Pues como se llegase ya el tiempo en que el
Salvador tenía determinado ofrecerse en sacrificio por la salud del mundo, así
como Él por su propia voluntad se quiso sacrificar, así por ella misma se vino
al lugar del sacrificio, que era la ciudad de Jerusalén, para que en la ciudad
y en el día que el cordero místico era sacrificado, en ése lo fuese también el
verdadero; y donde habían sido tantas veces muertos los Profetas, allí también
lo fuese el Señor de los Profetas, y donde poco antes había sido tan honrado y
celebrado, allí fuese condenado y crucificado, para que así fuese su Pasión
tanto más ignominiosa, cuanto el lugar era más público y el día más solemne.
Y por eso, habiendo escogido la aldea de Belén para su nacimiento,
escogió la ciudad de Jerusalén para este sacrificio, porque la gloria de su
nacimiento se escondiese en el rinconcillo de Belén y la ignominia de su Pasión
se publicase más en la ciudad de Jerusalén.
Entrando, pues, en esta ciudad, fue recibido con grande solemnidad y fiesta,
con ramos de olivas y palmas, y con tender muchos sus vestiduras por tierra y
clamar todos a una voz: «Bendito
sea el que viene en el nombre del Señor. Sálvanos en las alturas.»
Aquí primeramente se nos ofrece luego que considerar la grandeza de la
caridad de nuestro Salvador, y la alegría y prontitud de voluntad con que iba a
ofrecerse a la muerte por nosotros; pues en este día quiso ser recibido con tan
grande fiesta, en señal de la alegría y fiesta que en su corazón había por ver
que se llegaba ya la hora de nuestra redención.
Porque si de Santa Águeda se dice que, siendo presa por Cristiana, iba a
la cárcel con tan grande alegría, como si fuera llevada a un convite, por la
honra de Dios, ¿con qué prontitud y devoción iría
el que tanto mayor caridad y gracia tenía, cuando fuese a obrar la obra de
nuestra redención por la obediencia y honra del mismo Dios?
Donde claramente aprenderás con qué manera de prontitud y voluntad debes
entender en las obras de su servicio, pues con tanta alegría entendió Él en las
de tu remedio, acordándote que, por una parte, dice el Apóstol que huelga mucho
Dios con alegre servidor, y que, por otra, se dice: «Maldito sea el hombre que hace
las obras de Dios pesada y negligentemente».
Considera también las palabras de la profecía con que esta entrada se
representa, que son éstas: «Alégrate
mucho, hija de Sión, y haz fiesta, hija de Jerusalén, y mira cómo viene para ti
tu Rey pobre y manso, asentado sobre una asna y un pollino, hijo suyo».
Todas estas palabras son palabras de grande consolación. Porque decir «tu Rey y para ti»
es
decir que este Señor es todo tuyo, y que todos sus pasos y trabajos son para
ti.
Para ti viene, para ti nace, para ti
trabaja, para ti ayuna, para ti ora, para ti vive, para ti muere, para ti,
finalmente, resucita y sube al Cielo.
Y no te escandalice el nombre de Rey, porque este Rey no es como los
otros reyes del mundo, que reinan más para su provecho que para el de sus
vasallos, empobreciendo a ellos para enriquecer a sí, y poniendo a peligro las
vidas de ellos por guardar la suya. Mas este nuevo Rey no ha de ser de esta manera,
porque Él te ha de enriquecer a costa suya, y defenderte, con la sangre suya, y
darte vida perdiendo Él la suya.
Porque para esto dice Él por San Juan que le fue dado poderío sobre toda
carne, para que a todos los que fueren suyos de Él la vida eterna. Y éste es
aquel Principado de que dice el Profeta que está puesto sobre los hombros del
que lo tiene, y no sobre los de su pueblo, para que el trabajo de la carga sea
suyo, y el provecho y fruto sea nuestro.
Y dice más: que viene manso y asentado sobre
una pobre cabalgadura. De manera
que aquel Dios de venganzas, aquel que está asentado sobre los Querubines y
vuela sobre las plumas de los vientos, y trae millares de carros de Ángeles a
par de sí, ése viene ahora tan manso y humilde como aquí se nos representa,
para que ya no huyas de Él, como lo hizo Adán en el Paraíso, y como el pueblo
de los judíos cuando les daba ley; antes te llegues a Él, viéndole hecho
cordero de león, porque el que hasta aquí no venció tu corazón con la fuerza
del poder ni con la grandeza de la majestad, quiere ahora vencerlo con la
grandeza de su humildad y con la fuerza de su amor.
Ésta es la nueva manera de pelear que escogió el Señor, como dijo la
Santa Profetisa, y con esto quebrantó las puertas de sus enemigos y venció sus
corazones.
Y esto es lo que por figura se nos
representa en este tan solemne recibimiento que aquí se hizo; donde, como dice
el evangelista, toda aquella ciudad se revolvió y todos salieron a recibirle
con ramos de palmas y olivas en las manos, y otros echando sus vestiduras por
tierra, cantando sus alabanzas y pidiéndole salud eterna.
