¡Oh Nuestra Señora del
Rosario de Fátima, que
te apareciste en Cova de Iria a los tres niños pastorcitos para transmitirles
el Mensaje celestial como programa de vida cristiana! Te agradecemos esa prueba
de amor y de interés por nuestra salvación y por la extensión del reinado de tu
Divino Hijo, Jesús.
Queremos ser dóciles a tu llamamiento
maternal, entregándonos a una verdadera vida de fe, de esperanza y de amor,
desterrando de nosotros el espíritu mundanal de lujos, modas y comodidades. Prometemos
la recepción frecuente de los sacramentos de la Penitencia y Comunión.
Henos aquí postrados ante tu altar para
ofrecerte el homenaje de nuestra vida; para felicitarte, como hijos, por los
innumerables privilegios con que Dios te adornó desde el primer instante de tu
concepción inmaculada. Nos alegramos contigo por la gloria sublime de que ahora
gozas en el cielo. Venimos a desagraviarte por los que te injurian, desprecian
e ignoran.
Te alabamos, porque, desde el primer
instante de tu ser natural, superaste en gracia santificante a todos los
ángeles y santos juntos; porque, por un privilegio singular, fuiste concebida
sin pecado original y triunfando del pecado, adornaste tu vida con la práctica
de todas las virtudes.
Te alabamos, porque has sido escogida para
Madre de Dios Humanado, a quien, generosa y heroica, acompañaste hasta el pie
de la cruz.
Nos congratulamos por la gloria admirable
con que subiste a los cielos en cuerpo y alma. Admiramos tu omnipotencia
suplicante ante la Trinidad Santísima.
Pero no te olvides, oh
Nuestra Señora de Fátima, de que has sido levantada hasta
el trono de Dios, no sólo para tu gloria, sino para nuestra salvación;
acuérdate de que Dios te ha llevado al cielo en cuerpo y alma para que
intercedas mejor por nosotros, pobres pecadores.
Llenos de confianza en tu bondad, y
sabiendo que, como Madre bondadosa, oyes los ruegos de tus hijos, te suplicamos
que no nos dejes de tu mano, porque, si tú nos abandonas, nos perderíamos para
siempre. No nos desampares, y concédenos que los que hoy nos hemos reunidos
ante su altar para cantar tus alabanzas y pedir tu protección, nos encontremos
un día en la gloría del paraíso para ofrecer contigo nuestro amor a tu Hijo y
Señor Nuestro Jesucristo, que con el Padre y el Espíritu Santo vive y reina,
Dios, por los siglos de los siglos. Así sea.
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