“Y pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu linaje y su
linaje; éste te aplastará la cabeza, y tú le acecharás el calcañar”.
Misterio insondable el de esta enemistad
original, entre el linaje de la mujer y el del maligno.
Misterio que no sólo nos advierte del
peligro en que se encuentra nuestra alma por las acechanzas del enemigo, sino
que también anuncia la situación de permanente riesgo en que ha quedado toda la
especie humana después del pecado original.
La historia y el presente son testigos de
esa tensión. Los desbordes de maldad que tenemos a la vista y el grito impío de
los hombres y las sociedades que profesan sin tregua una vida sin Dios, parecen
ahogarnos y nos hacen sentir que hemos pasado de la acechanza a la amarga
derrota.
Pero cuando por la oscuridad de la hora,
todo parece perdido, en el mismo misterio se esconde la esperanza de nuestra
salvación. A la acechanza permanente se opone la promesa de que el linaje de la
mujer aplastará la cabeza del maligno.
“Brilla
aquí el primer rayo de luz después de la caída del hombre. El corazón paternal
de Dios tiene preparada una salida, tan compasiva como insospechada: la futura
reparación y salvación por medio de un nuevo Adán, Cristo, por dónde se ve que
en el pensamiento de Dios el Cordero inmaculado se inmola desde el principio
del mundo y pone a la humanidad caída en vías de redención.” (cfr. Antiguo
Testamento, versión de Mons. Juan Straubinger, nota nº 15, Génesis 3, 4–15).
Cristo venció por propia virtud al demonio
y a este triunfo se asocia su Santa Madre, Corredentora y Madre nuestra por
concesión del Salvador en la Cruz.
Este es el linaje que
aplastará la cabeza del enemigo, esta es la promesa del misterio, donde ya se
anuncia el triunfo de Nuestra Señora. Y esa es la misión de los marianos,
trabajar sin descanso para formar parte de ese linaje, el linaje fiel a los
méritos de la redención, cuyas gracias
se difunden a través del Corazón Doloroso e Inmaculado de María, que por
designio de Dios, al fin triunfará.
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