sábado, 16 de octubre de 2021

MES DE OCTUBRE CONSAGRADO A MARÍA A TRAVÉS DEL SANTO ROSARIO. DÍA 16.


 

—Hecha la señal de la cruz, y rezado con arrepentimiento el Acto de Contrición, se empezará con la siguiente…

 

 

ORACIÓN PARA TODOS LOS DÍAS



   Reina del santísimo Rosario, dulcísima Madre de nuestras almas: aquí tenéis a vuestros hijos que, confusos y arrepentidos de sus miserias, fatigados por las tribulaciones de la vida, y confiando en vuestra maternal protección, vienen a postrarse ante vuestro altar en este mes consagrado a honraros por el supremo Jerarca de la Iglesia.

 

 

   ¡Oh Madre amorosísima! Nosotros queremos obsequiaros dedicándoos estos breves momentos con toda la efusión de nuestras almas. Acogednos bajo las alas de vuestro maternal amparo, cubridnos con vuestro manto y atraednos bondadosa a vuestro purísimo Corazón, depósito de celestiales gracias.

 

 

   Dejaos rodear de vuestros hijos, que están pendientes de vuestros labros. Hablad, Madre querida, para que oyéndoos sumisos y poniendo en práctica las santas inspiraciones que cual maternales consejos os dignéis concedernos durante este bendito mes, logremos la dicha de vivir cumpliendo con perfección la santísima voluntad de vuestro Divino Hijo, creciendo en todo momento su amor en nuestros corazones, para que logremos la dicha de alabarle con Vos eternamente en la Gloria. Amén.





DIA DECIMOSEXTO —16 de octubre.

 

 

Segunda consideración sobré el segundo Misterio doloroso.

 

 

De la obediencia y perseverancia en la práctica de la mortificación.

 

 

 

   Considerando ayer los terribles azotes que nuestro adorable Salvador sufrió atado a la columna, comprendimos la necesidad de hacer penitencia para satisfacer por nuestros pecados, y para seguir el ejemplo que el Divino Maestro, y a su imitación todos los Santos, nos dan en este punto; y vimos también que no es posible elevarse por las alturas de la perfección cristiana sin atravesar el camino del sacrificio, del vencimiento propio, y de la penitencia. Mas no se crea que por ser tan necesaria la mortificación se debe uno lanzar a practicarla sin otro guía que el propio juicio, pues de este modo la mortificación podría ser inútil y hasta perjudicial. La prudencia, que es la reguladora de todas las virtudes, lo es también muy especialmente de ésta; y para que ella sea fructuosa, son indispensables la perseverancia y la obediencia. «Toda mortificación corporal, unida a la Pasión de Nuestro Señor (dice el P. Faber), debe ser practicada por una humilde obediencia, jamás por elección propia y sin autorización del superior;» y añade después: «La firme perseverancia en las austeridades permitidas, a pesar de las repugnancias de la naturaleza, es de una importancia infinitamente mayor que su número y severidad.»

 

   De suma importancia son estas dos reflexiones, ya que la obediencia es más grata al Señor que el sacrificio, y sería engaño lamentable el apartarse de ella, tanto en esto como en otro particular; pues nuestras obras, por muy excelentes que en sí fueran, no tendrían el valor, a los ojos de Dios, que las más sencillas prácticas informadas por la obediencia. En cuanto a la perseverancia en los ejercicios de mortificación que hemos abrazado, debemos ser extremadamente exactos en su cumplimiento, no dejándolos ni demorándolos, sin muy notable causa, pues a esta constante fidelidad en la observancia del plan de vida, sabiamente trazado por un prudente director, están vinculadas gracias muy especiales, y parece que el enemigo de nuestra salvación forma también un especial empeño en que a ella faltemos. Muy cautos debemos de ser, por lo tanto, en conocer sus astucias, y no fijar la atención en esas mil dificultades que diariamente parecen oponerse a que sigamos las prácticas ordinarias; teniendo por regla fija é invariable seguirlas constantemente, cueste lo que costare, sin atender a esas dificultades, repugnancias y malecillos, que vienen como a hacernos poner en tela de juicio, si serán suficiente motivo para omitir por el momento lo que debemos practicar. Si el mal es grave, por sí solo se queja, dice Santa Teresa; y cuando las dificultades son verdaderamente tales, no dan lugar a vacilación. Sepamos, pues, ser generosos en esta fidelidad y digamos en esas repugnancias y turbaciones: ¡Oh Señor! Si yo hubiese de hacer mi voluntad, si mi cuerpo me perteneciera, ciertamente que no le mortificaría en este instante, en el que siento para hacerlo tanta dificultad; pero como todo os lo he entregado y a Vos pertenece, éste es el momento de probar que de veras os pertenezco, y he de ser víctima inmolada a vuestra adorable voluntad, sin que la mía entre para nada en mis obras. Pronto ahuyentaremos al enemigo con semejante conducta, y muchas veces terminaremos consolados la obra que con tanta repugnancia habíamos comenzado.

