—Hecha la señal de la cruz, y rezado con arrepentimiento
el Acto de Contrición, se empezará con la siguiente…
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Reina del santísimo Rosario, dulcísima Madre
de nuestras almas: aquí tenéis a vuestros hijos que,
confusos y arrepentidos de sus miserias, fatigados por las tribulaciones de la
vida, y confiando en vuestra maternal protección, vienen a postrarse ante
vuestro altar en este mes consagrado a honraros por el supremo Jerarca de la
Iglesia.
¡Oh Madre amorosísima! Nosotros queremos obsequiaros dedicándoos estos breves
momentos con toda la efusión de nuestras almas. Acogednos bajo las alas de
vuestro maternal amparo, cubridnos con vuestro manto y atraednos bondadosa a
vuestro purísimo Corazón, depósito de celestiales gracias.
Dejaos rodear de vuestros hijos, que están pendientes de vuestros
labros. Hablad, Madre querida, para que oyéndoos sumisos y poniendo en práctica
las santas inspiraciones que cual maternales consejos os dignéis concedernos
durante este bendito mes, logremos la dicha de vivir cumpliendo con perfección
la santísima voluntad de vuestro Divino Hijo, creciendo en todo momento su amor
en nuestros corazones, para que logremos la dicha de alabarle con Vos
eternamente en la Gloria. Amén.
De la caridad para con el prójimo.
De gran importancia para nuestra vida espiritual son las enseñanzas que
en este Misterio nos ofrece la Santísima Virgen. En efecto, si la contemplamos
en él después de haber concebido ya en sus purísimas entrañas al Unigénito del
Padre, observaremos que lo primero que el Señor; que habita en ella cual, en
inmaculado Tabernáculo, la inspira, es un acto de caridad para con el prójimo, en la visitación a su prima Santa Isabel: María corresponde fielmente a esta inspiración, sin que
la detengan en su cumplimiento las dificultades y privaciones de un largo y penoso
viaje; demostrándonos con su ejemplo que cuando el alma está cerca de Dios,
cuando le ama verdaderamente, no puede menos de traducirse este amor en obras
de caridad para con el prójimo; pues estos dos amores son cual dos ramas que
partiendo de un mismo tronco, han de estar unidas para florecer y dar fruto; y
pronto se marchitarían si se tratase de separarla; por lo cual dice Santa Teresa que
podremos juzgar del amor que a Dios tenemos, por la medida del qué tenemos a
nuestros hermanos, imagen suya.
Esencial es este amor al prójimo, por ser uno de los dos mandamientos en
los que está encerrada toda la ley; y su práctica es tan conforme con los
sentimientos grabados en el fondo de nuestro ser por la mano omnipotente del Señor,
que aun aquellos que no practican ninguna virtud no quieren que se les niegue
la de ser compasivos en las necesidades de sus semejantes. Podríamos comparar
el amor al prójimo, a una piedra preciosa de inmenso valor, sumamente rara, y
que todo el que no la poseyese tratara de falsificar. Pues ¿qué otra cosa son que falsificaciones de este amor esos
espectáculos en los que se ofende a Dios, y se destruye, por lo tanto, la
caridad en el alma, con el pretexto de ejercitar la beneficencia con el
prójimo; esas limosnas farisaicas hechas a son de trompeta, que fomentan el
orgullo, publicando ostentosamente que se practica la caridad, cuando en
realidad se está faltando a ella, y tantos y tantos actos que los hombres
aplauden, pero que Dios reprueba y castiga?
Pero no son estas falsificaciones de la caridad las más temibles para
las personas piadosas, a las que una vida retirada pone a cubierto de tantos y
tan extravagantes errores como en el mundo sé profesan, y que tratan de practicar
aquel consejo del Divino Maestro, cuando nos dice que ignore nuestra mano
izquierda el bien que la derecha practique Otras falsificaciones hay, qué por
lo mismo que son menos groseras, pueden engañar más fácilmente, y es tristísimo
observar tantos errores y faltas en esta materia, no ya sólo entre los
mundanos, que es natural yerren y se extravíen caminando en tinieblas, sino
también entre los que se precian de caminar a la luz del Evangelio y de
practicar sus divinas enseñanzas. En efecto: ¡cuán pocas son las conversaciones en las
que reina el espíritu de caridad; y qué diferentes son las visitas de los
cristianos de lo que debieran ser, y de lo que fué la que la Santísima Virgen
hizo a su prima Santa Isabel! María
sólo busca en esta visita la gloria de Dios y el bien del prójimo, mientras que
frecuentemente observamos que el móvil de muchas visitas de nuestros días es
alguna de las pasiones que dominan el mísero corazón humano; siendo, por
cierto, engaño lamentable el de tantas personas que se creen en camino de
perfección, olvidando que la verdadera caridad es el fundamento de esa perfección
a que aspiran.
