1.° Preparación.
— Los Apóstoles y discípulos se retiraron
al Cenáculo para prepararse allí, con la Santísima Virgen, a la venida del
Espíritu Santo.
— Examina esta preparación:
A) Primero se retiran,
porque el retiro y la soledad es donde Dios se comunica con las almas.
— A Dios no le gusta hablar en
medio de las cosas del mundo... y si habla, con ese ruido no se le oye... ni se
entiende bien su voz.
— Ama mucho el retiro..., el silencio, la
soledad de tu alma, donde quiere el Señor hablarte.
— Por eso, esta soledad no sólo
ha de ser exterior..., sino interior, acallando otros pensamientos...,
negocios..., impresiones..., asuntos que traigas entre manos.
— Mira si no será esa, muchas
veces, la razón de tus faltas en la oración, y el poco provecho de la misma... ¿Sabes retirarte exterior e interiormente?... ¿Sabes
poner silencio en tu alma a todo lo que sea ajeno a la oración?
B) Se retiraron a orar todos
a una... La oración es la solución para todo.
— Cristo nunca se dispensaba de
ella.
— Oró en el Cenáculo..., en el
huerto..., en la Cruz misma.
— Orando encontró el ángel a la
Virgen en su Anunciación. Los Apóstoles, por indicación de la Virgen, se
retiran a orar.
— También a ti te llama diariamente...
¿Cómo respondes?... ¿Eres alma de oración?...
¿Acudes a ella a buscar luz..., consuelo..., fuerza?...
C) En compañía de la Virgen. ¡Qué dichosos los Apóstoles que pudieron
orar junto con la Virgen! Ella dirigiría la oración... Ella daría ejemplo de
fervor... Sólo con mirarla a Ella, se disiparía el cansancio..., la tibieza...,
las distracciones.
— Pero ¿es
que tú, si quieres, no puedes hacer lo mismo?... ¿Por qué no oras con María...,
mirando a María..., aprendiendo de María? ¿Haz un poco de examen y pregúntate
si al comenzar... y al continuar... y al concluir la oración la haces con la Santísima
Virgen?
— Aprende
aquí también a tener devoción a la oración común... ¡Cómo agrada a Dios!... ¡cuán provechosa es!
D) Finalmente, fíjate en la
constancia.
— El
Espíritu Santo no descendió sobre ellos hasta pasados diez días en continua
oración.
—¡Pronto
nos cansamos de orar!
— Queremos
conseguirlo todo en seguida... y si no, viene el desaliento..., la desilusión.
— ¡Qué
falta de perseverancia!
— Pídesela
a la Santísima Virgen.
— Que
no un día..., ni dos..., sino siempre, sea tu oración fervorosa y así será
eficazmente santificadora...
2.° La venida.
— Y cuando así estuvieron preparados, es
cuando vino el Espíritu Santo el día de Pentecostés, en forma de fuego.
—Penetra
en el Cenáculo y contempla el estupor y espanto de los Apóstoles, al oír aquel
viento impetuoso..., al ver que la casa toda temblaba y parecía venirse a
tierra..., al percibir aquella lluvia misteriosa de lenguas de fuego, que se
posaban sobre cada uno de ellos... y después, el gozo inmenso al sentirse
llenos del Espíritu Santo y de sus dones y gracias... y, sobre todo, del amor
encendido y abrasador que es el divino Espíritu.
Y ¿qué
sentiría la Santísima Virgen?... Ella fue la
primera en comprender la llegada del Espíritu Santo... y, sin asustarse por
aquellas señales violentas que le acompañaron, se recogió fervorosamente en su interior,
para mejor recibirle.
— ¡Que
gusto no recibiría, por decirlo así, el Espíritu Santo al encontrar un alma tan
bien dispuesta como la de María!... Si ya la había dado antes la plenitud
de su gracia..., ¿qué más podía hacer con Ella el
Espíritu Santo en este día?
