lunes, 13 de octubre de 2025

MES DE OCTUBRE CONSAGRADO A LA DEVOCIÓN DEL SANTÍSIMO ROSARIO. DÍA 12.

 

Por el Presbítero Ildefonso Portillo, Cura y Vicario Foráneo de Guanajuato.

León 1901.

Tip. Guadalupana de Camilo Segura.

El llmo. Sr. Dr. Atenógenes Silva, Dignísimo Arzobispo de Michoacán, se ha dignado conceder ochenta días de indulgencias a todos los fieles cristianos de su provincia por la práctica de las oraciones y meditaciones correspondientes a cada uno de los días de este mes, consagrado a la devoción del Santísimo Rosario.

 

 

Visto el dictamen favorable del Sr. Promotor fiscal, Pbro. D. Marino de J. Correa, concedemos Nuestra licencia para que, el Sr. Cura de Guanajuato D. Ildefonso Portillo imprima y publique el manuscrito intitulado «Mes de Octubre consagrado a la devoción del Santísimo Rosario,» con calidad de que no vea la luz pública, sin que previamente sea cotejado el impreso con el original por el mismo Sr. Censor. Lo decretó y firmó el llmo. Sr. Obispo. M. F. El Obispo.

Ángel Martínez. (Srio)

 

Por la señal  de la Santa Cruz, de nuestros  enemigos, líbranos Señor  Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.

 

ACTO DE CONTRICIÓN.

 

   Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Criador y Redentor mío, por ser vos quien sois, y porque os amo sobre todas las cosas, a mí me pesa, pésame Señor, de todo corazón de haberos ofendido; y propongo firmemente de nunca más pecar, de apartarme de todas las ocasiones de ofenderos, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta, restituir y satisfacer, si algo debiere; y por vuestro amor perdono a todos mis enemigos; ofrezcoos mi vida, Obras y trabajos en satisfacción de todos mis pecados: así como os lo suplico, asi confío en vuestra bondad y misericordia infinita me los perdonareis por los méritos de vuestra preciosísima sangre, pasión y muerte, y me daréis gracia para enmendarme y perseverar en vuestro santo servicio hasta la muerte. Amén.

 

 

ORACIÓN PREPARATORIA



   Señor mío Jesucristo, mi padre y sumo bien a quien amo con todo mi corazón y de lo íntimo de mi alma te pido humildemente que ostentes en mi favor tus misericordias, perdonando mis pecados y dándome tu gracia para meditar con fruto los sagrados misterios que se nos proponen en el Rosario, y de esta meditación se inflame mi corazón en tu divino amor, procurando imitar las virtudes que resplandecen en ellos; logrando la enmienda de mi vida y la sujeción de todas mis inclinaciones a tus adorables mandamientos, como lo espero de tu clemencia paternal.

   Convierte tu alma al Señor.

   Vuelve alma mía hacia tu centro y no pierdas estos momentos que tu Dios te concede para obrar tu salvación. El pasado ya no existe; el futuro es incierto, y el presente no dura más que un momento, y este presente se te concede para que medites en las finezas del amor de tu Dios, te inclines á El y ganes la eternidad. Tres pensamientos deben ocuparte ¡oh alma mía! Dios te ve: Dios te oye: Dios está cerca de tí.


   Dios te ve. ¡Ah, Señor! ¿qué veis? Un ser muy débil, miserable y enteramente indigno de ponerse ante tus ojos. ¡Ay! que tus miradas, al menos, no se muestren ofendidas de mi ligereza y flojedad.


   Dios te oye. ¿Qué oyes Dios mío? el lenguaje de una pobre criatura aquejada por mil y mil pesares que no sabe cómo decirlos.


   Dios está cerca de tí. Si te hallases en presencia de un rey de la tierra ¿cuál sería tu respeto y prudencia? Estás delante de Dios, presente en las aras: el Rey por quien los reyes ocupan sus tronos, el Rey de los reyes. ¿Tendrás bastante osadía para mostrarte ligero y distraído?


