El 27 de noviembre se celebra la fiesta de la Medalla Milagrosa,
que debía ser para los pobres humanos una fuente perpetua de gracias físicas y
morales, materiales y espirituales. Todo el mundo conoce esta Medalla, pero a
menudo se ignora la riqueza de las apariciones que enmarcan la revelación en
que la Virgen la entregó a Santa Catalina Labouré, y su
contenido doctrinal. Expliquémoslas brevemente.
1º
Santa Catalina Labouré.
Catalina nació el 2 de mayo de 1806 en el pueblito
de Fain-lès-Moutiers, en Borgoña (Francia), y era la novena hija de una familia
que contaría con once. Sus padres, Pedro Labouré y Luisa Magdalena Gontard,
propietarios de la granja que ellos mismos trabajaban, eran profundamente
cristianos. Formaron a su numerosa familia en el temor y amor de Dios.
Por desgracia, la señora de
Labouré murió en 1815, cuando Catalina no tenía más que nueve años. Huérfana de
su madre terrenal, la niña se buscó otra madre en la Santísima Virgen. En
efecto, poco tiempo después, una criada de la granja la sorprendió subida sobre
la mesa, con la estatua de María que había tomado de la chimenea, a la que
estrechaba entre sus brazos.
A los doce años su padre le
confió el cuidado de la casa, y a partir de los catorce, pese a sus trabajos
agotadores, Catalina empezó a ayudar los viernes y sábados en el Hospicio de
Moutiers Saint-Jean, distante tres kilómetros.
Desde su primera comunión había oído el llamado
de Dios y soñaba con la vida religiosa. Sentía dudas, sin embargo, sobre qué
comunidad elegir. Un sueño la ayudó a orientarse.
Se vio en Fain, rezando sola
según su costumbre en la capilla de la Santísima Virgen, cuando de repente vio
salir de sacristía a un venerable sacerdote, al que no conocía, revestido para celebrar
la Misa. El sacerdote, que detenía en ella su mirada cada vez que se volvía
para el Dominus vobiscum, al acabar le hizo señas de que lo siguiera a la
sacristía; pero Catalina, asustada, salió de la iglesia, y pasó por casa de una
amiga para visitar a una persona enferma. Apenas hubo entrado, vio tras de sí
al venerable sacerdote, que la había seguido, el cual le dijo: «Está bien curar a los
enfermos. Tú ahora huyes de mí, pero un día vendrás a mí. Dios tiene planes
sobre ti, no lo olvides».
¿Quién era ese sacerdote?
¿Qué querían decir sus palabras? El misterio no tardaría en
revelarse. Algún tiempo después Catalina tuvo la oportunidad de visitar la Casa
de las Hijas de la Caridad en Châtillon-sur-Seine. Al entrar en el locutorio,
su mirada se detuvo en un cuadro adosado a la pared. «¡Ese –exclamó– es el sacerdote al que vi en mi sueño! ¿Cómo se llama?» Le dijeron que era San Vicente de Paúl. Vivamente impresionada
por esta respuesta, manifestó su sueño al párroco de Châtillon, que le dijo decididamente:
«Sí, hija mía, creo que el sacerdote anciano
que se te apareció en el sueño era San Vicente de Paúl, y lo que quiere es que
seas Hija de la Caridad».
Así fue como, después de esperar dos años el
consentimiento de su padre, ingresaba, en abril de 1830, en el Noviciado de las
Hijas de la Caridad en París, situado en la Calle du Bac. Algunos días después
tenía la dicha de asistir a la traslación solemne de las reliquias de San
Vicente de Paúl.
Su noviciado transcurrió en el fervor, como
lo certifican las gracias extraordinarias con que fue favorecida, y su alma
mariana apreció profundamente la devoción que las Hijas de San Vicente tenían a la Inmaculada Concepción. Sin embargo, nada en
ella llamó la atención de los que la rodeaban.
2º
La gran visión de la Medalla Milagrosa.
