domingo, 19 de octubre de 2025

MES DE OCTUBRE CONSAGRADO A LA DEVOCIÓN DEL SANTÍSIMO ROSARIO. DÍA 19.

 


Por el Presbítero Ildefonso Portillo, Cura y Vicario Foráneo de Guanajuato.

León 1901.

Tip. Guadalupana de Camilo Segura.

El llmo. Sr. Dr. Atenógenes Silva, Dignísimo Arzobispo de Michoacán, se ha dignado conceder ochenta días de indulgencias a todos los fieles cristianos de su provincia por la práctica de las oraciones y meditaciones correspondientes a cada uno de los días de este mes, consagrado a la devoción del Santísimo Rosario.

 

 

Visto el dictamen favorable del Sr. Promotor fiscal, Pbro. D. Marino de J. Correa, concedemos Nuestra licencia para que, el Sr. Cura de Guanajuato D. Ildefonso Portillo imprima y publique el manuscrito intitulado «Mes de Octubre consagrado a la devoción del Santísimo Rosario,» con calidad de que no vea la luz pública, sin que previamente sea cotejado el impreso con el original por el mismo Sr. Censor. Lo decretó y firmó el llmo. Sr. Obispo. M. F. El Obispo.

Ángel Martínez. (Srio)

 

Por la señal  de la Santa Cruz, de nuestros  enemigos, líbranos Señor  Dios nuestro. En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.

 

ACTO DE CONTRICIÓN.

 

   Señor mío Jesucristo, Dios y Hombre verdadero, Criador y Redentor mío, por ser vos quien sois, y porque os amo sobre todas las cosas, a mí me pesa, pésame Señor, de todo corazón de haberos ofendido; y propongo firmemente de nunca más pecar, de apartarme de todas las ocasiones de ofenderos, confesarme y cumplir la penitencia que me fuere impuesta, restituir y satisfacer, si algo debiere; y por vuestro amor perdono a todos mis enemigos; ofrezcoos mi vida, Obras y trabajos en satisfacción de todos mis pecados: así como os lo suplico, asi confío en vuestra bondad y misericordia infinita me los perdonareis por los méritos de vuestra preciosísima sangre, pasión y muerte, y me daréis gracia para enmendarme y perseverar en vuestro santo servicio hasta la muerte. Amén.

 

 

ORACIÓN PREPARATORIA



   Señor mío Jesucristo, mi padre y sumo bien a quien amo con todo mi corazón y de lo íntimo de mi alma te pido humildemente que ostentes en mi favor tus misericordias, perdonando mis pecados y dándome tu gracia para meditar con fruto los sagrados misterios que se nos proponen en el Rosario, y de esta meditación se inflame mi corazón en tu divino amor, procurando imitar las virtudes que resplandecen en ellos; logrando la enmienda de mi vida y la sujeción de todas mis inclinaciones a tus adorables mandamientos, como lo espero de tu clemencia paternal.

   Convierte tu alma al Señor.

   Vuelve alma mía hacia tu centro y no pierdas estos momentos que tu Dios te concede para obrar tu salvación. El pasado ya no existe; el futuro es incierto, y el presente no dura más que un momento, y este presente se te concede para que medites en las finezas del amor de tu Dios, te inclines á El y ganes la eternidad. Tres pensamientos deben ocuparte ¡oh alma mía! Dios te ve: Dios te oye: Dios está cerca de tí.


   Dios te ve. ¡Ah, Señor! ¿qué veis? Un ser muy débil, miserable y enteramente indigno de ponerse ante tus ojos. ¡Ay! que tus miradas, al menos, no se muestren ofendidas de mi ligereza y flojedad.


   Dios te oye. ¿Qué oyes Dios mío? el lenguaje de una pobre criatura aquejada por mil y mil pesares que no sabe cómo decirlos.


   Dios está cerca de tí. Si te hallases en presencia de un rey de la tierra ¿cuál sería tu respeto y prudencia? Estás delante de Dios, presente en las aras: el Rey por quien los reyes ocupan sus tronos, el Rey de los reyes. ¿Tendrás bastante osadía para mostrarte ligero y distraído?


   Espíritu Santo, á tí toca el derramar las luces para aclarar la inteligencia, encender el amor en el corazón, y el espíritu de piedad en el alma entera. Dame, Señor la abundancia de tus dones, a fin de que sea menos indigno de acercarme a un Dios que me llama hacia sí. Permíteme, ¡oh Señor! que mi atención se fije en los puntos que voy a meditar.

 


ORACIÓN



   Os adoro, Dios mío, con todo el afecto de mi alma y os pido gracia para que todas mis intenciones, acciones y operaciones sean puramente ordenadas al servicio y alabanza de vuestra divina Majestad.

   Hablaré a mi Señor, siendo yo polvo y ceniza.

19 OCTUBRE.

 

MEDITACIÓN

 

SOBRE EL MISTERIO DE LA CRUZ A CUESTAS.