   Espíritu Santo, á tí toca el derramar las luces para aclarar la inteligencia, encender el amor en el corazón, y el espíritu de piedad en el alma entera. Dame, Señor la abundancia de tus dones, a fin de que sea menos indigno de acercarme a un Dios que me llama hacia sí. Permíteme, ¡oh Señor! que mi atención se fije en los puntos que voy a meditar.

 


ORACIÓN



   Os adoro, Dios mío, con todo el afecto de mi alma y os pido gracia para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas al servicio y alabanza de vuestra divina Majestad.

   Hablaré a mi Señor, siendo yo polvo y ceniza.

 

12 DE OCTUBRE.

 

MEDITACIÓN

 

SOBRE LA ORACIÓN DEL HUERTO.

 

PUNTO 1

 

   ¿Qué haces, alma mía, en qué piensas? no es ahora tiempo de dormir. Ven conmigo al huerto de Gethsemaní y allí verás, y verás grandes misterios. Allí verás cómo se entristece la alegría, teme la fortaleza, desfallece la virtud, se confunde la majestad y se estrecha la gloria. Considera como, acabada aquella misteriosa cena, se fué el Señor con sus discípulos al monte de los Olivos, a hacer oración antes que entrase en la batalla de su Pasión, para enseñarnos como en los trabajos y tentaciones de esta vida habemos siempre de recurrir a la oración, como a un áncora sagrada, por cuya virtud nos será quitada la carga de la tribulación, o se nos darán fuerzas para llevarla, que es otra gracia mayor. Porque, como dice San Gregorio, mayor merced nos hace el Señor, cuando nos da esfuerzo para llevar los trabajos, que cuando nos quita los mismos trabajos. Para compañía de este camino tomó consigo aquellos tres amados discípulos, Pedro, Santiago y Juan, los cuales habían sido testigos, poco antes, de su gloriosa Transfiguración, para que ellos mismos vieran cuan diferente figura tomaba ahora por los hombres el que tan glorioso se les había mostrado en aquella visión, y para que entendiesen la amargura de su alma, les dijo aquellas tan dolorosas palabras: “Triste está mi alma hasta la muerte; esperadme aquí y velad conmigo”. ¡Oh riqueza del cielo! ¡Oh bienaventuranza cumplida! ¿Quién te puso, Señor, en tal estrecho? ¿Quién te hizo mendigo de tus mismas criaturas sino el amor de enriquecerlas? Acabadas estas palabras, se apartó el Señor, como un tiro de piedra, y postrado en tierra comenzó su oración diciendo: “Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz; mas no se haga como yo lo quiero, sino como tú”. Y hecha esta oración tres veces, a la tercera vez fué puesto en tan grande agonía que comenzó a sudar gotas de sangre que corrían por todo su sacratísimo cuerpo hilo a hilo, hasta caer en tierra. Mira al Señor en este paso tan doloroso, pues representándosele allí todos los tormentos que había de padecer, y aprendiendo perfectamente los crueles dolores que se preparaban para el más delicado de los cuerpos, y poniéndosele por delante todos los pecados del mundo, por los cuales padeció y el desagradecimiento de las almas, que no habían de reconocer este beneficio ni aprovecharse de tan costoso remedio, fué su alma de tal manera angustiada, y sus sentidos y carne delicadísima tan turbados que todas las fuerzas y elementos de su cuerpo se destemplaron: y la carne bendita se abrió por todas partes y dio lugar a la sangre que manase por toda ella, en tanta abundancia que corriese hasta la tierra. Y si así estaba la carne ¿qué tal estaría el alma que derechamente los padecía?


