Día 6 de diciembre
MARÍA
MODELO DE TODAS LAS VIRTUDES
Rezar la Oración inicial para todos los días:
Oración para todos los días del Mes
¡Oh María! durante el bello Mes que os está consagrado, todo resuena
con vuestro nombre y alabanza. Vuestro santuario resplandece con nuevo brillo y
nuestras manos os han elevado un trono de gracia y de amor, desde donde
presidís nuestras fiestas y escucháis nuestras oraciones y votos.
Para honraros, hemos esparcido frescas
flores a vuestros pies y adornado vuestra frente con guirnaldas y coronas. Mas ¡oh María! no os dais por satisfecha con estos homenajes: hay flores
cuya frescura y lozanía jamás pasan y coronas que no se marchitan. Estas son
las que Vos esperáis de vuestros hijos; porque el más hermoso adorno de una
madre es la piedad de sus hijos, y la más bella corona que pueden deponer a sus
pies es la de sus virtudes.
Sí; los lirios que Vos nos pedís son la
inocencia de nuestros corazones; nos esforzaremos pues, durante el curso de
este Mes consagrado a vuestra gloria ¡oh Virgen santa! en conservar
nuestras almas puras y sin mancha y en separar de nuestros pensamientos, deseos
y miradas aun la sombra misma del mal.
La rosa cuyo brillo agrada a vuestros ojos
es la caridad, el amor a Dios y a nuestros hermanos: nos amaremos, pues, los
unos a los otros como hijos de una misma familia, cuya madre sois, viviendo
todos en la dulzura de una concordia fraternal. En este Mes bendito
procuraremos cultivar en nuestros corazones la humildad, modesta flor que os es
tan querida; y con vuestro auxilio llegaremos a ser puros, humildes,
caritativos, pacientes y resignados.
¡Oh María! haced producir en el fondo de nuestros corazones todas
estas amables virtudes; que ellas broten, florezcan y den al fin frutos de
gracia para poder ser algún día dignos hijos de la más santa y de la mejor de
las madres. Amén.
CONSIDERACIÓN
El corazón de María es como un vaso lleno de
las más exquisitas esencias que por su mezcla forman el más delicioso de los
perfumes. Esos perfumes son la suave
exhalación de las virtudes que brotaron en él, como plantas aromáticas en un
vergel cerrado, que crecen resguardadas de los ardores del estío y de los
hielos del invierno.
María fue pura como el lirio de los valles:
jamás mancha alguna empañó su inocencia. Y, sin embargo, ¡cuántas precauciones para conservar un tesoro que no
podía perder! Desde sus más tiernos años huye del aliento pestífero del
mundo; va a colocar su inocencia al abrigo de la soledad. Su pudor se turba aún a la vista de un ángel, y tanto amaba la
virginidad que no sólo la prefiere a los goces y grandezas de la tierra, sino
aun al insigne honor de ser la Madre de Dios, si para serlo hubiera sido
preciso perderla.
La humildad más profunda se unía con amorosa
lazada a la pureza más angelical. Ella contaba entre sus ascendientes
una falange de gloriosos monarcas, pero humilde y modesta, se condena a la más
triste oscuridad y da su mano de esposa, no al
poderoso y al grande, sino a un pobre artesano, para aceptar juntamente con su
mano de esposo las humillaciones inseparables de la pobreza. Favorecida con la plenitud de las gracias, jamás se
gloría de los favores de que es objeto.
María desprecia desde su infancia el fausto
y las riquezas para someterse a los rigores y privaciones de la indigencia. Habita en una pobre aldea y en una morada estrecha y
desmantelada, aquella que habla de sentarse un día sobre los coros de los
ángeles. Groseros y pobres vestidos cubren
la desnudez de aquella que había de tener el sol por manto y las estrellas por
corona. Ella no tiene para su Dios y su Hijo
otra cuna que una roca, ni otro lecho que un puñado de tosca paja. ¡Digna madre del Dios que no tuvo donde reposar su
cabeza, que vivió de su trabajo y que murió desnudo! María comprendió
cuantos tesoros se encerraban en aquella máxima divina que lleva el consuelo al
corazón del menesteroso: Bienaventurados los
pobres.