 

PUNTO 1

 

   Considera a Jesucristo llevando sobre sus hombros sangrientos y lacerados la cruz; cae bajo su peso, y le dan bofetadas, palos y puntapiés para que se levante; pero le faltan las fuerzas. Estas caídas misteriosas nos enseñan, dice el gran Padre San Agustín, a postrarnos a los pies de Jesucristo, a sacrificarle nuestro miserable orgullo, a humillarnos, haciéndonos enfermos ante esta Divinidad que se hizo voluntariamente enferma, y obligar a ese Dios poderoso en su abatimiento a que nos alargue una mano compasiva para levantarnos. ¡Oh caída prodigiosa! Oh desfallecimiento milagroso del Salvador, pues mirándolo los judíos caer por tierra y temiendo muriese en el camino y quedasen frustrados sus depravados deseos de verle clavado en la cruz, cuando ¡oh decretos admirables de la Providencia! en aquel momento se presenta un hombre de Cyrene, llamado Simón, que volvía del campo y pasaba casualmente por aquel camino en donde permanecía la Santa Víctima, el cual viéndolo los judíos le obligaron a que ayudara a llevar la cruz a nuestro divino Redentor, a pesar de sus repugnancias. Mirad en la persona del Cireneo a muchos cristianos que están animados de los mismos sentimientos, pues se avergüenzan de llevar la cruz de Jesucristo. Cosa sorprendente, exclama San Cirilo, el Hijo de Dios no se avergüenza de cargar la cruz que habíamos merecido, y nosotros, desventurados, é ingratos nos ruborizamos de llevar la cruz que Jesucristo santificó. ¿Nosotros rehusamos sufrir las molestias más leves por amor a Jesucristo? Desgraciados de nosotros sí de tal manera obramos. No nos avergoncemos en llevar tan soberana prenda: el Señor la ama mucho y debe ser amada y solicitada de todas sus criaturas: por ella fuimos redimidos y por ella hemos de conseguir nuestra salvación eterna. Abrasémonos de la Cruz como se abrazó el Cireneo a pesar de sus repugnancias: ya el Señor la santificó al tomarla. No, no temamos el grito que del mundo puede levantarse, pues para él se convertirá en eterna confusión. Acordémonos de lo que dice el Apóstol San Pablo: «Desgraciados de aquellos que, por no desagradar al mundo, no se atreven a aparecer como cristianos y se conducen como enemigos declarados de la cruz de Jesucristo.» No permita el Señor que nos gloriemos en otra cosa sino en la Cruz de Jesucristo.

 

PUNTO 2

 

   Vuélvete alma mía a tu Salvador que prosigue su trabajoso camino, bañando la tierra con la sangre que corría de las llagas oprimidas con el tórculo o viga de la pesada Cruz.  ¡Oh sangre de Dios vivo, sangre de infinito valor! ¡Como estáis mesclada con el lodo de las calles, y pisadas de vilísimos pies! ¡Oh ángeles del cielo! ¿Cómo no bajáis a la tierra a recoger esta preciosísima sangre? ¿Cómo no ayudáis a llevar la pesada Cruz, intolerable a las desmayadas fuerzas de vuestro desalentado Rey? ¿Cómo no oponéis vuestras santas bendiciones y alabanzas a las blasfemias con que le maldicen los judíos? ¿Cómo sufrís que el Señor que está en el cielo, en medio de las dos divinas Personas, rodeado de celestiales jerarquías, esté en la tierra entre malhechores, y en medio de ellos coronado de espinas, como Rey de los más facinerosos? Sí bien mayor sin duda fué el sentimiento, al encontrarse con su divina Madre. ¡Oh dolorosísimo encuentro! La Madre Santísima, luego que tuvo la funesta noticia, corrió a ver a su Hijo, dándole el amor las fuerzas y aliento, que le quitaba el dolor. Veía por el camino las gotas de la sangre, que le sirvieron de guía para conducirse al Calvario, donde se encontró con su Hijo, y se miraron los dos cara a cara. ¡Oh Dios, con qué pasmo y dolor de ambos! Callaban las lenguas, más, hablaban los corazones; y con la lastimosa vista de los ojos se traspasaban recíprocamente las almas atormentadas. Decía con los afectos del corazón el Hijo: ¿Para qué venís aquí, Madre mía, a aumentar mi dolor? Bien conozco que mi pasión es la vuestra, pero también vuestro dolor es mío. Yo con esta cabeza coronada de espinas traspaso vuestro corazón: vos con vuestro corazón anegado con tantos afanes, me dobláis las penas. Volved ¡oh Madre mía! a vuestro retiro, que no conviene a vuestra pureza esta compañía de ladrones y verdugos. ¡Volved!, ¡oh purísima paloma! al arca de vuestro albergue, hasta que cesen las aguas de este diluvio, porque aquí no hallaréis donde descanse vuestro pie. Más, a esto respondía el corazón de la Madre: ¡Oh mi queridísimo Hijo! ¿por qué me mandáis que yo me retire de vos? ¿Dónde puedo hallar conforte, sino en vuestra presencia? Vuestra vida es mi vida, sean, pues mías vuestras penas: permitid que mis lágrimas acompañen a vuestra sangre; quiero ser crucificada con vos y morir con vuestra muerte. Vivir sin vos me será más duro y amargo que el morir; y el morir con vos me será premio de haberos dado la vida. Estos sentimientos se repetirían allá en sus corazones la Madre y el Hijo, y con tan dolorosos afectos proseguían el camino, hasta llegar al lugar del sacrificio.



ORACIÓN PARA DESPUES DE LA MEDITACIÓN

 


   Gracias te doy, Señor, porque te dignaste recibir en tu presencia a la más pobre y más débil de tus criaturas. Me prosterno a tus pies para pedirte perdón de mis distracciones y de mi indolencia. Confío ¡Dios mío! a tu bondad las buenas resoluciones que me has inspirado: solo tú puedes hacerlas eficaces con tu concurso poderosísimo: no me las niegues.

   ¡Oh María! la más tierna de las madres. Ven también en mi ayuda y no me abandones; alcánzame la gracia de permanecer fiel a tus promesas y de poder cumplir exactamente las resoluciones que he tomado, a las plantas de mi Dios.

   ¡Oh Ángel bondadoso de mi guarda! suplicóte que me recuerdes mis resoluciones y ayúdame a seguirlas fielmente. Amén.

 

En el nombre del Padre, y del Hijo , y del Espíritu Santo. Amén.

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