 


   Refería un religioso dedicado a dar ejercicios espirituales, que después de hacerlos fervorosamente una señora, resolvió sujetarse a un plan de vida de gran austeridad, lo que consiguió sin dificultad la primera semana. Mas la segunda, cuando hubo de dar cuenta a este Padre, su director; fué acongojada, pues sus fuerzas parecían extinguirse y no sabía qué resolver ante esta duda que interiormente le atormentaba. ¿Cómo podrás sufrir toda tu vida un martirio semejante? El Padre, conociendo la emboscada del enemigo de las almas, acogió con benignidad a aquella afligida por esta tentación, diciéndola: «Bien, hija mía, esté tranquila y no piense por cuánto tiempo ha de seguir la vida que ha emprendido; sólo quiero que, si tiene valor para ello, la observe con exacta fidelidad esta semana, y veremos después.» Aquella alma, viendo tan corto plazo, prometió seguir practicando durante él aquello mismo que tan imposible le parecía, y el Señor la dio tanto esfuerzo, que cuando la semana terminó, ella misma solicitaba de su director abrazar hasta la muerte aquella forma de vida tan austera, ante la cual se había estremecido la naturaleza.

 

   Desechemos, pues, semejantes tentaciones, si se presentan, ocupándonos en lo que actualmente hacemos, sin discutir nunca en nuestro interior sobre si tendremos o no fuerzas para practicar durante tanto o cuánto tiempo, tal o cuál obra; pues que no sabemos si aquel tiempo llegará para nosotros, y, si llega, nunca nos negará el Señor los necesarios auxilios para cumplir su voluntad santísima, si humilde y confiadamente se lo pedimos, pues no se deja vencer en generosidad, y si somos fieles en su servicio, irán en aumento sus gracias, y con ellas se nos harán soportables y hasta dulces las prácticas de la cristiana mortificación.

 

 


 

EJEMPLO

 

 

   En Jaffa, de Galilea, tuvo lugar un hecho estupendo el día 14 de Abril de 1886.

   Sor Catalina, una de las Hermanas del Rosario allí instaladas, estaba sacando agua de un pozo, ancho, hondo y sin brocal. Una niña, llamada Neseira, que asistía a la escuela de las Hermanas, corrió apresuradamente hacia ella queriendo ayudarla; mas al llegar, cerca del borde tropezó y se precipitó en el fondo del pozo. Grande fué la consternación de Sor Catalina y de las demás religiosas. Instantáneamente se extendió por el pueblo la funesta noticia, que atrajo al lugar del suceso gran número de personas. Milagro de Dios fué sin duda que dejasen con vida a las Hermanas, porque todos se mostraban enfurecidos contra ellas, cual si fueran autoras de un crimen. Todos miraban al fondo del pozo, todos gritaban a la infortunada niña que cerrase la boca y se agarrase a la cuerda que la tiraron, más en vano; la niña estaba sumergida en el fondo del pozo, sin señal alguna de movimiento. Sus desolados padres, creyéndola perdida para siempre, hacían extremos dé dolor. Más de una hora hacía que Neseira estaba sumergida en las aguas. Los muchos circunstantes, perdida ya la esperanza, iban retirándose poco a poco, quién llorando, quién imprecando, quién proponiendo se cumpliese la costumbre árabe, es decir, reclamar de las Hermanas por precio de sangre una fuerte suma.

 

   En tan críticos y angustiosos momentos, cae de rodillas la Hermana Sor Catalina, exclamando: «¡Virgen Santísima del Rosario, Vos sois toda nuestra esperanza, socorrednos!» Y al decir esto, movida por súbita inspiración de lo alto, se arranca de la cintura su rosario, lo arroja al pozo y luego introduce en el agua el cubo con que la sacaba poco antes. A los pocos momentos, la cuerda del cubo se movía. Se reanimó la esperanza; todos unánimemente invocaron a la Santísima Virgen; nunca se había orado con tanto fervor en aquel triste rincón de la tierra. Tiran de la cuerda, y un bulto se asomó sobre el agua. «Es Neseira,» prorrumpen todos a una voz. Y, en efecto, la niña, con los pies en el cubo, el rosario en la mano, asida a la cuerda, salió del pozo sin la menor lesión interior ni exterior.

