sábado, 18 de octubre de 2025

MES DE OCTUBRE CONSAGRADO A LA DEVOCIÓN DEL SANTÍSIMO ROSARIO. DÍA 18.


Por el Presbítero Ildefonso Portillo, Cura y Vicario Foráneo de Guanajuato.

León 1901.

Tip. Guadalupana de Camilo Segura.

El llmo. Sr. Dr. Atenógenes Silva, Dignísimo Arzobispo de Michoacán, se ha dignado conceder ochenta días de indulgencias a todos los fieles cristianos de su provincia por la práctica de las oraciones y meditaciones correspondientes a cada uno de los días de este mes, consagrado a la devoción del Santísimo Rosario.

 

 

Visto el dictamen favorable del Sr. Promotor fiscal, Pbro. D. Marino de J. Correa, concedemos Nuestra licencia para que, el Sr. Cura de Guanajuato D. Ildefonso Portillo imprima y publique el manuscrito intitulado «Mes de Octubre consagrado a la devoción del Santísimo Rosario,» con calidad de que no vea la luz pública, sin que previamente sea cotejado el impreso con el original por el mismo Sr. Censor. Lo decretó y firmó el llmo. Sr. Obispo. M. F. El Obispo.

Ángel Martínez. (Srio)

 

Por la señal  de la Santa Cruz, de nuestros  enemigos, líbranos Señor  Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.

 

ACTO DE CONTRICIÓN.

 

   Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Criador y Redentor mío, por ser vos quien sois, y porque os amo sobre todas las cosas, a mí me pesa, pésame Señor, de todo corazón de haberos ofendido; y propongo firmemente de nunca más pecar, de apartarme de todas las ocasiones de ofenderos, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta, restituir y satisfacer, si algo debiere; y por vuestro amor perdono a todos mis enemigos; ofrezcoos mi vida, Obras y trabajos en satisfacción de todos mis pecados: así como os lo suplico, asi confío en vuestra bondad y misericordia infinita me los perdonareis por los méritos de vuestra preciosísima sangre, pasión y muerte, y me daréis gracia para enmendarme y perseverar en vuestro santo servicio hasta la muerte. Amén.

 

 

ORACIÓN PREPARATORIA



   Señor mío Jesucristo, mi padre y sumo bien a quien amo con todo mi corazón y de lo íntimo de mi alma te pido humildemente que ostentes en mi favor tus misericordias, perdonando mis pecados y dándome tu gracia para meditar con fruto los sagrados misterios que se nos proponen en el Rosario, y de esta meditación se inflame mi corazón en tu divino amor, procurando imitar las virtudes que resplandecen en ellos; logrando la enmienda de mi vida y la sujeción de todas mis inclinaciones a tus adorables mandamientos, como lo espero de tu clemencia paternal.

   Convierte tu alma al Señor.

   Vuelve alma mía hacia tu centro y no pierdas estos momentos que tu Dios te concede para obrar tu salvación. El pasado ya no existe; el futuro es incierto, y el presente no dura más que un momento, y este presente se te concede para que medites en las finezas del amor de tu Dios, te inclines á El y ganes la eternidad. Tres pensamientos deben ocuparte ¡oh alma mía! Dios te ve: Dios te oye: Dios está cerca de tí.


   Dios te ve. ¡Ah, Señor! ¿qué veis? Un ser muy débil, miserable y enteramente indigno de ponerse ante tus ojos. ¡Ay! que tus miradas, al menos, no se muestren ofendidas de mi ligereza y flojedad.


   Dios te oye. ¿Qué oyes Dios mío? el lenguaje de una pobre criatura aquejada por mil y mil pesares que no sabe cómo decirlos.


   Dios está cerca de tí. Si te hallases en presencia de un rey de la tierra ¿cuál sería tu respeto y prudencia? Estás delante de Dios, presente en las aras: el Rey por quien los reyes ocupan sus tronos, el Rey de los reyes. ¿Tendrás bastante osadía para mostrarte ligero y distraído?


