viernes, 2 de junio de 2017

MARÍA AMADA DE LA IGLESIA TRIUNFANTE



     ¡Dichoso el Benjamín de la Iglesia, el jovencito San Estanislao de Kostka, que mereció subir al cielo el día de la Asunción para ver la fiesta que hacía a su Reina aquella corte soberana! Él podría declararnos cuánto aman los bienaventurados a su Madre y Señora. Mas nosotros ¿qué podemos decir sino que su amor excede nuestra comprensión, y que viéndola se les acrece a todos la gloria accidental que gozan en aquella patria felicísima?



     «Porque, después de la humanidad santísima de Cristo nuestro Señor, conocen en ella inefable bondad, suma perfección, altísima dignidad, admirable hermosura, dulcísima piedad, universal magnificencia, eminentísima sabiduría y plenísimo poder. Conocen también que por ella se redimió el linaje humano, y se reparó el palacio real de la ruina y caída de los ángeles; pues ella fué aquella Virgen dichosísima que parió y crio al común Salvador, y la que mereció de congruencia dignísima tan alta prerrogativa y excelencia; y así cuanto más obligados se hallan a los beneficios universales y particulares que por ella han recibido, tanto con mayor fervor y amor más especial la aman, la veneran y la engrandecen. Y así, después de Cristo nuestro Señor, en ella principalmente se gozan y alegran, porque después de la humanidad sacrosanta de su Hijo, es la Virgen serenísima, para la contemplación gozosa y vehemente de toda la corte celestial, la imagen más bella y más resplandeciente y el milagro más alto y de mayor admiración que las manos de Dios han hecho. En la cual, como en un espejo cristalino, ven más claramente que en todas las demás criaturas la bondad, la hermosura, el poder, la sabiduría y todas las demás divinas perfecciones de la Trinidad beatísima. Y así a Dios alaban en ella y a ella en Dios, porque tan ilustre Virgen dió al cielo, y tan poderosa protectora a la tierra, y a todos tan graciosa Señora y tan piadosa Madre, por quien tantos beneficios han alcanzado y de cuya plenitud todos reciben. En ella se glorían como en hermosísimo ornamento de toda la corte soberana, honra de toda la naturaleza criada y singular gloria de la patria celestial, como en flor gloriosísima del paraíso y alegría común de todo el universo...


      Venérenla, finalmente, todos los bienaventurados, ángeles y hombres, como hijos a su madre; porque de todos es madre común, ya por ser madre, según la carne, del Criador de todos, ya también porque en el cielo todos los ángeles y santos reciben iluminación y bienaventuranza más perfecta de Cristo nuestro Señor, por el cual son restauradas todas las cosas, así las que están en la tierra como las que están en el cielo, como significó el apóstol San Pablo a los Colosenses. Y por la unión de la sagrada humanidad de Cristo que tomó de la Virgen de que está vestido en la gloria del Padre, se les aumenta accidentalmente la gloria, y así reciben de la Virgen cierto ser de gloria y, por consiguiente, el título de filiación por el cual se llama Madre de todos los bienaventurados ».



     Pero, para decir algo en particular, ¿qué amor, pensamos, le tendrá el arcángel San Gabriel, que mereció ser embajador de la Santísima Trinidad en la Encarnación del Verbo, y saludarla llena de gracia? ¿Con qué gusto él y los demás ángeles, humildes vasallos puestos siempre a las órdenes de tal Reina, repetirán en el cielo su hermosa salutación y la llamarán bendita entre todas las mujeres? Adán y Eva, ¿cómo amarán y venerarán a la privilegiada criatura que había de reparar y reparó las ruinas que ellos causaron en toda su familia y descendencia? Pues las heroínas del antiguo Testamento Ester, Judit, Débora y otras cien, ¿cómo se ufanarán de haber sido imágenes y figuras de la escogida entre millares para Madre del Salvador? ¿Qué afecto no le tendrán? Y ¿quién duda que David e Isaías, al contemplar a la Virgen, sentirán bañarse de júbilo sus almas, y llenos de ardentísimo amor repetirán los salmos y pasajes que el Espíritu Santo les dictó cuando la columbraron en lontananza en la obscura noche de los tiempos? Ana y Joaquín, José, Isabel y el Bautista, ¿qué éxtasis de amor no experimentarán al ver a la que tan de cerca les toca según la carne? ¿Y los apóstoles? ¿Los apóstoles que vieron en la tierra a la Madre del Redentor, y a quienes ella recogió cuando iban dispersos y sin consejo, mientras su Hijo estaba en el sepulcro, y después de subido a los cielos alentó, consoló y enseñó como maestra?



¿Cómo no han de amar indeciblemente a la Virgen inmaculada las vírgenes que siguieron su ejemplo, y se agruparon bajo los pliegues de la bandera que María levantó en el cenegal del mundo, y blanquearon sus azucenas con el níveo candor de la azucena inmaculada? ¿Cómo no han de quitar de la frente sus coronas y arrojarlas a las plantas de María los doctores de la Iglesia, los mártires, todos los santos, cuando por María fueron ellos sabios y fuertes y santos? ¿Y cómo dejar de amarla los que fueron un tiempo pecadores, y hubieran perecido eternamente sin remedio si María no los hubiese arrancado de las mismas fauces del demonio y llevado en sus palmas al cielo? ¡Oh! ¡Qué himnos, qué cánticos de alabanza y amor resonarán perpetuamente bajo las bóvedas de la gloria a la Reina de misericordia, y a Dios que nos la dió por Madre, y con ella todas las cosas! Esto más es para considerarse que para decirse.




Por el…

P. VICENTE AGUSTÍ
De La COMPAÑÍA De JESÚS.



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