miércoles, 22 de marzo de 2017

PREOCUPACIONES Y CARIÑOSAS ATENCIONES DEL CORAZÓN INMACULADO DE MARÍA



El Corazón Inmaculado de María es el corazón de una madre, más bien, de la madre, generoso e inquieto, constantemente preocupado por el bien de los hijos. El corazón ayuda a percibir y percibe lo que la inteligencia por sí sola no puede o no lo hace adecuadamente. El corazón de una madre a menudo prevé (en realidad, casi siempre) lo que es necesario para los hijos; los ayuda a evitar los peligros; los guía en el camino del bien; los sostiene en los sufrimientos y en las pruebas. Él es solícito, da antes de que se le pida. A veces comprende y satisface justas exigencias propias de ellos, pero que éstos no alcanzan a comprender o no expresan con la adecuada conciencia.

     María Santísima dio una manifestación del amor de madre por sus hijos. Hace casi cien años, se apareció en Fátima a tres pastorcitos, dos de los cuales, Francisco y Jacinta, fueron «llevados al cielo» poco tiempo después. La tercera, Lucía, tuvo una larga vida. Ella, en efecto, murió hace diez años a la edad de 98 años. Las apariciones de Fátima constituyen una prueba del amor y de las preocupaciones de María por sus hijos, en especial por algunos de ellos.

     Fátima era, sobre todo entonces, un pequeño pueblo de una región pobre de Portugal, cuyos habitantes llevaban una vida modesta, remunerados con pocos bienes esenciales, fruto de la naturaleza y del trabajo. La economía era de subsistencia. Ciertamente no era una economía de las que producen la acumulación de riquezas. Incluso por esto, las apariciones asumen significados todavía más relevantes de lo que pueda parecer a primera vista.

     Será bueno considerar brevemente algunos de sus aspectos evidentes, los cuales son pautas y sugerencias para los hombres, y exigencias para los cristianos.


La Virgen pidió antes que nada, a los tres Pastorcitos rezar, rezar mucho, sobre todos por los pecadores

     En este insistente pedido pueden verse confirmadas algunas verdades. La primera se da por el reconocimiento de que todo depende de Dios. Él es la Providencia a quien confiadamente debemos abandonarnos. De Él todo depende; no sólo no se lo debe ofender, sino que se lo debe amar. La Virgen sin embargo, insistió sobre la necesidad de la oración por los pecadores, quienes peligran de perder sus almas cediendo a las tentaciones de la carne, del mundo y de Satanás.

     Entonces, el alma existe y debemos preocuparnos por ella. Contrariamente a lo que sostienen materialistas y racionalistas, ella es un bien cuya pérdida lleva a la pérdida de sí mismo. No de algún bien exterior al hombre, sino del hombre individual en su unidad y en su totalidad. Entre los materialistas y racionalistas existen, lamentablemente, también sacerdotes, algunos de los cuales son docentes en Seminarios. Éstos, luego de las apariciones de Fátima y contrario a todo lo afirmado y pedido por la Virgen, sostienen que el alma no existe; que ella es una hipótesis de los monjes medievales. Por lo tanto se trata de una alucinación que hoy los cristianos «adultos» denuncian como tal.

     Hay todavía más. La Virgen pidió rezar por los pecadores. Por lo tanto, incluso el pecado existe. No es una «invención» de la Iglesia institucional que –como sostienen algunos– habría creado la fábula del pecado para dominar mejor a las masas.


La visión del infierno lleno de demonios y de almas condenadas

     La Virgen con esta terrible visión ofrecida a los pastorcitos de Fátima quiso «demostrar» que el infierno existe; que no está vacío, como algunas décadas luego de 1917 algunos «teólogos» intentaron sostener. Que el infierno no está acá, no es la existencia histórica de cada uno de nosotros, como escribieron incluso cardenales (por ejemplo, el cardenal Carlo María Martini); que las almas de los condenados no se «disuelven» como se intentó sostener sobre la base de erróneas e impugnables teorías sobre la «misericordia».

     El infierno es una realidad. En él «se precipitan» muchas almas que permanecen allí por la eternidad. Nadie en 1917 habría podido imaginar que una tesis sobre la inexistencia del infierno o sobre su existencia como «lugar» vacío, se enseñarían en el interior de la Iglesia. Nadie habría podido imaginar, entonces, el mal que ellas causarían a la cristiandad.

