¡MARÍA!
El alma salta de alegría al dulce nombre de
María, y el corazón se ensancha como una flor con el matutino aliento de una
brisa embalsamada. ¡Ah! ¡Tan grandes misterios de
amor nos recuerda!
Él nos trae a la memoria la encarnación del
Verbo Divino para la salud del mundo: el sacrificio
de una madre al pie de la cruz. Nos recuerda la dulce consoladora de los
afligidos, la abogada de los pecadores, la protectora de la inocencia, y el
seguro refugio y amparo de todos cuantos sufren en este valle de
miserias.
¡María!... es nuestra Madre, nuestra
medianera, nuestra esperanza, nuestra amiga, nuestra dicha, nuestro todo después
de Jesús.
¡María! es como un manantial inagotable,
de donde traen su origen todas nuestras alegrías y nuestra salud.
Es Madre del Salvador.
¡María! es
como un vaso precioso del que salen las gracias que convierten y santifican. Es la tesorera de Dios.
Ella es también la que
dulcifica nuestros males, la que enjuga de sobre nuestras frentes el sudor de
la agonía, mostrándonos el cielo, del cual es refulgente
puerta: Fulgida coeliporta.
¡Oh Madre, más apreciable y más poderosa que
todas las criaturas, más dulce que la armonía de los cielos, más graciosa que
la misma gracia; que vuestro nombre, suave y perfumado como los aromas del
Oriente, esté siempre en nuestros labios para refrescarlos, y vuestra memoria
en lo íntimo de nuestros corazones para robustecerlos y consolarlos!
¡María! Los ángeles en el cielo la
veneran, los arcángeles y los tronos son sus fieles mensajeros, las dominaciones
deponen ante ella sus coronas, y los querubines se glorían de celebrar sus
grandezas. En la tierra los privilegiados genios que se ciernen en lo más encumbrado
del mundo de las inteligencias, como el águila en las elevadas regiones de la
atmósfera, han puesto sus delicias en celebrar sus glorias. Los Agustinos, los
Bernardos, los Tomás de Aquino y mil otros han entonado a su honor himnos de la
más encantadora armonía. Algunos otros, más pequeños y más modestos, han procurado
también, como la curruca sobre el florido rosal silvestre, tartamudear siquiera
algún cántico de amor, sintiendo todos en el fondo de su corazón un impulso
irresistible que los constreñía a cantar a María.
El canto, ¿no es el idioma del amor? Y el
amor de Jesús y de María, ¿no es el pan cotidiano, asi de los hombres como dé los
ángeles? Por eso queremos cantar a
María, y mezclar nuestra voz, aunque débil, con ese solemne concierto que hace
diez y nueve siglos se levanta para gloria de María inmaculada. La cantaremos
desenvolviendo su Rosario, y mostrando a sus hijos las riquezas y las bellezas
encerradas en esta Rosa mística, a quien la santa Iglesia nos hace saludar en
sus Letanías: Rosa mystica, ora pro
nobis.
El Rosario, ¡oh María!, es la corona de zafir que resplandece en torno de
vuestra frente.
El Rosario, ¡oh María!, es la diadema real de preciosos diamantes que
ciñe vuestra augusta cabeza.
El Rosario, ¡oh María!, es
el vestido de mil colores que, formando ondulantes pliegues, desciende de
vuestras santas espaldas.
El Rosario, ¿no es la guirnalda
de flores que enlaza y une con vuestro maternal corazón el corazón de vuestros
hijos? ¿No es la misteriosa escalera de Jacob que conduce al cielo? ¿El arpa
santa del rey David, con la cual cantamos vuestras alabanzas, meditando vuestro
Rosario? ¡Sí, Reina de los cielos; vos sois el objeto de nuestros
cultos en esta devoción toda divina!
Mas...
¿qué cosa es
el Rosario, atendida su esencia?
Hablándonos la santa Iglesia de María, la
llama Rosa
mística: Rosa mystica.
Esta Rosa
mística, como todas las rosas, tiene un corazón que forma y constituye
en ella la belleza por excelencia; este corazón divino es Jesús. Y todo el
conjunto de esta Rosa mística, que simboliza a María, se despliega o
desenvuelve en quince hojas o pétalos.
Cinco son de una blancura deslumbrante como
el lirio de los valles; y se llaman: Anunciación, Visitación, Natividad, Purificación é
Invención del Niño Dios en el templo. Tales son los Misterios gozosos.
Cinco están rociados de sangre como la rosa
de púrpura, y se llaman: Oración del huerto, Flagelación, Coronación de espinas,
Cruz a cuestas y Crucifixión. Tales
son los
Misterios dolorosos.
Los cinco últimos están dorados como las
espigas de una mies ya sazonada por el sol, y se llaman: Resurrección, Ascensión, Venida del
Espíritu Santo, Asunción de María y su Coronación en el cielo. Tales son los Misterios gloriosos.
