16 DE NOVIEMBRE.
CONSAGRADO A HONRAR EL GOZO DE MARÍA EN EL
NACIMIENTO DE JESÚS.
Rezar la Oración inicial para todos los días:
ORACIÓN PARA
TODOS LOS DÍAS DEL MES.
¡Oh María! Durante el bello mes que os está consagrado, todo
resuena con vuestro nombre y alabanza. Vuestro Santuario resplandece con nuevo
brillo y nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde
donde presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos.
Para
honraros, hemos esparcido frescas flores a vuestros pies y adornado vuestra
frente con guirnaldas y coronas. Mas, ¡oh María!, no
os dais por satisfecha con estos homenajes; hay flores cuya frescura y lozanía
jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son las que Vos esperáis de
vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una madre, es la piedad de sus
hijos y la más bella corona que pueden deponer a sus pies es la de sus
virtudes.
Sí, los
lirios que Vos nos pedís son la inocencia de nuestros corazones. Nos
esforzaremos pues, durante el curso de este mes consagrado a vuestra gloria,
¡oh Virgen santa!, en conservar nuestras almas puras y sin mancha y en separar
de nuestros pensamientos, deseos y miradas, aun la sombra misma del mal.
La rosa cuyo
brillo agrada a vuestros ojos, es la caridad, el amor a Dios y a nuestros
hermanos. Nos amaremos pues, los unos a los otros, como hijos de una misma
familia cuya madre sois, viviendo todos en la dulzura de una concordia
fraternal. En este mes bendito, procuraremos cultivar en nuestros corazones, la
humildad, modesta flor que os es tan querida y con vuestro auxilio llegaremos a
ser puros, humildes, caritativos, pacientes y resignados.
Oh María, haced producir en el
fondo de nuestros corazones, todas estas amables virtudes; que ellas broten,
florezcan y den al fin frutos de gracia, para poder ser algún día, dignos hijos
de la más santa y de la mejor de las madres. Amén.
CONSIDERACIÓN.
En una mañana de invierno nebulosa y triste,
dos viajeros, un hombre de edad provecta y una mujer joven y hermosa, dejaban a
Nazaret y tomaban el camino de Belén. Eran José y María que obedeciendo a las órdenes
imperiales, iban a inscribir sus oscuros nombres en la ciudad de sus
antepasados. El viaje era
largo y penoso: María se hallaba en el último mes de
su preñez, pero soportaba con humilde resignación las asperezas del
camino. Multitud de alegres y
presurosos viajeros subían a la ciudad de David para buscar albergue bajo el
techo de las posadas. José fue a golpear también a
sus puertas en demanda de un aposento para pasar la noche, que dejaba ya caer
sus sombras sobre el mundo. Pero no hubo ningún rincón para ellos, que no
podían ofrecer a los hospederos una moneda de oro, como precio de la
hospitalidad. Llegaba la noche, y los dos esposos habían reclamado en vano un
pobre techo bajo el cual guarecerse; ninguna puerta se abría para darles
hospitalario asilo. Tristes, pero resignados, salieron de Belén sin saber a
dónde dirigirse. No lejos de la ciudad descubrieron a la luz de los postreros
resplandores del crepúsculo, una caverna horadada en una enorme roca que daba
asilo a algunos animales. Ambos viajeros bendijeron a la Providencia, que les
preparaba aquella agreste morada en que pasar la noche. Y allí, reclinada en
una dura roca, María dio a luz al Redentor del mundo, en la mitad de una noche
fría y tenebrosa.
Así es como nace al mundo el soberano
dueño de todas las riquezas. Busca un pesebre por palacio, una roca por cuna y unas
toscas pajas por lecho. Pero como dice San
Bernardo,
esos
pañales son nuestras riquezas y son más preciosos que la púrpura; ese pesebre
es más glorioso que los tronos de los reyes.
Pero
María, olvidándose de tan tristes apariencias, abre su corazón al gozo más
puro. Acaba de dar a luz al Verbo encarnado. Y si todo le falta, si el mundo le
niega hasta un oscuro asilo, en cambio ella se entrega a los transportes del
amor maternal y ese amor la indemniza de todos sus sufrimientos. Ella lo adora
como a Dios y lo acaricia como a hijo, e inclinándose amorosamente sobre él,
exclama. Dice San Basilio.
