—Hecha la señal de la cruz, y rezado con arrepentimiento
el Acto de Contrición, se empezará con la siguiente…
ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS
Reina del santísimo Rosario, dulcísima Madre
de nuestras almas: aquí tenéis a vuestros hijos que,
confusos y arrepentidos de sus miserias, fatigados por las tribulaciones de la
vida, y confiando en vuestra maternal protección, vienen a postrarse ante
vuestro altar en este mes consagrado a honraros por el supremo Jerarca de la
Iglesia.
¡Oh Madre amorosísima! Nosotros queremos obsequiaros dedicándoos estos breves
momentos con toda la efusión de nuestras almas. Acogednos bajo las alas de
vuestro maternal amparo, cubridnos con vuestro manto y atraednos bondadosa a vuestro
purísimo Corazón, depósito de celestiales gracias.
Dejaos rodear de vuestros hijos, que están pendientes de vuestros
labros. Hablad, Madre querida, para que oyéndoos sumisos y poniendo en práctica
las santas inspiraciones que cual maternales consejos os dignéis concedernos
durante este bendito mes, logremos la dicha de vivir cumpliendo con perfección
la santísima voluntad de vuestro Divino Hijo, creciendo en todo momento su amor
en nuestros corazones, para que logremos la dicha de alabarle con Vos
eternamente en la Gloria. Amén.
DIA DECIMOSEXTO —16 de
octubre.
Segunda consideración sobré el segundo
Misterio doloroso.
De la obediencia y
perseverancia en la práctica de la mortificación.
Considerando
ayer los terribles azotes que nuestro adorable Salvador sufrió atado a la
columna, comprendimos la necesidad de hacer penitencia para satisfacer por
nuestros pecados, y para seguir el ejemplo que el Divino Maestro, y a su
imitación todos los Santos, nos dan en este punto; y vimos también que no es
posible elevarse por las alturas de la perfección cristiana sin atravesar el
camino del sacrificio, del vencimiento propio, y de la penitencia. Mas
no se crea que por ser tan necesaria la mortificación se debe uno lanzar a
practicarla sin otro guía que el propio juicio, pues de este modo la
mortificación podría ser inútil y hasta perjudicial. La prudencia, que es la
reguladora de todas las virtudes, lo es también muy especialmente de ésta; y para
que ella sea fructuosa, son indispensables la perseverancia y la obediencia. «Toda mortificación
corporal, unida a la Pasión de Nuestro Señor (dice el P. Faber), debe ser practicada por una humilde
obediencia, jamás por elección propia y sin autorización del superior;» y añade después: «La firme perseverancia
en las austeridades permitidas, a pesar de las repugnancias de la naturaleza,
es de una importancia infinitamente mayor que su número y severidad.»
De suma importancia son estas dos reflexiones,
ya que la obediencia es más grata al Señor que el
sacrificio, y sería engaño lamentable el apartarse de ella, tanto en
esto como en otro particular; pues nuestras obras,
por muy excelentes que en sí fueran, no tendrían el valor, a los ojos de Dios,
que las más sencillas prácticas informadas por la obediencia. En cuanto
a la perseverancia en los ejercicios de mortificación que hemos abrazado,
debemos ser extremadamente exactos en su cumplimiento, no dejándolos ni demorándolos,
sin muy notable causa, pues a esta constante fidelidad en la observancia del
plan de vida, sabiamente trazado por un prudente director, están vinculadas
gracias muy especiales, y parece que el enemigo de nuestra salvación forma
también un especial empeño en que a ella faltemos. Muy cautos debemos de ser,
por lo tanto, en conocer sus astucias, y no fijar la atención en esas mil
dificultades que diariamente parecen oponerse a que sigamos las prácticas ordinarias;
teniendo por regla fija é invariable seguirlas constantemente, cueste lo que
costare, sin atender a esas dificultades, repugnancias y malecillos, que vienen
como a hacernos poner en tela de juicio, si serán suficiente motivo para omitir
por el momento lo que debemos practicar. Si el mal es grave, por sí solo se queja, dice Santa Teresa; y cuando las dificultades son verdaderamente
tales, no dan lugar a vacilación.
Sepamos, pues, ser generosos en esta fidelidad y digamos en esas repugnancias y
turbaciones: ¡Oh
Señor! Si yo hubiese de hacer mi voluntad, si mi
cuerpo me perteneciera, ciertamente que no le mortificaría en este instante, en
el que siento para hacerlo tanta dificultad; pero como todo os lo he entregado
y a Vos pertenece, éste es el momento de probar que de veras os pertenezco, y
he de ser víctima inmolada a vuestra adorable voluntad, sin que la mía entre
para nada en mis obras. Pronto ahuyentaremos al enemigo con semejante conducta,
y muchas veces terminaremos consolados la obra que con tanta repugnancia
habíamos comenzado.