Ved, pues, aquí el Rosario. No es otra cosa
que la expansión de esta Rosa mística, cuyo
divino corazón es Jesús.
A los quince misterios corresponden quince
decenas de Ave Marías. Rezar, pues, el santo
Rosario, es desplegar esta Rosa mística, recorriendo
con el corazón los misterios, mientras que nuestros labios pronuncian las Ave Marías.
El Rosario, por consiguiente, tiene mucho de
grande, puesto que no es otra cosa que Jesús y María, manifestándose al mundo por
medio de quince misterios, y la manifestación de estos quince misterios constituye
el Cristianismo entero.
Admirable composición de súplicas las más
excelentes, y de materias de meditación las más tiernas, el santo Rosario es un
completo homenaje tributado a María y a su
divino Hijo y Señor nuestro Jesús. Mientras que por Él dirigimos a la Madre de
Dios las súplicas que le son tan aceptas, honramos interiormente sus gozos, sus
dolores, sus glorias y sus virtudes incomparables. Es un medio sencillo y fácil para excitar en nuestras almas la
consideración de las grandes verdades de nuestra fe, y reanimar la memoria de
los inmensos beneficios de Dios. Es un medio sencillo
y fácil para encender en nuestros corazones el amor de Jesús y de María,
el aborrecimiento del pecado, el deseo de los bienes celestiales, y para
animarnos a la práctica de todas las virtudes cristianas. Es al mismo tiempo un
arma invencible para combatir a los enemigos
de nuestra salud, un medio poderoso para obtener
de Dios, por la intercesión de María, las gracias de conversión y de santificación,
tan necesarias a todos. Es, en fin, un tesoro
inagotable de indulgencias y de méritos, como más adelante veremos,
siempre que los asociados a su Cofradía lo rezan con las disposiciones
convenientes, con piedad, fidelidad y perseverancia. El testimonio más
perentorio que en prueba de esto puede aducirse es la experiencia universal, y
el precio y estima en que fué siempre tenido por la Iglesia.
De aquí se desprende que tan bella y fecunda
devoción no ha podido ser invención de los hombres. En efecto: la historia nos
dice que la misma Reina de los ángeles» María Santísima, le reveló a Santo,
Domingo de Guzmán, como un eficacísimo medio para obtener la conversión y la
santificación de las almas. Predica, le dice, —mi Rosario, y los pecadores que lo rezaren serán salvos. Santo Domingo, fiel siempre
a las inspiraciones de su divina Señora, predicó el Rosario, y los herejes y
los pecadores se convirtieron a millares: más de doscientos mil entraron en el
seno de la Iglesia a impulsos de su ferviente predicación. Los hijos del gran
Guzmán, herederos del espíritu y de las promesas de su santo fundador, predican
aún el Rosario con amor, mirándole como el arma terrible que debe cerrar la
boca del infierno; y esta predicación del Rosario va siempre acompañada de admirables
frutos de bendición y de salud.
Para ganar las importantes y numerosas indulgencias
con las cuales se halla enriquecida esta devoción, además de la recepción en
una Cofradía canónicamente erigida y de la recitación semanal del Rosario
entero, es preciso meditar sus misterios, como todo más adelante se explicará.
Sin la consideración de los misterios, el Rosario es un cuerpo sin alma. Deben,
pues, los asociados aplicarse a esta meditación, cada uno según la medida de sus
talentos: para el logro de esto no es menester poner al espíritu en tortura; y
el pequeño tratado que ofrecemos a nuestros cofrades, bajo los auspicios de María,
la más dulce y cariñosa de las madres, podrá facilitarles no poco este modo de
oración.
¡Oh María! Meditar vuestro Rosario es
celebrar vuestras grandezas y cantar vuestras virtudes, divina Reina de los
ángeles. Antes de tomar en nuestras manos la mística lira que debe resonar con
vuestras alabanzas, permitidnos, ¡oh excelsa Reina del cielo!, que, postrados humildemente a vuestros pies,
imploremos vuestra ayuda. Somos débiles, sin talento y sin amor; pero una mirada
de vuestros ojos iluminará nuestra inteligencia, una sonrisa de vuestros labios
inflamará nuestro corazón, y una bendición de vuestra mano maternal nos dará
fuerza y valor. Bendecidnos, pues, ¡oh muy amada María!,
y a todos los hijos del Rosario.
LA
ROSA
MÍSTICA
DESPLEGADA
Ó
EL SANTO ROSARIO
EXPLICADO
POR
EL
P.
R. MARTÍNEZ VIGIL
del
Orden de Predicadores, Obispo de Oviedo.
(1894)
No hay comentarios:
Publicar un comentario