     La Virgen puso oportunamente en guardia contra semejantes herejías a los cristianos y a los hombres de Iglesia, sobre todo a los que tienen la responsabilidad de custodiar y trasmitir el depósito recibido. Poco se hizo. Mucho se dejó enseñar contra el Evangelio, pretendiendo sustituir a Jesucristo. La eliminación de los Novísimos facilitó la decadencia moral y la expansión en todas las direcciones del ateísmo, sobre todo del práctico.

María Santísima pidió oración y penitencia

     Exactamente lo contrario a lo predicado y hecho por las doctrinas «activistas», según las cuales el hombre, por sí mismo, puede crear el paraíso en la tierra. El americanismo, el liberalismo, el radicalismo, el marxismo, por ejemplo, asignan el primado de la acción sobre la contemplación.

     En los años posteriores al ’68, es decir, en los años de la «disputa», se decía abiertamente, incluso de parte de algunos sacerdotes «ilustres», que a la vida contemplativa debía considerársela inútil, «parasitaria». La vida moderna y su consiguiente organización social está orientada a producir; a producir para consumir. El falso ideal del consumismo (usado para obtener el consenso) tiene a sociedades y generaciones enteras engañadas. Éste convirtió al hombre en un medio de consumo; lo hizo esclavo de sus deseos inducidos; de la publicidad; lo alienó declarando (y fingiendo) combatir la alienación.

     El hombre que descuida la oración, que olvida la contemplación, termina necesariamente por actuar con fines absolutamente historicistas, inmanentistas. Se convierte en un «hecho» material. No comprende, no «puede» comprender sus fines últimos, su grandeza, su dignidad.

     El materialismo de estas doctrinas, unido al vitalismo promovido por otras, hizo del hombre «otro» respecto al originario proyecto de Dios. Lo transformó de hecho en un ser sin alma y sin valor. Lo volvió irreconocible incluso para sí mismo.

     La Virgen, en consecuencia, pidiendo oración y penitencia, mostró el camino para evitar caídas y esclavitudes. Sugirió el modo para templar la voluntad, para hacerla fuerte. Iluminó al hombre sobre su fin, señalándole los medios para lograrlo, pero no fue escuchada.

     De este modo el mundo cayó en una crisis grave, que no se debe a una fase de crecimiento como el demonio astutamente insinúa, para hacer que efectivamente los hombres continúen recorriendo el camino equivocado. La crisis actual es crisis de confusión, de desorientación, de incapacidad de apreciar y de buscar lo valioso, lo que importa. Las ilusiones creadas por las revoluciones y por las reformas de los tiempos modernos y contemporáneos son una prueba de esto. Las decepciones y tragedias se suceden porque existe el rechazo individual y colectivo del plan de Dios, de su verdad, de su amor, de su gracia. Es una locura presentada como normal. Es el triunfo del orgullo, de la gnosis. Es la reafirmación del pecado original que no está en la finitud, en la creación, como sostienen abiertamente gnósticos externos e internos de la Iglesia, sino en el desafío del hombre a Dios, en el non serviam de la criatura dirigido al Creador.

     El Inmaculado Corazón de María no puede sino sufrir por este temporal triunfo de Satanás. Ella, que aplastó la cabeza de la serpiente, al final será vencedora: «Mi inmaculado Corazón triunfará». No se sabe cuándo ni cómo. El hecho es que muchas almas se perderán por no escuchar su invitación y por no atender a sus preocupaciones.

     María Santísima pidió a Lucía difundir la devoción a su Corazón Inmaculado ofendido por blasfemias e ingratitudes Pidió reparar, antes que nada, las cinco ofensas dirigidas contra su Corazón:

a) las blasfemias contra la Inmaculada Concepción;
b) las blasfemias contra su virginidad;
c) las blasfemias contra su maternidad divina y la negativa a reconocerla como madre de los hombres;
d) las blasfemias representadas por la obra de aquellos que públicamente infunden en el corazón de los niños la indiferencia, el desprecio y el odio contra Ella;
e) las blasfemias representadas por la obra de  los que la ofenden directamente en sus imágenes sagradas.