   Espíritu Santo, á tí toca el derramar las luces para aclarar la inteligencia, encender el amor en el corazón, y el espíritu de piedad en el alma entera. Dame, Señor la abundancia de tus dones, a fin de que sea menos indigno de acercarme a un Dios que me llama hacia sí. Permíteme, ¡oh Señor! que mi atención se fije en los puntos que voy a meditar.

 

ORACIÓN


   Os adoro, Dios mío, con todo el afecto de mi alma y os pido gracia para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas al servicio y alabanza de vuestra divina Majestad.

   Hablaré a mi Señor, siendo yo polvo y ceniza.

18 DE OCTUBRE.

 

MEDITACIÓN


SOBRE LA CRUZ A CUESTAS.

 

PUNTO 1

 

   Considera como acabada la coronación y escarnio del Salvador, lo tomó el Juez por la mano, así como estaba tan mal tratado, y sacándolo a vista de aquel pueblo furioso, les dijo: “Ecce Homo”. Mirad aquí al hombre, como si dijera: si por envidia le procurasteis la muerte, vedlo aquí tal, que no está para tenerle envidia sino lástima. ¿Temíais que se hiciese Rey? Vedle aquí tan desfigurado, que apenas parece hombre. ¿Qué teméis de estas manos atadas? ¿Qué demandáis de este hombre azotado? Por aquí puedes entender alma mía, que tal saldría entonces el Salvador, pues el Juez creyó que bastaba la figura que allí tenía para quebrantar el corazón de sus enemigos. En lo cual puedes entender cuan mala cosa sea, no tener un cristiano compasión de los dolores de Cristo, pues ellos bastaban, según el Juez creyó, para ablandar unos fieros corazones. Donde hay amor hay dolor. Pues ¿cómo dice que tiene amor de Cristo, quién no tiene compasión de él, viéndolo en tal figura? Y si tan grande mal es no compadecerse de Cristo ¿qué será acrecentar sus martirios y añadir dolor a su dolor? No pudo haber mayor crueldad en el mundo, que después de mostrada por el Juez tal figura, responder sus enemigos aquella tan cruel palabra: «¡Crucifícalo, Crucifícalo!» Pues si tan grande fué esta crueldad, ¿qué será la de un cristiano, que con las obras dice otro tanto, ya que no lo diga con las palabras? ¿No dice San Pablo, que el que peca vuelve otra vez a crucificar al Hijo de Dios, pues cuanto está de su parte hace cosa que le obligaría otra vez a morir, si la muerte pasada no bastara? Considera que así el Juez presentó aquella figura tan lastimera a los judíos, creyendo que no había otro medio más eficaz, así el Padre Eterno la representa a los pecadores, entendiendo que no hay otro medio más poderoso para apartarlos del pecado, que ponerles delante tal figura. Has, pues, cuenta que presentándote á su Hijo te está diciendo: “Ecce Homo”: como si dijese: Mira este hombre cual está; acuérdate que es Dios y que está de la manera que aquí le ves, no por otra causa sino por los pecados del mundo. Mira en qué estado lo pusieron. Mira cuan aborrecible es a Dios el pecado, pues de tal manera puso el Señor la cara de su Hijo para destruirlo. Mira la venganza que tomará Dios del pecador por sus pecados propios, que tal la tomó de su Hijo por los ajenos. Mira, finalmente, el rigor de la justicia divina y la malicia del pecado, la cual tan espantosamente resplandece en la cara de Cristo. ¿Pues qué más se podía hacer para que los hombres temiesen a Dios y aborreciesen el pecado?