 

   Atónitos los espectadores ante hecho tan asombroso, convirtieron sus lamentos en exclamaciones de alegría. Preguntaron a Neseira qué había visto, qué oído, y ella respondió riendo: «Nada vi ni oí, hasta el momento en que sentí alguna cosa, sobre mi pierna: era el rosario. Apenas le hube asido, abrí los ojos, y viendo una gran luz, apercibí muy claramente el cubo y la cuerda, a los cuales me agarré.» Cambiados luego sus chorreantes vestidos, Neseira se dirigió al oratorio de las Hermanas para dar gracias a la Virgen del Rosario por favor tan insigne; y desde aquel día quiso llamarse, y la llama todo el mundo, María del Rosario. (Revista del Rosario.)

 

 

 

SANTOS Y REYES DEVOTOS DEL ROSARIO

 

 


San Vicente de Paúl llevaba siempre un rosario colgado a la cintura, no tan sólo para rezarlo con frecuencia, sino también para hacer una profesión exterior y pública de su veneración a la Reina de los cielos. (Revista del Rosario.)

 

 



 

Leopoldo I rezaba todos los días el Rosario, y no se avergonzaba de mostrarle públicamente; y por todo su imperio hasta los niños practicaban con tanto fervor esta devoción admirable, que un predicador predijo que pronto aquellos niños azotarían a los turcos con sus rosarios. (P. Bussher)

 

 



ELOGIOS PONTIFICIOS DEL ROSARIO

 

 



El Rosario fué instituido por Santo Domingo, por inspiración del Espíritu Santo, para utilidad de la Religión católica. (Sixto V)



OBSEQUIO

 

 

   El obsequio a la Santísima Virgen para este día, y lo mismo para todos los del mes será redoblar en cada uno de ellos el fervor en la recitación del Santo Rosario, y la atención en la meditación de sus misterios. También se podrá ofrecer a la Santísima Virgen como obsequio, los actos de piedad que inspire a cada uno su devoción.

 

 

 

SÚPLICAS Á LA SANTÍSIMA VIRGEN PARA TODOS LOS DÍAS DEL MES.

 

 

   Os saludamos, Virgen Santísima, Hija de Dios Padre, bendiciendo a Dios, que os preservó de toda mancha en vuestra Inmaculada Concepción. Por tan excelsa prerrogativa os rogamos nos concedáis pureza de alma y cuerpo, y que nuestras conciencias estén siempre libres, no sólo del pecado mortal, sino también de toda voluntaria falta é imperfección. (Avemaría).

 

 

   Os saludamos, Virgen Santísima, Madre de Dios Hijo, bendiciendo a Dios, que os concedió el privilegio de unir la virginidad a la maternidad divina. Por tan singular beneficio os rogamos que nos concedáis la gracia de vivir cumpliendo nuestras respectivas obligaciones, sin apartarnos nunca de la presencia de Dios, dirigiendo a su gloria y ofreciendo, por su amor hasta nuestro más leve movimiento, santificando, así todas nuestras obras. (Avemaría).

 

 

   Os saludamos, Virgen santísima, Esposa de Dios Espíritu Santo, bendiciendo a Dios por la gracia que os concedió en vuestra Asunción, glorificándoos en alma y cuerpo. Por tan portentosa gracia os rogamos nos alcancéis la de una muerte preciosa a los ojos del Señor y que nos consoléis bondadosa en aquellos supremos momentos, para que, confiados en vuestro poderoso auxilio, resistamos a los combates del enemigo y muramos dulcemente reclinados en vuestros amantes brazos. (Avemaría).

 

 

ORACIÓN FINAL

 

 

   ¡Oh Virgen Santísima del Rosario, Madre de Dios, Reina del cielo, consuelo del mundo y terror del infierno! ¡Oh encanto suavísimo de nuestras almas, refugio en nuestras necesidades, consuelo en nuestras penas, desalientos y pruebas! A Vos llegamos con filial confianza para depositar en vuestro tiernísimo Corazón todas nuestras necesidades, deseos, temores, tribulaciones y empresas. Vos, Madre mía, lo conocéis todo y omnipotente por gracia, podéis remediarnos. Vos nos amáis, Madre querida, y queréis todo nuestro bien. ¡Ah y cuán consolador es saber que no hay dolor para el que no nos ofrezcáis alivio, ni situación para la que no haya misericordia en vuestro amante Corazón! Por esto nos arrojamos confiadamente en vuestros brazos, esperando vuestro amparo maternal. Somos vuestros hijos, aunque indignos por nuestras miserias y por la ingratitud con qué hemos correspondido a vuestros maternales. favores. Pero una vez más, perdonadnos, oíd nuestras súplicas y despachadlas favorablemente. Haced, Madre querida, que no olvidemos las saludables enseñanzas que se desprenden de la consideración de los misterios del santo Rosario, ni las inspiraciones que durante ella nos habéis concedido, para que, imitándoos como buenos hijos, durante el destierro de la vida, merezcamos la dicha de vivir con Vos en las alegrías de la patria bienaventurada, alabando y bendiciendo al Señor por los siglos de los siglos. Amén.

 

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