“LA ASCENSION DEL SEÑOR”
Nuestro Señor se apareció a sus discípulos
durante 40 días, “instruyéndolos en las cosas del Reino de Dios”, dice el
Evangelio. Los Evangelistas narran 10 apariciones de Jesucristo; pero dicen
expresamente que hubo además otras.
Cristo se aparecía amoroso y amable, sin
ningún cambio en su modo de ser. Apareció primero de todo, en el mismo instante de
resucitar, a su Santísima Madre María; pues aunque el Evangelio no lo dice, el
Evangelio supone que tenemos entendimiento — dice enérgicamente san
Ignacio de Loyola.
Se aparecía para consolar y alegrar a sus amigos;
pero cada vez hizo algo importante: instituyó el Sacramento de la Penitencia el mismo Domingo de
Pascua al atardecer; explicó el sentido de las profecías a los discípulos de
Emaús; perdonó y restauró el crédito a san Pedro, confirmándolo como jefe de la
Iglesia junto al lago de libertades; y finalmente antes de Su Ascensión,
promulgó solemnemente la misión de la Iglesia, nombrando expresamente las tres
personas de la Santísima Trinidad: “Id y enseñad a todas las
gentes; bautizándolas en el nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo:
el que creyere y fuere bautizado será salvo; el que no creyere, será condenado”.
Cristo aparecía a los
suyos amable, risueño y
hasta un poco juguetón. A la Magdalena apareció
disfrazado, o sea, no con su aspecto habitual, la misma madrugada del domingo. Ella
vagaba desconsolada por el jardín junto al sepulcro después que con las otras
santas mujeres habían visto el sepulcro
vacío y dos jóvenes vestidos de blanco que les dijeron:
—“No busquéis a Jesús entre los muertos. Ha
resucitado. Id a avisar a sus discípulos”.
Se le apareció Cristo
y ella creyó era el jardinero y le dijo: —“Si tú lo has sacado, dime dónde lo has puesto”.
Jesús le dijo: —“María”.
Ella lo reconoció y
dijo: “Rabbonì”, que
significa “Maestro mío”, y se echó a sus pies, con un gesto habitual
en ella, que la hace reconocible en todo el Evangelio, aunque no esté su
nombre a veces; como la “adúltera” del Templo o la “pecadora” de la cena en
casa de Simón Leproso, o la María de la casa de
Betania; según creemos.
Cristo le dijo entonces una palabra que
en nuestras Biblias traducidas suena ininteligible: “No me toques; porque
todavía no he subido al Padre”.
Esto no
tiene atadero. Pero es que la lengua latina no tiene (ni menos la castellana)
un tiempo de verbo que los griegos llaman “imperativo
aoristo activo”. En el original
griego del Evangelio, la frase de Cristo significa: “NO SIGAS tocándome es decir, besándome los pies, ‘ya basta;
porque todavía, no subo al Padre, nos veremos otra vez, no es la última vez’”, para que no eternizara la escena, como suelen las mujeres; y fuera a cumplir su encargo de avisarle a Pedro, “y a mis hermanos”, dice
Cristo; conforme a lo que había dicho
antes de su Pasión; “ Ya no os llamaré siervos,
sino amigos”.
A los dos
discípulos de Emaús apareció en aspecto de peregrino para dejarlos se desahogaran
a sus anchas; en la ribera del mar de Tiberíades no lo reconocieron tampoco, hasta que sucedió la Segunda Pesca
Milagrosa, y san Juan exclamó: “Es el Señor”, con lo cual san Pedro se ciñó los pantalones cortos
que tenía para pescar e impetuosamente se echó a nadar; y viéndolo Jesús
bracear, le predijo más tarde, luego que hubieron comido, la muerte de cruz que
un día habría de sufrir “para glorificar al Señor”. Esta fue la penúltima visita de Cristo, que san Juan
narra extensa y pintorescamente.
La
última fue el día de la Ascensión, en que caminó con ellos de Jerusalén al
Monte de los Olivos, juntándose más y más discípulos en el camino, de modo que
llegados a la cumbre había allí 500 personas, como nos anoticia san Pablo. Iba Jesús con su Santísima Madre al lado dándole las
últimas instrucciones: que esperaran en Jerusalén la venida del Espíritu Santo y que
después habían de ser sus testigos hasta los confines del mundo.
Le preguntaron “¿Si será entonces que vas a restaurar el Reino de Israel?”
