Hombres doctos y de indudables méritos
intelectuales suelen anteponer objeciones de este estilo: el Santo Rosario es una devoción
simplona, que ni pertenece al depósito de la Fe ni es necesario para la
salvación. Estrictamente
hablando, es verdad. No nos ha sido revelado
en las Sagradas Escrituras y asimismo muchísimos grandes Santos ni
siquiera han conocido su existencia… en la forma actual, popularizada por Santo
Domingo.
Sus elementos constitutivos, sin embargo,
tienen el más precioso origen divino: “¿Qué cosa más eficaz ni más hermosa que las flores con
la cuales se teje esta mística corona, a saber la oración dominical y la
salutación angélica? Por la unión de estas oraciones tantas veces
repetidas de palabra con la
contemplación de los sagrados misterios,
se abre para todos aun para los más rudos e indoctos un saludable y fácil
camino para el fomento y la defensa de la fe”, dice al propósito el
Papa Pacelli.
Y continua agregando que: “ciertamente
con la frecuente meditación de dichos misterios el espíritu saca la fuerza que
en ellos está depositada, se inflama admirablemente en la esperanza de los
bienes inmortales y se inclina, fuerte y suavemente a un tiempo, a seguir las
huellas del mismo Cristo y de su Madre. Finalmente la misma oración tantas
veces repetida de idéntica manera, lejos de tener nada de estéril ni de
molesto, posee por el contrario una admirable fortaleza, como muestra la
experiencia, para infundir en los que oran la confianza en la impetración y
para hacer como una suave violencia en el corazón maternal de María”.
Asimismo, Pío XI, predecesor del Pontífice citado, en una bella carta
apostólica sobre el mismo tema explicita las virtudes espirituales del Rosario:
“Entre las
varias plegarias con las cuales últimamente Nos dirigimos a la Virgen Madre de
Dios, el Santo Rosario ocupa sin duda un puesto especial y distinguido. Esta
plegaria, que algunos llaman Psalterio de la Virgen o Breviario del Evangelio y
de la vida cristiana, ha sido descrita y recomendada por Nuestro Predecesor de
feliz memoria, León XIII, con estos vigorosos rasgos: ´´grandemente admirable es esta corona tejida con la
salutación angélica, en la que se
intercala la oración dominical, y se une la obligación de la meditación
interior: es una manera excelente de orar… y utilísima para la consecución de
la vida inmortal´´.
“Y esto se seduce también de las mismas flores con que
está formada esta mística corona. Efectivamente, ¿Qué oraciones pueden hallarse
más apropiadas y más santas?
ORACIONES QUE COMPONEN
EL SANTO ROSARIO
“La primera es
la que el mismo Nuestro Divino Redentor pronunció cuando los discípulo le
pidieron enséñanos a orar; santísima súplica que así como nos ofrece el modo de
dar gloria a Dios, en cuanto nos es dado, así también considera todas las
necesidades de nuestro cuerpo y de
nuestra alma. ¿Cómo puede el Padre Eterno, rogado con las palabras de su mismo
Hijo, no acudir en nuestra ayuda?”.
Prosigue el Pontífice: “La otra oración es la salutación angélica, que se inicia
con el elogio del Arcángel Gabriel y de Santa Isabel, y termina con la
piadosísima imploración con que pedimos el auxilio de la Beatísima Virgen ahora
y en la hora de nuestra muerte.
“A estas invocaciones hechas de viva voz
se agrega la contemplación de los sagrados misterios, que ponen ante nuestros
ojos, los gozos, los dolores y los triunfos de Jesucristo y de su Madre, con lo
que recibimos alivio y confortación en nuestros dolores, y para que, siguiendo
esos santísimos ejemplos, por grados de virtud más altos, ascendamos a la
felicidad de la patria celestial.
“Esta práctica de piedad, Venerables
Hermanos, difundida admirablemente por Santo Domingo no sin superior insinuación
e inspiración de la Virgen Madre de Dios, es sin duda fácil para todos, aun
para los indoctos y para las personas sencillas”.
En la actualidad podríamos añadir como de
cuño celestial la invocación recomendada por la Virgen de Fátima a los pastorcitos, que al final de cada
decena se acostumbra repetir: “Jesús mío, perdona nuestras culpas, líbranos
del fuego del infierno, lleva al cielo a todas las almas, especialmente a las
más necesitadas de tu misericordia”.
SE EQUIVOCAN QUIENES
LO MENOSPRECIAN
“¡Y cuanto se apartan del camino de la
verdad los que reputan esa devoción como fastidiosa fórmula repetida con
monótona cantilena, y la rechazan como buena solamente para niños y mujeres!
“A este propósito es de observar que tanto
la piedad como el amor aun repitiendo muchas veces las mismas palabras, no por
eso repiten siempre la misma cosa, sino que siempre expresan algo nuevo, que
brota del íntimo sentimiento de caridad.
“Además, este
modo de orar tiene el perfume de la sencillez evangélica y requiere la humildad
del espíritu, sin el cual, como enseña el Divino Redentor, nos es imposible la
adquisición del reino celestial: ‘en verdad os digo que si no os hiciereis
pequeños como los niños, no entraréis en el reino de los cielos’”.
Finalmente, aludiendo a la estima que los
Santos han tenido por el Santo Rosario a
lo largo de todos los tiempos, afirma: “Si nuestro
siglo en su soberbia se mofa del Santo Rosario y lo rechaza, en cambio, una
innumerable muchedumbre de hombres santos de toda edad y de toda condición, lo han estimado siempre,
lo han rezado con gran devoción, y en todo momento lo han usado como arma
poderosísima para ahuyentar a los demonios, para conservar íntegra la vida,
para adquirir más fácilmente la virtud; en una palabra, para la consecución de
la verdadera paz entre los hombres.
“Ni faltaron hombres insignes por su
doctrina y sabiduría que, aunque intensamente ocupados en el estudio y en las
investigaciones científicas, no han dejado sin embargo un día sin rezar de
rodillas y fervorosamente delante de la
imagen de la Virgen en esta piadosísima forma.
“Así también lo tuvieron por deber suyo
reyes y príncipes aun cuando estuvieran apremiados por las ocupaciones y los
negocios más urgentes.
“Esta mística corona se la encuentra y
corre no solamente entre las manos de la gente pobre, sino que también es
apreciada por ciudadanos de toda categoría social.
“No queremos pasar en silencio que la misma Santísima
Virgen María también en nuestros tiempos ha recomendado instantemente esta
manera de orar, cuando apareció y enseñó con su ejemplo esa recitación a la
inocente niña en la gruta de Lourdes.
“¿Por qué entonces
no hemos de esperar toda gracia, si con las debidas disposiciones y santamente
suplicamos de esa manera a la Madre Celestial?”
(Encíclica “Ingravescentibus Malis”, de S.S. Pío XI, del 29 de
septiembre de 1937).
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