La devoción al Corazón Inmaculado de María no apareció
súbitamente en Fátima en 1917. El mensaje de
Fátima es la coronación de una piedad cuyo fundamento se encuentra en la
Sagrada Escritura, que no ha dejado de desarrollarse a lo largo de la historia,
y que está en el corazón de la espiritualidad católica. Esto es lo
que mostrarán las líneas que siguen.
Fundamentos en la sagrada escritura
La palabra “corazón”, que se encuentra cerca de un millar de
veces en la Biblia, tiene en hebreo un sentido mucho más vasto que en francés.
No significa solamente ese músculo que es un órgano vital de nuestro cuerpo, o
incluso nuestra afectividad, sino que designa también nuestra inteligencia con sus
facultades (memoria, razonamiento, decisiones), y, de manera más general, el
alma humana en todas sus potencias.
Veamos en primer lugar los anuncios o figuras del corazón
de Nuestra Señora en el Antiguo Testamento, tales como el Espíritu Santo los
hizo discernir a los Padres de la Iglesia y a los escritores eclesiásticos, y
tales como San Juan Eudes los menciona en su obra sobre el Corazón de María.
En el Antiguo Testamento Se puede citar el salmo 44, que
la Iglesia hace recitar a los sacerdotes y religiosos en los maitines del
miércoles. Ese salmo, que significa ante todo las bodas místicas de Israel con su
Dios, ha sido aplicado por la Tradición a la santa Iglesia y también a la santa
Virgen María:
— el Rey (Nuestro Señor) está prendado de su belleza: concupiscet Rex decorem tuum (v. 12);
— toda su gloria está en el interior, en su alma: omnis gloria
ejus ab intus (v.13);
— los pueblos la alabarán eternamente:
populi confitebuntur tibi in aeternum (v.
18);
Destaquemos también estas palabras del
Eclesiástico (24, 24) introducidas en la liturgia: Ego Mater pulchrae dillectionis et timoris et agnitionis et
sanctae spei (Yo soy la Madre del amor hermoso, y del temor, y de la sabiduría
y de la santa esperanza).
Y no hay que olvidar el Cantar de los
cantares, que san Juan Eudes llama “El libro del corazón virginal y de los
celestes amores de la Madre del amor hermoso. Es un libro enteramente lleno de divinas
sentencias que nos anuncian que ese corazón incomparable está completamente abrasado
de amor hacia Dios y completamente lleno de caridad hacia nosotros”.
El santo
comenta nueve de sus sentencias, aplicándolas a la Virgen María.
En el Nuevo Testamento
Las primeras menciones explícitas del
Corazón de María se encuentran en el Evangelio de san Lucas:
— una primera vez después del pasaje de la
adoración de los pastores: “María autem conservabat
omnia verba haec, conferens in corde suo”: María conservaba todas estas cosas –o
todos estos recuerdos- meditándolas en su corazón (Lc
2, 19);
— una
segunda vez después del hallazgo de Jesús en el Templo: “Mater ejus conservabat omnia verba haec in corde suo”: Su Madre
conservaba todas estas cosas en su corazón (Lc 2, 51).
El
padre Marc Trémeau O.P., en Le mystère du rosaire, hace
interesantes observaciones a propósito de estos dos versículos. Advierte ante
todo que verba viene del hebreo dabar, que significa a la vez “palabra” y “cosa”:
la santa Virgen no se acuerda solamente de lo que ha escuchado, sino
también de todos los hechos de los que ha sido testigo. La palabra
conferens, si se recurre a los verbos
hebreos HGH y SYH que son el substrato semítico, es de muy rica significación:
quiere decir a
la vez murmurar, repetir, rememorar, meditar, interesarse, reflexionar.
El abate Fillion dice acertadamente a
este respecto: “Admirable reflexión, que nos lleva a leer en lo más íntimo
del corazón de María. Ella comparaba lo que veía y escuchaba con las anteriores
revelaciones que había recibido, y adoraba las maravillas del plan divino”. Esos dos versículos de san Lucas, por tanto, ya nos
introducen profundamente en el Corazón de María.