PUNTO 2

 

   Consideremos en esta oración de Jesucristo tres cualidades: primero: fué una oración llena de respeto. Se postró en tierra y oraba. En las oraciones que hacemos nos retiramos para orar con mayor recogimiento y atención. El Salvador separándose de sus tres discípulos, quizo estar aún en sitio de poder ser visto para servirles de ejemplo. Contemplemos este divino modelo; observemos a Jesús hincarse de rodillas en la presencia de Dios su Padre y después postrarse con el rostro por tierra, delante de su infinita majestad. ¿Es este el respeto con que oramos a Dios? nosotros decimos que no somos señores de nuestro espíritu ni de nuestra imaginación ¿pero no lo somos de nuestro cuerpo? ¿Ignoramos cuánto influya el cuerpo sobre el alma, y como una postura humilde y respetuosa contribuya para contener en el espíritu el debido respeto, con la imaginación y todas las potencias del alma? Esta oración fué llena de resignación; diciendo: “¡Padre mío! si es posible, aparta de mí este cáliz; mas no se haga mi voluntad sino la tuya…” Esto es: ¡Padre mío! ¡Padre mío! si es posible y si lo queréis, si hay otro medio de cumplir vuestros designios, retirad de mi este horrible cáliz de una muerte igualmente vergonzosa que cruel: por otra parte, no miréis a mi oración, sino en cuanto la hallareis conforme a vuestra voluntad. He aquí mi corazón sumiso: desechad si es necesario lo que en mi pide la naturaleza flaca y perdida de ánimo. Admiremos en esta oración el respeto, el amor, el ardor, la confianza, y principalmente la perfecta sumisión y la entera resignación de Jesucristo. Cualquiera que sea la cosa que pidamos; cualquiera que sea el interés que tengamos en mira; cualquiera que sea en nosotros el deseo de ser oídos, añadamos siempre estas palabras esenciales: “más, no se haga mi voluntad sino la tuya.” Esta oración fué llena de caridad, pues no se olvidó Jesucristo de los tres Apóstoles que había llevado consigo: se volvió a ellos para animarlos y para instruirlos. Y fué á sus discípulos y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: “¡Simón! ¿tú duermes? ¿No has podido velar una hora?” Después dirigiendo la palabra a los tres: “Velad (les dijo) y orad para que no entréis en tentación”. “Él espíritu, en verdad, está pronto: pero la carne enferma” Estas palabras contienen: Primero, una reprensión que frecuentemente hemos merecido nosotros. Nosotros con el mundo velamos con mucho gusto; pero con Jesús no podemos velar. Segundo, un precepto que nosotros hemos olvidado. Debemos velar sobre nuestro corazón, para observar el principio de la tentación, y orar para obtener la gracia de resistirla. Entonces la victoria no es difícil; pero si por falta de vigilancia y de oración entramos en tentación; si escuchamos los primeros pensamientos, en poco tiempo nos dejaremos ganar de ella. Tercero, una máxima que nosotros olvidamos frecuentemente, y cuyo olvido ha causado, mas vez, la ruina en nosotros. No nos fiemos de nosotros mismos; no nos apoyemos sobre las resoluciones de nuestro espíritu, creyéndonos fuertes, firmes é inmobles, nos exponemos temerariamente al peligro, y entonces experimentamos que la carne es débil y flaca: grabemos en nuestros corazones estas palabras de nuestro dulcísimo Salvador.


ORACIÓN PARA DESPUES DE LA MEDITACIÓN

 

   Gracias te doy, Señor, porque te dignaste recibir en tu presencia a la más pobre y más débil de tus criaturas. Me prosterno a tus pies para pedirte perdón de mis distracciones y de mi indolencia. Confío ¡Dios mío! a tu bondad las buenas resoluciones que me has inspirado: solo tú puedes hacerlas eficaces con tu concurso poderosísimo: no me las niegues.

   ¡Oh María! la más tierna de las madres. Ven también en mi ayuda y no me abandones; alcánzame la gracia de permanecer fiel a tus promesas y de poder cumplir exactamente las resoluciones que he tomado, a las plantas de mi Dios.

   ¡Oh Ángel bondadoso de mi guarda! suplicóte que me recuerdes mis resoluciones y ayúdame a seguirlas fielmente. Amén.

 

En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.

 

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