El
doctor máximo de la Iglesia san Agustín nació en Tagaste, ciudad de África, y fue
dotado de un maravilloso ingenio, que descubrió ya desde niño. Su madre, santa
Mónica, le crio en santas costumbres; pero como su padre que
era gentil no permitiese que se le bautizase, pasando Agustín a Cartago para
aprender las letras humanas, se inficionó con los errores de los maniqueos. De
allí fue a Roma, donde dio tales muestras de su saber e ingenio, que el
prefecto de la ciudad le mandó con grandes recompensas a Milán para enseñar
retórica, en tiempo en que era obispo de esta ciudad san Ambrosio. Santa Mónica, que con fervorosas oraciones
y continuas lágrimas no cesaba de pedir al cielo la conversión de su hijo,
logró que éste fuera a oír las elocuentes homilías del santo obispo. Le conmovieron tan
profundamente las palabras de san Ambrosio, que se hizo bautizar por él, siendo
de edad de treinta años. Vuelto
al África no se contentó con ejercitar él todas las virtudes propias de un
cristiano fervoroso, mas también se hizo ordenar de sacerdote por Valerio,
obispo de Hipona, y fundó una orden religiosa de sacerdotes, que, viviendo vida
común, imitaban la de los apóstoles, teniendo por superior y maestro y ejemplo
a san Agustín. Por esta razón, cobrando nuevas fuerzas la secta infernal de
los maniqueos, levantó su voz el santo contra el heresiarca Fortunato, y lo
refutó victoriosamente; por lo cual él obispo Valerio le nombró coadjutor suyo
y sucesor en el obispado. A la elocuencia triunfante de sus sermones añadió
luego el santo la profunda sabiduría de sus libros. Con unos y con otros combatía con tal fuerza de razones y argumentos a
los herejes, que no les dejaba en paz, y así limpió el África de los errores de
los maniqueos, de los donatistas y de los pelagianos que tenían inficionada
aquella provincia; con la cual proveyó de nuevas armas y pertrechos a la
teología cristiana. Porque tantos fueron los volúmenes que escribió, tan
llenos de la doctrina más sublime y pura, y de tanta piedad y unción divina,
que siguiendo las huellas de tan sabio y santo doctor, los que más tarde
redujeron a forma científica la teología cristiana, pudieron formar un cuerpo
completo de doctrina, que sirviera para enseñar la más soberana y celestial de
las ciencias. Enfermó san Agustín en
ocasión en que los Vándalos tenían ya puesto cerco en la ciudad de Hipona, y
conociendo que se le acercaba el fin de su vida, leía de continuo los salmos
penitenciales de David; y puesto en oración y llorando muchas lágrimas sus
religiosos que estaban presentes, a los setenta y seis años de edad y treinta y
seis de obispado dio su bendita alma al Señor que para tanta gloria suya le
había criado.
Reflexión: Siendo Agustín
en su juventud muy ambicioso del aplauso de los hombres, permitió Dios que, a
pesar de su clara inteligencia y sutil ingenio, cayese en los errores de los
herejes e imitase sus costumbres depravadas; pero humillándose a escuchar la predicación de san Ambrosio con toda
docilidad, le comunicó el cielo tan copiosa luz de las verdades católicas, que
llegó a ser uno de los hombres más sabios que han visto los siglos y uno de los
mayores santos de la Iglesia. ¿Quieres tú que Dios te ilumine con su luz y te llene de
su gracia? Enfrena tu vanidad y orgullo y reconoce tu vileza e
ignorancia.
Oración:
Atiende a nuestras súplicas, oh Dios todopoderoso, y por intercesión de san
Agustín confesor y pontífice, concédenos benignamente que sintamos los efectos
de tu acostumbrada misericordia, ya que en él nos das segura confianza de poder
esperar en tu piadosa bondad. Por Jesucristo, nuestro Señor. Amén.
FLOS SANCTORVM
DE LA FAMILIA CRISTIANA.
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