El corazón significa, en el lenguaje bíblico, el alma humana
en todas sus facultades. Cada vez que el texto sagrado habla del
alma de María, lo que dice puede ser en consecuencia aplicado a su corazón.
Para conocer mejor el corazón de María, cabe entonces señalar todas las
menciones de su alma en la Sagrada Escritura.
Mencionemos,
siempre en San Lucas:
— la palabra del ángel
en la Anunciación: “Ave gratia plena,
Dominus tecum”: Salve llena de gracia, el Señor es contigo (Lc 1, 18).
Aquí se ve
la plenitud de gracia de la Virgen María. Es su Corazón Inmaculado.
— la respuesta de Nuestra Señora: “Quomodo fiet istud,
quoniam virum non cognosco? (…) Ecce ancilla domini, fiat mihi secundum verbum
tuum”: ¿Cómo será eso, pues no conozco varón? (…) Yo soy la esclava del Señor,
hágase en mi según tu palabra (Lc 1, 34-38). Aquí tenemos la virginidad del Corazón de María y la
plena sumisión de la Madre de Dios a la voluntad de su creador.
— el episodio de la Visitación: “Abiit in montana cum
festinatione. (…) Ecce enim ut factaest vox salutationis tuae in auribus meis,
exsultavit in Gaudio infans in utero meo”: Ella (Nuestra Señora) partió
apresuradamente hacia la montaña. (...) Pues desde el mismo instante en que tu
saludo sonó en mis oídos, el hijo saltó de gozo en mi seno (Lc 1, 39-44). Aquí está la
caridad del Corazón de María y su mediación.
— el
Magnificat (LC 1, 46-55), que es, según la expresión de San Juan Eudes, el “cántico del Corazón de
la Santísima Virgen”, nos revela su profunda humildad.
— las palabras del
anciano Simeón cuando la presentación del Niño Jesús en el Templo: “Et tuam ipsius animam doloris gladius pertransibit”: Una
espada de dolor traspasará tu alma (Lc
2, 35). Es el Corazón Doloroso de la Corredentora.
Se puede decir que los dos primeros capítulos del
Evangelio según San Lucas contienen en substancia toda la teología de la
devoción al Corazón Inmaculado de María.
San Juan,
al relatar la tercera palabra de Nuestro Señor en la cruz (Ecce Mater tua, he ahí a tu madre, Jn
19, 27), agrega la maternidad espiritual del Corazón de María.
De lo que acabamos de ver, se puede ya
concluir que:
— el Corazón de María es ante
todo el corazón físico, corporal, de la Santísima Virgen, cuya dignidad procede
del hecho de estar animado por el alma incomparable de la Santísima Virgen que
lo hace latir de amor por Dios y por nosotros;
— más profundamente, el Corazón de María
representa lo que San Juan Eudes llamará su corazón espiritual, es decir, toda
la vida interior de Nuestra Señora, y especialmente su vida de unión con la
Santa Trinidad y con su divino Hijo. La Santísima Virgen fue la primera en participar
del amor del Corazón de Jesús, Ella es el modelo de la perfecta devoción al Sagrado
Corazón.
La devoción al Corazón de María en los Padres
de la Iglesia
Estamos obligados a limitarnos. Citaremos a San
Agustín, San León Magno, San Juan Damasceno y San Bernardo.
San Agustín
El texto de San Agustín habitualmente citado
a propósito del Corazón de María se encuentra en su tratado de la virginidad,
en el capítulo tres:
“A quien le decía: ‘Bienaventurado el seno
que te llevó’, Cristo mismo le respondió: ‘Bienaventurados más bien
los que escuchan la palabra de Dios y la practican’ (Lc 11, 27-28). A fin de cuentas, a sus hermanos, es decir, a sus
prójimos según la carne, que no creyeron en él, ¿de qué les sirvió ese
parentesco? Del mismo modo, el vínculo maternal no habría servido de nada a
María si ella no hubiera sido más bienaventurada por llevar a Cristo en su
corazón que en su carne”.
