viernes, 17 de octubre de 2025

MES DE OCTUBRE CONSAGRADO A LA DEVOCIÓN DEL SANTÍSIMO ROSARIO. DÍA 15.

 

Por el Presbítero Ildefonso Portillo, Cura y Vicario Foráneo de Guanajuato.

León 1901.

Tip. Guadalupana de Camilo Segura.

El llmo. Sr. Dr. Atenógenes Silva, Dignísimo Arzobispo de Michoacán, se ha dignado conceder ochenta días de indulgencias a todos los fieles cristianos de su provincia por la práctica de las oraciones y meditaciones correspondientes a cada uno de los días de este mes, consagrado a la devoción del Santísimo Rosario.

 

 

Visto el dictamen favorable del Sr. Promotor fiscal, Pbro. D. Marino de J. Correa, concedemos Nuestra licencia para que, el Sr. Cura de Guanajuato D. Ildefonso Portillo imprima y publique el manuscrito intitulado «Mes de Octubre consagrado a la devoción del Santísimo Rosario,» con calidad de que no vea la luz pública, sin que previamente sea cotejado el impreso con el original por el mismo Sr. Censor. Lo decretó y firmó el llmo. Sr. Obispo. M. F. El Obispo.

Ángel Martínez. (Srio)

 

Por la señal  de la Santa Cruz, de nuestros  enemigos, líbranos Señor  Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.

 

ACTO DE CONTRICIÓN.

 

   Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Criador y Redentor mío, por ser vos quien sois, y porque os amo sobre todas las cosas, a mí me pesa, pésame Señor, de todo corazón de haberos ofendido; y propongo firmemente de nunca más pecar, de apartarme de todas las ocasiones de ofenderos, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta, restituir y satisfacer, si algo debiere; y por vuestro amor perdono a todos mis enemigos; ofrezcoos mi vida, Obras y trabajos en satisfacción de todos mis pecados: así como os lo suplico, asi confío en vuestra bondad y misericordia infinita me los perdonareis por los méritos de vuestra preciosísima sangre, pasión y muerte, y me daréis gracia para enmendarme y perseverar en vuestro santo servicio hasta la muerte. Amén.

 

 

ORACIÓN PREPARATORIA


   Señor mío Jesucristo, mi padre y sumo bien a quien amo con todo mi corazón y de lo íntimo de mi alma te pido humildemente que ostentes en mi favor tus misericordias, perdonando mis pecados y dándome tu gracia para meditar con fruto los sagrados misterios que se nos proponen en el Rosario, y de esta meditación se inflame mi corazón en tu divino amor, procurando imitar las virtudes que resplandecen en ellos; logrando la enmienda de mi vida y la sujeción de todas mis inclinaciones a tus adorables mandamientos, como lo espero de tu clemencia paternal.

   Convierte tu alma al Señor.

   Vuelve alma mía hacia tu centro y no pierdas estos momentos que tu Dios te concede para obrar tu salvación. El pasado ya no existe; el futuro es incierto, y el presente no dura más que un momento, y este presente se te concede para que medites en las finezas del amor de tu Dios, te inclines á El y ganes la eternidad. Tres pensamientos deben ocuparte ¡oh alma mía! Dios te ve: Dios te oye: Dios está cerca de tí.


   Dios te ve. ¡Ah, Señor! ¿qué veis? Un ser muy débil, miserable y enteramente indigno de ponerse ante tus ojos. ¡Ay! que tus miradas, al menos, no se muestren ofendidas de mi ligereza y flojedad.


   Dios te oye. ¿Qué oyes Dios mío? el lenguaje de una pobre criatura aquejada por mil y mil pesares que no sabe cómo decirlos.


   Dios está cerca de tí. Si te hallases en presencia de un rey de la tierra ¿cuál sería tu respeto y prudencia? Estás delante de Dios, presente en las aras: el Rey por quien los reyes ocupan sus tronos, el Rey de los reyes. ¿Tendrás bastante osadía para mostrarte ligero y distraído?


   Espíritu Santo, á tí toca el derramar las luces para aclarar la inteligencia, encender el amor en el corazón, y el espíritu de piedad en el alma entera. Dame, Señor la abundancia de tus dones, a fin de que sea menos indigno de acercarme a un Dios que me llama hacia sí. Permíteme, ¡oh Señor! que mi atención se fije en los puntos que voy a meditar.

 


ORACIÓN



   Os adoro, Dios mío, con todo el afecto de mi alma y os pido gracia para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas al servicio y alabanza de vuestra divina Majestad.

   Hablaré a mi Señor, siendo yo polvo y ceniza.

15 DE OCTUBRE.


MEDITACIÓN


SOBRE LA FLAGELACIÓN.

 

PUNTO 1

 