Refería un religioso dedicado a dar ejercicios
espirituales, que después de hacerlos fervorosamente una señora, resolvió
sujetarse a un plan de vida de gran austeridad, lo que consiguió sin dificultad
la primera semana. Mas la segunda, cuando hubo de dar cuenta a este Padre, su
director; fué acongojada, pues sus fuerzas parecían extinguirse y no sabía qué
resolver ante esta duda que interiormente le atormentaba. ¿Cómo podrás sufrir toda
tu vida un martirio semejante? El
Padre, conociendo la emboscada del enemigo de las almas, acogió con benignidad
a aquella afligida por esta tentación, diciéndola: «Bien, hija mía, esté
tranquila y no piense por cuánto tiempo ha de seguir la vida que ha emprendido;
sólo quiero que, si tiene valor para ello, la observe con exacta fidelidad esta
semana, y veremos después.» Aquella
alma, viendo tan corto plazo, prometió seguir practicando durante él aquello
mismo que tan imposible le parecía, y el Señor la dio tanto esfuerzo, que
cuando la semana terminó, ella misma solicitaba de su director abrazar hasta la
muerte aquella forma de vida tan austera, ante la cual se había estremecido la
naturaleza.
Desechemos, pues, semejantes tentaciones, si
se presentan, ocupándonos en lo que actualmente hacemos, sin discutir nunca en
nuestro interior sobre si tendremos o no fuerzas para practicar durante tanto o
cuánto tiempo, tal o cuál obra; pues que no sabemos si aquel tiempo llegará
para nosotros, y, si llega, nunca nos negará el Señor los necesarios auxilios
para cumplir su voluntad santísima, si humilde y confiadamente se lo pedimos,
pues no se deja vencer en generosidad, y si somos fieles en su servicio, irán
en aumento sus gracias, y con ellas se nos harán soportables y hasta dulces las
prácticas de la cristiana mortificación.
EJEMPLO
En Jaffa, de Galilea, tuvo lugar un hecho estupendo el día
14 de Abril de 1886.
Sor Catalina, una de las Hermanas del Rosario allí instaladas, estaba sacando agua
de un pozo, ancho, hondo y sin brocal. Una niña, llamada Neseira, que asistía a la escuela de las Hermanas,
corrió apresuradamente hacia ella queriendo ayudarla; mas al llegar, cerca del
borde tropezó y se precipitó en el fondo del pozo. Grande fué la consternación
de Sor Catalina y de las demás religiosas. Instantáneamente se extendió por el
pueblo la funesta noticia, que atrajo al lugar del suceso gran número de
personas. Milagro de Dios fué sin duda que dejasen con vida a las Hermanas, porque
todos se mostraban enfurecidos contra ellas, cual si fueran autoras de un
crimen. Todos miraban al fondo del pozo, todos gritaban a la infortunada niña
que cerrase la boca y se agarrase a la cuerda que la tiraron, más en vano; la
niña estaba sumergida en el fondo del pozo, sin señal alguna de movimiento. Sus
desolados padres, creyéndola perdida para siempre, hacían extremos dé dolor.
Más de una hora hacía que Neseira estaba sumergida en las aguas. Los muchos
circunstantes, perdida ya la esperanza, iban retirándose poco a poco, quién llorando,
quién imprecando, quién proponiendo se cumpliese la costumbre árabe, es decir, reclamar
de las Hermanas por precio de sangre una fuerte suma.
En tan críticos y angustiosos momentos, cae
de rodillas la Hermana Sor Catalina, exclamando: «¡Virgen Santísima del
Rosario, Vos sois toda nuestra esperanza, socorrednos!» Y al decir esto, movida por súbita
inspiración de lo alto, se arranca de la cintura su rosario, lo arroja al pozo
y luego introduce en el agua el cubo con que la sacaba poco antes. A los pocos
momentos, la cuerda del cubo se movía. Se reanimó la esperanza; todos unánimemente
invocaron a la Santísima Virgen; nunca se había orado con tanto fervor en aquel
triste rincón de la tierra. Tiran de la cuerda, y un bulto se asomó sobre el
agua. «Es Neseira,» prorrumpen todos a una voz. Y, en
efecto, la niña, con los pies en el cubo, el rosario en la mano, asida a la
cuerda, salió del pozo sin la menor lesión interior ni exterior.
