1. ° La turbación.
— A las palabras del Ángel contesta María con su turbación.
— Mírala, encendido
el rostro por el carmín de la vergüenza..., escucha el latido nervioso y apresurado
de su corazón..., penetra en su disgusto profundo, íntimo..., parece que se
pregunta a sí misma, asustada, y esto ¿a qué viene?
— El Ángel la había dicho la verdad, pero la
había herido en su humildad.
— Más tarde reconocerá
Ella públicamente la certeza de las palabras del Ángel, y aún repetirá que
todas las generaciones la llamarán «Bienaventurada»..., pero no para engrandecerse, sino para alabar
a Dios. Más ahora es Ella... Ella misma el objeto de la alabanza, y por eso,
naturalmente, espontáneamente, se asusta y se sobrecoge..., se pone en guardia como
esperando una tentación..., como si Ella, pudiese pecar.
—Acude
con el Ángel a tranquilizar a María, y dila: «No temas, si Tú no tienes por qué temer, ni asustarte ante las
alabanzas..., pero, sin embargo, bien está que te turbes y te asustes para
enseñarme a mí la manera de recibir las que me den los hombres; enséñamelo
prácticamente, Madre humildísima»...
2. º Grandeza de esta
humildad.
— Penetra
y considera lo inmensa que es esta humildad, precisamente en este paso.
— Se concibe la humildad
de María en Belén, rechazada por todos... en Egipto, huyendo de sus enemigos...
en Nazaret, ignorada y escondida en aquella casa de artesanos pobres y casi
miserables..., en la Cruz, siendo la Madre de un ajusticiado... pero, ahora, ¡visitada por un Ángel!..., ¡buscada por Dios que la pide
su consentimiento y se queda esperando la respuesta!... ¡Alabada y enaltecida
hasta la altura más grande!... ¡Qué humildad más inconcebible!
Mucho menos fueron elevados Adán en el
Paraíso y los ángeles malos en el Cielo... y, sin embargo, se desvanecieron con
la soberbia y cayeron en el abismo.
— Pero María sabe
que lo que la dicen es de parte de Dios..., que es un Ángel que no puede mentir,
y por lo mismo que es verdad todo lo que dice, lejos de envanecerse..., se
turba y humilla más y más.
— ¡Qué grande,
qué simpática, qué atrayente es María por su humildad!
— Qué bien sabe
Dios buscar la reparación del pecado que empezó por la soberbia, por medio de
esta profundísima humildad.
3. ° Humildad verdadera.
— La
humildad no es apocamiento; nos hace pequeños ante nuestros ojos..., pero grandes,
muy grandes a los ojos del Señor.
— Así María, nunca fue más grande a los ojos de Dios que en esta
ocasión.
—
Pero, al fin, la humildad no es de cobardes y ruines, sino de fuertes y
de magnánimos.
— Mira a María...
turbada, anonadada, ante las palabras del Ángel..., pero conserva su juicio
sereno, tranquilo, y... estudia, piensa y obra con decisión.
— Eso es la verdadera humildad: conocer la voz de Dios, someter su juicio y propio
parecer a ella y seguirla. Y esto, aunque cueste como a María — bien sabía
los sufrimientos, dolores y espadas agudísimas que atormentarían su corazón...
y, no obstante, se decide a aceptar la propuesta del Señor.
— Humilde pero magnánima, viril, valiente.
— Ése es el fruto de la humildad.
4. ° Tu humildad.
— ¿Eres tú semejante a María, en la humildad y en la generosidad
del sacrificio?
— ¿No buscas halagos, sonrisas, palabras humanas?
— ¿Buscas lo último, lo penoso, lo humillante?
—Cuando Dios te lo
da ¿al menos
te conformas... o protestas y deseas evitarlo? Piensa mucho en tu nada, pues así como Dios sacó de la nada
las grandezas de la creación..., del conocimiento de tu nada, brotará tu
grandeza.
— Conoce a Dios, que es el todo; conócete a
ti, que eres nada, y la conclusión será la humildad.
Ejercítate en actos de
humildad interior y haz muchos actos de humillación exterior.
— Agradece y ama a quienes te ayudan a humillarte con desprecios,
burlas, etc...
“MEDITACIONES
SOBRE LA SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA”.
ILDEFONSO RODRÍGUEZ VILLAR— 1940.
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