Es tan generosa y
agradecida la reina del cielo, que a los pequeños obsequios de sus siervos
corresponde con grandes mercedes. Siendo munificentísima, dice san Andrés
Cretense, suele premiar con gracias excelentes a cambio de pequeñeces.
Mas para esto se necesitan dos cosas: la
primera, que le ofrezcamos nuestros obsequios con el alma limpia de pecado; de
otra manera, María dirá lo que dijo a un soldado vicioso, el cual, como refiere
san Pedro Celestino, todos los días le ofrecía algún obsequio a la Virgen. Un
día que se encontraba muy hambriento, se le apareció nuestra Señora y le
ofreció una exquisita vianda, pero en una vasija tan sucia que el hombre no se
atrevía a comerla. “Soy la Madre de Dios que ha venido a remediar tu
hambre”. “Pero en este plato no puedo comer”. Y respondió María: “¿Cómo
quieres que acepte tus devociones ofreciéndomelas con alma tan sucia?”.
El soldados se convirtió, se hizo ermitaño, vivió treinta años en el desierto y
en la hora de la muerte se le apareció de nuevo la Virgen para llevarlo al
cielo.
Decíamos en la primera parte que es
moralmente imposible que se condene un devoto de la Virgen María. Pero esto ha
de entenderse con la condición de que éste o viva sin pecados o al menos tengan
deseos de salir de ellos, porque en ese caso nuestra Señora lo ayudará. Pero si
alguno pretendiera seguir en sus pecados con la presunción de que nuestra
Señora lo había de salvar, por su culpa se haría indigno de la protección de
María.
La
segunda condición es que persevere en la devoción a María. Sólo la
perseverancia merece la corona, dice san Bernardo. Tomás de Kempis, siendo
joven, recurría todos los días a la Virgen con ciertas oraciones. Un día las
dejó; luego las abandonó durante una semana, y al fin del todo. Una noche, en
sueños, vio cómo la Virgen abrazaba a todos sus compañeros, pero al llegar a él
le dijo: ¿Qué
esperas tú que has abandonado tus devociones? Vete, que eres indigno de mis
abrazos. Tomás despertó despavorido y reanudó las oraciones que
acostumbraba. Bien dice Ricardo de San Lorenzo: El que persevera en la devoción
a María no verá defraudada su esperanza, porque todo lo que desea se cumplirá.
Pero
como nadie puede estar seguro de perseverar, por eso nadie está seguro de su salvación
hasta la muerte. Memorable fue el testimonio que san Juan Berchmans, religioso
jesuita, dejó al morir. Al preguntarle qué obsequio sería el mejor hacia la
Señora para conseguir su protección, respondió: cualquiera, por pequeño que
sea, pero constante.
Por
eso voy a enumerar simple y sucintamente algunos obsequios que podemos ofrecer
a nuestra Madre para merecer que nos obtenga las gracias. Esto lo considero lo
más provechoso de toda esta obra. No recomiendo a mi querido lector que los
practique todos, sino que practique los que elija con perseverancia y con temor
de perder la protección de la Madre de Dios si se descuida en continuarlos. ¡Cuántos, tal vez, que ahora están en el
infierno se habrían salvado si no hubieran abandonado los obsequios a María que
un tiempo practicaron!
“LAS GLORIAS DE MARÍA”
San Alfonso María de Ligorio.
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