Era justo que la Iglesia de España tuviese una fiesta particular para celebrar la común alegría y grande consuelo que recibieron todos los fieles cuando la majestad de Dios se dignó establecer en el seno de la Iglesia aquella santa mansión en que se obraron tantos misterios y maravillas. Su historia es verdaderamente admirable, pero ¿qué obras de Dios no merecerán justamente todas nuestras admiraciones? Es cierto que, si Dios no fuese capaz de hacer mucho más de lo que pueden imaginar los hombres, y que si el humano discurso y las débiles reglas de la crítica hubiesen de ser los límites a que se hubiese de estrechar la divina omnipotencia, esta tendría más de ilusión que de verdad. Pero los hombres, descendientes legítimos y herederos de las debilidades de aquel que quiso tener una sabiduría como la de Dios, pretenden con igual soberbia dar por verdadero o falso lo que de ellos conciben por tal, tal vez según sus caprichos; y examinan las obras de Dios, y las califican de apócrifas o legítimas según las reglas de su voluntad. Por esta causa, el hecho de la presente festividad, que se reduce a haber sido trasladada desde Nazaret a Dalmacia, y después a Piceno, aquella santa casa en que el Verbo divino se vistió de carne mortal, ha sufrido de los propios y extraños tantos exámenes, tantas contradicciones, que hubiera sido enteramente destruido o difamado, si la piedad sólida, unida con la verdadera sabiduría, no se hubiesen empeñado en sostener su autenticidad.
Del número de estos esclarecidos varones fueron el venerable Pedro Canisio, el gran Baronio, su continuador Reinaldo, Turselino, Turriano, Venzonio y otros infinitos que sería largo referir, se hicieron varias comprobaciones para certificarse de la identidad de la santa casa por comisión de varios sumos pontífices, siendo los agentes hombres virtuosos, desinteresados, ingenuos y amantes de la verdad; y se halló después de todo que nuestro Dios y Señor quiso favorecer a los Cristianos en los tiempos más calamitosos con uno de los mayores favores que dispensó jamás su divina misericordia. Este fue la traslación de la santa casa de Nazaret, donde se crio y habitó la santísima Virgen, al campo Lauretano por ministerio de Ángeles, cuya historia deducida de los autores que mejor la escribieron es como sigue:
Después
que nuestro Redentor Jesús redimió al mundo por medio de una muerte
ignominiosa, y que por medio de su resurrección y gloriosa ascensión subió
triunfante a los cielos, quedó su santísima Madre triste, sola y desamparada.
Éranla ya enojosos aquellos lugares y sitios de Jerusalén, en donde su Hijo había
hecho tantos milagros, y había manifestado al mundo su doctrina. En todos ellos
no veía otra cosa que la imagen de aquella muerte sangrienta con que habían
quitado de en medio de los hombres al hijo de sus entrañas. Para no ver tan
funestas imágenes, se retiró a su casa de Nazaret, en donde había sido criada,
y en donde el divino Verbo había bajado a tomar carne de sus entrañas
purísimas. En esta mansión dichosa fue en donde la visitaron los Apóstoles, en
donde la sirvió y cuidó el evangelista san Juan, y en donde los primeros fieles
celebraban los divinos misterios, viéndose en aquel corto recinto congregada
muchas veces la augusta, la santa, la magnífica pero naciente Iglesia. Habiendo
vivido la santa Virgen aquel tiempo que su Hijo juzgó necesario para que con su
doctrina se arraigase más fuertemente el Evangelio, y con su presencia cobrasen
nuevos ánimos los propagadores del Cristianismo, llegó aquella hora
bienaventurada en que embriagada su alma santísima del amor de su Esposo, salió
fuera de sí en un dulcísimo y soberano éxtasis, que la trasladó de la tierra al
cielo, y solo con mucha impropiedad puede llamarse muerte. La santa casa en que
se obraron tan grandes maravillas, que dio abrigo a Jesús, María y José, y cuyo
terreno fue consagrado con la augusta presencia de tan grandes personajes,
comenzó desde luego a recibir de los fieles aquella veneración y respeto que de
justicia se la debía. Es tradición que, aun viviendo en ella la santísima
Virgen, fue consagrada por san Pedro en iglesia, y que el Príncipe de los
Apóstoles y vicario de Jesucristo celebró en ella el incruento sacrificio, dando
el sagrado cuerpo y sangre de su Hijo Jesús a su Madre santísima, que le
recibía en el adorable Sacramento con toda la ternura y devoción de su alma.
