EL ROSARIO
SU ORIGEN Y SU
NATURALEZA
“Cuando Dios envió al arcángel Gabriel a la
Bienaventurada Virgen María para anunciarle el misterio de la Encarnación del
Hijo de Dios en su casto seno, la saludó en estos términos: Ave, María, llena eres de gracia; el Señor es contigo; bendita
tú eres entre todas las mujeres. (San
Lucas, 1, 28). Estas
palabras, las más dulces que ninguna criatura haya oído jamás, se repiten de edad
en edad en los labios de los cristianos, y desde el fondo de este valle de lágrimas
no cesan éstos de repetir a la madre de su Salvador: Ave, María. Las jerarquías del cielo,
para dirigir a la humilde hija de David esta gloriosa salutación, habían
deputado uno de sus jefes; y ahora que está sentada encima de los ángeles y de
todos los coros celestiales, el linaje humano, que la tuvo por hija y por
hermana, le envía desde aquí abajo la salutación angélica: Ave, María. Cuando la Virgen la oyó
por primera vez de boca de Gabriel, concibió al punto
en su purísimo vientre al Verbo de Dios; y ahora, cada vez que una boca
humana le repite estas palabras, que fueron la señal de su maternidad, sus entrañas palpitan al recuerdo de un momento que no tuvo
semejante en el cielo ni en la tierra, y toda la eternidad se llena del júbilo
que ella siente.
Ahora bien: aunque los cristianos tenían
costumbre de convertir de esta suerte su corazón hacia María, nada de regular
ni de solemne tenía, sin embargo, el uso inmemorial de esta salutación. Los
fieles, para dirigírsela a su Bienaventurada protectora, no se reunían; cada
cual seguía para ello el impulso privado de su amor. Domingo, que no ignoraba
el poder de la asociación en la plegaria, creyó que sería útil aplicarla A la
salutación angélica, y que este clamor común de todo un pueblo reunido, subiría
hasta el cielo con grande eficacia. La misma brevedad de las palabras del ángel
exigía que se repitiesen cierto número de veces, como aquellas uniformes
aclamaciones con que la gratitud de los pueblos vitorea a los soberanos. Pero
la repetición podía engendrar la distracción de la mente, y Domingo obvió este
peligro distribuyendo en varias series las salutaciones orales, y a cada una de
ellas unió el pensamiento de uno de los misterios de nuestra redención, que fueron sucesivamente para la bienaventurada Virgen un
motivo de júbilo, de dolor y de triunfo. De este modo la meditación íntima se unía a la oración pública, y el
pueblo, saludando a su Madre y a su Reina, la seguía en el fondo de su corazón
en cada uno de los principales sucesos de su vida, Domingo formó una
cofradía para asegurar mejor la duración y solemnidad de este modo de
suplicación.
Su piadoso pensamiento fué bendecido por el
más grande de los triunfos: un triunfo popular; el
pueblo cristiano se ha adherido a él de siglo en siglo con increíble fidelidad.
Las cofradías del Rosario se han multiplicado hasta el infinito; seguramente no
habrá en el mundo un solo cristiano que no tenga su rosario. En las
iglesias de los pueblos, ¿quién no ha oído por la
tarde la voz grave de los aldeanos recitando a dos coros la salutación
angélica? ¿Quién no ha encontrado procesiones de peregrinos repasando con los
dedos las cuentas de sus rosarios, y abreviando el largo afán del camino con la
repetición alternativa del nombre de María? Siempre que una cosa llega a
perpetuarse y a hacerse universal, necesariamente encierra una misteriosa
armonía con las necesidades y el destino del hombre. El racionalista sonríe
viendo pasar largas hileras de hombres que van diciendo y volviendo a decir una
misma palabra; el que está iluminado por una luz mejor, comprende que el amor
no tiene más que una palabra, y que, diciéndola siempre, no la repite nunca.
La devoción del Rosario fué interrumpida por la terrible
peste que asoló la Europa en el siglo XIV, y
la renovó en el XV Alán de la Roche, dominico
bretón. En 1573, el Soberano Pontífice Gregorio XIII, en conmemoración de la famosa batalla de Lepanto,
ganada contra los turcos en tiempo de un Papa
dominico, en el día mismo en que las cofradías del Rosario hacían en Roma y en
el mundo cristiano procesiones públicas, instituyó la fiesta que toda la
Iglesia celebra bajo el nombre de fiesta de
la Virgen del Rosario, cada año el
primer domingo de Octubre”.
(P.
LACORDAIRE: Vida de Santo Domingo, cap.
VI)
Tal es el origen del Santo Rosario: este hecho histórico no es posible ponerlo en duda, desde
que doce Sumos Pontífices proclamaron a Santo Domingo autor y fundador de esta
santa devoción.
Vamos a desarrollar brevemente su naturaleza,
dejando las condiciones y las ventajas para el curso de esta obrita.
