Por
el Presbítero Ildefonso Portillo, Cura y Vicario Foráneo de Guanajuato.
León
1901.
Tip.
Guadalupana de Camilo Segura.
El
llmo. Sr. Dr. Atenógenes Silva, Dignísimo Arzobispo de Michoacán, se ha dignado
conceder ochenta días de indulgencias a todos los fieles cristianos de su
provincia por la práctica de las oraciones y meditaciones correspondientes a
cada uno de los días de este mes, consagrado a la devoción del Santísimo
Rosario.
Visto
el dictamen favorable del Sr. Promotor fiscal, Pbro. D. Marino de J. Correa,
concedemos Nuestra licencia para que, el Sr. Cura de Guanajuato D. Ildefonso
Portillo imprima y publique el manuscrito intitulado «Mes
de Octubre consagrado a la devoción del Santísimo Rosario,» con calidad
de que no vea la luz pública, sin que previamente sea cotejado el impreso con
el original por el mismo Sr. Censor. Lo decretó y firmó el llmo. Sr. Obispo. M.
F. El Obispo.
Ángel
Martínez. (Srio)
Por la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos,
líbranos Señor ✠ Dios
nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
ACTO DE
CONTRICIÓN.
Señor mío
Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Criador y Redentor mío, por ser
vos quien sois, y porque os amo sobre todas las cosas, a mí me pesa, pésame
Señor, de todo corazón de haberos ofendido; y propongo firmemente de nunca más
pecar, de apartarme de todas las ocasiones de ofenderos, confesarme y cumplir
la penitencia que me fuere impuesta, restituir y satisfacer, si algo debiere; y
por vuestro amor perdono a todos mis enemigos; ofrezcoos mi vida, Obras y trabajos en
satisfacción de todos mis pecados: así como os lo suplico, asi confío en
vuestra bondad y misericordia infinita me los perdonareis por los méritos de
vuestra preciosísima sangre, pasión y muerte, y me daréis gracia para
enmendarme y perseverar en vuestro santo servicio hasta la muerte. Amén.
ORACIÓN PREPARATORIA
Señor mío Jesucristo, mi padre y sumo bien a quien
amo con todo mi corazón y de lo íntimo de mi alma te pido humildemente que
ostentes en mi favor tus misericordias, perdonando mis pecados y dándome tu
gracia para meditar con fruto los sagrados misterios que se nos proponen en el
Rosario, y de esta meditación se inflame mi corazón en tu divino amor,
procurando imitar las virtudes que resplandecen en ellos; logrando la enmienda
de mi vida y la sujeción de todas mis inclinaciones a tus adorables
mandamientos, como lo espero de tu clemencia paternal.
Convierte tu alma
al Señor.
Vuelve alma mía hacia tu centro y no pierdas
estos momentos que tu Dios te concede para obrar tu salvación. El pasado ya no
existe; el futuro es incierto, y el presente no dura más que un momento, y este
presente se te concede para que medites en las finezas del amor de tu Dios, te
inclines á El y ganes la eternidad. Tres pensamientos deben ocuparte ¡oh alma mía! Dios te
ve: Dios te oye: Dios está cerca de tí.
Dios te ve. ¡Ah, Señor! ¿qué veis?
Un ser muy débil, miserable y enteramente indigno de ponerse ante tus ojos. ¡Ay! que tus miradas, al menos, no se muestren
ofendidas de mi ligereza y flojedad.
Dios te oye. ¿Qué oyes Dios mío? el lenguaje de una pobre
criatura aquejada por mil y mil pesares que no sabe cómo decirlos.
Dios está cerca
de tí. Si te hallases en presencia de un rey de la tierra ¿cuál sería tu respeto y prudencia? Estás delante
de Dios, presente en las aras: el Rey por quien los reyes ocupan sus tronos, el
Rey de los reyes. ¿Tendrás bastante osadía para
mostrarte ligero y distraído?