Y ¿quién no admira su paciencia invencible
en medio de los trabajos y sufrimientos, su inalterable dulzura aun en presencia
de los más implacables enemigos de su Hijo; su tranquilidad jamás turbada aun
en medio de los mayores peligros; su generosidad superior a todos los sacrificios
y, en fin, su obediencia ciega y muda que no investiga, ni sufre tardanzas ni
pone excusas?
Contemplemos, pues, llenos de admiración ese
digno objeto de nuestra religiosa veneración; pero no nos limitemos a honores
estériles y a una manifestación puramente exterior de nuestra admiración. Lo que hay de más esencial en el culto que le debemos, es
la imitación de esas excelentes y preciosas virtudes que son su más rica
corona. Esta es la expresión más positiva y elocuente del verdadero
amor: el que ama con sinceridad es arrastrado por
un impulso irresistible a copiar en sí mismo la imagen del objeto amado,
conformándose a él en todo lo que le permite su condición. El pequeño niño que tiene todo su amor concentrado en su
madre, trata de imitarla hasta en sus defectos.
Uno de los designios más altos que Dios se propuso en la creación de
este tipo maravilloso de perfección, fue el de
presentar a los hombres una criatura humana ataviada con todas las virtudes,
para que la tuviesen sin cesar a la vista y la imitasen a medida de las fuerzas
de cada uno. Dios quiere que imitemos a
María, haciendo de cada uno de nosotros otras tantas copias de ese divino
original. Ella no aceptaría con gusto nuestros
obsequios si no fueran acompañados del deseo de imitarla. Nos abre su corazón a fin de que dibujemos en el nuestro
todos los preciosos delineamientos del suyo.
EJEMPLO
Un rasgo de amor a María
En un pueblo de Francia había una capilla
dedicada a Santa Bárbara, en que se veneraba una hermosa estatua de María
Inmaculada, que era objeto de tierna devoción para los habitantes de la ciudad
y de sus contornos. Sucedió que esta capilla fue destruida para
sustituirla por una iglesia de mayores dimensiones; pero los recursos de que se
disponía para la obra no alcanzaron sino para lo indispensable, por lo cual la venerada estatua de María se encontraba como relegada
a un rincón del nuevo templo en tanto que fuese posible reunir los fondos necesarios
para destinarle un santuario especial.
A pesar del aparente abandono en que se la tenía, el pueblo no cesaba de
venerarla, pudiéndose ver cada día a muchas personas de rodillas ante el
pedestal en que estaba provisionalmente colocada. Entre sus más asiduos
adoradores se señalaba una pobre obrera que vivía escasamente de su trabajo. Su
corazón amante se sentía lastimado de ver que la sagrada imagen no se hallara
dignamente honrada, y no cesaba de discurrir la manera de remediar este
involuntario abandono ocasionado por la falta de recursos.
Un día, después de una fervorosa oración, se dirigió resueltamente a la
portería del convento de Capuchinos, encargados del servicio de la iglesia, e
hizo llamar al Guardián. Éste, creyendo que la pobre obrera iba en solicitud de
alguna limosna, comenzó a informarse con benevolencia acerca de su posición. No
fue pequeña su sorpresa al oír que la obrera le preguntó con ademán humilde,
pero resuelto, cuál sería la cantidad que se
necesitaba para construir un altar a la imagen de María Inmaculada.
—No se necesita menos de mil quinientos
francos, le respondió el Padre Guardián.
— ¿Esta suma bastaría, replicó la
obrera, para hacer un altar elegante y hermoso?
—Eso sería suficiente, agregó el religioso:
pero, a pesar de nuestros buenos deseos, no hemos podido reunir esa cantidad, y
nos hemos resignado a esperar que la Providencia nos la proporcione.
Seis meses después la misma obrera volvía a tocar a la puerta del
convento y a llamar al Padre Guardián. Al verle, le dijo con aire de
satisfacción: —La Divina Providencia os envía por
mi mano la cantidad necesaria para construir el altar de María.
—¿Cómo, hija mía, le dijo el religioso, sois
vos la que erogáis esta suma?
—No os asombréis, padre mío, pues aunque soy
pobre, durante seis meses trabajando más y gastando menos, he podido reunirla
para el objeto indicado.
—Pero, vos tendréis familia, padres o
hermanos…
—Yo soy sola en el mundo: mis padres, mi
familia y mi todo es la Santísima Virgen María.
—Pero a lo menos, replicó el padre, este
dinero es vuestro porvenir, y puede ser vuestro recurso en las enfermedades o
en la vejez.