San Agustín nos enseña aquí que es sobre todo
el Corazón de María el que ha concebido a Nuestro Señor, en la medida en que su
alma ha correspondido perfectamente al designio de Dios sobre ella, y así ha
permitido al Verbo de Dios encarnarse en su cuerpo. Comentando todavía a San
Lucas (1, 45), escribe asimismo:
“La Virgen María, creyendo, creyó en Él
(Nuestro Señor); creyendo, lo concibió. (…) Totalmente llena de fe, ella
concibió a Cristo en su espíritu antes de concebirlo en su seno. Yo soy, dijo,
la esclava del Señor”.
SAN AGUSTÍN Y LA VIRGEN MARÍA |
San León Magno
El
papa San León retoma la misma idea en uno de sus célebres sermones sobre la
natividad de Nuestro Señor, apoyándose sobre el mismo pasaje de San Lucas
(1,45):
“De la raza de David es
elegida una Virgen de sangre real que, llamada a llevar un retoño sagrado,
concebirá en su espíritu antes que en su cuerpo esa divina y humana
descendencia”.
San Juan Damasceno
San Juan Damasceno, por su parte, celebra la
pureza del Corazón de María:
“Tu corazón es de una pureza sin mancha: no
vive más que de la contemplación y del amor de Dios”. Además, ve en la hoguera de Babilonia una
figura del corazón de Nuestra Señora: “¿No era a ti a quien esa
hoguera representaba? Y el fuego ardiente y refrescante del que estaba llena,
¿no es la imagen del amor ardiente con que tu corazón estaba completamente
abrasado?”.
San Bernardo
San Bernardo habló con frecuencia del Corazón de María. Escuchémosle
hablando del Corazón Doloroso de Nuestra Señora:
“¡Oh! Sí, la espada traspasó tu alma, y no
es más que atravesándola que llegó al cuerpo de tu Hijo. Habiendo Jesús rendido
el último suspiro, su alma no fue alcanzada por la lanza cruel que le abrió el
costado: es la tuya la que recibió el golpe. ¡Oh! Podemos decirlo con certeza,
tu dolor fue más duro que el martirio, pues la compasión del corazón es más
dolorosa que los sufrimientos del cuerpo”.
Y San Bernardo exalta en una oración la misericordia del
Corazón de María:
“Abre, oh Madre de misericordia, abre la puerta
de tu corazón benignísimo a las plegarias que te hacemos con suspiros y gemidos.
Tú no rechazas ni miras con horror al pecador, aunque esté todo podrido de
crímenes, si clama a ti y si implora tu intercesión con un corazón contrito y
penitente. Y no es esto maravilla, oh mi Reina, si el santuario de tu corazón
está repleto de tan grande abundancia de misericordia, pues esta obra incomparable
de misericordia, ordenada por Dios antes de todos los siglos para nuestra
redención, se ha cumplido en tu seno, donde el creador del mundo se ha dignado
poner su morada”.
SAN BERNARDO Y LA VIRGEN MARÍA. |
La devoción al Corazón de María en los
monasterios de la Edad Media
Hemos citado ya a San Bernardo. Mencionemos a
tres monjas: Santa Matilde, Santa Gertrudis y Santa Brígida.
La devoción al Corazón
de María se desarrolla ahora ampliamente, a la par de la devoción al Corazón de
Jesús.
