miércoles, 19 de abril de 2017

OBSEQUIO SÉPTIMO A NUESTRA SEÑORA


PERTENECER A LAS COFRADÍAS DE MARÍA


   Algunos desaprueban las cofradías diciendo que, a veces, son ocasión de discordias y que muchos entran a ellas por miras humanas. Pero como no condena la Iglesia la recepción de los sacramentos porque haya quienes abusan de ellos, así tampoco han de condenarse las congregaciones y cofradías. Los sumos pontífices, en vez de eso, las han colmado de alabanzas y las han enriquecido con indulgencias.

   San Francisco de Sales exhortaba a los seglares con mucho encarecimiento a que se inscribiesen en las cofradías. ¿Qué no hizo San Carlos Borromeo por instalar y multiplicar estas congregaciones? En sus sínodos, precisamente insinúa a los confesores que procuren que los penitentes entren en ellas: El confesor, conforme a sus posibilidades, trate de persuadir a los penitentes a que se adscriban a alguna asociación piadosa. Y con toda razón, porque estas congregaciones, especialmente las de nuestra Señora, son otras tantas arcas de Noé en que encuentran refugio los seglares contra el diluvio de las tentaciones y de los pecados que inundan el mundo. Nosotros, al dar las misiones, hemos comprobado muy bien lo útiles que son las congregaciones. Normalmente, es mucho más virtuoso un hombre que va a las congregaciones que veinte que no pertenecen a ninguna. La hermandad o cofradía puede llamarse la “torre de David de la que cuelgan mil escudos, todos armaduras de valientes” (Ct 4, 4). La razón del gran provecho que causan las cofradías es que en ellas se adquieren muchas defensas contra el infierno y se practican los medios para conservarse en la gracia de Dios, medios que fuera de las congregaciones difícilmente usan los seglares.


I–– Uno de los medios para salvarse es pensar en las máximas eternas: “Acuérdate de tus postrimerías y nunca jamás pecarás(Eclo. 7, 36). Los que van a la Congregación se recogen con frecuencia a pensar con tantas meditaciones y lecturas y sermones que allí se tienen. “Mis ovejas oyen mi voz” (Jn 10, 27).


II––Para salvarse es necesario encomendarse a Dios: “Pedid y recibiréis” (Jn 16, 24), y en la cofradía los hermanos hacen esto constantemente. Y Dios los oye, tanto más cuanto él mismo ha dicho que concede sus gracias con mucho gusto a las plegarias hechas en común. “Si dos de vosotros se unen en la tierra, todo lo que pidan se lo concederá mi Padre” (Mt 18, 19). A lo que añade san Ambrosio: “Muchos pequeños cuando se congregan en uno se hacen grandes, y las preces de muchos es imposible que no sean oídas”.


III–– En la cofradía más fácilmente se frecuentan los sacramentos, tanto por las normas de las mismas como por los ejemplos de los otros cofrades. Con esto fácilmente se obtiene la perseverancia en la gracia de Dios, habiendo declarado el sagrado Concilio de Trento que la comunión es como el contraveneno que libra de las culpas cotidianas y preserva de los pecados mortales.


IV–– Además de los sacramentos, en las congregaciones se realizan muchos ejercicios de mortificación, de humildad y de caridad hacia los hermanos enfermos y pobres. Y estaría muy bien que en cada hermandad se estableciese la costumbre de visitar y atender a los enfermos pobres.


V–– Ya hemos dicho cuánto ayuda para salvarse servir a la Madre de Dios; ¿y qué otra cosa hacen los hermanos cofrades sino servirla? ¡Cuánto la alaban! ¡Cuántas oraciones le dirigen! Allí se consagran desde el principio a su servicio eligiéndola de modo especial por su Señora y Madre, y se inscriben en el libro de los hijos de María. Por lo que, como son devotos e hijos distinguidos de la Virgen, ella los trata con predilecciones y los protege en la vida y en la muerte, de modo que quien pertenece a una Congregación de María puede decir que con esa pertenencia le han venido multitud de bienes.


   Dos cosas debe cuidar el congregante; lo primero, ir a la Congregación para servir a Dios, a su santa Madre y para salvar su alma; lo segundo, no dejar por nada del mundo de asistir a la hermandad en los días establecidos, pues allí va a tratar el negocio más importante que tiene, que es el de la salvación eterna. Y procure atraer a cuantos pueda a la Congregación y especialmente procure hacer volver a los que se alejaron.



“LAS GLORIAS DE MARÍA”



San Alfonso María de Ligorio.


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