I. ANUNCIACIÓN.
“Dios amó tanto al
mundo que dio a su Hijo único, para que todo aquel que cree en él no perezca,
sino que tenga vida eterna” (Juan 3, 16). Él dio a su
único Hijo por María, porque quería que el Verbo tomara nuestra naturaleza en
el purísimo seno de la Virgen.
Que la Virgen, Madre de Dios, se digne pues
darnos el creer firmemente que Dios nos amó tanto. Que todo en nuestra vida sea
iluminado por una fe muy viva en el misterio de Dios hecho carne.
II. VISITACIÓN.
A la exclamación de su prima Isabel: Bendita eres
entre todas las mujeres, María respondió con el Magnificat. Es un cántico de
muy humilde agradecimiento por el misterio de la Encarnación: “Mi alma
glorifica al Señor y mi espíritu exalta de alegría en Dios mi Salvador, porque
ha puesto los ojos en la humilde de su esclava (…). Su misericordia se extiende
de generación en generación sobre los que le temen”.
Que la Virgen del
Magnificat nos enseñe a meditar en nuestro corazón los misterios de la
misericordia divina. De esa manera nuestra conversación interior se pondrá al
unísono con nuestra fe en vez de extraviarse y perderse en el vacío.
III. NACIMIENTO DE JESÚS.
Venido al mundo por la
Virgen María en la noche de Navidad, el Hijo de Dios, que es su propio hijo,
nos es dado una vez por todas. Este don no nos será más retirado; esta presencia
no nos será quitada, porque después de subir a los cielos, Jesús continúa
estando presente y dándose bajo las especies eucarísticas.
Que la Virgen de la Natividad nos consiga
creer con todas nuestras fuerzas en el misterio de la Eucaristía y comulgar lo más
dignamente posible.
IV. PRESENTACIÓN DE JESÚS EN EL TEMPLO Y PURIFICACIÓN DE LA
SANTÍSIMA VIRGEN.
Cuando la Virgen María
depositó en los brazos del anciano Simeón a su pequeño hijo, verdadero Hijo de
Dios, verdadero Salvador del mundo, el santo anciano profetizó la misión de
Jesús: Él es
la salvación preparada para todos los pueblos, luz que debe iluminar a los
paganos y gloria del pueblo de Israel. Ahora bien, es por la Santa
Iglesia Católica que el Hijo de Dios dispensa al género humano las luces y las
gracias de la Redención.
Pidamos a la Virgen de la Presentación en el
Templo, que la Santa Iglesia Católica sea
conservada en la unión y sea gobernada en toda la tierra, por el Padre muy
misericordioso. (Canon Romano, Te igitur).
V. HALLAZGO DE JESÚS EN EL TEMPLO.
Las dificultades e inquietudes cotidianas no
nos deben impedir permanecer en el amor de Dios, vivir en el nivel de nuestra
fe, mantenernos en la paz de Jesucristo por que Jesucristo nos fue dado y nunca
nos faltará. Observando la Santa Familia, aprendamos a cumplir nuestro deber
cotidiano en paz, amor y paciencia y con gran pureza de corazón. Que la Virgen
de Nazaret nos enseñe a caminar por esta pequeña vía de humildad y simplicidad
interior.
“EL ROSARIO DE NUESTRA SEÑORA”
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