“¿Cómo os deberé llamar?... ¿Un mortal? —Pero yo os he concebido por operación divina… ¿Un Dios? —Pero vos
tenéis cuerpo de hombre… ¿Debo yo acercarme
a vos con el incienso u ofreceros mi leche? — ¿Es preciso que yo prodigue los
cuidados de madre, o que os sirva como vuestra esclava con la frente en el
polvo?”.
¡Oh sublime anonadamientos de Jesús y de
María! ¡Bajo que humilde techo se hallan asilados el Criador del cielo y la
Reina de los ángeles! ¡María da a la luz al Salvador del mundo y no tiene otro
lecho que darle que unas húmedas pajas! ¡Digna madre de Aquel que no tendrá
dónde reposar su cabeza, que vivirá trabajando durante su vida hasta darla por
el hombre en la Cruz!
EJEMPLO
LAS PRIMERAS LÁGRIMAS DE UN PECADOR.
Un sacerdote salía de una
de las cárceles de París.
—Señor Cura (le
dijo un carcelero). Tenemos aquí un hombre
condenado a muerte: muchos de la clase de usted han ensayado hablarle de
religión; pero él se ha negado a escucharles; está furioso; quiere romper su
cabeza contra las paredes, y ha sido menester encerrarle en un calabozo… ¿Quiere usted verle?
—Vamos
allá, —respondió
el sacerdote.
El carcelero le condujo por un corredor
sombrío y subterráneo: abrióse una puerta, y vio a un desgraciado, tendido
sobre una cama de hierro y cubierto con una camisa de fuerza. A la vista de una sotana, sus ojos se
inflamaron, y grito furioso:
— ¿A qué venís?
¿No he dicho ya que no quería confesarme? Salid…, salid…
—Pero amigo mío (repuso
el hombre de Dios), yo no vengo a confesaros: vos
estáis solo: os debéis fastidiar mucho, y vengo a daros algún consuelo.
—Enhorabuena
(le contestó). Tiene usted cara de buen hombre.
Siéntese aquí.
Y le señalo una gruesa piedra que había en
un rincón del calabozo.
El sacerdote no se hizo repetir y acepto el
asiento. El preso le contó su historia. Era un joven de veintinueve años, de
honrada familia, si bien su educación religiosa había sido completamente
descuidada. Hacia algunos años llevaba una vida criminal, hasta el punto de ser
cogido y sentenciado a la última pena. Cuando hubo terminado su historia, el
sacerdote ensayo hacérsela contar de nuevo en forma de confesión. Comprendió el
preso, y prorrumpió en horrorosas
blasfemias. El sacerdote solo pudo obtener de él la promesa de rezar todos los
días el Acordaos,
piadosísima Virgen…
Muchas veces repitió el sacerdote sus
visitas; pero todas eran estériles. El desgraciado preso estaba convencido de
que sus crímenes eran demasiados enormes, y que no había misericordia para él.
Sin embargo, un día en que el infeliz
contaba de nuevo su historia, el sacerdote, convertido en su mejor amigo, le
interrogo como se hace a cualquiera que se confiesa. Advirtiólo el preso, pero
no se opuso a ello; y hubo concluido, el sacerdote le dijo:
—Amigo mío,
acabáis de confesaros, y no os hace falta más que un verdadero arrepentimiento.
Entonces, cogiéndole las manos con ternura,
le indujo a arrodillarse sobre la cama; invoco sobre su cabeza las bendiciones
de Dios, y, con toda la simpatía y la caridad de un apóstol, conjuróle a
detestar sus culpas, hasta que por fin oyó escapársele del pecho un profundo
suspiro, seguido de estas palabras.
— ¡Ah! Sí, me
arrepiento. ¡Cuán bueno es usted! ¡Me ha levantado un peso enorme que oprimía
mi corazón!
Luego enjugando dos lagrimas que brotaban de
sus ojos, exclamó:
— ¡Esto sí que
es extraño!... parece que lloro; ¡yo…, que no había llorado nunca! ¡Yo que he
visto morir a mi pobre madre, a quien amaba, y de cuya muerte sin duda fui
causa!... ¡y no lloré! ¡Yo, que sin llorar oí la lectura de la sentencia de
muerte! Todas las mañanas cuando veía aparecer el sol por entre las rejas,
decía entre mí: ¡Quién sabe si será por última vez! ¡y no lloraba!... ¡y hoy lloro!...