Cristo en vez de reprenderlos por esa
cabezuda idea de un triunfo mundanal de los judíos, les respondió mansamente;
sin negar que el Reino Triunfante llegaría un día:
“No os toca a vosotros saber los tiempos y
momentos que el Padre reservó a su potestad. A vosotros os toca recibir al
Espíritu de Dios y ser testigos míos en Jerusalén, en Judea y en todas las
partes del mundo”.
Después de lo cual les entregó el Mandato
Magno Misionero:
“Id y enseñad a todas las
gentes”; los bendijo y comenzó a elevarse lentamente en el aire
hasta que una nube-resplandeciente, lo ocultó a sus ojos. Y como ellos quedaran
con los ojos fijos en aquel lugar del cielo, vieron de golpe dos personajes
vestidos de nube que les dijeron:
“Varones de Galilea ¿qué estáis allí mirando
sin cesar al cielo? Sabed que este mismo Jesús que habéis visto subir al cielo,
así algún día igualmente bajará del cielo”.
“El fin del mundo no será el fin del mundo:
será el fin de este mundo, lleno de abrojos y espinas. Dios tiene prometido a
los suyos OTRO mundo, no solamente en el cielo, sino también aquí en la tierra”.
EN LA ASCENSION
¿Y dejas Pastor santo,
tu grey en este valle
hondo, oscuro,
con soledad y llanto,
y tú, rompiendo el puro
aire, te vas al inmortal
seguro?
Los antes bienhadados,
y los ágora tristes y
afligidos,
a tus pechos criados,
de Ti desposeídos,
¿a dó convertirán ya sus
sentidos?
¿Qué mirarán los ojos
que vieron de tu rostro
la hermosura,
que no les sea enojos?
Quién oyó tu dulzura
¿qué no tendrá por sordo
y desventura?
Aqueste mar turbado
¿quién le pondrá ya
freno? ¿Quién concierto
al viento fiero, airado?
Estando tú encubierto,
¿qué norte guiará la
nave al puerto?
¡Ay! nube envidiosa,
aun de este breve gozo
¿qué te aquejas?
¿Dó vuelas presurosa?
¡Cuán rica tú te alejas!
¡Cuán pobres y cuán
ciegos, ay, nos dejas!
FRAY LUIS DE LEON
(Siglo XVI)
A NUESTRA SEÑORA DE LOS BUENOS AIRES
Virgen que das el puerto de tus
brazos
Virgen que das el puerto de tus
ojos
tanto a la embarcación hecha
pedazos
como a la voluntad hecha
despojos;
que con tu nombre calmas las
pasiones
y los desordenados movimientos
los movimientos de los corazones
y las pasiones de los elementos;
que con el nombre con que das la
calma
diste comienzo a la ciudad
querida
puesto que dar el nombre es dar
el alma
puesto que dar el alma es dar la
vida;
Virgen que favoreces nuestras
cosas
con tus imploraciones
insistentes
porque tus manos misericordiosas
cuando se juntan son omnipotentes;
Virgen que con tus manos
aseguras
Virgen que con tus ojos iluminas
los derroteros y las singladuras
de las generaciones argentinas;
Nuestra Señora de los Buenos
Aires
antes de que aparezca el Anticristo
pídele a Dios que funde a Buenos
Aires
por vez tercera, pero en
Jesucristo;
para que cuando caigan las
estrellas
y la luna se apague con el
viento,
y de la luz del sol no queden
huellas
ni en la memoria ni en el
firmamento;
para que cuando en forma
decisiva
la Palabra de Dios nos
interrogue;
para que cuando el rio de agua
viva
nos apague la sed o nos ahogue;
para que cuando suene la
trompeta
sobre la confusión de las
campanas
y el demonio se quite la careta
y aparezca el Ladrón en las
ventanas;
para que cuando vuelvan del
olvido
todos los que disfrutan de
sosiego
y este renacimiento prometido
sea para la luz o para el fuego;
para que cuando el río de la
Plata
pueda llamarse el río de la
Sangre,
y convertido en una catarata
el cielo moribundo se desangre;
para que cuando cese la
discordia
para que cuando cese la codicia
para que cuando la Misericordia
dé paso finalmente a la
Justicia;
para que cuando el tiempo se
resuelva
en un hoy sin ayer y sin mañana
y el espacio de ahora se
disuelva
en una dimensión ultramundana;
para que cuando todo esté
marchito
las mujeres, los niños y los hombres
que nacieron aquí tengan escrito
en las frentes el nombre de los
nombres;
y para que la bienaventurada
ciudad de Buenos Aires sobreviva
convertida en la parte más
pablada
de la Jerusalén definitiva.
FRANCISCO LUIS BERNARDEZ
(Argentino - Siglo XX)
P. LEONARDO CASTELLANI
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