Consiste el Rosario en
rezar quince veces un Padre nuestro, diez Ave Marías y un Gloria Patri, y en
meditar en cada decena sobre uno de los quince principales misterios, que se
dividen en Gozosos, Dolorosos y Gloriosos.
Los
cinco misterios Gozosos son:
la Encarnación
del Hijo de Dios, la Visitación de Nuestra Señora, el Nacimiento de Jesucristo,
la Purificación y el Encuentro de Jesús en el templo.
Los
cinco misterios dolorosos son:
la Oración del
huerto, los Azotes en la columna, la Coronación de espinas, la Cruz a cuestas,
y la Crucifixión.
Los
cinco misterios gloriosos son: la Resurrección
y la Ascensión del Salvador, la Venida del Espíritu Santo, la Asunción y la
coronación de Nuestra Señora.
La devoción del Rosario se justifica por sí
misma; basta comprender su objeto, su fin, su espíritu
y sus prácticas. Su objeto es hacernos conocer a Dios y a Jesucristo su Hijo, honrar
a María y dar gracias a la Trinidad Beatísima; sus prácticas son la
meditación de los santos misterios de la Religión, y la recitación de las tres
más hermosas, plegarias de la Iglesia, el Padre
nuestro, el Ave Marta y el Gloria Patri. Una devoción que descansa sobre
estos fundamentos, es necesariamente una devoción sólida y excelente. Para conocer
mejor esta excelencia; basta recorrer las meditaciones de los quince misterios
que se ponen más abajo, y leer la paráfrasis del Padre
nuestro, Ave María y Gloria Patri que se halla en muchos libros; tratemos, sin embargo, de exponer aquí su espíritu, a fin
de dar más alta idea del Rosario, y de probar que es a la vez un libro de
meditación, de oración y de acción de gracias.
1.° El
Rosario es un libro de meditación, es decir, el
libro de la vida, de la pasión y de la gloria del Hijo de Dios, Jesucristo
Señor nuestro; es la sustancia de todo el Evangelio, el compendio de su
doctrina y el resumen de las grandezas de María.
En efecto: en los
Misterios Gozosos descubre el cristiano cómo Dios nos ha amado hasta
darnos a su propio Hijo, cuál ha sido el celo de Jesucristo por nuestra salud,
cuál la senda que recorrió para señalarnos la que debemos seguir; en ellos
aprende el cristiano cuáles son los obstáculos de la salvación que es preciso
vencer; el menosprecio de los honores, de las riquezas y de los placeres; la
práctica de las virtudes de humildad, pobreza y obediencia; en una palabra: ve en la vida del divino Salvador todo lo que su amor
infinito hizo por nosotros, y todo lo que nosotros debemos hacer por él.
En los Misterios
Dolorosos, comprende el cristiano cuánta es la malicia del pecado, el
horror que debe inspirarnos, los castigos que nos prepara y qué venganza tomará
Dios de los pecadores impenitentes cuando no perdonó a su propio Hijo. Aquí
conoce el cristiano lo que es el pecado, puesto que Dios necesitó de tan gran
víctima para repararle; lo que es el infierno, pues se necesitaron tantos
dolores para librarnos de él; lo que es el paraíso, pues fué precisa la muerte
del Hijo de Dios para merecérnosle; lo que vale nuestra alma, rescatada por tan
grande precio, con el precio de la sangre de un Dios. ¡Ah!
Ante la consideración de los tormentos de
Nuestro Señor, ¿quién se negará a llevar con paciencia la cruz de esta
vida? ¡Cuán ligera debe parecemos en comparación
de nuestras ofensas, y con qué reconocimiento debemos recibirla de manos de
Dios!
En los Misterios
Gloriosos vislumbra el cristiano los bienes y la gloria que prepara
Jesucristo en el cielo para los que le hayan imitado sobre la tierra, la dicha
de un alma resucitada y confirmada en gracia por el Espíritu Santo; el
inquebrantable fundamento de nuestra esperanza, Jesús, sentado en lo alto de
los cielos, donde es nuestro pontífice, nuestro abogado y nuestro intercesor;
descubre, en fin, en la elevación y coronación de
María las grandezas de la Madre de Dios, y el motivo de nuestra confianza en el
poder y bondad de la que ha sido constituida Reina del cielo y de la tierra,
dispensadora de las gracias, Madre y mediadora de todos los cristianos, y
protectora de todos los pueblos y de todos los imperios.
2.° El
Rosario es un libro de oraciones: se compone
de las más perfectas y más usadas en la Iglesia.
¿Qué hay más perfecto que la oración del Padre nuestro,
la oración dominical, la oración que el mismo Señor se ha dignado enseñarnos?
¿Podremos encontrar jamás una oración más sublime que esta oración bajada de
los cielos, que encierra todo lo que podemos pedir para la gloria de Dios, para
nosotros mismos y para el prójimo? Pedimos
para gloria de Dios el cumplimiento de su voluntad en la tierra, como los
ángeles la cumplen en el cielo; para nosotros y para el prójimo, los bienes
espirituales de la salud, los bienes temporales de la vida presente y los bienes
eternos del reino de Dios; finalmente, la gracia de vernos libres de los males
pasados por el perdón de nuestras faltas, de los males presentes por la
preservación del pecado, y de los males futuros por el triunfo sobre nuestras
pasiones, para gozar de la paz de esta vida y de la dicha de la otra.