¡Cuán bueno sois, Dios mío! ¡Cuán bella y consoladora es la Religión! ¡Cuánto
me pesa no haberos conocido antes! No me vería en tan triste estado.
Y dejándose caer de rodillas, y cogiéndose
de la sotana del sacerdote, le dijo:
—Padre mío, acérquese
más; no se aparte de mi lado, y oremos juntos, pues si rezo solo, Dios no me
escuchará.
Arrodillóse
el sacerdote y mezcló sus lágrimas con la del criminal arrepentido. Algunos
días después, el desgraciado joven, lleno de resignación cristiana, entregaba
su cabeza a la guillotina, asistido hasta el último momento por su fiel amigo,
que abría obrado en su espíritu tan maravillosa transformación.
JACULATORIA
Esperanza del que llora,
refugio de pecadores.
ven a mi amparo, Señora.
ORACIÓN
Cuando nuestra conciencia gime sintiendo la
espina del pecado, cuando nuestro corazón está oprimido por el dolor, cuando
negros temores nos asaltan en orden a nuestra salvación, nuestra sola esperanza
es poder levantar nuestros ojos llorosos hacia vos ¡oh Madre de Dios y Reina
omnipotente del cielo! —Henos aquí ¡oh Virgen santa! ¡Oh
Estrella del mar y consoladora de los que padecen! Henos aquí prosternados
a vuestros pies para saludaros y bendeciros en nombre de todos los pecadores
penitentes, de todas las almas atribuladas y de todos los peregrinos de la
vida, por la inconmensurable gloria de que disfrutáis en el cielo.
Descended también
vosotros, ¡oh espíritus angélicos! A celebrar
con nosotros la gloria de vuestra Soberana, fuente de todos los bienes y
santuario de todas las virtudes. ¡Oh amiga querida!
Desde el solio de vuestra grandeza, lanzad hacia nosotros una mirada
compasiva; ved las llagas de nuestras almas, ved la inconstancia de nuestras
resoluciones, ved las malas inclinaciones que se abrigan en nuestro corazón.
Sed nuestra mediadora delante de vuestro
Hijo y reconciliadnos con nuestro Supremo Juez. Recordadle vuestros dolores y alegrías
del pesebre en aquella triste noche de angustia y desamparo, pero también de
indecible gozo para vos. No olvidéis ¡oh Madre! que
a nosotros infortunados pecadores, debéis la diadema inmortal que ciñe vuestra
frente. Sin nuestros pecados no habríais sido Madre de Dios; sin nuestra
miseria no habríais sido llamada Madre de misericordia y de gracia; nuestra
pobreza os ha enriquecido y nuestros vicios enaltecido. Recibidnos, pues, bajo vuestra protección
y no ceséis de ser para nosotros madre compasiva y generosa, a fin de que,
sostenida por Vos en la vida, podamos alabaros eternamente en el cielo. Amén.
Rezar la oración final para todos los días:
¡Oh María, Madre de Jesús nuestro Salvador y nuestra buena Madre!, nosotros
venimos a ofreceros con estos obsequios que colocamos a vuestros pies, nuestros
corazones deseosos de seros agradables y a solicitar de vuestra bondad, un
nuevo ardor en vuestro santo servicio.
Dignaos presentarnos a vuestro Divino Hijo, que en vista de sus méritos
y a nombre de su Santa Madre, dirija nuestros pasos por el sendero de la
virtud. Que haga lucir con nuevo esplendor la luz de la fe, sobre los
infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del error; que
vuelvan hacia Él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia regocijará
su corazón y el vuestro.
Que confunda a los enemigos de su Iglesia y que en fin, encienda por
todas partes el fuego de su ardiente caridad; que nos colme de alegría en medio
de las tribulaciones de esta vida y de esperanza para el porvenir. Amén.
PRÁCTICAS ESPIRITUALES.
1—Hacer tres actos de vencimiento de la propia
voluntad, privándonos de lo que más nos agrade.
2—Sufrir con paciencia las molestias y contrariedades
ocasionadas por las personas con quienes vivimos o tratamos.
3—Dar una limosna para el culto de la Santísima Virgen
en alguna iglesia pública.
Presbítero
Vergara Antúnez.
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