     Se trata de blasfemias y de ofensas que no son nuevas: María Santísima fue constantemente «herida» a lo largo de los siglos. Lo que es nuevo y que en 1917 todavía no era actual, es el hecho de que estas ofensas vienen hoy incluso de hombres de Iglesia, quienes enseñan en la Iglesia contra la misma Iglesia.


La Inmaculada Concepción

     Es dogma de fe proclamado por Pío IX el 8 de diciembre de 1854, «confirmado» por las reconocidas apariciones de Lourdes de cuatro años después. Se debería decir, por lo tanto, con San Agustín (Sermón 131.10 del 23 de septiembre del 417) que “Roma locuta, causa finita est”. En cambio, en nuestro tiempo se revivieron viejas disputas con el intento de poner en duda el privilegio reservado a María Santísima de haber sido concebida sin pecado original. Levantar dudas con respecto a esto, o peor, sostener tesis contrarias al supremo magisterio de la Iglesia católica, es obra del demonio y revela un odio inexplicable contra la Virgen, que puede venir solamente de quien fue aplastado por Ella y será al final derrotado.

      La virginidad de María (antes, durante y después del parto), es otra verdad, hoy negada por muchos; negada hasta por algunos sacerdotes que, a este respecto, siembran dudas a manos llenas. Éstos sonríen frente a quien cree que la Madre de Dios conservó siempre su virginidad. Algunos biblistas, por ejemplo, enseñaron explícita y equivocadamente y todavía enseñan con confianza (aunque los Obispos continúen fingiendo que ignoran que eso suceda en los Seminarios de su dependencia), que María es una «madre soltera» quien en nombre de la libertad infringió las reglas de la moral y se rebeló contra la costumbre social de su tiempo. Por esto sería admirada, sólo por esto, por su «fuerza» para rebelarse. María, por el contrario, se autoproclamó «esclava» de Dios; manifestó y practicó una obediencia perfecta; aceptó e hizo totalmente la voluntad de su (y Nuestro) Señor.

     Sobre todo a partir de los años del Concilio Vaticano II (es decir, aproximadamente medio siglo luego de las apariciones de Fátima), muchos sacerdotes y laicos se negaron a recitar la segunda parte del Ave María. Ellos sostenían, en efecto, que María no era madre de Dios sino solamente de Jesús. Se trataba de una negativa en cuya base estaba, antes que nada, una herejía cristológica según la cual Jesús no era (y no sería) hijo de Dios sino hijo solamente de María y de José como todo ser humano es hijo de un hombre y de una mujer.

     La falta de transmisión de la verdad, o peor, la proposición de enseñanzas contrarias a la Fe llevaron, desde el principio, a la atenuación del amor hacia María Santísima en las nuevas generaciones de cristianos y, consecuentemente, a la indiferencia y tal vez al desprecio de la Madre celestial. A ello contribuyó también una forma de irenismo  ecuménico preocupada más por la unidad que por la verdad. Más bien, sostenedora de la tesis según la cual es la unidad la que hace la verdad, la verdad no es condición de la unidad. La preocupación por alcanzar un entendimiento con las doctrinas protestantes favoreció el abandono del culto mariano, impulsado nuevamente, sin embargo, en parte por Juan Pablo II. Se había pensado que se debía obrar una «renovación» con el fin de establecer una particular centralidad cristológica que no siempre responde a la realidad y a la Revelación, y sobre todo no implica el abandono a la devoción mariana. El hombre creyó ser más «astuto» que Dios y terminó en el laberinto nihilista del tiempo presente.

     Las preocupaciones del Corazón Inmaculado de María, manifestadas en  Fátima no fueron temores infundados. Fueron proféticos. Proféticos, verdaderamente, lo son todavía. En efecto, ellos indicaron y todavía ahora indican la realidad del futuro de la Iglesia, que gradualmente se van desarrollando y se van mostrando. Son, como dijo Benedicto XVI el 13 de mayo de 2010, anuncios de sufrimientos de la Iglesia. Las tiernas solicitudes de María Santísima, en consecuencia, reveladas a los tres pastorcitos, son una prueba ulterior de su ilimitado amor de madre por nosotros, pecadores empedernidos.


     Sea su Corazón nuestro refugio. Él sabrá comprender y perdonar. Sobre todo nos dará consuelo y fortaleza para volver a levantarnos luego de cada caída y para tomar un renovado camino hacia nuestro único, verdadero y gran destino.


Danilo Castellano
Cruzada Italia

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