacerdote al que vi en mi sueño! ¿Cómo se llama?» Le dijeron que era San Vicente de Paúl. Vivamente impresionada por esta respuesta, manifestó su sueño al párroco de Châtillon, que le dijo decididamente: «Sí, hija mía, creo que el sacerdote anciano que se te apareció en el sueño era San Vicente de Paúl, y lo que quiere es que seas Hija de la Caridad».

 

   Así fue como, después de esperar dos años el consentimiento de su padre, ingresaba, en abril de 1830, en el Noviciado de las Hijas de la Caridad en París, situado en la Calle du Bac. Algunos días después tenía la dicha de asistir a la traslación solemne de las reliquias de San Vicente de Paúl.

 


   Su noviciado transcurrió en el fervor, como lo certifican las gracias extraordinarias con que fue favorecida, y su alma mariana apreció profundamente la devoción que las Hijas de San Vicente tenían a la Inmaculada Concepción. Sin embargo, nada en ella llamó la atención de los que la rodeaban.

 

 

La gran visión de la Medalla Milagrosa.

 




   El 27 de noviembre de 1830, estando en oración en la capilla del convento, Santa Catalina Labouré tuvo una visión de la Virgen María enteramente resplandeciente, que de sus manos derramaba hermosos rayos de luz hacia la tierra. La visión se desarrolló en dos momentos o escenas.

 

Primer momento: el anverso de la Medalla.

 



   La Santísima Virgen estaba de pie sobre la mitad de un globo terráqueo, aplastando con sus pies a una serpiente. Tenía un vestido cerrado de seda, con mangas lisas; un velo blanco le cubría la cabeza y le caía por ambos lados. En sus manos sostenía un globo con una pequeña cruz en su parte superior. La Santísima Virgen, en tono suplicante, ofrecía ese globo al Señor. En sus dedos tenía anillos con piedras preciosas; algunas despedían luz y otras no. Catalina oyó que la Virgen le decía: «Este globo que ves, representa al mundo y a cada uno en particular. Los rayos de luz son el símbolo de las gracias que obtengo para quienes me las piden. Las piedras que no arrojan rayos, son las gracias que dejan de pedirme». El globo desapareció entonces, y la Santísima Virgen extendió sus manos, resplandecientes de luz, hacia la tierra; los haces de luz no dejaban ver sus pies. Se formó después un óvalo en torno a la aparición, y Catalina vio cómo, comenzando en la mano derecha de la Virgen, pasando sobre su cabeza y terminando en su mano izquierda, se inscribía en semicírculo una invocación escrita en letras de oro: «Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros, que recurrimos a Vos».

 


 

Segundo momento: el reverso de la Medalla.

 




   Luego, el óvalo se dio vuelta mostrando la letra M, coronada con una Cruz apoyada sobre una barra, y, debajo de la letra, los Sagrados Corazones de Jesús y de María, que Catalina distinguió porque uno estaba coronado de espinas y el otro traspasado por una espada. Alrededor del monograma había doce estrellas.






 Catalina oyó una voz que le decía: «Haz acuñar una medalla según este modelo. Las personas que la lleven al cuello recibirán grandes gracias; abundantes serán las gracias para las personas que la llevaren con confianza».

 

En diciembre de ese mismo año, Santa Catalina fue favorecida con una nueva aparición en que la Santísima Virgen le reiteraba la orden de hacer acuñar la Medalla según el modelo que le había mostrado el 27 de noviembre, y que volvió a mostrarle en esa nueva aparición. Quiso la Santísima Virgen que su vidente tuviera muy claros los simbolismos de su aparición, por lo que volvió a recordárselos y explicárselos. Es lo que vamos a hacer a continuación.

 

 

Simbolismo de la Medalla Milagrosa.

 

   La Medalla Milagrosa es realmente un pequeño y completo catecismo sobre la persona y la obra de la Santísima Virgen.

 


EN EL ANVERSO vemos a la Virgen María irradiando luz, con la inscripción: «Oh María, sin pecado concedida, rogad por nosotros, que recurrimos a Vos». Se nos revela aquí explícitamente la identidad de María: Ella es inmaculada desde su concepción. De este privilegio, que le viene de los méritos de la Pasión de su Hijo Jesucristo, proviene su inmenso poder de intercesión que ejerce en favor de quienes le dirigen sus súplicas.