Espíritu Santo, á
tí toca el derramar las luces para aclarar la inteligencia, encender el amor en
el corazón, y el espíritu de piedad en el alma entera. Dame,
Señor la abundancia de tus dones, a fin de que sea menos indigno de acercarme a
un Dios que me llama hacia sí. Permíteme, ¡oh Señor! que
mi atención se fije en los puntos que voy a meditar.
ORACIÓN
Os adoro, Dios mío, con todo el afecto de mi alma
y os pido gracia para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean
puramente ordenadas al servicio y alabanza de vuestra divina Majestad.
Hablaré a mi Señor, siendo yo polvo y
ceniza.
12 DE OCTUBRE.
MEDITACIÓN
SOBRE LA ORACIÓN DEL HUERTO.
PUNTO 1
¿Qué haces, alma mía, en qué piensas? no es ahora tiempo de
dormir. Ven conmigo al huerto de Gethsemaní y allí verás, y verás
grandes misterios. Allí verás cómo se entristece la alegría, teme la fortaleza,
desfallece la virtud, se confunde la majestad y se estrecha la gloria. Considera
como, acabada aquella misteriosa cena, se fué el Señor con sus discípulos al
monte de los Olivos, a hacer oración antes que entrase en la batalla de su
Pasión, para enseñarnos como en los trabajos y tentaciones de esta vida habemos
siempre de recurrir a la oración, como a un áncora sagrada, por cuya virtud nos
será quitada la carga de la tribulación, o se nos darán fuerzas para llevarla,
que es otra gracia mayor. Porque, como dice San Gregorio, mayor merced nos hace
el Señor, cuando nos da esfuerzo para llevar los trabajos, que cuando nos quita
los mismos trabajos. Para compañía de este camino tomó consigo
aquellos tres amados discípulos, Pedro, Santiago y Juan, los cuales habían sido
testigos, poco antes, de su gloriosa Transfiguración, para que ellos mismos vieran
cuan diferente figura tomaba ahora por los hombres el que tan glorioso se les
había mostrado en aquella visión, y para que entendiesen la amargura de su
alma, les dijo aquellas tan dolorosas palabras: “Triste está mi alma hasta la muerte;
esperadme aquí y velad conmigo”. ¡Oh riqueza del
cielo! ¡Oh bienaventuranza cumplida! ¿Quién te puso, Señor,
en tal estrecho? ¿Quién te hizo mendigo de tus mismas criaturas sino el amor de
enriquecerlas? Acabadas estas
palabras, se apartó el Señor, como un tiro de piedra, y postrado en tierra
comenzó su oración diciendo: “Padre, si es posible, que pase de mí este cáliz; mas no se
haga como yo lo quiero, sino como tú”. Y
hecha esta oración tres veces, a la tercera vez fué puesto en tan grande agonía
que comenzó a sudar gotas de sangre que corrían por todo su sacratísimo cuerpo
hilo a hilo, hasta caer en tierra. Mira al Señor en este paso tan doloroso,
pues representándosele allí todos los tormentos que había de padecer, y aprendiendo
perfectamente los crueles dolores que se preparaban para el más delicado de los
cuerpos, y poniéndosele por delante todos los pecados del mundo, por los cuales
padeció y el desagradecimiento de las almas, que no habían de reconocer este
beneficio ni aprovecharse de tan costoso remedio, fué su alma de tal manera
angustiada, y sus sentidos y carne delicadísima tan turbados que todas las
fuerzas y elementos de su cuerpo se destemplaron: y la carne bendita se abrió
por todas partes y dio lugar a la sangre que manase por toda ella, en tanta abundancia
que corriese hasta la tierra. Y si así estaba la carne ¿qué tal estaría el alma que derechamente los padecía?