¿Qué hay más tierno que la oración del Ave María,
compuesta con las palabras de la Santa Escritura y con las de la Iglesia, que
nos recuerda las grandezas y los privilegios de María, y añade las alabanzas dé
la Madre de Dios, para aumentar los motivos de nuestra confianza y el fervor de
nuestra plegaria?
¿Y qué más noble que la doxología del Gloria Patri, que
termina cada decena, profesión de fe tan precisa con respecto al misterio
inefable de un solo Dios en tres personas, que jamás será bastante alabado y
bendito; himno sublime de reconocimiento, que los fieles, á ejemplo de los
coros celestiales, repiten frecuentemente con la Iglesia en el oficio divino,
para honor de la Santísima Trinidad?
He aquí desenvuelto todo el plan del Rosario;
he aquí su espíritu puesto al alcance de todos: ahora bien: ¿hay aquí algo
que pueda desaprobar una razón ilustrada?
Si no hay ninguna cosa más sencilla, más
natural ni más popular, tampoco la hay más bella, más profunda, ni más sublime.
¿Puede
haberla más agradable a Jesús y a María, más útil a los hombres, y, por consiguiente,
más digna de Dios? ¿Qué podemos desear para Dios más grande que la santificación
de su nombre, la venida de su reino y el cumplimiento de su voluntad? ¿Qué podemos
pedirle más necesario para nosotros que el pan nuestro de cada día, el perdón
de nuestras culpas, el socorro contra las tentaciones, y la libertad de todo
mal? ¿Qué
podemos decir a María más grato a su corazón que las palabras del arcángel
anunciándole el misterio del Verbo Encarnado? ¿Y podemos emplear más útilmente
la protección de María, que rogándole que sea nuestra mediadora en la vida y en
la muerte? Admiremos la divina Providencia: no le plugo confiar a la
elocuencia humana el modelo de nuestras oraciones ni el elogio de las virtudes
de María; el Hijo de Dios vino a enseñarnos él
mismo a orar bien, y envió un arcángel para enseñarnos a alabar a su Madre.
La oración dominical es el compendio de toda
la Religión, la regla de nuestros deberes, el símbolo más sublime de fe, el
código más perfecto de moral, y la más encantadora lección de caridad. Un Padre que nos lo promete todo, el Hijo que todo lo
perdona, el Espíritu Santo que todo lo otorga, nada se ha olvidado; y en la
salutación angélica, el misterio inefable de un Dios hecho hombre, de una
Virgen fecunda, de una criatura Madre de Dios: ¡qué objetos tan dignos de contemplación! ¿Quién será capaz de admirarlos, y de repetir absorto las
palabras consagradas a recordarlos? ¡Qué
placer el decirla cien veces! ¿Por ventura no es dulce el recuerdo de lo que uno ama? Sólo un corazón indiferente puede encontrar
enojosa esta repetición.
En cuanto al orden y a la división de estos
misterios, nada hay más adaptado a la economía de nuestra santa Religión. Los misterios del primer orden son objeto de gozo para María, porque son el principio de
nuestra salud; los misterios del segundo orden son el motivo de sus dolores, porque acusan nuestra
ingratitud; los misterios del tercer orden son materia de su gloria, porque nos abren el paraíso. ¡Qué lecciones
más instructivas en todos sus detalles y en todos sus objetos, en sus motivos
como en sus ejemplos! ¿Qué puede haber
más propio para iluminar nuestro espíritu, mover nuestro corazón y dirigir
nuestras acciones? El Rosario nos enseñó a orar bien, a vivir bien y a morir
bien; estúdienle con cuidado todos los fieles: los
ignorantes, para instruirse; los pecadores, para
convertirse; los justos, para santificarse; los perfectos,
para perseverar en la perfección de los
caminos del Señor. La razón sola nos impondría el deber de hacerlo así,
si la fe no hubiera ya puesto de relieve las ventajas (Sambucy, Manual del Rosario, cap.
II, página 123 y siguientes.)
3.° Con lo dicho se comprende
que el Rosario es un libro de acción de gracias:
por él ofrecemos a Dios, en reconocimiento de los
beneficios recibidos, todos los méritos de la redención, que son el fundamento
de nuestra esperanza, y el amor de Jesús y de María, que es lo más perfecto que
encuentra Dios en sus obras. Los devotos del Rosario encontrarán la ampliación de estas indicaciones
en el curso de esta obrita.
LA
ROSA
MÍSTICA
DESPLEGADA
Ó
EL SANTO ROSARIO
EXPLICADO
POR
EL
P.
R. MARTÍNEZ VIGIL
del
Orden de Predicadores, Obispo de Oviedo.
(1894)
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