Atónitos los espectadores ante hecho tan asombroso,
convirtieron sus lamentos en exclamaciones de alegría. Preguntaron a Neseira
qué había visto, qué oído, y ella respondió riendo: «Nada vi ni oí, hasta el
momento en que sentí alguna cosa, sobre mi pierna: era el rosario. Apenas le
hube asido, abrí los ojos, y viendo una gran luz, apercibí muy claramente el
cubo y la cuerda, a los cuales me agarré.» Cambiados luego sus chorreantes vestidos, Neseira se dirigió al
oratorio de las Hermanas para dar gracias a la Virgen del Rosario por favor tan
insigne; y desde aquel día quiso llamarse, y la llama todo el mundo, María del
Rosario. (Revista del Rosario.)
SANTOS Y REYES DEVOTOS DEL ROSARIO
San Vicente de Paúl llevaba
siempre un rosario colgado a la cintura, no tan sólo para rezarlo con
frecuencia, sino también para hacer una profesión exterior y pública de su veneración
a la Reina de los cielos.
(Revista
del Rosario.)
Leopoldo I rezaba todos los días
el Rosario, y no se avergonzaba de mostrarle públicamente; y por todo su
imperio hasta los niños practicaban con tanto fervor esta devoción admirable,
que un predicador predijo que pronto aquellos niños azotarían a los turcos con
sus rosarios. (P. Bussher)
ELOGIOS PONTIFICIOS DEL ROSARIO
El Rosario fué instituido por Santo Domingo,
por inspiración del Espíritu Santo, para utilidad de la Religión católica. (Sixto V)
OBSEQUIO
El
obsequio a la Santísima Virgen para este día, y lo mismo para todos los del mes
será redoblar en cada uno de ellos el fervor en la recitación del Santo
Rosario, y la atención en la meditación de sus misterios. También se podrá
ofrecer a la Santísima Virgen como obsequio, los actos de piedad que inspire a
cada uno su devoción.
SÚPLICAS Á LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.
Os
saludamos, Virgen Santísima, Hija de Dios Padre, bendiciendo a Dios, que os
preservó de toda mancha en vuestra Inmaculada Concepción. Por
tan excelsa prerrogativa os rogamos nos concedáis pureza de alma y cuerpo, y
que nuestras conciencias estén siempre libres, no sólo del pecado mortal, sino
también de toda voluntaria falta é imperfección. (Avemaría).
Os saludamos, Virgen Santísima, Madre de
Dios Hijo, bendiciendo a Dios, que os concedió el privilegio de unir la
virginidad a la maternidad divina. Por
tan singular beneficio os rogamos que nos concedáis la gracia de vivir cumpliendo
nuestras respectivas obligaciones, sin apartarnos nunca de la presencia de
Dios, dirigiendo a su gloria y ofreciendo, por su amor hasta nuestro más leve
movimiento, santificando, así todas nuestras obras. (Avemaría).
Os saludamos, Virgen santísima, Esposa de
Dios Espíritu Santo, bendiciendo a Dios por la gracia que os concedió en
vuestra Asunción, glorificándoos en alma y cuerpo. Por tan portentosa gracia os rogamos nos alcancéis la de una
muerte preciosa a los ojos del Señor y que nos consoléis bondadosa en aquellos
supremos momentos, para que, confiados en vuestro poderoso auxilio, resistamos
a los combates del enemigo y muramos dulcemente reclinados en vuestros amantes
brazos. (Avemaría).
ORACIÓN FINAL
¡Oh Virgen Santísima del Rosario, Madre de
Dios, Reina del cielo, consuelo del mundo y terror del infierno! ¡Oh encanto
suavísimo de nuestras almas, refugio en nuestras necesidades, consuelo en
nuestras penas, desalientos y pruebas! A Vos llegamos con filial
confianza para depositar en vuestro tiernísimo Corazón todas nuestras
necesidades, deseos, temores, tribulaciones y empresas. Vos, Madre mía, lo
conocéis todo y omnipotente por gracia, podéis remediarnos. Vos nos amáis, Madre
querida, y queréis todo nuestro bien. ¡Ah y cuán consolador es saber que no hay dolor para el que
no nos ofrezcáis alivio, ni situación para la que no haya misericordia en
vuestro amante Corazón! Por esto nos arrojamos confiadamente en vuestros
brazos, esperando vuestro amparo maternal. Somos vuestros hijos, aunque
indignos por nuestras miserias y por la ingratitud con qué hemos correspondido a
vuestros maternales. favores. Pero una vez más, perdonadnos, oíd nuestras súplicas
y despachadlas favorablemente. Haced, Madre querida, que no olvidemos las
saludables enseñanzas que se desprenden de la consideración de los misterios
del santo Rosario, ni
las inspiraciones que durante ella nos habéis concedido, para que, imitándoos
como buenos hijos, durante el destierro de la vida, merezcamos la dicha de
vivir con Vos en las alegrías de la patria bienaventurada, alabando y
bendiciendo al Señor por los siglos de los siglos. Amén.
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