 

PUNTO 2

 

   Considera como Pilato, viendo que nada bastaba para amansar el furor de los enemigos de aquel Santo Cordero, entró en su tribunal para dar final sentencia en aquella causa. Estaba ya a las puertas preparada la cruz, y asomaba por lo alto aquella temerosa bandera, amenazando a la cabeza del Salvador. Dada ya y promulgada la sentencia cruel, salió el Rey del mundo cercado de sayones, y así que vio enarbolado el sacrosanto madero, y que le estaban esperando con él, tomó grande aliento y fuese a él con alegría, diciéndole mil palabras dulces como piadosamente podemos creer. ¡Oh cruz santa y preciosa, por mi tanto tiempo buscada, tantas veces deseada, con ardiente afecto solicitada, y ya con grande gloria para mí preparada! Ven, descanso mío, alivio único de mis abrasadas ansias, fin glorioso de mis tormentos, dolores y fatigas, principio de mi gloria, cetro de mi reino, triunfo de mis victorias, insignia de mis capitanes y estandarte real de mis ejércitos. Ven ahora a mis brazos, amada mía, y luego me recibirás en los tuyos; descansa tú ahora en mí, que luego descansaré yo y dormiré en tí. Y en esto se abrazó con la cruz con grande alegría y la besó con gran ternura, dejando espantados a los ministros de la maldad. ¡Oh alma mía! no dudes dé que estos y otros muchos requiebros diría el Señor a su cruz, enamorándola y engrandeciéndola, para que los cristianos enamorados de ella, no la desprecien. ¡Ea! no tengas en poco tan soberana prenda; y pues que el Señor tanto la ama, bien debe ser amada de sus criaturas, solicitada de sus amigos y estimada de todos los que desean salvarse. Por la cruz fuiste redimido, y por la cruz has de conseguir la salvación. Abrázate, pues con ella, a imitación de tu Dios: cárgala con su divina Majestad, siguiendo sus pisadas, por la negación propia de tí mismo, y así serás compañero del Señor en sus glorias, puesto que lo acompañas en sus penas. Mira, pues, a los verdugos que con feas y malas palabras ponen sobre los hombros molidos el madero de la cruz, que comúnmente se cree tenía quince palmos de largo y ocho de brazos, gruesísimo y fuera de ser grueso era muy tosco y muy pesado, porque, como dice San Gregorio Niceno, era de encina y el Señor con gran de valor é inaudita humildad, no obstante que estaba con mortal flaqueza, inclinó sus hombros y recibió a cuestas aquella carga pesadísima, en donde estaban encerrados todos los cargos del linaje humano. ¡Oh grande espectáculo! exclama el gran Padre de la Iglesia San Agustín. Si se atiende a la impiedad con que lo llevaban no puede imaginarse mayor afrenta; si se mira la piedad del que llevan, es un inefable misterio; porque allí se ve al inocentísimo Abel, a quien la envidia de Caín saca al campo para quitarle la vida: allí se ve la obediencia de Isaac con la leña a cuestas, caminando al monte en que ha de ser sacrificado: allí se ve a Jacob con la escala preparada para que por ella suban los hombres al cielo. Alma mía, sigue a tu Dios, abrázate de tu cruz, pues él mismo ha dicho: «Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz y sígame.»



ORACIÓN PARA DESPUES DE LA MEDITACIÓN

 


   Gracias te doy, Señor, porque te dignaste recibir en tu presencia a la más pobre y más débil de tus criaturas. Me prosterno a tus pies para pedirte perdón de mis distracciones y de mi indolencia. Confío ¡Dios mío! a tu bondad las buenas resoluciones que me has inspirado: solo tú puedes hacerlas eficaces con tu concurso poderosísimo: no me las niegues.

   ¡Oh María! la más tierna de las madres. Ven también en mi ayuda y no me abandones; alcánzame la gracia de permanecer fiel a tus promesas y de poder cumplir exactamente las resoluciones que he tomado, a las plantas de mi Dios.

   ¡Oh Ángel bondadoso de mi guarda! suplicóte que me recuerdes mis resoluciones y ayúdame a seguirlas fielmente. Amén.

 

En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.

 

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