    Considera como ya atado el Señor, abrazado, pegado con aquel frío mármol de la columna, está demudado su semblante, lleno de temor y temblando todo su santísimo y delicadísimo cuerpo, esperando los azotes, para que se prevenían aquellos impíos, perversos y malditos verdugos; y para que mejor y más de raíz lo consideres todo, piensa lo que dice San Bernardo, que los judíos viendo que Pilatos le mandaba azotar, para luego darle libre, se llegaron a los soldados, y les dieron dineros y les hicieron promesas, si lo mataban con los azotes; y así, que se juntasen y escogiesen los más robustos y de mayores fuerzas, y que en todo caso tirasen a matarlo. Con esta prevención señalaron seis de los más feroces, y armados de azotes de varas de espino, otros hicieron azotes de cordeles, pasados de penetrantes puntas de acero, otros cogieron cadenas de hierro, con los eslabones retorcidos, y otros armados de nervios de toro, secos y retorcidos. Piensa que estás viendo a estos verdugos, que con tanta diligencia se están armando con ellos, y atiende al más delicado de los nacidos, atado y amarrado a aquella columna, esperando este martirio. Advierte que levanta al cielo los ojos y a su eterno Padre, porque en la tierra no tenía a quien volverlos; porque cuantos le tenían cercado deseaban saciarse con su sangre. Compadécete de la aflicción y angustia en que le ves, y ofrece tu cuerpo al Señor y pídele que se reparta este castigo entre los dos: que por cualquier azote que le excuses te tendréis por muy dichoso. Mira como aquellos ministros de Satanás se llegaron al Señor, vibrando cada uno el azote en las manos: y como advirtieron el temblor del sacratísimo cuerpo, y el color del rostro demudado y descolorido, le dijeron muchos oprobios y afrentas: sin duda le dirían ¿qué tiembla? ¿No dice él, que es hijo de Dios? Pues dígale a Dios que le libre de nuestras manos. Diciendo esto se acercan aquel divino y delicado cuerpo del Salvador.

 

PUNTO 2

 

   Considera como levantando los brazos aquellos inhumanos verdugos, comienzan a descargar sobre el delicadísimo cuerpo terribles azotes: empieza a correr la sangre en abundancia, se rompen las varas, cogen otras de nuevo y prosiguen con nuevas fuerzas hasta que se rinden: entran otros de refuerzo añadiendo heridas sobre heridas: el alma del Salvador batallaba por instantes con la muerte, y entre desmayos mortales, ocasionados del dolor, se le cubría de un sudor frío el santísimo rostro. ¡Mira cuál le pondrían! ¡Qué hinchado el pecho! ¡Qué denegridos, entre la sangre roja, el estómago y vientre! ¡Qué ensanchadas todas las heridas! ¡Qué hinchados y abiertos los muslos! ¡Qué deforme todo el santísimo cuerpo, colgado de los brazos y cuello en representación de moribundo! ¡Oh corazones de piedra! ¡Y qué hubiese hombres que pudiesen ver con sus ojos un tan lastimoso espectáculo, y que no solo no tuviesen compasión, sino que antes se alegraran, teniendo por consuelo el verle agonizar! ¡Oh poderosísimo Creador y Dios Eterno, que os dejáis así tratar de vuestras mismas criaturas! Que les estáis dando la vida, los bríos y las fuerzas contra vos mismo. ¿Qué se puede decir de tal bondad? ¡Oh alma mía, mira a tu dulce Jesús azotado como un esclavo; todo bañado en sangre; su cuerpo es solo una llaga y se le ven los huesos por las heridas! He aquí el Cordero de Dios dispuesto para el sacrificio; pero, Jesús mío, ¿por qué has querido sufrir un castigo tan afrentoso y cruel? Para demostrarnos tu amor; para hacernos conocer la enormidad del pecado; para lavar con tu sangre los deleites infames de la carne; para dar a Dios satisfacción de todas las deshonestidades del mundo y para convencernos de la necesidad de mortificar el cuerpo, si queremos ser sus miembros. Alma cristiana, toma en tu mano el azote y haz justicia contra tí misma, diciendo:  yo he pecado, yo debo recibir el castigo. ¿Es justo que viva sin llagas viéndolas en mi Rey? ¿Cómo entrará mi cuerpo en el cielo, si antes no le purifican los trabajos? ¡Oh santísimo Cordero! ¿qué delito habéis cometido para sufrir una pena tan cruel y una confusión tan afrentosa? ¡Oh carne virginal! ¿a qué estado te han reducido las impurezas del mundo? ¡Ah, vos pagáis en vuestra carne los criminales deleites de la nuestra! ¡Por expiar los pecados de nuestro cuerpo se presenta el vuestro dilacerado! ¡Quiero, pues, castigar mi cuerpo que ha obrado el mal; quiero privarle de todos los deleites que os han causado tantos dolores, y quisiera cubrirle de llagas para hacerle semejante al vuestro! ¡Cuán miserable soy! puedo pecar y no puedo hacer penitencia de mi pecado! ¡Dios mío! confieso mi cobardía; no tengo ánimo para castigarme a mí mismo; tomad por mí los azotes en vuestra mano; no me excuséis de azotarme en esta vida; dispuesto estoy a sufrir cuanto sea de vuestro agrado. Castigadme si lo juzgáis conveniente; más, castigadme como Padre y no como Juez; castigadme con amor y no con enojo; castigadme en el tiempo y no en la eternidad.


 

ORACIÓN PARA DESPUES DE LA MEDITACIÓN

 


   Gracias te doy, Señor, porque te dignaste recibir en tu presencia a la más pobre y más débil de tus criaturas. Me prosterno a tus pies para pedirte perdón de mis distracciones y de mi indolencia. Confío ¡Dios mío! a tu bondad las buenas resoluciones que me has inspirado: solo tú puedes hacerlas eficaces con tu concurso poderosísimo: no me las niegues.

   ¡Oh María! la más tierna de las madres. Ven también en mi ayuda y no me abandones; alcánzame la gracia de permanecer fiel a tus promesas y de poder cumplir exactamente las resoluciones que he tomado, a las plantas de mi Dios.

   ¡Oh Ángel bondadoso de mi guarda! suplicóte que me recuerdes mis resoluciones y ayúdame a seguirlas fielmente. Amén.

 

En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.

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