Nada puede asegurarse con certeza del
origen del MES
DE MARÍA. Muchos autores atribuyen su institución
a San Felipe de
Neri,
que murió en Roma en 1575. Otros atribuyen este honor a un piadoso misionero llamado Lalomia, el cual, si
no fue su autor, fue al menos su celoso promotor. Este compuso un pequeño
devocionario titulado el MES DE MAYO, publicado
bajo los auspicios de Luisa de Francia priora de las Carmelitas de San
Dionisio. Este devocionario fue traducido a varios
idiomas y sirvió de base a los piadosos ejercicios con que se acostumbraba
honrar durante el mes a la Reina del cielo. Lo cierto es que la institución
de esta hermosa devoción nos remonta más allá del siglo XVI.
Pero, aunque la institución formal del Mes
de María es de reciente data, parece que de antiguo los fieles han
acostumbrado honrar de alguna manera a María
durante la estación de las flores. La relación que existe entre la
primavera de la naturaleza y la de la gracia en María, dice Augusto Nicolás, es
demasiado palpable para que no haya sido observada desde largo tiempo, de ello
se encuentra un fehaciente testimonio en un viejo capitel de la antigua Abadía
de Cluny, en el cual se ve una imagen de María a cuyo alrededor se lee este
hermoso hexámetro: Ver
primos flores, primos adducit honores. Con las primeras flores, la primavera
trae (para María) los primeros honores.
EL MES DE MARÍA nació en
Italia, pero se difundió bien pronto en Francia, y en poco tiempo toco los
confines de Europa; se estableció en las Américas, y ha llegado a ser una
fiesta universal.
“El Lapón, dice un
escritor, en los polos nevados, el indio, en sus florestas vírgenes, el árabe
bajo la tienda del desierto, no son extraños a las magnificencias del mes
consagrado a María, y hasta el pescador errante en las orillas del lago, y el
cazador indio en lo alto de la roca solitaria elevan sus votos a María en este
bello mes. El salvaje, perdido en el fondo de sus bosques, coloca al pie del
árbol tutelar la imagen milagrosa de la buena madona. En medio del valle, al
borde de la limpia corriente, la piadosa pastora erige un rustico altar a la
Reina de las vírgenes: allí no encontrareis columnas de mármol, pero veréis céspedes
floridos y árboles frondosos que le prestan una sombra más agradable que la
de nuestros templos: allí no escuchareis
la música armoniosa de nuestras grandes ciudades, pero oiréis, al venir el día,
el gorjeo de los pájaros y el sencillo cántico que entona la feliz pastora a la
Estrella de la mañana”.
He aquí, en resumen, lo que es el MES
DE MARÍA, una fiesta en que la naturaleza, la poesía
y el arte se unen a la piedad y al amor de los devotos de María para dar
desusado esplendor al culto tributado a la Reina del cielo durante treinta días.
Por su parte, la
soberana dispensadora de las munificencias divinas se complace en derramar
copiosas bendiciones sobre los hijos que la honran durante este Mes, otorgándoles,
en cambio de sus homenajes, gracias abundantes para la santificación de sus
almas.
Presbítero Don
Rodolfo Vergara Antúnez.
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