Santa Ana, dichosa
madre de nuestra Señora la Virgen santísima, fue natural de Belén e hija de
Matan y de Emerenciana, y esposa del glorioso Joaquín, galileo, de la ciudad de
Nazaret. Eran los santos esposos Joaquín y Ana de la tribu de Judá y del real linaje
de David; y se ejercitaban continuamente en la guarda de la ley de Dios. Dícese
que dividían la renta que cada año cobraban de su hacienda, en tres partes, de
las cuales la una gastaban en su casa y familia, la otra en el templo y sus
ministros, y la tercera empleaban en socorrer las necesidades de los pobres.
Vivían muy afligidos estos santos casados por haberlo sido veinte años sin
tener fruto de bendición, por lo cual andaban como avergonzados y corridos, por
considerarse entre los hebreos la esterilidad como nota de ignominia. Llevaba
Ana en paciencia esta prueba de su acrisolada virtud, con gran rendimiento a la
voluntad del Señor; mas no por eso dejaba de mirar con santa envidia a aquellas
dichosas mujeres que algún día habían de tener afinidad y parentesco con el
deseado Mesías. Y como se acordase de que la madre de Samuel, llamada también
Ana, por haber clamado al Señor, alcanzó el hijo que deseaba, animada santa Ana
con este ejemplo, suplicó con gran fervor al Señor se compadeciese de su sierva,
prometiendo que si le hacía merced de concederle algún fruto, se lo consagraría
luego y lo destinaría, al templo para su santo servicio. Oyó el Señor
benignamente las súplicas humildes de Ana, y es piadosa creencia que le reveló
que sería madre de una hija, a quien pondría por nombre María, la cual sería
llena del Espíritu Santo, y más dichosa que Sara, Raquel, Judit y Ester; porque
sería bendita entre todas las mujeres y la llamarían bienaventurada todas las
generaciones. Esta fue la soberana recompensa con que el Señor glorificó a
santa Ana y a su bienaventurado esposo san Joaquín, haciéndolos padres de la
Madre de Dios hecho hombre. Después de haber criado con gran cuidado a la
santísima niña, y llegado el tiempo de cumplir su voto, la llevaron al templo de
Jerusalén, donde fue recibida con mucho gozo entre las otras vírgenes y santas
viudas que allí moraban en unas habitaciones vecinas al templo, y se ocupaban
en sus labores, oraciones y demás oficios ordenados al servicio de Dios. No
pudieron Joaquín y Ana ausentarse de su hija tan querida, y se vinieron a vivir
en Jerusalén en una casa que no estaba lejos del templo, gozando de la
conversación de su hija hasta que el Señor los llevó para sí: muriendo san
Joaquín a la edad de ochenta años, y Ana a los setenta y nueve.
Reflexión:
Los gloriosos padres de la santísima Virgen fueron venerados en Oriente desde
los primeros siglos de la Iglesia, y luego se extendió su devoción a los fieles
del Occidente, los cuales levantaron en honra suya muchos templos y santuarios.
Seamos pues devotos de santa Ana, que ella es la gloriosa abuela de Jesucristo
Hijo de Dios y la madre de la Virgen Madre de Dios. Mucho desea y estima el
divino nieto y la hija de santa Ana que la honremos por tan excelsa dignidad, y
es bien loable la costumbre de algunas piadosas señoras que en el día de santa
Ana visten alguna pobre doncella, y nunca salen sin recompensa las oraciones y
obsequios que se hacen a la madre de la Tesorera de todas las gracias.
Oración:
Oh Dios, que te dignaste otorgar a la bienaventurada santa Ana la gracia de que
fuese madre de la Madre de tu unigénito Hijo; concédenos por tu bondad que los
que celebramos su fiesta, merezcamos alcanzar su poderoso patrocinio.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.
No hay comentarios:
Publicar un comentario