Ejercicio
dispuesto a partir de los Pensamientos o Reflexiones Cristianas para todos los
días del año, por el Padre Francisco Nepveu SJ, tomo I, Barcelona, imprenta de
doña Teresa Pou vda. de Piferrer, año 1755. Las oraciones provienen del Manual
Dominico publicado en Dublín por Browne & Nolan Publishers en 1913.
MES DEDICADO
AL SANTÍSIMO NOMBRE DE JESÚS
Por
la señal ✠ de la Santa Cruz, de nuestros ✠ enemigos,
líbranos
Señor
✠
Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo ✠,
y del Espíritu
Santo. Amén.
¡Oh Dulce Jesús!, concededme una viva devoción a vuestro Sagrado Nombre; enseñadme Vos a entender su significado y a realizar su eficacia; a gustar de su dulzura y a confiar en su poder; enseñadme a invocarlo dignamente en todas mis dificultades y aflicciones. Que este sea el último sonido de mis labios moribundos mientras voy a encontrarme con Vos en el Juicio. ¡Oh amadísimo Señor, sed para mí entonces un misericordioso Salvador y no un Juez furioso!
DÍA TERCERO —3 de enero.
MEDITACIÓN: DEL CUIDADO DE LA SALVACIÓN. LA SALVACIÓN
ES NUESTRA ÚNICA IMPORTANCIA.
PRIMER PUNTO. El
cuidado de nuestra salvación es propiamente el que debe ser nuestro cuidado,
porque todo el provecho es para nosotros. En los otros negocios del
mundo, el que trabaja no está asegurado de que el fruto ha de ser para él, o a
lo menos la mayor parte del fruto. Un Labrador siembra y siega, y muchas veces
no es para él. Un Padre amontonando dinero y riquezas, muchas veces no logra el
gozarlas, y las recogen sus hijos, algunas veces ingratos. Otros se atormentan
por empleos, o los compran para hacerse víctima del público, sin más fruto que
un poco de vanagloria. Uno siembra y otro coge, o siega, dijo nuestro Salvador: Álius est qui séminat, et álius qui metit (San
Juan IV).
SEGUNDO PUNTO. Pero
en el cuidado de nuestra salvación, el que siembra es solo el que coge el
fruto, con ninguno le parte, ninguno le diezma. Si vosotros sembráis (dice San Pablo), vosotros recogeréis una cosecha
proporcionada a la semilla que habréis puesto. Si
sembráis en el alma (esto es, si vivís una vida espiritual, y cristiana), cogeréis del
espíritu la vida eterna (Gálatas
IV). Si tienes oración, si ayunas, si das limosna, si mortificas tus sentidos,
si crucificas tu carne, el útil será para ti solo, y todo para ti; pero con un
gran logro: porque en esta vida da Dios ciento por
uno, pero en la otra da a millares. Si el cuidado de nuestra salud es
propiamente nuestro cuidado, y si todo el provecho es para nosotros, ¿de dónde nace
que nos descuidamos tanto? Quien no es bueno
para sí (dice el Sabio), ¿para quién es bueno?
(Eclesiástico XIV). Nosotros, que velamos tanto sobre nuestros más
mínimos intereses; ¿de dónde procede que estemos con tanto descuido en una
cosa donde se trata de una importancia tan grande como nuestra salvación, donde
se trata del todo y para siempre?
TERCER PUNTO. Desde luego que nos dicen: «esto te
conviene», ¿dejamos alguna diligencia por hacer?
¿Excusamos pasos o solicitudes? ¿Hay algo que omitamos o embarazos que no
venzamos? Pues pregunto: ¿tenemos negocio más importante, ni que más nos toque, que
nuestra salvación? ¿Qué será, pues, la causa, que nuestro amor propio, que nos
azora tanto por bagatelas, por poco que nos importan, nos deja en una
tranquilidad o inacción en un negocio de una consecuencia suma para nosotros?
Esta indiferencia no es tranquilidad, es sueño, es
letargo. ¿Esperamos
a despertar a la hora de la muerte?
FRUTO. Quedemos persuadidos que,
aunque haya algunos negocios que pidan un poco de cuidado, pero ninguno, sino
la salvación, que merezca nuestra eficacia. Que en esto solo, nuestro amor
propio es justo, y nunca excederá por grande que sea.
«Quæ enim
semináverit homo, hæc et metet» [Porque lo que el hombre siembra,
esto también cosechará] (Gálatas
VI, 8).
«Nulli
parcas, ut soli ánimæ parcas» [En nada repares para
salvar tu alma] (San
Jerónimo).
Oh compasivísimo Jesús, lleno de piedad y misericordia, que no despreciáis los suspiros del malvado; ¡ay!, toda mi vida ha perecido y pasado sin fruto, ni he hecho nada bueno ante vuestra presencia. A Vos, pues, me dirijo, implorando vuestra clemencia. Hablad por mí, satisfaced por mí. Lavad toda la inmundicia de mis pecaminosos ojos con las puras lágrimas de vuestros gloriosísimos ojos. Por la dulce compasión de vuestros benditos ojos, removed la iniquidad de mis pecaminosos oídos. Por la pura intención de vuestros santísimos pensamientos, y por el ferviente amor de vuestro traspasado Corazón, lavad toda la culpa de mis malos pensamientos y de mi malvado corazón. Por el conmovedor poder de las palabras de vuestra benditísima boca, borrad todas las ofensas de mi boca corrompida. Por la perfección de vuestras acciones y la crucifixión de vuestras manos, lavad todas las ofensas de mis manos impías. Por el doloroso cansancio de vuestros benditos pies, y por la cruel perforación con los clavos, lavad todas las inmundicias de mis pies pecaminosos. Por la majestuosa inocencia de vuestra vida, y por vuestra incontaminada santidad, lavad todas las asquerosidades de mi vida corrupta. Finalmente, lavad, borrad y extinguid todos los pecados de mi corazón y de mi alma en las abundantes corrientes de vuestra preciosísima Sangre, para que así, por vuestros santísimos méritos, pueda ser debidamente limpio, y en adelante guarde sin mancha todos vuestros mandamientos. Amén.
—Di en reparación por las blasfemias proferidas contra los Santos Nombres de JESÚS y MARÍA:
¡Bendito sea Dios!
¡Bendito sea su Santísimo Nombre!
¡Bendito sea Jesucristo, verdadero Dios y verdadero hombre!
¡Bendito sea el Nombre de Jesús!
¡Bendito sea su sacratísimo Corazón!
¡Bendita sea su preciosísima Sangre!
¡Bendito sea Jesús en el Santísimo Sacramento del Altar!
¡Bendito sea el Espíritu Santo Paráclito!
¡Bendita sea la excelsa Madre de Dios, María Santísima!
¡Bendita sea su santa e inmaculada Concepción!
¡Bendita sea su gloriosa Asunción!
¡Bendito sea el nombre de María, Virgen y Madre!
¡Bendito sea su Inmaculado Corazón!
¡Bendito sea San José, su castísimo Esposo!
¡Bendito sea Dios en sus Ángeles y Santos! Amén.
JACULATORIAS:
¡JESÚS mío, misericordia! (100 días de Indulgencia cada vez).
JESÚS, DIOS mío, Te amo sobre todas las cosas (50 días de Indulgencia).
JESÚS, Hijo de David, ten misericordia de mí (100 días de Indulgencia, una vez al día).
—Padre
nuestro, Ave María y Gloria.
En el
nombre del Padre, y del Hijo ✠, y del Espíritu Santo. Amén.
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