Por esta causa el altar interior que existe actualmente en la misma santa Casa
se llama altar de San Pedro, aludiendo sin duda a esta tradición antigua.
Así se fué conservando la veneración de
aquella santa Casa hasta principios del siglo III, en que, dada la paz a la
Iglesia por Constantino el Magno, hubo ocasión de darla nuevo esplendor, siendo
mayor la libertad de los Cristianos para profesar su religión, y coadyuvando la
piedad y grandeza de Constantino y de su madre santa Elena. Establecida la
corte de este Emperador por lo respectivo a Oriente en la nueva Roma edificada
por él, y a la que dio el nombre de Constantinopla, que quiere decir ciudad de
Constantino, comenzó santa Elena a dar una particular veneración a aquellos
santos lugares en que había obrado nuestra redención Jesucristo. Á la casa de
Nazaret, como tan principal entre todos ellos, la cupo la suerte de ser erigida
en templo, formando sus paredes alrededor de la santa Casa, y en su
frontispicio mandó poner esta inscripción: Esta es
el ara en la cual se puso el fundamento de la salud del hombre. En los
primeros tiempos fue llamada esta iglesia la casa de la Encarnación, y duró en ella
por muchos siglos el fervor de los fieles como a un particular santuario. No
solamente el Asia, sino el África y Europa enviaban de continuo muchos
peregrinos piadosos, que solícitos de ver por sus ojos aquellos lugares
sagrados en que se había obrado nuestra salud, ni los caminos largos los
amedrentaban, ni eran parte los multiplicados peligros para que dejasen de poner
por obra sus santas, intenciones. San Jerónimo hace mención de esta iglesia en
la epístola a Eustaquio, por estas palabras: Es
Nazaret, en donde vivió Cristo, una aldea de Galilea cerca del monte Tabor, por
lo cual Nuestro Señor Jesucristo se llamó Nazareno. Tiene una iglesia en el
lugar en que entró el Ángel a saludar a la santísima Virgen, y otra en donde
Jesucristo fue criado. En estas palabras se da bastante a
entender la veneración en que aquel sitio era tenido de los fieles; pero
sucedieron después tiempos borrascosos, y su piedad hubo de sujetarse a todas
las vicisitudes a que están expuestas las cosas humanas. En el año de 700 fue
tomada Jerusalén por los sarracenos, y en su consecuencia fueron prostituidos
todos los Santos Lugares. En el de 1050 ocuparon los turcos no solamente á Jerusalén,
sino también toda la Siria; pero formando Urbano II una liga de príncipes
católicos para la recuperación de la Tierra Santa, concurrieron poderosos
ejércitos de todas partes del mundo cristiano; y en el año de 1100 volvieron
los Cristianos a la posesión de Jerusalén y de la Siria. Sobrevinieron después
los partos, y fue perdida otra vez Jerusalén, destruida y saqueada por aquellos
bárbaros, sin que las lágrimas que derramaban los fervorosos cristianos al ver
sus desacatos y crueldades lograsen piedad de sus corazones crueles, y
misericordia del Dios de las venganzas, cuya justicia estaba irritada. San Luis
rey de Francia, movido de su piedad, y de las instancias del Vicario de
Jesucristo, juntó un ejército poderoso, y en el año de 1245 se embarcó con él
para la Siria, con ánimo de libertarla del yugo de los infieles. ¿Quién creería que unos intentos tan santos no tuviesen
de parte de Dios todo aquel auxilio y protección necesaria para ser llevados a
debido efecto? Pero los juicios de Dios son muy distintos de los juicios
del hombre, y el que pretenda averiguar sus arcanos será oprimido de la gloria.