Y es tan general ya este engaño de censurar al prójimo, que casi se
repara en él, y veces se le disfraza con apariencias de bien, sirviendo de
excusa el deseo de que se corrijan los defectos, que tal vez infundadamente se
suponen, sin reparar en las faltas que realmente se están cometiendo. O la
defensa de tales o cuales principios o ideas, o la simpatía por éste o el otro
instituto religioso; pretextos todos que parecen inspirados por el enemigo de
las almas, que está tan interesado en que a la caridad se falte. Y ya que no
pueda desconocerse que hay falta, se dice que éstas son faltas ligeras, que hay
que hablar de algo, y otras muchas excusas que en nada atenúan la gravedad del
mal. Pero si a la luz de la fe y libres de toda pasión lo considerásemos, ¡cuán distintamente
juzgaríamos, y con qué cuidado haríamos uso de nuestra lengua, de ese pequeño
miembro que puede dar la muerte en expresión del apóstol Santiago! Y
si de toda palabra ociosa hemos de dar cuenta a Dios, ¿qué será de esas palabras, no ya ociosas
solamente, sino injuriosas al prójimo, por más ilusiones que queramos hacernos?
En el Diálogo de Santa Catalina se
lee que dijo
el Señor a la Santa, respecto a aquellos que juzgan temerariamente a su prójimo: “No piensan estos
desgraciados que la lengua ha sido formada únicamente para honrarme, para
confesar sus faltas, para practicar la virtud, y trabajar en la salvación del
prójimo”.
Examinemos,
pues, si hacemos de nuestra lengua el solo uso para que fué formada. No está
prohibida en él una amena y modesta conversación, pues un recreo prudente y
santificado por una recta intención, honra también al Señor, ofreciéndosele
como descanso para reparar nuestras fuerzas, y emplearlas después con mayor
ardor en su servicio. Pero en manera alguna caben en este uso esas censuras
apasionadas, esa ligereza de juicio, ese deseo de sobreponerse a los demás, esa
falta de docilidad hacia los representantes de Dios, y de discreción en
materias de las que nadie nos ha constituido jueces, que se observan con
desconsoladora frecuencia en las conversaciones de muchas personas que deben de
aspirar a la perfección. Sepamos callar, que el silencio es padre de grandes
pensamientos, y practicándole en determinadas ocasiones, evitaremos grandes
males a nuestra alma; no miremos como falta ligera contravenir a la ley de Dios
y a los consejos y ejemplos que nuestro Divino Maestro nos dio durante su vida
mortal, y tengamos siempre presente que son “bienaventurados los
misericordiosos porque ellos alcanzarán misericordia”.
EJEMPLO
El P. Alfonso de
Zamora refiere lo siguiente: «En la ciudad de Valencia dio San Luis Beltrán un
rosario bendito que había. Llevado de estas Indias a una persona de mucha
calidad, diciéndole: «Tened en gran reverencia
este Rosario, porque en las Indias ha sanado enfermos, convertido pecadores y
aun pienso que ha resucitado muertos.» Fué muy público en el reino de
Granada, que en un pueblo donde el Santo predicaba, con el rosario resucitó a
una muchacha de pocos años, hija de, una india que había convertido. Tenía el
bienaventurado Padre aquel rosario en tan gran veneración, que enviaba algunas
veces a pedirle a aquella persona a quien lo había dado, para ponérselo a los
enfermos. A otra persona devota y espiritual dijo claramente: «Dios
me ha hecho la merced de que con este Rosario he resucitado muertos.» En la Bula de canonización del Santo se consigna esto
mismo, y se añade que con el Rosario salvó a un náufrago, que por espacio de un
día y dos noches estuvo en el mar nadando, al cual el santo esperó en la orilla
con vestido y alimento, sabiendo que arribaría allí. Dícese también en la misma
Bula que aun cuando cayeran aguas torrenciales, se libraba de la mojadura el
Santo y los que le acompañaban, por virtud del rosario. (P. Pradel.)
