Acababa ya la
batalla de la Pasión, cuando aquel dragón infernal pensó
que había alcanzado victoria del Cordero, comenzó a resplandecer en su alma la
potencia de su Divinidad, con la cual nuestro león fortísimo descendió a los
infiernos, y, vencido y preso
aquel fuerte armado, lo despojó de la rica presa que allí tenía cautiva, para
que, pues el tirano había acometido a la cabeza sin tener derecho a ella,
perdiese por vía de justicia el que pensaba tener en los miembros.
Entonces el verdadero Sansón, muriendo,
mató sus enemigos. Entonces el Cordero sin mancilla, con la sangre de su testamento
sacó sus prisioneros del lago donde no había agua. Entonces el verdadero David,
con la espada de Goliás, cortó la cabeza a Goliás, cuando el Salvador con la
muerte venció al autor de la muerte, el cual, por medio de ella, llevaba todos
los hombres cautivos a su reino.
Habida, pues, esta tan gloriosa victoria, al
tercero día el autor de la vida, vencida la muerte, resucitó de los muertos; y
así salió el verdadero José de la cárcel del infierno por voluntad y
mandamiento del Rey soberano, trasquilados ya los cabellos de la mortalidad y
flaqueza y vestido de ropas de hermosura e inmortalidad.
Aquí tienes luego que considerar
la alegría de todos los aparecimientos que hubo en este día tan glorioso, que
son: la alegría de los Padres del Limbo, a quien
el Salvador primeramente visitó y sacó de cautivos; la alegría de la
Sacratísima Virgen nuestra Señora; la alegría de aquellas santas mujeres que le
iban a ungir al sepulcro, y la alegría también de los discípulos, que tan
desconsolados estaban sin su Maestro y tanta consolación recibieron en verle
resucitado.
Pues, según esto, considera
primeramente qué tan grande sería la alegría de aquellos Santos Padres del
Limbo en este día, con la visitación y presencia de su libertador y qué gracias
y alabanzas le darían por esta salud tan deseada y esperada.
Dicen los que vuelven de las
Indias orientales a España, que tienen por bien empleado el trabajo de la
navegación pasada, por la alegría que reciben el día que entran en su tierra.
Pues si esto hace la navegación y
destierro de un año o de dos años, ¿qué haría el destierro de tres o cuatro mil años, el día
que recibiesen tan gran salud y viniesen a tomar puerto en la tierra de los
vivientes?
Pues la alegría que la Sacratísima Virgen
recibió este día con la vista del hijo resucitado, ¿quién la explicará?
Porque es cierto que como ella fue la que
más sintió los dolores de su Pasión, así ella fue a quien más parte cupo de la
alegría de su resurrección.
Pues ¿qué sentiría esta bendita Señora cuando
viese ante sí su Hijo vivo y glorioso, acompañado de todos aquellos Santos
Padres que resucitaron? ¿Cuáles serían sus abrazos y besos? ¿Y las lágrimas de
sus piadosos ojos? ¿Y los deseos de irse tras Él si le fuera concedido?
Pues ¿qué diré de la alegría de aquellas santas
Marías, y especialmente de aquella que perseveraba llorando par del sepulcro,
cuando se derribase ante los pies del Señor y le viese en tan gloriosa figura?
Y mira bien que después de la Madre a
aquella primero apareció, que más amó, más perseveró, más lloró y más solícitamente
le buscó; para que así tengas por cierto que hallarás a Dios si con estas
mismas lágrimas y diligencias le buscares.
Después de esto considera también
por una parte la flaqueza de los discípulos, que tan presto desfallecieron y
perdieron la fe con el escándalo de la Pasión; y entiende por aquí cuán grande
sea nuestra miseria, y cuán pocas cosas bastan para hacernos perder el esfuerzo
y la confianza, por mayores prendas y firmezas que tengamos.
Y considera por otra la bondad y providencia
paternal del Señor, que no desampara a los suyos por mucho tiempo, sino luego
los consuela y socorre con el regalo de su visitación.
Conoce muy bien nuestra flaqueza;
sabe la masa de que somos compuestos, y por esto no permite que seamos tentados
más de lo que podemos.
Cinco veces les apareció el mismo día que resucitó, y los tres días del
sepulcro abrevio en cuarenta horas, contando desde que expiró en la Cruz, que
aún no hacen dos días naturales, y en lugar de estas cuarenta horas de tristeza
les dio cuarenta días de alegría; para que veas cuán piadoso es este Señor para
con los suyos, y cuán más largo en darles consolaciones que trabajos.
Considera también de la manera que
apareció a los dos discípulos que iban a Emaús, en hábito de peregrino, y mira
cuán afable se les mostró, cuán familiarmente los acompañó, cuán dulcemente se
les disimuló, y en cabo cuán amorosamente se les descubrió, dejándolos con toda
la miel y suavidad en los labios.
Sean, pues, tales tus pláticas cuales eran
las de éstos, y trata con dolor y sentimiento lo que trataban éstos, que eran
los dolores y trabajos de la Pasión de Cristo, y ten por cierto que no te
faltará su presencia y compañía, así como a éstos no faltó.
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