El 27 de noviembre de 1830, estando en
oración en la capilla del convento, Santa Catalina Labouré tuvo una visión de
la Virgen María enteramente resplandeciente, que de sus manos derramaba
hermosos rayos de luz hacia la tierra. La visión se desarrolló en dos momentos
o escenas.
Primer momento: el anverso de la Medalla.
La Santísima Virgen estaba de pie sobre la
mitad de un globo terráqueo, aplastando con sus pies a una serpiente. Tenía un
vestido cerrado de seda, con mangas lisas; un velo blanco le cubría la cabeza y
le caía por ambos lados. En sus manos sostenía un globo con una pequeña cruz en
su parte superior. La Santísima Virgen, en tono suplicante, ofrecía ese globo
al Señor. En sus dedos tenía anillos con piedras preciosas; algunas despedían
luz y otras no. Catalina oyó que la Virgen le decía: «Este globo que ves, representa al mundo y
a cada uno en particular. Los rayos de luz son el símbolo de las gracias que
obtengo para quienes me las piden. Las piedras que no arrojan rayos, son las
gracias que dejan de pedirme». El globo desapareció entonces, y la
Santísima Virgen extendió sus manos, resplandecientes de luz, hacia la tierra;
los haces de luz no dejaban ver sus pies. Se formó después un óvalo en torno a
la aparición, y Catalina vio cómo, comenzando en la mano derecha de la Virgen,
pasando sobre su cabeza y terminando en su mano izquierda, se inscribía en
semicírculo una invocación escrita en letras de oro: «Oh María, sin pecado concebida, rogad por nosotros,
que recurrimos a Vos».
Segundo momento: el reverso de la Medalla.
Luego, el óvalo se dio vuelta mostrando la
letra M, coronada con una Cruz apoyada sobre una barra, y, debajo de la letra, los
Sagrados Corazones de Jesús y de María, que Catalina distinguió porque uno estaba
coronado de espinas y el otro traspasado por una espada. Alrededor del
monograma había doce estrellas.
Catalina oyó una voz que le decía: «Haz acuñar una
medalla según este modelo. Las personas que la lleven al cuello recibirán
grandes gracias; abundantes serán las gracias para las personas que la llevaren
con confianza».
En diciembre de ese mismo año,
Santa Catalina fue favorecida con una nueva aparición en que la Santísima
Virgen le reiteraba la orden de hacer acuñar la Medalla según el modelo que le
había mostrado el 27 de noviembre, y que volvió a mostrarle en esa nueva
aparición. Quiso la Santísima Virgen que su vidente tuviera muy claros los
simbolismos de su aparición, por lo que volvió a recordárselos y explicárselos.
Es lo que vamos a hacer a continuación.
3º
Simbolismo de la Medalla Milagrosa.
La
Medalla Milagrosa es realmente un pequeño y completo catecismo sobre la persona
y la obra de la Santísima Virgen.
• EN EL
ANVERSO vemos a la Virgen María irradiando luz,
con la inscripción: «Oh María, sin pecado
concedida, rogad por nosotros, que recurrimos a Vos». Se nos revela aquí explícitamente la identidad de María: Ella es inmaculada desde su concepción. De este privilegio, que le viene de los méritos de la Pasión
de su Hijo Jesucristo, proviene su inmenso poder de intercesión que ejerce en
favor de quienes le dirigen sus súplicas.
• Por eso la
Virgen María invita a todos a acudir a Ella en cualquier trance. Sus pies en
medio del globo aplastan la cabeza de una serpiente. Este globo representa a la tierra, el mundo; la serpiente
personifica a Satanás y las fuerzas del mal. La
Virgen María toma parte en el combate espiritual, en la lucha contra el demonio
y el pecado, cuyo campo de batalla es nuestro mundo.
• Los rayos de luz
nos recuerdan que todas las gracias divinas pasan por las manos de María para
llegar hasta nuestros corazones. Es la mediación universal de María. Los quince anillos
de sus dedos, ornados de piedras preciosas, son un símbolo de los quince
misterios del Rosario, fuente de gracias para quienes los rezan con devoción.