—Tengo buena salud respondió la obrera, y
aún puedo con mi trabajo formar algún pequeño peculio para más tarde. En cuanto
el dinero que pongo en vuestras manos, lo he reunido para María, y a ella sola
pertenece.
El buen religioso recibió, maravillado y enternecido,
aquella suma ganada con el sudor de un pobre a costa de penosas privaciones, y
se alejó de la obrera bendiciéndola por este acto de generosidad que hallaría
su recompensa en el cielo.
En poco tiempo la estatua de María Inmaculada
se levantaba en un hermosísimo altar, sin que nadie supiera cual había sido la
mano que lo había costeado. Con esto la devoción a María se acrecentó en el
pueblo, y la generosa obrera, llena de contento, iba cada día a recoger a los
pies de su Madre bendiciones que la santificaron.
JACULATORIA
De virtudes relicario,
dechado de perfección,
haced de mi alma un santuario
que sea digno de Dios.
ORACIÓN
¡Oh María! cuán grato me es contemplaros ataviada de las más
preciosas virtudes para ser el modelo y dechado de toda santidad. La perfección
de una madre es siempre un motivo de mayor ternura y de más decidido amor para
los hijos, que no sólo ven en ella a la autora de su existencia, sino también
un modelo que imitar. Al veros tan santa, tan perfecta y tan favorecida de
Dios, no puedo menos que amaros más y más, como el tipo que Dios quiere que me
proponga copiar en mi mismo para agradarlo y conseguir la eterna salvación.
Daos a conocer ¡oh María! para que yo, penetrando en el conocimiento de vuestras sublimes
perfecciones, pueda hacerme semejante a Vos. Abrid vuestro corazón para que mis
ojos puedan extasiarse en la contemplación de las heroicas virtudes que lo
adornan. Ayudadme ¡oh Madre de gracias! a
practicar la virtud y a adquirir los merecimientos que pueden asegurarme la
posesión del reino eterno. Que la humildad, la caridad, la angelical pureza, el
desasimiento de todos los bienes de la tierra, la obediencia, y la entera
sumisión a la divina voluntad, sean ¡oh
María! las piedras preciosas de mi corona.
Yo quiero que en adelante el más valioso homenaje que deje a vuestros
pies sea el propósito de imitaros, porque ese es un obsequio que Vos estimáis
en más que las coronas y las flores con que vengo diariamente a embellecer
vuestra imagen querida. La mejor prueba del verdadero amor es el deseo de
asemejarse al objeto amado; y como yo os amo con todo el amor de un hijo, me
propongo copiar en mí, en cuanto me sea permitido, la bella imagen de vuestro
corazón, a fin de que imitándoos en la tierra, alcance en el cielo la bienaventuranza
que está prometida a todos los que os imiten. Amén.
Rezar la oración final para todos los días:
Oración final para todos los días
¡Oh María!, Madre de Jesús,
nuestro Salvador, y nuestra buena Madre nosotros venirnos a ofreceros con estos
obsequios que colocamos a vuestros pies, nuestros corazones, deseosos de seros
agradables, y a Solicitar de vuestra bondad un nuevo ardor en vuestro santo
servicio.
Dignaos presentarnos a vuestro divino Hijo;
que en vista de sus méritos y a nombre de su Santa Madre dirija nuestros pasos
por el sendero de la virtud; que haga lucir con nuevo esplendor la luz de la fe
sobre los infortunados pueblos que gimen por tanto tiempo en las tinieblas del
error; que vuelvan hacia él y cambie tantos corazones rebeldes, cuya penitencia
regocijará su corazón y el vuestro.
Que confunda a los enemigos de su Iglesia, y
que, en fin, encienda por todas partes el fuego de su ardiente caridad, que nos
colme de alegría en medio de las tribulaciones de esta vida y de esperanza para
el porvenir. Amén.
PRÁCTICAS ESPIRITUALES
1—Ejercitarse frecuentemente en la humildad,
aceptando en silencio las humillaciones y haciendo actos que nos rebajen en
concepto de los demás.
2—Adoptar
desde hoy la saludable resolución de honrar a María rezando todos los días el
santo Rosario, por ser la devoción que le es más grata.
3—Rogar
a María por la persona o personas que nos hubiesen ofendido o que nos inspiren
más aversión y desprecio.
Presbítero Vergara Antúnez.
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