Santa Matilde
Un día, Nuestro Señor se dignó enseñar por sí mismo a
Santa Matilde la manera de honrar al Corazón de su Madre. En tiempo
de Adviento, como ella deseaba ofrecer sus homenajes a la bienaventurada Virgen
María, el Señor le enseñó lo que sigue:
“1º) Venera
el Corazón virginal de mi Madre, a causa de la sobreabundancia de todos los
bienes que lo han hecho tan amable a los hombres; ese Corazón era tan puro que
emitió ante todo el voto de virginidad;
2º) Venera
ese Corazón cuya humildad mereció concebir del Espíritu Santo;
3º) Ese
Corazón lleno de devoción y de deseos que me han atraído hacia sí;
4º) Ese
Corazón ardentísimo de amor hacia Dios y hacia el prójimo;
5º) Ese
Corazón que ha conservado tan fielmente dentro de sí todas las acciones de mi
infancia y mi juventud;
6º) Ese Corazón que fue traspasado en mi
Pasión por estigmas de los que no pudo jamás perder la memoria;
7º) Ese Corazón fidelísimo, pues consintió
en la inmolación de su Hijo único para la redención del mundo;
8º) Ese
Corazón inclinado a interceder sin cesar por el bien de la Iglesia naciente;
9º) En fin,
venera ese Corazón completamente entregado a la contemplación y que, por sus
méritos, obtuvo la gracia para los hombres”.
En virtud de ello, aprendemos que el fundamento más importante
de nuestra devoción al Corazón de María es la devoción que Nuestro Señor mismo tiene
al Corazón de su Madre. Se comprende por qué la Virgen María dirá el
13 de junio de 1917 en Fátima: “Jesús quiere establecer
en el mundo la devoción a mi Corazón Inmaculado”.
Pero Nuestra Señora misma manifiesta a la santa los
sentimientos que llenaron su corazón en los principales misterios de su vida. Así, a
propósito de la Purificación:
“Después de su
nacimiento, yo esperaba con un indecible gozo el día en que ofrecería ese Hijo
a Dios Padre, como hostia muy agradable que por sí sola ha hecho aceptas a Dios
todas las hostias ofrecidas desde el principio del mundo. Mi devoción y mi
reconocimiento eran tan grandes, desde que la presenté, que si la devoción de todos
los santos se encontrara reunida en un solo corazón humano, ella no podría
siquiera compararse a la mía; pero a la palabra de Simeón ‘Una
espada atravesará tu alma’, todo mi gozo se cambió
en dolor”.
La Virgen María contó otro día a la santa de
qué manera su alma era una perfecta semejanza de la Santa Trinidad:
“La Santísima Trinidad me ha amado tanto
desde toda la eternidad, que siempre ha tenido una particular complacencia en
pensar en mí. (…) Ella quería hacer de mí una imagen perfecta donde se manifestara
todo el arte maravilloso de su sabiduría y de su bondad”.
SANTA MATILDE Y LA VIRGEN MARÍA
Santa Gertrudis
Se encuentra un pensamiento similar en las
revelaciones hechas a Santa Gertrudis:
“Durante las Maitines,
durante el canto del Ave María, ella vio tres arroyos impetuosos brotar del
Padre y del Hijo y del Espíritu Santo; ellos penetraron con el impulso de una
infinita suavidad en el corazón de la Virgen María, y de ese corazón saltaron
de nuevo hacia su fuente con una fogosa impetuosidad. Pues bien, dentro de ese
torrente de la Santa Trinidad, le fue dado a la bienaventurada Virgen ser la
más poderosa después del Padre, la más sabia después del Hijo, la más benigna
después del Espíritu. Ella aprendió además que todas las veces que los fieles
rezan devotamente sobre la tierra esa salutación angélica, es decir el Ave
María, esos torrentes, con una impetuosidad renovada, vienen a rodear por todas
partes a la bienaventurada Virgen con la abundancia de sus aguas, y a penetrar
con una fuerza nueva en su Corazón santísimo para saltar enseguida hacia su
fuente en una delectación maravillosa. Y desde esa fuente, torrentes de gozo,
de delicias y de eterna salud inundan a cada uno de los santos y de los ángeles
y, todavía más, a cada uno de los que sobre la tierra hacen memoria de esa
salutación. Así, en cada uno es renovado todo el bien que les ha venido por la
encarnación del Hijo de Dios, portador de salud”.