PUNTO 2
Consideremos en esta oración de Jesucristo
tres cualidades: primero: fué una oración llena
de respeto. Se postró en tierra y oraba. En las oraciones que hacemos
nos retiramos para orar con mayor recogimiento y atención. El Salvador separándose
de sus tres discípulos, quizo estar aún en sitio de poder ser visto para
servirles de ejemplo. Contemplemos este divino modelo; observemos
a Jesús hincarse de rodillas en la presencia de Dios su Padre y después postrarse
con el rostro por tierra, delante de su infinita majestad. ¿Es este el respeto con que oramos a Dios?
nosotros decimos que no somos señores de nuestro espíritu ni de nuestra
imaginación ¿pero
no lo somos de nuestro cuerpo? ¿Ignoramos cuánto influya el cuerpo sobre el
alma, y como una postura humilde y respetuosa contribuya para contener en el espíritu
el debido respeto, con la imaginación y todas las potencias del alma? Esta oración fué llena de resignación; diciendo: “¡Padre mío! si
es posible, aparta de mí este cáliz; mas no se haga mi voluntad sino la tuya…” Esto es: ¡Padre mío! ¡Padre mío! si es posible y si lo queréis, si hay otro medio de cumplir
vuestros designios, retirad de mi este horrible cáliz de una muerte igualmente
vergonzosa que cruel: por otra parte, no miréis a mi oración, sino en cuanto la
hallareis conforme a vuestra voluntad. He aquí mi corazón sumiso: desechad si
es necesario lo que en mi pide la naturaleza flaca y perdida de ánimo. Admiremos
en esta oración el respeto, el amor, el ardor, la confianza, y principalmente
la perfecta sumisión y la entera resignación de Jesucristo. Cualquiera que sea
la cosa que pidamos; cualquiera que sea el interés que tengamos en mira;
cualquiera que sea en nosotros el deseo de ser oídos, añadamos siempre estas
palabras esenciales: “más, no se haga mi voluntad sino la tuya.” Esta
oración fué llena de caridad, pues no se olvidó Jesucristo de los tres Apóstoles
que había llevado consigo: se volvió a ellos para animarlos y para instruirlos.
Y fué á sus discípulos y los halló durmiendo, y dijo a Pedro: “¡Simón! ¿tú
duermes? ¿No has podido velar una hora?”
Después dirigiendo la palabra a los tres: “Velad
(les dijo) y orad para que no entréis en tentación”. “Él espíritu, en verdad,
está pronto: pero la carne enferma” Estas
palabras contienen: Primero, una reprensión que frecuentemente hemos merecido
nosotros. Nosotros con el mundo velamos con mucho gusto; pero con Jesús
no podemos velar. Segundo, un precepto que nosotros hemos olvidado. Debemos
velar sobre nuestro corazón, para observar el principio de la tentación, y orar
para obtener la gracia de resistirla. Entonces la victoria no es difícil; pero
si por falta de vigilancia y de oración entramos en tentación; si escuchamos
los primeros pensamientos, en poco tiempo nos dejaremos ganar de ella. Tercero, una máxima que nosotros olvidamos frecuentemente,
y cuyo olvido ha causado, mas vez, la ruina en nosotros. No nos
fiemos de nosotros mismos; no nos apoyemos sobre las resoluciones de nuestro
espíritu, creyéndonos fuertes, firmes é inmobles, nos exponemos temerariamente
al peligro, y entonces experimentamos que la carne es débil y flaca: grabemos
en nuestros corazones estas palabras de nuestro dulcísimo Salvador.
ORACIÓN PARA DESPUES DE
LA MEDITACIÓN
Gracias te doy,
Señor, porque te dignaste recibir en tu presencia a la más pobre y más
débil de tus criaturas. Me prosterno a tus pies para pedirte perdón de mis
distracciones y de mi indolencia. Confío ¡Dios mío!
a tu bondad las buenas resoluciones que me has inspirado: solo tú puedes
hacerlas eficaces con tu concurso poderosísimo: no
me las niegues.
¡Oh María! la
más tierna de las madres. Ven también en mi ayuda y no me abandones; alcánzame
la gracia de permanecer fiel a tus promesas y de poder cumplir exactamente las
resoluciones que he tomado, a las plantas de mi Dios.
¡Oh Ángel bondadoso de mi guarda! suplicóte
que me recuerdes mis resoluciones y ayúdame a seguirlas fielmente.
Amén.
En el nombre del
Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
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