¡Dichoso el Benjamín de la Iglesia, el jovencito San Estanislao
de Kostka, que mereció subir al cielo el día de la Asunción para ver la fiesta que hacía a su Reina aquella corte soberana! Él
podría declararnos cuánto aman los bienaventurados a su Madre y Señora. Mas
nosotros ¿qué
podemos decir sino que su amor excede nuestra comprensión, y que viéndola se
les acrece a todos la gloria accidental que gozan en aquella patria felicísima?
«Porque, después de la humanidad santísima
de Cristo nuestro Señor, conocen en ella inefable bondad, suma perfección,
altísima dignidad, admirable hermosura, dulcísima piedad, universal
magnificencia, eminentísima sabiduría y plenísimo poder. Conocen también que
por ella se redimió el linaje humano, y se reparó el palacio real de la ruina y
caída de los ángeles; pues ella fué aquella Virgen dichosísima que parió y crio
al común Salvador, y la que mereció de congruencia dignísima tan alta prerrogativa
y excelencia; y así cuanto más obligados se hallan a los beneficios universales
y particulares que por ella han recibido, tanto con mayor fervor y amor más
especial la aman, la veneran y la engrandecen. Y así, después de Cristo nuestro
Señor, en ella principalmente se gozan y alegran, porque después de la
humanidad sacrosanta de su Hijo, es la Virgen serenísima, para la contemplación
gozosa y vehemente de toda la corte celestial, la imagen más bella y más resplandeciente
y el milagro más alto y de mayor admiración que las manos de Dios han hecho. En
la cual, como en un espejo cristalino, ven más claramente que en todas las
demás criaturas la bondad, la hermosura, el poder, la sabiduría y todas las
demás divinas perfecciones de la Trinidad beatísima. Y así a Dios alaban en
ella y a ella en Dios, porque tan ilustre Virgen dió al cielo, y tan poderosa protectora
a la tierra, y a todos tan graciosa Señora y tan piadosa Madre, por quien
tantos beneficios han alcanzado y de cuya plenitud todos reciben. En ella se
glorían como en hermosísimo ornamento de toda la corte soberana, honra de toda
la naturaleza criada y singular gloria de la patria celestial, como en flor
gloriosísima del paraíso y alegría común de todo el universo...
Venérenla,
finalmente, todos los bienaventurados, ángeles y hombres, como hijos a su
madre; porque de todos es madre común, ya por ser madre, según la carne, del
Criador de todos, ya también porque en el cielo todos los ángeles y santos
reciben iluminación y bienaventuranza más perfecta de Cristo nuestro Señor, por
el cual son restauradas todas las cosas, así las que están en la tierra como
las que están en el cielo, como significó el apóstol San Pablo a los
Colosenses. Y por la unión de la sagrada humanidad de Cristo que tomó de la
Virgen de que está vestido en la gloria del Padre, se les aumenta
accidentalmente la gloria, y así reciben de la Virgen cierto ser de gloria y,
por consiguiente, el título de filiación por el cual se llama Madre de todos
los bienaventurados ».
Pero, para decir algo en particular, ¿qué amor,
pensamos, le tendrá el arcángel San Gabriel, que mereció ser embajador de la
Santísima Trinidad en la Encarnación del Verbo, y saludarla llena de gracia?
¿Con qué gusto él y los demás ángeles, humildes vasallos puestos siempre a las
órdenes de tal Reina, repetirán en el cielo su hermosa salutación y la llamarán
bendita entre todas las mujeres? Adán y Eva, ¿cómo amarán y venerarán a la privilegiada
criatura que había de reparar y reparó las ruinas que ellos causaron en toda su
familia y descendencia? Pues las heroínas del antiguo Testamento
Ester, Judit, Débora y otras cien, ¿cómo se ufanarán de haber sido imágenes y figuras de la escogida
entre millares para Madre del Salvador? ¿Qué afecto no le tendrán? Y ¿quién
duda que David e Isaías, al contemplar a la Virgen, sentirán bañarse de júbilo
sus almas, y llenos de ardentísimo amor repetirán los salmos y pasajes que el
Espíritu Santo les dictó cuando la columbraron en lontananza en la obscura
noche de los tiempos? Ana y Joaquín, José, Isabel y el Bautista, ¿qué éxtasis
de amor no experimentarán al ver a la que tan de cerca les toca según la carne?
¿Y los apóstoles? ¿Los apóstoles que vieron en la tierra a la Madre del
Redentor, y a quienes ella recogió cuando iban dispersos y sin consejo,
mientras su Hijo estaba en el sepulcro, y después de subido a los cielos
alentó, consoló y enseñó como maestra?
¿Cómo no han de amar indeciblemente a la Virgen inmaculada las
vírgenes que siguieron su ejemplo, y se agruparon bajo los pliegues de la
bandera que María levantó en el cenegal del mundo, y blanquearon sus azucenas con
el níveo candor de la azucena inmaculada? ¿Cómo no han de quitar de la frente
sus coronas y arrojarlas a las plantas de María los doctores de la Iglesia, los
mártires, todos los santos, cuando por María fueron ellos sabios y fuertes y
santos? ¿Y cómo dejar de amarla los que fueron un tiempo pecadores, y hubieran
perecido eternamente sin remedio si María no los hubiese arrancado de las
mismas fauces del demonio y llevado en sus palmas al cielo? ¡Oh! ¡Qué himnos, qué cánticos de alabanza y amor resonarán perpetuamente bajo las bóvedas de la gloria a la Reina de misericordia,
y a Dios que nos la dió por Madre, y con ella todas las cosas!
Esto más es para considerarse que para decirse.
Por el…
P.
VICENTE AGUSTÍ
De
La COMPAÑÍA De JESÚS.
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