La peste y la mortandad asolaron el ejército de san Luis; y acometido de los
bárbaros fue derrotado y vencido y hecho prisionero. Tal vez esta calamidad fue
una especial disposición de la divina Providencia para que se restableciese la
devoción a la santa casa de
Nazaret. Habían vencido los sarracenos a
san Luis; pero no habían arrancado de su corazón aquel celo y amor a la
Religión que le había conducido a tan remotos países dejando las delicias de su
reino. Por tanto, todo el tiempo que estuvo prisionero se empleó en restaurar
la devoción y culto a los Santos Lugares, y muy particularmente a la santa casa
de Nazaret, en la cual se conservan todavía algunas memorias de los dones con
que la adornó y enriqueció su piedad regia. En el año de 1268 Benedocdar,
general del Sultán, tomó a Antioquía, habiendo matado al filo de la espada diez
y siete mil cristianos, y reduciendo otros cien mil á miserable esclavitud. En
el de 1289 el Gran Sultán acometió a Tiro y Sidón, habiendo tomado antes y
destruido a Trípoli; y obrando de acuerdo con él la facción de los gibelinos,
le incitaron en el año 1291 a que tomase y destruyese á Ptolemaida, capital de
la Fenicia, y único asilo que en aquellas partes tenían los Católicos. Se ejecutó
así, y perdieron los Cristianos el reinado en la Siria, y toda la Palestina y
Santos Lugares quedaron expuestos desde entonces a los desacatos de los infieles.
Pagó bien el Sultán su atentado y temeridades, pues al año siguiente, cuando
pensaba invadir a Chipre, y hacerla esclava de su poder, fue asesinado de los suyos,
perdiendo de un solo golpe la vida y el reino.
En esta última acción contraria a los Cristianos quedó la casa de Nazaret expuesta a los ultrajes y abominaciones de una gente pérfida, enemiga del nombre de Cristo. Pero Dios, que quería que aquella adorable mansión en que su omnipotencia había ejecutado las mayores obras tuviese la veneración y culto que se le debían, dispuso otra obra no menos digna de su grandeza y poder, la cual fue la traslación de esta santa Casa a tierra de cristianos. Día 9 de mayo de 1291, bien fuese por un soberano decreto de su omnipotencia, o por ministerio de Ángeles, la santa casa de Nazaret fue arrancada de sus cimientos y trasladada a Térsato, lugar de la Dalmacia. El descubrimiento de esta traslación fue prodigioso. Se hallaba enfermo gravemente el párroco del territorio de Térsato, llamado Alejandro: su enfermedad le había conducido a términos que ninguna esperanza había de que pudiese salvar la vida. Se hacían todas las disposiciones para los funerales, y todos los asistentes y feligreses suyos le contaban ya por difunto. En este mismo tiempo ven que se levanta de la cama sano, robusto, y como si tal accidente no hubiera tenido. Se quedan todos suspensos y pasmados al ver un caso tan maravilloso; todos acuden a él a preguntarle la causa, y a que les descifre quién ha sido el agente de tan grande maravilla. Entonces el párroco les anunció a todos como estando a los umbrales dé la muerte se le había aparecido la Madre de Dios, le había avisado de como en un collado vecino estaba la santa casa de Nazaret que acababa de ser allí trasladada, y que dicho esto la santísima Virgen se había desaparecido, dejándole perfectamente sano y convalecido de su dolencia. La relación de Alejandro causó no menos admiración en los que le oían, que había causado el milagro de su salud repentina. Todos se encaminaron al collado inmediatamente, sin que quedase en la población de Térsato persona que no aspirase a ser el primer testigo de una tan grande misericordia de Dios. Pero ¡cuánta fue su admiración y ternura cuando al llegar al collado hallaron una casa muy antigua y pequeña, en figura de capilla, la cual ninguno de aquellos habitantes había visto jamás en aquel sitio! ¡cuánta su consolación cuando entrando dentro hallaron un altar enfrente de la puerta con una imagen de Cristo crucificado, y en un nicho de la pared una efigie de María santísima con el niño en los brazos hecha de cedro, y en la misma figura que les había explicado antes el Párroco, a quien le fue también revelado que habían sido hechas por san Lucas! Cualquier cristiano que siente dentro de su corazón los verdaderos sentimientos de piedad que es capaz de producir nuestra Religión sacrosanta, se persuade fácilmente a que aquellos fieles venturosos se postrarían humildemente, besarían mil veces aquel suelo sagrado, y derramarían copiosas lágrimas de agradecimiento y de ternura. Creció esta notablemente cuando observando la celestial casita con más atención, vieron al fin de ella una ventana cuadrada, que desde luego supusieron seria por donde entró el Ángel a anunciar a María la encarnación del Verbo divino, y al testero de ella una chimenea en donde tantas veces se guarecerían del frio, y gastarían mucho tiempo en celestiales conversaciones Jesucristo, su Madre santísima y su padre putativo José. Á un lado de la puerta en un rincón a la mano izquierda hallaron también un vasar en donde encontraron algunos pocos platos, y unas escudillas de barro en que tomaban su pobre alimento las tres augustas personas de esta sagrada familia. Es indecible la ternura, alegría, admiración, compunción, sobresalto, lágrimas y otros semejantes afectos que experimentó aquella venturosa gente: dieron a Dios gracias infinitas por tamaño beneficio, y publicaron el caso por todas las regiones circunvecinas.