— Milagrosamente
aumentaría su capacidad..., dilataría los senos de su alma..., ensancharía todo
lo posible su corazón..., para tener la satisfacción de volverla a llenar de
nuevas gracias..., de nuevos privilegios..., de nuevo y más encendido amor...
Póstrate ante tu Madre querida y admira esa
grandeza inmensa..., casi infinita y divina, de que la ves revestida hoy al
recibir al Espíritu Santo... Mírala hoy, si cabe más pura..., más blanca...,
más resplandeciente..., más santa..., más llena de amor a Dios y a los hombres.
— Si ahora se le apareciera el
arcángel, no hay duda que enmudecería..., pues en su lenguaje angélico, no
encontraría expresiones para saludar dignamente a María.
— Haz que salte de gozo tu corazón, ante esta
consideración y pide a tu Madre un poquitín de lo muchísimo que Ella tiene y
posee.
3.° Efectos.
— A) «Todos fueron llenos del
Espíritu Santo». Con qué generosidad se nos da
este llamado «Altísimo
don de Dios».
— Y ¡qué
transformación causa en las almas!
— Mira
a los Apóstoles, en un instante, trocados en otros hombres... son los mismos
que huyeron hace unos días cobardemente... o negaron a Cristo como San Pedro...
o dudaron de las palabras del Maestro, como los de Emaús y Santo Tomás.
— Pero ahora,
de cobardes se vuelven animosos y valientes..., de débiles y miserables, en
fuertes e invencibles..., de ignorantes y rudos, en dóciles y muy sabios..., de
envidiosos, que no aspiraban más que a los primeros pues tos, en corazones
llenos de ardiente caridad. ¡Oh mudanza
extraordinariamente milagrosa!
B) «...y en seguida empezaron
a hablar» ... Esto es, a predicar..., a trabajar
por las almas..., a comunicarlas el fruto del don que habían recibido.
— Es propio de la caridad del
Espíritu Santo difundir el bien por todas partes.
— Pero
comprende que esa actividad para ser fructífera, ha de ser inspirada y dirigida
por el Espíritu Santo; de lo contrario, será completamente inútil y hasta a
veces perjudicial.
C) «...hablaban las
grandezas de Dios». Las almas llenas de Dios no
saben hablar de otra cosa.
— ¿De
qué iban a hablar los Apóstoles así encendidos e impulsados por el Espíritu
Santo?
— Examina
si te gusta hablar de Dios..., si en esas conversaciones encuentras
complacencia..., y por ahí deducirás la cantidad que tienes de espíritu de
Dios...; porque cada espíritu mueve a hablar como es él...: el del mundo, cosas
mundanas y terrenas...; el espíritu carnal, cosas bajas y rastreras...; el espíritu
propio, las cosas personales de cada uno, el yo a quien hace salir a relucir a
cada paso...
4.° El Espíritu Santo en ti.
— No olvides que tú también has recibido al
Espíritu Santo en el Bautismo, que te hizo hijo de Dios... en la Confirmación,
al confirmarte en la fe y tomarte bajo su protección..., en todos los
Sacramentos, mediante la infusión de la vida divina por la gracia
santificante... No olvides tampoco que el Espíritu Santo, habita en las almas
como en su Templo vivo, y por tanto, que le tienes muy cerca..., en tu mismo corazón...,
que es El, quien te sostiene... y ayuda... e ilumina y guía como de la mano por
el camino de la perfección.
— Agradécele su caridad inagotable, que no se
cansa de ti..., ni de tus ingratitudes.
— Prométele corresponder mejor a sus dones
divinos..., trabajar más... y cooperar con más interés a la obra de la gracia.
— Encomienda esto a la Santísima Virgen, para
que sea Ella la que prepare tu corazón, como preparó el de los Apóstoles...
haciendo más fructuosa y perenne la venida del Espíritu Santo.
“MEDITACIONES SOBRE LA
SANTÍSIMA VIRGEN MARÍA”.
ILDEFONSO RODRÍGUEZ VILLAR— 1940.
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