SANTOS Y REYES DEVOTOS DEL ROSARIO.
San
Francisco de Asís, glorioso fundador de la
Orden Franciscana, aprendió en sus pláticas espirituales con Santo Domingo, la
devoción del Rosario, la cual recomendaba frecuentemente a sus innumerables y
santos hijos. (Revista del Rosario.)
Segismundo I, rey de Polonia,
implorando el auxilio de la Virgen del Rosario, obtuvo celebérrima victoria de
los moscovitas, matando cuarenta mil hombres y haciendo diez mil prisioneros, y
obtuvo del Papa León X que el aniversario de esta victoria se celebrase en
todas las iglesias de su reino. (P.
Alvarez.)
ELOGIOS PONTIFICIOS
El Rosario es una oración en gran manera grata
a la Virgen, llena de eficacia para la defensa de la Iglesia y del pueblo
cristiano, y para impetrar de Dios públicos y particulares beneficios. (León XIII)
OBSEQUIO
El
obsequio a la Santísima Virgen para este día, y lo mismo para todos los del mes
será redoblar en cada uno de ellos el fervor en la recitación del Santo
Rosario, y la atención en la meditación de sus misterios. También se podrá
ofrecer a la Santísima Virgen como obsequio, los actos de piedad que inspire a
cada uno su devoción.
SÚPLICAS Á LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.
Os saludamos, Virgen Santísima, Hija de Dios
Padre, bendiciendo a Dios, que os preservó de toda mancha en vuestra Inmaculada
Concepción. Por tan excelsa prerrogativa os rogamos nos concedáis
pureza de alma y cuerpo, y que nuestras conciencias estén siempre libres, no
sólo del pecado mortal, sino también de toda voluntaria falta é imperfección. (Avemaría).
Os saludamos, Virgen Santísima, Madre de
Dios Hijo, bendiciendo a Dios, que os concedió el privilegio de unir la virginidad
a la maternidad divina. Por tan singular beneficio os
rogamos que nos concedáis la gracia de vivir cumpliendo nuestras respectivas
obligaciones, sin apartarnos nunca de la presencia de Dios, dirigiendo a su
gloria y ofreciendo, por su amor hasta nuestro más leve movimiento,
santificando, así todas nuestras obras. (Avemaría).
Os saludamos, Virgen santísima, Esposa de
Dios Espíritu Santo, bendiciendo a Dios por la gracia que os concedió en
vuestra Asunción, glorificándoos en alma y cuerpo. Por tan portentosa gracia os rogamos nos alcancéis la de una
muerte preciosa a los ojos del Señor y que nos consoléis bondadosa en aquellos
supremos momentos, para que, confiados en vuestro poderoso auxilio, resistamos
a los combates del enemigo y muramos dulcemente reclinados en vuestros amantes
brazos. (Avemaría).
ORACIÓN FINAL
¡Oh Virgen Santísima del Rosario, Madre de
Dios, Reina del cielo, consuelo del mundo y terror del infierno! ¡Oh encanto
suavísimo de nuestras almas, refugio en nuestras necesidades, consuelo en
nuestras penas, desalientos y pruebas! A Vos llegamos con filial
confianza para depositar en vuestro tiernísimo Corazón todas nuestras
necesidades, deseos, temores, tribulaciones y empresas. Vos, Madre mía, lo
conocéis todo y omnipotente por gracia, podéis remediarnos. Vos nos amáis, Madre
querida, y queréis todo nuestro bien. ¡Ah y cuán consolador es saber que no hay dolor para el que
no nos ofrezcáis alivio, ni situación para la que no haya misericordia en
vuestro amante Corazón! Por esto nos arrojamos confiadamente en
vuestros brazos, esperando vuestro amparo maternal. Somos vuestros hijos,
aunque indignos por nuestras miserias y por la ingratitud con qué hemos correspondido
a vuestros maternales. favores. Pero una vez más, perdonadnos, oíd nuestras súplicas
y despachadlas favorablemente. Haced, Madre querida, que no olvidemos las
saludables enseñanzas que se desprenden de la consideración de los misterios
del santo Rosario, ni
las inspiraciones que durante ella nos habéis concedido, para que, imitándoos
como buenos hijos, durante el destierro de la vida, merezcamos la dicha de
vivir con Vos en las alegrías de la patria bienaventurada, alabando y
bendiciendo al Señor por los siglos de los siglos. Amén.
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