PERTENECER A LAS COFRADÍAS DE MARÍA
Algunos
desaprueban las cofradías diciendo que, a veces, son ocasión de discordias y
que muchos entran a ellas por miras humanas. Pero como no condena la
Iglesia la recepción de los sacramentos porque haya quienes abusan de ellos,
así tampoco han de condenarse las congregaciones y cofradías. Los sumos pontífices, en vez de eso, las
han colmado de alabanzas y las han enriquecido con indulgencias.
San Francisco de Sales exhortaba a los seglares con mucho
encarecimiento a que se inscribiesen en las cofradías. ¿Qué no hizo San Carlos Borromeo por
instalar y multiplicar estas congregaciones? En sus sínodos,
precisamente insinúa a los confesores que procuren que los penitentes entren en
ellas: El confesor, conforme a sus
posibilidades, trate de persuadir a los penitentes a que se adscriban a alguna
asociación piadosa. Y con toda razón, porque estas congregaciones,
especialmente las de nuestra Señora, son otras tantas arcas de Noé en que
encuentran refugio los seglares contra el diluvio de las tentaciones y de los
pecados que inundan el mundo. Nosotros, al dar las misiones, hemos comprobado
muy bien lo útiles que son las congregaciones. Normalmente, es mucho más
virtuoso un hombre que va a las congregaciones que veinte que no pertenecen a
ninguna. La hermandad o cofradía puede
llamarse la “torre de David de la que cuelgan mil
escudos, todos armaduras de valientes” (Ct 4, 4). La razón del gran provecho que causan las cofradías es
que en ellas se adquieren muchas defensas contra el infierno y se practican los
medios para conservarse en la gracia de Dios, medios que fuera de las
congregaciones difícilmente usan los seglares.
I––
Uno de los medios para salvarse es
pensar en las máximas eternas: “Acuérdate de tus postrimerías y nunca jamás pecarás” (Eclo. 7,
36). Los que van a la Congregación se recogen con frecuencia a pensar con
tantas meditaciones y lecturas y sermones que allí se tienen. “Mis ovejas
oyen mi voz” (Jn 10, 27).
II––Para
salvarse es necesario encomendarse a Dios: “Pedid y
recibiréis” (Jn 16, 24), y en la cofradía los hermanos hacen esto
constantemente. Y Dios los oye, tanto más cuanto él mismo ha dicho que concede
sus gracias con mucho gusto a las plegarias hechas en común. “Si dos de
vosotros se unen en la tierra, todo lo que pidan se lo concederá mi Padre”
(Mt 18, 19). A lo que añade san Ambrosio: “Muchos
pequeños cuando se congregan en uno se hacen grandes, y las preces de muchos es
imposible que no sean oídas”.
III––
En la cofradía más fácilmente se frecuentan los sacramentos, tanto por las
normas de las mismas como por los ejemplos de los otros cofrades. Con esto
fácilmente se obtiene la perseverancia en la gracia de Dios, habiendo declarado el sagrado Concilio de
Trento que la comunión es como el contraveneno que libra de las culpas
cotidianas y preserva de los pecados mortales.
IV––
Además de los sacramentos, en las congregaciones se realizan muchos ejercicios
de mortificación, de humildad y de caridad hacia los hermanos enfermos y
pobres. Y estaría muy bien que en cada
hermandad se estableciese la costumbre de visitar y atender a los enfermos
pobres.
V––
Ya hemos dicho cuánto ayuda para
salvarse servir a la Madre de Dios; ¿y qué otra cosa hacen los hermanos cofrades sino
servirla? ¡Cuánto la alaban! ¡Cuántas oraciones le dirigen! Allí se consagran
desde el principio a su servicio eligiéndola de modo especial por su Señora y
Madre, y se inscriben en el libro de los hijos de María. Por lo que,
como son devotos e hijos distinguidos de la Virgen, ella los trata con
predilecciones y los protege en la vida y en la muerte, de modo que quien
pertenece a una Congregación de María puede decir que con esa pertenencia le
han venido multitud de bienes.
Dos cosas debe cuidar el congregante;
lo primero,
ir a la Congregación para servir a Dios, a su santa Madre y para salvar su
alma; lo segundo, no dejar por nada del mundo de asistir a la hermandad en los
días establecidos, pues allí va a tratar el negocio más importante que tiene, que
es el de la salvación eterna. Y procure atraer a cuantos pueda a la
Congregación y especialmente procure hacer volver a los que se alejaron.
“LAS GLORIAS DE MARÍA”
San
Alfonso María de Ligorio.
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