Santa Brígida
En lo
que respecta a Santa Brígida, he aquí la oración que prueba, si fuera necesario,
la gran devoción de la santa al Corazón de María:
“Oh Virgen incomparable, oh amabilísima María,
vida y alegría de mi corazón, yo venero, amo y glorifico con todas las potencias
de mi alma tu dignísimo Corazón, el cual a tal punto fue abrasado de ardentísimo
celo por la gloria de Dios, que las llamas celestes de tu amor, habiéndose
remontado hasta el mismo corazón del Padre eterno, han atraído a su Hijo único
junto al fuego del Espíritu Santo a tus purísimas entrañas, aunque de tal
manera que Él ha permanecido en el seno del Padre”.
Un rasgo particular y remarcable de la piedad
de Santa Brígida es que el Corazón de María es con frecuencia representado como
no siendo sino uno con el Corazón de Jesús:
— El corazón
de mi Madre era como mi corazón, dijo un día el divino Maestro a la santa. Por
ello puedo decir que mi Madre y yo hemos obrado la salvación del género humano
con un mismo corazón, en cierta manera, quasi uno corde, yo por los sufrimientos que llevé en mi cuerpo y en mi corazón, y
ella por los dolores y el amor de su corazón.
— Ten
por cierto, le
dijo un día Nuestra Señora, que yo he amado a mi Hijo
tan ardientemente y que Él me ha amado tan tiernamente, que Él y yo no somos,
por así decirlo, más que un solo corazón, quasi
cor unum ambo fuimus.
Esto es lo que pondrá de relieve muy particularmente
San Juan Eudes. Volveremos a hablar de ello más adelante.
SANTA BRÍGIDA Y JESÚS. |
La Revelación del rosario a
santo domingo
Al
hablar del Rosario no nos alejamos de nuestro tema. Muy por el contrario. La donación del
Rosario a Santo Domingo (1170-1221) por la
santísima Virgen María, dio paso a una etapa decisiva en la devoción a su
Corazón Inmaculado.
En
efecto, el Rosario consiste esencialmente en meditar, contemplar, los misterios
de la vida de Nuestro Señor. Ahora bien, el Corazón de María es el depositario de
los misterios de la vida de Jesús, como lo ha enseñado el evangelista San Lucas
(supra).
Por tanto, el Corazón de María es el que nos enseñará el secreto. ¿Cómo? Por las gracias
que su mediación nos obtiene cuando recitamos las Ave.
Como
lo dice además el padre Vayssière O.P.: “Rezad cada decena, menos
reflexionando que comulgando por el corazón con la gracia del misterio, con el espíritu
de Jesús y de María tal como el misterio nos lo presenta. (…) El rosario así practicado
no es ya solamente una serie de Ave María piadosamente recitadas, sino que es
Jesús mismo reviviendo en el alma por la acción maternal de María”.
Al revelar el Rosario a Santo Domingo, la santísima
Virgen María nos invitaba a penetrar en su Corazón para hacer nuestros sus
sentimientos para con su divino Hijo.
Se puede decir que todos
los apóstoles y predicadores del Rosario son apóstoles y predicadores del
Corazón de María y contribuyen a propagar su devoción y su reino en las almas y
sobre esta tierra.
El Rosario se volverá a encontrar en el
centro del mensaje de Fátima.
* * *
Si seguimos recorriendo los siglos, habría
que citar entre los grandes devotos del Corazón de María a San Buenaventura,
San Lorenzo Justiniano, San Bernardino de Siena, San Ignacio, el venerable Luis
de Granada O.P., San Pedro Canisio, el cardenal de Bérulle, etc. San
Francisco de Sales le dedica su Tratado del Amor de Dios, donde señala que “la sagrada Virgen no tenía más que un alma, un corazón y una
vida con su Hijo”. Pero debemos detenernos más largamente en
San Juan Eudes.
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