No solamente los dálmatas, sino los esclavones, los croatos, y los habitantes de los países más remotos venían en tropas a visitar aquella bienaventurada habitación, y honrarla con dones y votos, manifestando una piedad verdaderamente cristiana. Pero muy en breve comenzó la desconfianza de los hombres a manifestarse, dudando de la identidad dé la casa, y poniendo dificultades sobre la posibilidad del suceso. Para desvanecer uno y otro pensaron los dálmatas enviar a Nazaret personas de autoridad y fidedignas, que confrontando las medidas de la casa con los cimientos que habían quedado en Nazaret, y examinando con sagacidad las demás circunstancias de la traslación, declarasen, bajo de juramento, si esta se había de tener por verdadera o por apócrifa. Se enviaron en efecto tres sujetos de los más nobles y distinguidos de Dalmacia, juntamente con el párroco Alejandro, los que llegados a Nazaret hicieron una confrontación escrupulosa de las medidas y del tiempo, y hallaron que todo probaba la identidad de la casa, y la verdad de la traslación. Las paredes de la santa Casa, que estaba en el collado de Térsato, correspondían exactamente en el grueso, anchura y longitud con los cimientos que habían quedado en Nazaret, y los habitantes de este pueblo, no obstante ser gente bárbara y enemiga del Cristianismo, confesaron ingenuamente el día y la hora en que la habían echado menos, que eran puntualmente los mismos en que el Párroco había tenido la revelación, había sido sanado de su enfermedad, y habían visto en el collado aquel desconocido edificio. Después de esta averiguación era la santa Casa venerada y frecuentada mucho más de los fieles; pero sin embargo no tenía toda aquella veneración y toda aquella seguridad que podría tener estando colocada en el seno de la Iglesia. Por tanto, a los tres años y nueve meses de haber sido trasladada a Térsato, quiso Dios hacer de esta santa Casa una nueva traslación, haciendo que sus santos Ángeles atravesasen con ella por los aires el mar Adriático, y la llevasen a la marca de Ancona, colocándola en una selva cuatro millas distantes dé la ciudad de Recanate, y una del mar. Sucedió esta segunda traslación el día 10 de diciembre del año de 1294, en cuyo día la celebra la Iglesia. La selva en donde fue colocada la santa Casa era posesión de una noble señora de Recanate llamada Laureta, de cuyo nombre vino luego después a llamarse aquel famoso santuario Nuestra Señora de Loreto. El concurso de peregrinos y de familias enteras que comenzaron a frecuentar aquel sitio, viniendo en peregrinación de las tierras más remotas, hizo que se detuviesen allí varias familias, y formasen sus habitaciones, de lo cual se formó una ciudad que se llamó Loreto, a la que Sixto V rodeó de murallas. En este mismo recinto se dice también que la santa Casa mudó de situación por dos veces, la una para evitar que los peregrinos fuesen asaltados de los asesinos y ladrones que se ocultaban en la espesura de la selva, y la otra para cortar el pleito de dos hermanos que se disputaban mutuamente la posesión del terreno en que estaba la santa Casa. Lo cierto es, que está situada en un terreno ameno y fertilísimo, y de un aire saludable después que fue talada la selva que la ceñía, y desecada una gran laguna que exhalaba vapores poco sanos.
Referir la grandeza de esta santa Casa, la nobleza y majestad de su edificio, las inmensas riquezas con que la han enriquecido á porfía los Sumos Pontífices, los Emperadores, los Reyes, los Cardenales y todas las personas poderosas del universo, seria emprender un trabajo incapaz de reducirse a la estrechez de pocas páginas, y de poca utilidad para el principal fin que se intenta en la relación de estas festividades.