Por eso la Virgen María invita a todos a acudir a Ella en cualquier trance. Sus pies en medio del globo aplastan la cabeza de una serpiente. Este globo representa a la tierra, el mundo; la serpiente personifica a Satanás y las fuerzas del mal. La Virgen María toma parte en el combate espiritual, en la lucha contra el demonio y el pecado, cuyo campo de batalla es nuestro mundo.

 

Los rayos de luz nos recuerdan que todas las gracias divinas pasan por las manos de María para llegar hasta nuestros corazones. Es la mediación universal de María. Los quince anillos de sus dedos, ornados de piedras preciosas, son un símbolo de los quince misterios del Rosario, fuente de gracias para quienes los rezan con devoción.

  

EN EL REVERSO hay una letra M coronada con una Cruz. La M es la inicial de María, la Cruz es la de Cristo. Los dos signos enlazados muestran el vínculo indisoluble que existe entre Cristo y su Madre Santísima. María ha sido asociada por su Hijo Jesús a la obra de redención de la humanidad, y por su compasión participa del mismo sacrificio redentor de Cristo.

 

Bajo la barra vertical de la M se representan dos corazones: el Sagrado Corazón coronado de espinas, y el Corazón Inmaculado de María traspasado por la espada de que habla Simeón (Lc. 2 35). La unión del Corazón Inmaculado al Sagrado Corazón significa la Corredención de María, que no es sino la unión de sus dolores a los dolores del Corazón de Jesús, y de sus méritos a los méritos de la Encarnación redentora.

 

Alrededor de estos signos sagrados hay doce estrellas, alusión a la gran visión del Apocalipsis (12 1): «Una gran señal apareció en el cielo: una Mujer revestida del sol, la luna bajo sus pies, y en su cabeza una corona de doce estrellas». Corresponden a los doce apóstoles, y representan a la Iglesia. También son figura de los doce principales privilegios de María Santísima.

 

 

Difusión y eficacia de la Medalla Milagrosa.

 

   Después de vencer Santa Catalina todos los obstáculos y contradicciones que le había anunciado la Santísima Virgen, las autoridades eclesiásticas aprobaron en 1832 la acuñación de la Medalla, la cual se difundió rápidamente. Fueron tantos y tan abundantes los milagros obtenidos a través de ella, que se la empezó a llamar la Medalla que cura, la Medalla que salva, la Medalla que obra milagros, y finalmente la Medalla Milagrosa.



 

En febrero de 1832 se declaró en París una terrible epidemia de cólera, que dejaría más de 20.000 muertos. Las Hijas de la Caridad empezaron a distribuir en junio las 2.000 primeras medallas acuñadas a petición del padre Aladel. Las curaciones, así como las protecciones y conversiones, fueron tan numerosas, que el pueblo de París calificó a la Medalla de «milagrosa».

 

En el otoño de 1834 ya se habían distribuido más de 500.000 medallas, y en 1835, más de un millón en todo el mundo. En 1839 la Medalla se había propagado hasta alcanzar más de diez millones de ejemplares. A la muerte de Santa Catalina, en 1876, el cómputo superaba los cien millones de medallas.

 

   La Iglesia aprobó la Medalla primero de manera genérica, y luego, habiendo estudiado minuciosamente las diversas circunstancias de sus múltiples manifestaciones, le concedió una Misa especial para el 27 de noviembre, día en que Nuestra Señora la manifestó y mandó acuñar.

 

   Esta Medalla, que parece un signo irrisorio, ha manifestado indiscutiblemente, por los milagros espectaculares realizados a través de ella, que quien vino desde el cielo para dárnosla no es otra que la Virgo potens, la Virgen todopoderosa.

 


«Parece ser que no hay enfermedad que le resista. A su contacto, súbitamente o después de una novena, vemos desaparecer la locura, la lepra, el escorbuto, la tuberculosis, los tumores, la hidropesía, la epilepsia, las hernias, la parálisis, la fiebre tifoidea y demás fiebres, el chancro, las fracturas, la escrófula, las palpitaciones de corazón, el cólera. En el orden espiritual se da la misma variedad: conversiones de pecadores endurecidos, de protestantes, de judíos, de apóstatas, de incrédulos, de masones, de malhechores, de comediantes. Una tercera categoría engloba los hechos de protección y de preservación: la Medalla limitó los efectos desastrosos de la guerra, y evitó naufragios, accidentes y duelos» (Padre Coste).

 

 

Sacado de Hojitas de Fe.

Seminario Internacional Nuestra Señora Corredentora.


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