• EN EL
REVERSO hay una letra M coronada con una Cruz. La M es la inicial de María,
la Cruz es la de Cristo. Los dos signos enlazados muestran el vínculo
indisoluble que existe entre Cristo y su Madre Santísima. María ha sido asociada por su Hijo Jesús a la obra de
redención de la humanidad, y por su compasión
participa del mismo sacrificio redentor de Cristo.
• Bajo la barra
vertical de la M se representan dos corazones: el Sagrado Corazón coronado de
espinas, y el Corazón Inmaculado de María traspasado por la espada de que habla
Simeón (Lc. 2 35). La unión del Corazón
Inmaculado al Sagrado Corazón significa la
Corredención de María, que no es sino la unión
de sus dolores a los dolores del Corazón de Jesús, y de sus méritos a los
méritos de la Encarnación redentora.
• Alrededor de
estos signos sagrados hay doce estrellas, alusión a la gran visión del Apocalipsis
(12 1): «Una gran señal apareció en el cielo:
una Mujer revestida del sol, la luna bajo sus pies, y en su cabeza una corona
de doce estrellas». Corresponden a los doce apóstoles, y representan a la Iglesia. También son figura de los doce principales privilegios de
María Santísima.
4º
Difusión y eficacia de la Medalla Milagrosa.
Después
de vencer Santa Catalina todos los obstáculos y contradicciones que le había
anunciado la Santísima Virgen, las autoridades eclesiásticas aprobaron en 1832
la acuñación de la Medalla, la cual se difundió rápidamente. Fueron tantos y
tan abundantes los milagros obtenidos a través de ella, que se la empezó a
llamar la
Medalla que cura, la Medalla que salva, la Medalla que obra milagros, y
finalmente la Medalla
Milagrosa.
En febrero de 1832 se declaró
en París una terrible epidemia de cólera, que dejaría más de 20.000 muertos.
Las Hijas de la Caridad empezaron a distribuir en junio las 2.000 primeras
medallas acuñadas a petición del padre Aladel. Las curaciones, así como las
protecciones y conversiones, fueron tan numerosas, que el pueblo de París calificó
a la Medalla de «milagrosa».
En el otoño de 1834 ya se
habían distribuido más de 500.000 medallas, y en 1835, más de un millón en todo
el mundo. En 1839 la Medalla se había propagado hasta alcanzar más de diez millones
de ejemplares. A la muerte de Santa Catalina, en 1876, el cómputo superaba los
cien millones de medallas.
La
Iglesia aprobó la Medalla primero de manera genérica, y luego, habiendo estudiado
minuciosamente las diversas circunstancias de sus múltiples manifestaciones, le
concedió una Misa especial para el 27 de noviembre, día en que Nuestra Señora
la manifestó y mandó acuñar.
Esta Medalla, que parece un signo irrisorio,
ha manifestado indiscutiblemente, por los milagros espectaculares realizados a
través de ella, que quien vino desde el cielo para dárnosla no es otra que la Virgo potens, la Virgen todopoderosa.
«Parece ser que no hay
enfermedad que le resista. A su contacto, súbitamente o después de una novena,
vemos desaparecer la locura, la lepra, el escorbuto, la tuberculosis, los
tumores, la hidropesía, la epilepsia, las hernias, la parálisis, la fiebre
tifoidea y demás fiebres, el chancro, las fracturas, la escrófula, las
palpitaciones de corazón, el cólera. En el orden espiritual se da la misma
variedad: conversiones de pecadores endurecidos, de protestantes, de judíos, de
apóstatas, de incrédulos, de masones, de malhechores, de comediantes. Una
tercera categoría engloba los hechos de protección y de preservación: la
Medalla limitó los efectos desastrosos de la guerra, y evitó naufragios,
accidentes y duelos» (Padre
Coste).
Sacado
de Hojitas de Fe.
Seminario
Internacional Nuestra Señora Corredentora.
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