Hay
libros enteros en donde puede verlas el curioso; por ahora basté decir que el
templo edificado por Paulo II con el diseño del Bramante, comprendiendo en su
centro a la santa Casa, es de la mayor magnificencia y grandeza que puede
imaginarse. Los inteligentes saben que con ser pensamiento del Bramante tiene
lo bastante para acreditar la grandiosidad y nobleza de su arquitectura. Por lo
que corresponde a estatuas de mármol y de bronce, bajos relieves, mármoles
preciosos exquisitamente embutidos de piedras finas, pinturas de los más
famosos artífices, y demás adornos de toda clase, no cede a ningún otro templo
del mundo. La multitud de sacerdotes penitenciarios, y demás asistentes para
celebrar los divinos oficios con sagrada pompa y majestad es numerosísima, y no
faltan hospitales bien provistos y todo género de provisiones para que se hospeden
cómodamente los innumerables peregrinos que diariamente concurren de todas
partes a venerar la santa Casa, ya sean príncipes y grandes señores, ya sean
caballeros y nobles, o bien sean pobres y plebeyos. Lo que más sorprende a
cuantos visitan este gran santuario de la cristiandad es el rico e inmenso
tesoro que posee de oro, plata y piedras preciosas, en tanta copia, que con
dificultad se encontrará en el mundo otro sitio en donde se vean juntas tantas
preciosidades. Son muchos los salones y los armarios en que se custodian gran
multitud de lámparas, blandones, candeleros, cruces, custodias, cálices,
incensarios, coronas imperiales y aras, cadenas, toisones, anillos, pieles y
otras innumerables piezas artificiosas hechas de oro, plata, cristal de roca,
con ricas guarniciones de diamantes, esmeraldas, zafiros, topacios, crisólitos,
ametistas, perlas gruesas, y cuanto puede imaginarse de raro, de rico y de
precioso. El Sr. Felipe IV, rey de España, dio a la Señora un vestido con cincuenta
y ocho bolones, y ciento doce alamares, todo de oro vaciado, y engastados en
diferentes partes del vestido seis mil cincuenta y cuatro diamantes, muchos de
ellos de una magnitud y brillantez asombrosa. La señora duquesa de Uceda regaló
a María santísima un globo, un gran racimo o un montón de diamantes, rubíes y
esmeraldas, todo cuajado de oro, y sobre él un pelícano formado de un gran rubí
en ademan de herirse el pecho para alimentar a sus hijos. Á esta semejanza son
todos los demás dones que se guardan en aquel santuario, hechos por los mayores
príncipes y señores que ha tenido la tierra. Los Sumos Pontífices, poseedores
de tan grande riqueza, conociendo muy bien que un tesoro tan inmenso, a distancia
de una milla del mar, provocaba a un asalto repentino, y estaba expuesto a una
incursión de piratas, le guarnecieron de fortines y murallas, colocando
bastante artillería y el número de tropa necesario para guarnecerlo. Á
proporción de las riquezas temporales que se conservan en esta santa Casa son
también los espirituales beneficios que allí reciben los fieles. Los penitenciarios
son muchos, y de todas las lenguas conocidas. Cuantas
indulgencias y gracias han conferido los Sumos Pontífices a San Juan de Letrán,
a Santa María la Mayor, a los Santos Lugares de Jerusalén, al sepulcro de
Santiago, a la iglesia de San Pedro y a todas las demás basílicas del mundo, todas
están concedidas igualmente a la santa Casa lauretana. Es verdad que este santuario es también el más digno de cuantos hay en
el mundo por las grandes obras que en él se hicieron. En esta santa Casa fue concebida sin pecado original,
nacida y educada la siempre Virgen María. En ella vivió por espacio de muchos
años con su santo esposo José. En esta Casa recibió esta santa doncella aquella
augusta embajada de toda la santísima Trinidad, por medio del arcángel san Gabriel,
a la cual, dando su consentimiento, el Verbo divino se hizo hombre en sus
purísimas entrañas, que es la obra mayor dé la omnipotencia. Dicho esto,
se deja conocer fácilmente la multitud de prerrogativas,
gracias y dones que le son debidos por haberse obrado en ella tantos y tan
grandes misterios, y con cuánta razón y justicia celebra la Iglesia de España
esta festividad, convidando a los fieles a que testifiquen su agradecimiento al
Dios de las misericordias por medio del culto y veneración que tributen a esta
santa Casa.
AÑO
CRISTIANO
POR
EL P. J. CROISSET, de la Compañía de Jesús. (1864).
Traducido
del francés. Por el P. J. F. de ISLA, de la misma Compañía.






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