Pues ¿qué es esto sino representamos aquí el
Espíritu Santo cómo habiendo este Señor batallado antes con el mundo con
rigores, con diluvios, con castigos y amenazas espantosas, sin acabar de
rendirlos, después que escogió esta nueva manera de pelear, y procedió no con
castigos, sino con beneficios; no con rigor, sino con amor; no con ira, sino
con mansedumbre; no con majestad, sino con humildad, y, finalmente, no matando
a sus enemigos, sino muriendo por ellos, entonces se apoderó de sus corazones y
trajo todas las cosas así, como dice Él en su Evangelio: «Si Yo fuere levantado en un
madero, poniendo la vida por el mundo, todas las cosas traeré a Mí, no con
fuerzas de acero, sino con cadenas de amor; no con azotes y castigos, sino con
buenas obras y beneficios»?
Entonces, pues, comenzaron luego los hombres
unos a cortar ramos de oliva, despojándose de sus haciendas y gastándolas en
obras de piedad y misericordia, que por la oliva es entendida, y otros pasaron
más adelante, que tendieron sus ropas por tierra para adornar el camino por donde
iba el Salvador, que son los que con la mortificación de sus apetitos y propias
voluntades, y con el castigo y mal tratamiento de su carne, y con la muerte de
sus propios cuerpos sirvieron a la Gloria de este Señor; como lo hicieron
innumerables Mártires, que dejaron arrastrar las túnicas de sus cuerpos por la
confesión y gloria de Él.
En lo cual se nos encomiendan tres maneras de virtudes, con que habernos
de salir a recibir a este Señor cuando viene espiritualmente a nuestras almas.
La primera es la oración, figurada en
aquellos que le alababan con sus voces y le pedían salud.
La segunda es la limosna y misericordia, que es
figurada en los otros que cortaban ramos de olivas, porque ya dijimos que por
la oliva se entiende la misericordia.
La tercera es la mortificación de la carne y
el menosprecio de sí mismo, que es figurada por aquellos que arrastraban
sus ropas por tierra para que fuesen pisadas y acoceadas por honra de Cristo. De las cuales virtudes la primera, que es la oración, se
debe a Dios; la segunda, que es la misericordia, al prójimo; más la tercera,
que es la mortificación, debe el hombre a sí mismo.
Estas son tres cruces espirituales que ha de
traer el cristiano siempre sobre sí. Y cuando se levantare por la mañana, así
como acabare de dar gracias a Dios y encomendarle todo el curso de aquel día,
luego se ha de cargar de estas tres cruces, que son estas tres grandes
obligaciones, y andar todo el día con una perpetua atención para cumplir con
ellas, trayendo un corazón devotísimo para con Dios y otro piadosísimo para con
su prójimo, y otro muy severo para consigo, castigando su carne, enfrenando su
lengua y mortificando todos sus apetitos.
Sobre
todo esto tienes también aquí un grande argumento y motivo para despreciar la
gloria del mundo, tras que los hombres andan tan perdidos, y por cuya causa
hacen tantos extremos. ¿Quieres, pues, ver en qué
se debe estimar esa gloria? Pon los ojos en esta honra que aquí hace el
mundo a este Señor, y verás que el mismo mundo que hoy le recibió con tanta
honra, de ahí a cinco días lo tuvo por peor que Barrabás, y le pidió la muerte,
y dio contra Él voces diciendo: «Crucifícalo,
crucifícalo.»
De manera que el que hoy le predicaba por hijo de David, que es por el
más Santo de los Santos, mañana le tiene por el peor de los hombres y por más
indigno de la vida que Barrabás.
Pues ¿qué ejemplo más claro para ver lo que
es la gloria del mundo y en lo que se deben estimar los testimonios y juicios
de los hombres? ¿Qué cosa más liviana, más antojadiza, más ciega, más desleal y
más inconstante en sus pareceres que el juicio y testimonio de este mundo?
Hoy dice, y mañana desdice; hoy alaba, y mañana blasfema; hoy
livianamente os levanta sobre las nubes, y mañana con mayor liviandad os sume
en los abismos; hoy dice que sois hijo de David, mañana dice que sois peor que
Barrabás.
Tal es el juicio de esta bestia de muchas
cabezas y de este engañoso monstruo que ninguna fe, ni lealtad, ni verdad guarda
con nadie, y ninguna virtud ni valor mide sino con su propio interés. No es
bueno sino quien es para con él pródigo, aunque sea pagano, y no es malo sino
el que le trata como él merece, aunque haga milagros, porque no tiene otro peso
para medir la virtud sino sólo interés.
Pues ¿qué diré de sus mentiras y engaños? ¿A
quién jamás guardó fielmente su palabra? ¿A quién dio lo que prometió? ¿Con
quién tuvo amistad perpetua? ¿A quién conservó mucho tiempo lo que le dio? ¿A
quién jamás vendió vino que no se lo diese aguado con mil zozobras?
Sólo esto tiene de constante y de fiel: que
a ninguno fue fiel. Este es aquel falso Judas que, besando a sus amigos, los
entrega a la muerte. Éste es aquél traidor de Joab que, abrazando al que
saludaba como amigo, secretamente le metió la espada por el cuerpo. Pregona
vino y vende vinagre; promete paz y tiene de secreto armada la guerra.
Malo
de conservar, peor de alcanzar, peligroso para tener y dificultoso de dejar.
¡Oh
mundo perverso, prometedor falso, engañador cierto, amigo fingido, enemigo
verdadero, lisonjeador público, traidor secreto, en los principios dulce, en
los dejos amargo, en la cara blando, en las manos cruel, en las dádivas escaso,
en los dolores pródigo, al parecer algo, de dentro vacío, por de fuera florido
y debajo de la flor espinoso!
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